Desperté entre la paja del establo para las yeguas. El sabor del alcohol en mi boca coincidió con mis recuerdos difusos. ¿Qué había hecho la noche anterior? Me vi entrando al salón principal donde estaban los guerreros y las doncellas. Caminé entre la ropa que yacía en el suelo y de una de las mesas tomé una botella de aguardiente.
La cabeza me daba tumbos y me dolía muchísimo. Al levantarme del sitio donde estaba encontré la botella totalmente vacía.
<<Por eso me duele la espalda, no por la herida. Dormí sobre la estúpida botella.>>
Traté de dar un paso y caí de rodillas, pero alcancé a meter las manos. Una de las yeguas se asustó un poco pero no hice nada por calmarla. No porque no quisiera sino porque no podía.
<<¿Cómo voy a salir de aquí?>>
Sabía que la hueste partiría a medio día de vuelta a Lergolla y no podía darme el lujo de llamar la atención, aunque… ¿no lo habría hecho ya la noche anterior?
Cual potrillo traté de levantarme sin éxito cuando la voz de Darco me llamó desde la espalda.
—¡Vaya! ¡Estas vivo!
En ese momento quise imitar a las zarigüeyas y quedarme quieta para ver si el depredador pasaba de largo. Pero conociendo a Darco sabía que no sería así.
—¿Amaneciste mudo?
<<Bien, sigue llamándome como un varón, tal vez no tenga tanto riesgo de…>>
—Ayer gritaste y peleaste como loco. Tu y el alcohol no son buenos compañeros.
<<Joder ¿Qué rayos hice?>>
Mi mirada se mantenía en la paja del suelo sin querer moverse. Escuché como Darco se trasladaba entre el seco crujir de las ramitas hasta que lo sentí a un lado de mí.
—No estés apenado. A todos se nos ha pasado la mano un poquitín. A ti se te pasó por mucho pero siempre hay una primera vez para los niños.
—No soy un niño. —El enojo había vuelto a mí.
—Si, eso mismo dijiste anoche. Que ambos teníamos casi la misma edad, que ambos teníamos vidas similares… gritaste como un loro. Casi imaginé que dirías mis secretos.
Me sentí como una idiota y como pude me puse en pie para mirar a Darco a la cara.
—Jamás me atrevería.
—Lo sé, lo digo como pitorreo. Solo me causó gracia ver como hacías toda una parafernalia por el alcohol.
Entre el mareo sentí que de nuevo me caía al suelo. Darco se dio cuenta y me tomó por ambos brazos.
—Siéntate.
El se colocó frente a mi y con una sonrisa burlona me miró.
—¿Primera vez?
—¿Es muy notorio?
—A decir verdad, sí. Te bebiste toda una botella de aguardiente a gilo. Todo mundo sabe que el aguardiente te puede mandar al otro mundo.
—Probablemente lo hizo, no recuerdo nada.
—Pues permíteme recordártelo. Te vi salir de entre un par de puertas bastante molesto y entraste al salón principal. Saliste unos minutos después con la botella en la mano y de inmediato le diste un par de tragos. Me fui caminando detrás de ti. Te veías molesto, decepcionado y triste así que te dejé mientras me encontraba en la distancia. Comenzaste a beber trago tras trago y eso me pareció peligroso. Cuando me acerqué a decirte que tuvieses cuidado ya estabas bastante entrado en el alcohol y al verme me gritaste. Parecías estar enojado conmigo y no querías escucharme. Luego intentaste golpearme, pero estabas tan mareado que no lo lograste. Te traje al establo en donde me quedé nuevamente a la distancia para no molestarte más y te bebiste hasta la última gota. Estuve aquí cuidándote en la noche. Sería muy tonto que hubieses sobrevivido a una batalla y murieras por beber alcohol.
La vergüenza se apoderó de mí. No podía proferir ni una sola palabra. Darco se dio cuenta. Había empezado a leerme y esta vez no fue la excepción.
—Voy a traerte algo para que comas y te repongas un poco. Unas horas más partimos de regreso. También traeré tu malla para que te cambies. No te muevas. Ya vengo.
Minutos después ya tenía frente a mí un plato con pichón, papas y verduras y dos copas de agua y vino. Darco había regresado para mover a la hueste y cuando me sentí menos mal salí y me uní a ellos. Me llevé una sorpresa al ver a Tareq montado en un caballo al lado del rey. Me hizo una reverencia con la cabeza y se la devolví. ¿A que iba todo eso? El dolor de cabeza me recordó que no debía pensar en esos momentos y que lo mejor era concentrarme en no tropezar en el camino. A mitad del recorrido Darco llegó a mi lado para hacerme compañía.
—¿Te sientes mejor?
—Si, ya estoy más despejado.
—Y ¿el dolor de la herida?
—En este momento me duele todo. No puedo distinguir un dolor puntual.
—Bien, es buena señal. Vas a recuperarte pronto.
—Darco, ¿sabes porque el hombre de túnica va a Lergolla?
—¿Tareq el sacerdote?
—Si, él.
—De vez en cuando se mueve entre los principados y el reino. Pidió ir al castillo para dar consejo. Dijo que las estrellas han enviado mensajes.
—Y, ¿esos mensajes son reales?
—El rey Diego no cree en ellos, pero el sacerdote es muy cercano a la señora Leah así que tiene el apoyo de ella y por ende del rey.
—Es curioso.
—¿Qué te parece curioso?
—Que el rey no crea en ese tipo de cosas. Suelen ser supersticiosos.
—No el rey Diego. Si hubiese sido supersticioso con solo ver tu color de cabello y las pecas en tu cara te habría echado del castillo.
Ambos reímos y compartimos el resto del viaje. Acampamos la primera noche y volvimos a retomar el camino en la mañana.
Al llegar al castillo como era de esperarse, Andra abrazaba a Tereno, su prometido que había vuelto sano y salvo, mientras con sus ojos veía a Darco, quien en la lejanía se llevaba una mano al pecho como seña de amor hacia ella.
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