Sabía que Ramuel no sería tan estúpido como para quedarse esperando a mi llegada en casa de Luna, pero por algún lugar debía empezar a buscar. Ayudé a Sam a recostarse con cuidado en el sofá. Por mucho que insistiese en acompañarme, era más que obvio que no podría ni mover una pluma contra mi enemigo, de tan deteriorado que estaba su estado. Ese era otro asunto que saldar con mi antiguo jefe. Sin poder creer lo que había descubierto en aquel libro que me había dado, Sam había ido a reclamarle a Ramuel, quien había respondido tomándolo prisionero y torturándolo con ayuda de los demonios que tenía bajo su mando.
Ya teníamos la respuesta al misterio sobre quién estaba enviando a esas criaturas a atacarnos. Aunque todavía desconocía qué había hecho para ofenderlo tanto. La angustia por no saber el paradero de Luna comenzó a hacer mella en mí. Me desplazaba de un lugar a otro sin saber qué hacer. Sam me lanzó uno de los cojines del sofá cuando al llamarme por cuarta vez no respondí.
—¿Qué?
—Usa el vínculo.
—El vínculo ya no existe —le informé, notando cómo se asombraba—. No puedo localizarla de ese modo.
—¿Estás diciendo que estás así de desesperado aun cuando la muerte de Luna no te afectaría en lo más mínimo?
Le dirigí una mirada venenosa. ¿Cómo que no me afectaría en lo más mínimo? El mundo sin Luna era… un pedazo de roca al que mi padre había poblado con criaturas molestas. Carecía de brillo y de importancia si ella no estaba viva. Le pregunté si tenía alguna idea de cómo rastrearlos, y sugirió mis habilidades de vigilante. No funcionó. Ramuel debía estar ocultando su rastro de alguna manera. Sentí que la desesperación me embargaba. Me tiré del cabello hacia atrás, como si con ello despejara el camino para una nueva idea.
—De acuerdo —acepté—. Quizás me guste la humana.
—¿Quizás? —repitió él, divertido—. Yo creo que es bastante evidente.
—Bien, lo admito. Me gusta mucho. Cuando pienso en que Ramuel le puede hacer daño, siento que la piel se me electrifica de tanta rabia. Sam, quiero matarlo. Lo voy a matar.
Samsaveel asintió, comenzando a sonreír más abiertamente. Pensé que sería más difícil de confesar, pero la verdad era que lo encontraba liberador.
—Vaya, y eso que solo te gusta la chica.
Sus palabras me dieron vuelta en la cabeza por varios minutos, acusándome de mentir. Pero no tenía tiempo para profundizar en lo que sentía, porque ella estaba en peligro y otra vez me encontraba sin saber qué hacer. De pronto una idea surgió en mi mente. Si podía ponerla en práctica, no habría lugar en la tierra, el cielo o el infierno donde Ramuel pudiera esconderse. Con ese pensamiento en mente, le pedí a Sam que me esperara allí —a lo que él contestó que no iría a ninguna parte por mucho que quisiera—mientras yo me regresaba al infierno en busca de una útil herramienta.
Lucifer se mostró reacio a la idea de prestarme a sus mascotas, los sabuesos infernales, para que pudiera rastrear el aroma de Luna hasta su destino. Sin embargo, luego de que le prometiera limpiar los establos de los jinetes del apocalipsis por un mes, aceptó de buen grado. Maldito oportunista. Volví a casa llevando a los caninos sujetos por una correa especial. Los sabuesos infernales eran imperceptibles por el ojo humano. Solo eran visibles para ellos cuando los perros los perseguían con el objetivo de llevarse su alma. Eso, por supuesto, solo pasaba en casos particulares, cuando los humanos eran especialmente malignos. Para las criaturas que sí podíamos verlos, a simple vista parecían ser unos perros regulares. Sin embargo, si uno se fijaba bien, notaba que las cuencas de los ojos estaban vacías, que sus colmillos eran demasiado largos, y que su aliento apestaba a podrido. Lo positivo era que ellos nunca, bajo ninguna circunstancia, perdían una presa. La buscaban donde fuese necesario.
Los llevé a la habitación de Luna para que husmearan en sus pertenencias, así sus narices monstruosas se llenarían del suave olor de la chica. Los animales se sintieron atraídos por los cajones de la ropa interior, pero me negué a que olisquearan en aquellos. Eso era violar privacidad de Luna de una manera que no me agradaba. ¿Estaba celoso de un perro? Sí, pero nunca lo admitiría. Los canes olfatearon las sábanas de la cama por unos segundos antes de aullar. Esa era la señal de que habían detectado un rastro. Sonreí satisfecho. Ramuel quería jugar a las escondidas, pero yo lo encontraría en breve y su juego se acabaría.
Los sabuesos adoptaron una apariencia fantasmal, para desplazarse hasta su objetivo con comodidad y sin tener que esquivar obstáculos humanos o sus edificaciones. Sin pensarlo mucho, desplegué mis alas y usando mis habilidades de Vigilante para ocultarme, los seguí volando a toda velocidad. Tal y como lo esperaba, Ramuel había dado muchos rodeos por toda la ciudad. Era precavido. Quizás tenía la sospecha de que tarde o temprano me percataría de su traición. Los perros de Lucifer me guiaron hasta los límites del lugar, tras lo cual divisé terrenos llanos y suelos arados, con algún que otro granero a la vista. Maldije por lo bajo, imaginando que ella podía estar tirada en el suelo de uno de esos.
Sin embargo, los canes siguieron de largo su recorrido sin molestarse en mirar dentro de las estructuras. Me preocupé cuando los vi tomar rumbo al bosque que marcaba el fin de la zona poblada. No quería pensar que ella ya podía estar muerta. La imaginé tendida sobre el suelo del bosque, con la mirada fija y el cuerpo frío. Sacudí la cabeza cuando ese pensamiento casi me hizo gritar. Entonces los perros comenzaron a aullar una vez más y se detuvieron. La presa había sido localizada. Toqué la tierra y les ordené descansar, entonces los sabuesos infernales se fundieron con la gravilla entre gruñidos y ladridos guturales hasta desaparecer. No estaban muy contentos con que les hubiera privado de la mejor parte, pero tenían que comprender que el alma de Luna no estaba disponible para ser arrastrada al infierno.
Un segundo después, aparté los arbustos que me separaban de mi objetivo. En un pequeño claro de bosque, Ramuel me estaba mirando con rabia, notando mi presencia de inmediato. A sus espaldas, una furiosa Luna lo observaba con cierta expresión que conocía bien. La que siempre tenía antes de cometer una locura. Mi alivio fue tan grande al verla viva y sana, que en un primer momento solo pude contemplarla. No me alcanzó el tiempo para advertirle que iba a cometer una estupidez.
Luna lanzó un chillido de guerra, se impulsó hasta agarrarse del cuello de Ramuel, y comenzó a sacudirlo con todas sus fuerzas. La imagen era ridícula. Por supuesto, el ángel no se movió ni un centímetro. Lo único que logró fue hacer que su “víctima” torciera los ojos en una actitud de fastidio. Me reí en mi interior, sin que mis labios lo demostraran. La chica sería capaz de sacar de quicio a la criatura más paciente alguna vez creada. Esperaba que, en el tiempo trascurrido desde que se había atrevido a secuestrarla, Ramuel hubiese sufrido mucho. Lo cual me hacía preguntarme por qué no la había matado.
—Azazyel —saludó, intentando deshacer el amarre de lucha libre que le había hecho la chica—. Hasta que nos encuentras.
—¡Zazy! —gritó ella, soltando el cuello del ángel y lanzándose a correr en mi dirección.
Sin embargo, a medio camino hacia mí, Ramuel hizo un movimiento que detuvo a Luna en su lugar. La vi ponerse tensa y luego mirarme con inquietud. Entonces comenzó a retroceder paso a paso, mientras mi enemigo se reía de mi confusión. Al fijar mi mirada en su cintura, noté que había un delgado cordón de oro, reforzado con la esencia del ángel. La estaba envolviendo y le impedía desplazarse con libertad. La chica pegó la espalda a un árbol y se quedó quieta, sin dejar de clavarme sus ojos en el rostro. Intenté trasmitirle calma, nos sacaría a los dos de ese lío y la regresaría a casa.
—¿Qué te pasó? —La escuché preguntar, con tono angustioso.
Ramuel pareció reparar en el hecho de que mi sudadera estaba empapada de mi propia sangre. No había dejado de sangrar ni un segundo desde que el maldito príncipe demonio me apuñalara con el cuchillo de Sam. El ángel sonrió, sabiendo que ese hecho le daba ventaja.
—¿Estás herido? —Continuó ella, tensa— ¿Estarás bien?
—Estará bien —aseguró él, sonriendo—. Bien muerto, cuando termine con él.
—En tus malditos sueños, maldito plumífero —le chilló Luna, intentando resistirse al cordón que la apresaba—. Espero que te atropelle un avión mientras estés volando y pierdas tus preciosas alas.
—Sobre eso, —Intervine antes de que Ramuel contestara— tengo una mejor idea.
Mi antiguo jefe fue rápido, pero no lo suficiente como para evitar mi ataque. Me lancé sobre él logrando incrustarlo en el tronco de un árbol, que se partió en dos con el peso del impacto. Toda la preocupación que había sentido por Luna, toda la ansiedad que me provocó el no saber dónde estaba, se transformó en una furia ciega. En unos deseos incontrolables de destruir al que le había hecho daño. Ramuel aleteó con fuerza, buscando librarse de mi agarre. Solo lo logró cuando sus dedos se introdujeron en mi herida.
—¿Ni siquiera puedes pelear de manera limpia? —le pregunté, reprimiendo el dolor— Te desconozco, maldita sea. Eres peor que un Indigno.
Como respuesta, Ramuel rio mientras retorcía sus dedos para desgarrar la herida un poco más. Escuché gritar a Luna, que lloraba desde su posición forzada contra el tronco de otro árbol. El hilo dorado se enredaba también en su torso, manteniéndola bien sujeta. El ángel aprovechó mi momento de flaqueza para tomar la ventaja. Lo vi desenvainar su cuchillo plateado y me maldije por ser tan estúpido. Había olvidado tomar el de Sam en la cueva. En esos precisos momentos, la hoja yacía en el cuerpo putrefacto de un demonio. Había estado tan centrado en encontrar a Luna, que ni siquiera me había ocupado de armarme de manera apropiada. Suspiré al momento que esquivaba una estocada. Volví a mirar a la chica, rogando porque su simple imagen me brindara las fuerzas para resistir.
Así fue. Rugiendo como un animal salvaje, me deshice de la mano de Ramuel que me estaba torturando. Tomé su cuello entre mis dedos mientras con mi otro brazo apartaba poco a poco la amenaza plateada. Sentí que su mandíbula comenzar a ceder con un crujido de huesos, y su piel sangraba bajo mis uñas.
—¡Bastardo! —gritó, librándose de mi ataque con un golpe de su ala.
Grave error. Solté su cara y retorcí sus negras plumas entre mis dedos, asegurándome de arrancarle tantas como pudiera hasta que con un puñetazo en mi cara pudo soltarse. No iba a matarlo, pero le dolería bastante y le haría rabiar. Mi plan funcionó, porque Ramuel soltó un alarido atormentado y dejó caer el cuchillo sobre las hojas secas del suelo. Ignorando la punzada de dolor en mi abdomen, me puse de pie listo para volver a la carga. Mi intención había sido tomar el arma, pero él estaba sano y, por ello era más rápido que yo.
Ramuel se alejó de mí con un salto. Pensé que ya era bastante cobarde de su parte, pero superó mis expectativas cuando en dos pasos más logró colocarse detrás de Luna, amenazando su frágil cuello con el cuchillo plateado. Me quedé inmóvil. Luna se disponía a decir algo cuando su mano le cubrió la boca, apagando lo que estuviese a punto de hablar. Los ojos de la chica se abrieron a su máxima capacidad, fruto de su miedo. Intenté que mis sentimientos no se mostraran en mi expresión. Debí parecer calmado, como si la situación estuviese bajo mi control.
—Cierra el pico, niña —le dijo—. Ya tuve suficiente de ti.
Lo podía apostar. Ella debió poner a prueba su paciencia con una rapidez sin precedentes. Volví a relegar a un segundo plano el hecho de que me estaba desangrando sobre el suelo del bosque. Mi prioridad era Luna. Ante mis ojos, el cordón dorado de Ramuel comenzó a apretar el cuello de la pelirroja. Me inquieté y tragué despacio, pensando en mi próximo movimiento.
—Déjala ir —dije, por llenar el tenso silencio—. Sabes que esto es entre tú y yo. Ella no tiene nada que ver.
—Que digas eso es demasiado predecible —se burló él—. Puedes hacerlo mejor si quieres salvarla.
—Es que no entiendo qué quieres…
—¡Quiero libertad!
Su grito me tomó de sorpresa. Me pregunté en qué siglo de la historia había perdido Ramuel todo su sentido común y su cordura.
—Estoy harto de estar rodeado de criaturas sucias como los demonios —continuó—. Tuve suficiente de ello. ¡Quiero volver al paraíso!
—Me parece perfecto —comenté—. Solo explícame algo. ¿Cómo es que asesinar a una humana o a otro caído te ayudará a cumplir tu meta? ¿Perdiste el juicio?
—El juicio no, la paciencia sí. Si alguien tenía derecho a ser perdonado, ese era yo.
De pronto todo lo que Sam había dicho, cobraba sentido. Ramuel había descubierto que estaba vinculado a Luna, y había comprendido lo que eso significaba mucho antes que yo. Sus palabras estaban cargadas de un venenoso rencor. El ángel acercó el cuchillo a la garganta de la humana y sentí que la sangre bullía en mis venas, colérica. Entonces sucedió que Luna se cansó de esperar que la salvara. Con una formidable mordida, logró que su captor liberara su boca.
—¡No te preocupes por mí! —me gritó— ¡Él no puede hacerme daño!
Fruncí el ceño, confundido. Al ver que no comprendía, Luna se impulsó hacia el cuchillo. Iba a gritarle cuando noté que la hoja ni siquiera podía alcanzar su piel. Rebotaba sobre la misma como si un escudo la estuviese protegiendo. Rabioso, Ramuel la tomó de la cabeza y la empujó contra la corteza del árbol. Lo mismo sucedió una y otra vez. En cada ocasión, nuestro enemigo apretaba los puños con clara frustración. ¿Qué había pasado?
—¿Cómo lo hiciste? —murmuró Ramuel, mirándome con desprecio.
—¿Hacer… qué?
—¿Cómo lograste que Rafael la protegiera con su marca? ¡¿Cómo es que ese maldito bastardo de Rafael estuvo de acuerdo con esto?!
Seguía sin comprender lo que sucedía. Como para dejarlo claro, Ramuel atacó a Luna repetidas veces. El resultado fue el mismo siempre. Como si una pared invisible la protegiera, el cuchillo se negó a penetrar el cuerpo de Luna. Sonreí, pensando en lo que le diría a Rafael la próxima vez que me lo cruzara. El cabrón sabía que se habían equivocado al poner a una humana en el medio de una guerra entre demonios y ángeles. Al parecer tenía algo de integridad después de todo, porque la había marcado para que no pudiese ser dañada por ninguno de los dos bandos.
—Soy el favorito de nuestro padre —solté, provocándolo—. Por supuesto que iba a salvar a la humana que me gusta.
Percibí el instante en el que la respiración de Luna se ralentizó. La miré para transmitirle toda mi confianza y decirle en silencio todo lo que había querido decirle esa mañana. Que me iba en contra de mi voluntad. Que quería quedarme con ella, limpiando sus desastres y comiendo galletas de mantequilla. La chica me sonrió, con los ojos húmedos de felicidad.
El ataque de Ramuel no me sorprendió, aunque sí tardé un poco en responder al mismo. La herida sangrante me estaba haciendo un poco lento. Debía resolver aquella pelea cuanto antes, o me ganaría por agotamiento. Caí al suelo torciéndome un ala, pero me las arreglé para enderezarla a tiempo para evitar un daño importante. Aproveché para darme impulso con un aleteo, que tomó por sorpresa a mi enemigo. No esperaba que me quedara tanta energía aún. Acerté un puñetazo en el rostro de Ramuel que me llenó de satisfacción, aunque esta me duró poco. El ángel había recuperado el cuchillo sin que me percatara. Cuando intenté golpearlo una segunda vez, la hoja plateada se clavó entre mis nudillos. Antes de que pudiera evitarlo, grité al tiempo que el metal dañaba mi mano.
—¡Azazyel! —gritó Luna, asustada.
—Estoy bien —contesté, saltando lejos de Ramuel para examinar la nueva herida—. No pasó nada, ni siquiera me duele.
—Eres un mentiroso horrible, no te creo ni una palabra.
Sonreí a pesar del dolor. En ese momento Ramuel volvió a atacarme blandiendo el cuchillo. La herida en mi abdomen se tensó y comenzó a sangrar más cuando intenté quitarme de su camino. No podía moverme como quería, por lo que tendría que plantarle cara. Recordé mi objetivo una vez más: sus alas. Luna había estado tantas veces en peligro de muerte por su culpa, que me veía obligado a cumplir mi promesa. Tropecé con una roca y caí al suelo, lo que fue aprovechado por mi enemigo para cortarme en el brazo. Ramuel estaba seguro de su victoria y por ello se molestaba en llenarme de cortes en lugar de darme una estocada certera. Su orgullo podía ser su ruina y la causa de su muerte. Solo me quedaba esperar que bajase la guardia.
Ese momento llegó no mucho después, cuando tenía cortaduras por todas partes. La sudadera del hermano de Luna estaba oficialmente destruida. Ramuel hundió el cuchillo en una de mis alas, clavándola en el suelo del bosque. Mis fuerzas me abandonaron. El dolor era demasiado insoportable y ya estaba herido. Suspiré derrotado y entonces un grito me devolvió la esperanza.
—¡Azazyel! —llamó Luna— ¡No te atrevas a morirte sin que hayamos hecho el amor una sola vez!
Una sonrisa se abrió paso entre mis labios, dando lugar a una carcajada franca que desconcertó a Ramuel. Luna me había salvado con su locura.
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