—¿Puedo hacerte una pregunta personal, Oscar? —dijo apoyándose en sus antebrazos mientras fingía batallar que no podía meter el papel en el estrecho bolsillo de su chaqueta. Tocarlo fue como recibir una descarga eléctrica. En definitiva estaba ocurriendo algo muy extraño, volvió a divagar, y además sorprendente ese día de lluvia, pues su cuerpo, que era la obra de Frankenstein pues debió ser reconstruido tras años de destrozos emocionales, ahora estaba reviviendo y ése hombre era el culpable.
Notó que a él le pasaba lo mismo, mas no quiso bajar la vista para descubrir que estaba excitado al tenerla tan cerca. Y no hubo necesidad.
—Dime que quieres saber —dijo con la voz aún más ronca y baja, enloqueciendo los sentidos de la ejecutiva, quien se humedeció los labios y Oscar deseó pasar su lengua por ellos, probar la dulzura que había en su interior.
—¿Eres soltero? —lo miró, sintiéndose muy afectada.
—La verdad… —su respuesta dudosa apagó el brillo que vio en sus ojos— Sí, soy soltero —sonrió de repente y creyó verla a punto de hacer lo mismo. Ver la luz en sus ojos hermosos fue suficiente, para sentirse en los cuernos de la luna.
Serena dio un paso atrás, acomodándose la cartera bajo el brazo.
—Qué bien… —susurró la joven, sintiendo que se había sacado el premio mayor. A pesar de los disturbios en su cuerpo, tenía la capacidad de recuperarse rápidamente y enfocar su atención en el futuro prometedor que tenía.
—¿Te parece? —pudo admirarla nuevamente en todo su esplendor. No podía creer que una mujer tan espectacular lo estuviera mirando con interés. Era su día de suerte, pensó con mucho entusiasmo.
—Eres perfecto —lo miró embelesada, recorriéndolo de los pies a la cabeza, sin que hubiera solamente un interés monetario al observar sus encantos.
—¿Yo? —musitó llenándose la cabeza de eróticos pensamientos. Si tan solo se pudieran quedar un minuto solos le confirmaría que era más que perfecto, que estaba hecho a su medida.
—Me encantaría hacer negocios contigo —declaró luchando por recuperar a la mujer que era. No podía seguir dejándose llevar por el instinto. Debía enfocarse en su plan.
Oscar notó el cambio que surgió en ella. Incluso su mirada se había transformado.
—Ah… —levantó las cejas con desencanto. Seguramente querría que le hiciera algún trabajo como mecánico. ¡Idiota!, se dijo. Respiró profundo para calmar su ego herido.
—Ven a verme un día a la oficina —agregó dándole una sutil esperanza con la mirada cuando empezó a caminar de espaldas un par de pasos— . No necesitas cita —insistió volviendo a emocionarlo como un adolescente en su primera cita. Retrocedió un poco más y se encaminó al ascensor por fin..
—No me dijiste tu nombre —señaló yendo detrás de ella—. ¿Cómo te llamas?
Serena se detuvo y giró un poco.
—Averígualo por tu cuenta —. No pudo evitar sonar seductora—. Debo irme, se me hace tarde.
Su esbelta figura siguió caminando al fondo de la recepción, hasta llegar al elevador y entrar en él. Se miraron hasta que la puerta se cerró.
Oscar vio desaparecer a la mujer más bella que había visto en su vida. Entonces, intrigado, se acercó a la recepción.
—Disculpa… —iba a preguntarle por ella, a la joven, pero recordó el papel que le dio. Lo sacó de la chaqueta y comprobó que era un cheque.
—¿¡Pero, qué rayos… !? —exclamó y dirigió la vista al elevador—. Yo no le pedí… —. Leyó la firma y recibió una sorpresa aún más grande—. ¡No puede ser!
—¿Le pasa algo, señor? —preguntó la recepcionista, al verlo tan afectado.
Miró a la chica con asombro.
—¿Ella es Serena?
La chica frunció el ceño.
—Usted venía con ella, creí que eran amigos —contestó confundida por su pregunta pues lucían tan cómodos en compañía mutua que creyó que por fin que la temible mujer de negocios había encontrado a alguien especial.
—Por favor, solo confirma lo que te estoy preguntando.
—Pues si… ella es.
Oscar leyó la rúbrica en el papel una vez más.
—Serena Hassel —repitió, acariciando su nombre.
—La misma, señor.
—No lo puedo creer.
—¿En verdad no se conocían? —insistió la joven con curiosidad.
—¡No! Ella chocó mi camioneta afuera hace unos minutos —señaló al frente de la recepción.
—¿Lo chocó? —repitió entre incrédula y divertida.
—Si… —murmuró fuera de sí ante lo que acababa de suceder.
Esa belleza magnífica era Serena Hassel, sonrió asombrado. Con razón Karen moría de celos y envidia. Realmente era impresionante.
Salió del ascensor con la emoción a flor de piel. Aún sentía en la nariz ese aroma fresco de Oscar. ¡Qué hombre tan fantástico! Se imaginó haciendo el negocio de su vida con él. Confiaba en que no lo pensaría dos veces e iría a buscarla… tal vez lo vería entrar allí en unos minutos, donde ella, ahora estaba poniendo un pie fuera del elevador.
Entró a la lujosa oficina que abarcaba todo un piso y levantó la barbilla con orgullo. Todo absolutamente todo estaba a punto de dársele. Nadie merecía más que ella, la multimillonaria herencia de Eugene Moore.
Recibió el saludo de un par de empleadas. Incluso se cruzó en su camino Ian.
—Buenos días, señora Hassel —saludó con una detestable voz dulzona.
—Buen día —respondió seca, tan solo por educación.
—¿Podría verla en una hora?
Serena siguió caminando, con el contador a su lado.
—No, señor —contestó aún más fría, pues se necesitaba ser muy estúpido para no darse cuenta de lo que realmente pretendía—. Estaré muy ocupada. No es un buen día —señaló con firmeza.
Lo miró de soslayo, con frialdad, y siguió adelante. Ian detuvo el paso y la dejó ir. Apenas llegó a su área laboral, notó la presencia de Karen, la detestable y ordinaria Karen.
Estaba sentada, esperando en la sala, frente al escritorio de su secretaria, una chica de aspecto dulce y tranquilo.
—Buenos días, Serena —saludó la exótica belleza levantándose del sillón.
Serena la observó. En verdad se esforzaba por lucir respetable, pero la vulgaridad se le escapaba por los poros, pensó con desagrado y de esa manera la miró.
—Eran buenos hasta que te vi —respondió ásperamente, acercándose al escritorio de Sheyla.
—Buen día, señora —saludó la chica tomando varios sobres y documentos. Se puso de pie y Serena la miró como saludo —. Supe que su chofer está en casa.
Serena levantó las cejas.
—Sí, ese señor no entiende cómo me molesta su comportamiento —amplió la información—. Trató de engañarme una vez más diciendo que estaba sano. Como si no lo conociera.
La chica rubia de cabello liso entendía perfectamente de qué hablaba.
—Vengo para que hablemos —insistió Karen en llamar su atención. Serena detectó la nota de enfado en su tono. Seguramente estaba apretando los dientes al hablarle fingiendo una tranquilidad que no sentía—, esta vez con calma.
Serena cruzó unas palabras más con su secretaria, antes de girarse sobre los tacones para mirarla con frialdad.
—Será una conversación larga, supongo.
—Es necesaria.
—Muy bien —aceptó Serena. La morena de busto grande levantó una ceja complacida. La ejecutiva, solo tenía mente para el que ya consideraba su futuro marido. Esa miserable que tenía enfrente, iba a padecer lo indecible, pensó. Casi sonrió al imaginar la cara que pondría cuando supiera que no le iba a dar un solo centavo, pero antes… —. Sheyla, dele una cita a la señora, para dentro de dos semanas.
Karen abrió los ojos como platos. Palideció bajo las capas de maquillaje. Deseó lanzarse sobre ella y ahorcarla, pero recordó las palabras de Oscar, pidiéndole que cambiara la estrategia. Respiró profundo y se mordió la lengua. Serena ya no la miró porque simplemente siguió su camino al despacho.
Oscar observaba el cheque, mas no por la cantidad que en él había, sino por la mujer que lo había firmado. Su precioso rostro se negaba a salir de su mente. Seguía impresionado, por su belleza; pero, sobre todo, porque no le pareció que fuera el monstruo que Karen le describió.
Estaba sentado tras el volante de su abollada camioneta cuando de pronto la puerta se abrió. Karen subió como un bólido y una vez más cerró con fuerza tras de sí, lo cual auguró malas noticias. Además, de que empezaba a ser incómodo que tratara así algo que para él era tan valioso.
—¿Ahora qué pasó? —preguntó doblando el cheque, metiéndolo en el bolsillo de su chaqueta, recordando que la elegante belleza de la Lincoln hizo muchísimo más que darle un golpecito a su querida camioneta—. ¿Por qué vienes tan alterada?
—Serena… —gruñó Karen arrastrando el nombre de su enemiga. Se cruzó de brazos como niña berrinchuda, pensando en mil maneras de acabar con la vida de esa bruja.
—¿Volvieron a discutir? —cuestionó, aunque todo indicaba que sí.
—No.
—¿Entonces… ? —sintió curiosidad.
—¡Es una maleducada! —se giró hacia él, bruscamente—. ¡Maldita perra prepotente! —gruñó llevándose las manos a la cabeza con rabiosa frustración.
—¿Le pediste una cita? —la cuestionó, tratando de que su curiosidad no lo llevara a inmiscuirse en asuntos que no le correspondían.
—¡Si! —exclamó soltando los brazos para golpear el asiento con los puños, ignorando sus enormes uñas decoradas—. ¡Y ya me la dio! —volvió a chillar lastimando, esa vez, los oídos de Oscar.
—Entonces, ¿por qué te enojas?
—No me comprendes, ¿verdad? —inquirió dolida, con los ojos brillantes de lágrimas, e hizo además un puchero que lo dejó con una pregunta en la cabeza: ¿Cuántos años tenía?—. Acabo de humillarme ante esa arpía, que con sus aires de grandeza me recuerda lo poco que tengo —replicó furiosa, dándole una imagen contraria a la de la mujer que habló con él. Karen le contó cómo la bruja sin corazón, apenas la miró al llegar y luego de pedirle a su secretaria que le diera una cita, la dejó en la sala de espera, sin mirar atrás—. ¡Se fue a encerrar a su cueva, como si yo no fuera digna de su despedida!
Oscar estaba boquiabierto. ¿Seguro que estaban hablando de la misma mujer?
—Karen, creo que estás muy sensible —trató de hacerla ver otro punto de vista.
—¡Y cómo debo estar si mi hijo necesita ese maldito dinero! —grito completamente iracunda—. ¡Ella —señaló hacia el edificio como si la tuviera a poca distancia y Oscar miró en esa dirección un segundo—, esa…cosa horrible que sabe que es hijo de Eugene, simplemente se niega a apoyarme! ¡Lo único que hace es humillarme! ¡¡Uuuuy la detesto!! —jadeó desesperada, llevándose las manos a la cabeza.
Oscar no pudo darle réplica a sus palabras. Era muy doloroso ver que quien amaba se está muriendo. ¿Qué podía hacer para ayudarla?
—¿Y cómo les fue con la señora? —preguntó Frank sentándose frente a Oscar en el patio del taller, al terminar el día de trabajo, cuando los demás compañeros se empezaban a retirar.
—No entré con Karen —confesó cabizbajo.
—¿No? —se sorprendió el joven bajándose con dificultad la parte superior del overall mecánico—. Creí que el plan era otro, acompañarla y quizás hablar con la desconocida.
Oscar sonrió.
—No…
—Pero, ¿consiguió la cita? —preguntó Frank y vio a Oscar asentir —¿Por eso estás contento?
—No —su sonrisa se duplicó en tamaño intrigándolo—. Es que me pasó algo —dijo en tono misterioso, como si alguien pudiera escucharlo, incluso se sentía nervioso—. Conocí a Serena.
—¿La viuda? —inquirió el pelilargo interesado, inclinándose hacia él, dibujando una sutil sonrisa—. ¿Cómo? ¿Dónde?
—Allí mismo, frente al edificio —respondió, sin poder quitarse una sonrisa de los labios.
—¿Y qué tal está? —cuestionó, analizando su reacción que era algo sumamente novedoso—. ¿Es muy vieja?
Oscar negó con la cabeza. Incluso se mojó los labios y sintió que una erección estaba a punto de llegar. Resopló enderezando la figura un momento. Saludó a un compañero que se iba y luego miró a Fran con complicidad.
—Ni te imaginas —contestó apoyándose en los antebrazos, sobre los muslos—. Es una belleza de pies a cabeza—detalló lentamente, emocionado—. Toda una dama… —agregó recordando, tanto que su mirada se perdió un instante—. La verdad nunca había conocido a alguien que me dejara hipnotizado, mirándolo como tonto.
—¿Tan bonita es? —inquirió con suma curiosidad.
—Más que eso —dijo realmente fascinado—. Es preciosa, bellísima —mencionó como si fuera única.
—Entonces, no es una anciana —quiso tenerlo bien claro..
—No, tal vez tenga algunos treinta años como máximo — Es tan linda, tan delicada y frágil, parecía una muñequita. Muy, muy delgada, pero perfecta —se sorprendió a sí mismo pues toda su vida le habían atraído las mujeres con curvas pronunciadas, con mucha carne y aspecto más fuerte…como Karen, pues él era un tipo alto y de complexión robusta.
—Un momento —Frank se enderezó en la silla, sintiéndose confundido —, ¿no te habrás equivocado de persona? Porque Karen la describe de otra manera y por lo que he oído, tiene un carácter peor que el de ella, que ya es mucho decir.
Oscar bajó la mirada hacia sus manos engrasadas. Eran tan toscas y grandes en contraste con la delicada suavidad de Serena, que no entendía cómo pudo esa mujer tan bella permitir que la tocara.
—Nunca vi a la mujer prepotente que dice que es —musitó con calidez. se sentía como en el limbo cada vez que su rostro le llegaba a la mente—. Cuando me saludó, no le importó tocar mis manos —susurró viéndolas nuevamente—. Cuando le dije que era mecánico, tampoco actuó con asco —se acordó de Karen cuando lo veía llegar a visitarla a su lujoso departamento—. Siempre fue muy delicada, educada… —sonrió de nuevo al recordar que su presencia la inquietó sexualmente—. Hasta me pagó la compostura de la camioneta.
Frank se removió escandalosamente en la silla.
—¿Qué? —replicó asombrado, llevándose las manos al largo cabello—. ¿Ella fue la que te destrozó la camioneta?
—Si —sonrió, recordando ese instante en que su camioneta se pegó a la suya como él deseaba hacerlo a su cuerpo—. Es que no sabe manejar estándar —dijo como si fuera gracioso.
—Te va a costar un ojo de la cara arreglar ese tallón —anunció el chico mirando el vehículo frente a él..
—Un talloncito sin importancia —suspiró—, nada que no pueda arreglarse.
—¿Un talloncito? —repitió Frank con picardía en la mirada —Bueno, si aparte de darte un tallón, te pagó, qué bueno, ¿no? A mí me encantan ésos detalles en una mujer.
Oscar se rio.
—Más respeto, grosero —espetó dándole un empujón, como si él nunca hubiera tenido pensamientos lujuriosos con la ejecutiva—. Pero no creo que esa mujer piense en mí, más que como algo pasajero —comentó soñando, anhelando un próximo encuentro—. Aunque sí me sorprendió con una pregunta que me hizo —recordó de pronto—. Me preguntó si era soltero.
Frank nuevamente reaccionó emocionado y le dio un empujón en el hombro tan exagerado que casi lo tumba. Llevaba una oculta venganza por el manazo anterior.
—¡Amigoooo! —sonrió emocionado por él y le agarró la muñeca para evitar que se lo regresara, especialmente ahora que tenía los hombros descubiertos. Oscar levantó las manos buscando la paz y Frank aprovechó para seguir dándole unos golpes en el brazo—. ¡Allí hay algo!
Oscar se resguardó de sus muestras de felicidad poniendo distancia y se rio un poco.
—Me dijo que la buscara para hacer negocios —comentó empezando a preguntarse qué clase de negocios. Aparte del taller mecánico no tenía nada más que ofrecerle.
—Por lo visto, ya Diosito te mandó tu regalote por ser tan bueno —dijo Frank en tono socarrón—. ¿Ves? No eres tan feo.
—Por favor. Una mujer así no necesita buscar en la calle un amante, de seguro tiene una fila de pretendientes esperando a que les dé una oportunidad —puntualizó y al instante la idea de que ella tuviera otros hombres le resultó incómoda.
—A lo mejor nadie le interesa y tú estás bien dotado, mírate, un metro ochenta y ocho de estatura, ciento veinte kilos…
—Cien nada más, no exageres —corrigió su observación tocándose la barriga.
—Bueno cien… pero no tienes algún defecto como para que ella te rechace.
—Por supuesto que tengo un pequeño detalle —aseguró y Frank miró su entrepierna—, eso no estúpido. Me refiero a que tengo novia.
—Pero no la quieres —aseguró abriendo los brazos como dándole una buena noticia.
—Claro que sí —respondió inseguro, aunque fingió lo contrario.
—No, Oscar, es tu corazón de pollo el que te tiene a su lado —indicó poniéndose serio—. Esa necesidad tan grande que tienes de protegerla de lo malo. Bueno, a ella no, a su hijo.
—Nunca dije que la amara, pero puede llegar a darse.
—Claro, amigo, engañate.
Oscar meneó la cabeza. Frank tenía razón, reconoció mientras se ponía de pie, pues mientras más conocía a Karen más descubría en ella detalles de su personalidad que no encajaban con la suya, Aun así estaba dispuesto a apoyarla hasta ver alguna esperanza para Tomy.
—Mejor vamos a lavarnos para ir a descansar.
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