—Todo Rainbows Bay lo supo. Con Jackson acompañándome en el hospital cuando al ser menor, debía asistirme mi padre…

Al caer el atardecer, la residencia de los Buttler fue la dirección que siguieron.

Todo se conservaba como Mike lo vislumbraba en sus memorias. Los retratos en las paredes de la estancia, tal cual cuando niños, como magnetitas lo atrajeron embebiéndolo en las imágenes de la Lillian en sus diferentes etapas de crecimiento.

—Pero nuestra relación fue un secreto a voces, así que no se tragaron el cuento de la Lillian embarazada del hijo de los Turner —Siguió diciendo, despojando al sofá grande de la sábana que lo envolvía —. ¿Quieres sentarte? Vuelvo en un minuto.

—Sí. Aquí te espero —aprobó él sin enfocarla, peregrinando como niño en un museo.

Las comisuras de la chica Buttler tiraron en sentidos opuestos, una enorme sonrisa cargada de la hilaridad del Michael curioso, el Mike del que se enamoró loca e intensamente.

¿Hizo lo que le pidió?

Para nada.

Lejos de arrellanarse en el sillón, su fisgoneo lo condujo hacia las escaleras. No se detuvo hasta que la recámara al final del pasillito contiguo, exhibió el portillo a medio cerrar, evidenciando la camita individual y una porción del tapiz infantil en los muros.

¿La curiosidad mató al gato?

Eso cuentan pero no, esta vez el viejo y conocido refrán se quedó lejos de asesinar a nadie.

Tiró de la punta más próxima del lienzo tapando la superficie mullida del lecho y este cayó, encogido en el suelo.

El poster de los rubios, roído pero aceptable todavía, colgaba sobre la cabecera de un modo sugerente, como si avisara al feo oso de felpa encima del colchón, sobre una inminente caída que lo pudiese poner en riesgo de darlo por desaparecido.

“Ojalá y eso fuese posible”. Se dijo Moore ahogando una risa, sin dejar de comprobarlo como si fuese parte de una mutación genética.

Cuánta nostalgia y añoranza.

—Te amo, Caracola. Te amo, te amo y mil veces te amo —susurró, aludiendo al postrero encuentro precisamente en esa pequeña habitación color rosa y blanco.

El pecho se le hinchó en una honda espiración.

—Así que, aquí estás —Le dijo Lilly, parada detrás de él y habiendo escuchado todo.

Cuando Michael se giró, involuntariamente su mirada recayó en la pila de sobres que llevaba en ambas manos y que el tiempo, indolente, se hubo encargado de volverlos amarillentos.

Perdóname, Mike. He sido una completa y enorme…

Las cartas se desplomaron como lo hicieron los malos entendidos, dispersándose en el linóleo al asalto de los labios de Moore, ardorosos y arrebatados.

Un cúmulo de emociones los asaltó, alivio, sosiego, deseo y anhelo. Probar el uno los besos del otro, era como el bálsamo que sanaría las heridas y el escozor que estas provocaban. No eran los adolescentes de antaño experimentando con las artes del amor, ahora se trataba de dos adultos en plena consciencia de sus actos pero a los que aun así, los instintos se les anteponían a la razón.

Sus lenguas se tocaron frenéticas, acariciándose en seductoras tentativas.

—Michael, yo… —de ojos cerrados, unieron sus frentes al romper el contacto con suma dificultad.

—No digas nada, Caracola — pidió jadeante, creyendo que saldría de esa boca exquisita, la confesión de una vida sexual compartida con el ojiverde que lo aborrecía igual que se aborrece al peor de los enemigos —. Por favor, no lo nombres. No ahora. No aquí.

Lilly suspiró.

No he estado con Jackson de ese modo.

Mike apretó los parpados, mordiéndose el labio inferior.

Siempre pensé que era porque no podía, hoy sé que la realidad es otra. No lo hice, porque no quería entregarme a otro que no fuera tú.

Elevaron el mentón, arrostrándose.

¿Cómo le diría que él sí que había estado con otras mujeres?

Tenía qué hacerlo.

Era a Lilly a quien se lo contaría. Su Lilly, no una de tantas a las que bastaba con invitar una copa en un bar, para que la propuesta indecorosa se diera por sobreentendida.

Titubeante se armó de valor, pero un dedo índice le oprimió la boca.

Sé que para los hombres no funciona igual, así que no tiene por qué…

Con cuidado, se retiró el dactilar que lo enmudecía plantándole un beso casto en la palma antes de colocársela en el pecho y apretarla contra sí.

Cinco años sin tenerte, sin saber de ti y aun así, no hubo nadie más en mi cama —hizo una pausa, reflexionando sus próximos enunciados —. Volví, Caracola. Cinco años después, volví por ti y…

— ¡Oh, Mike!

Alguien me dijo que tú y Jackson eran pareja. Que habían comenzado una relación meses después de irme a Boston y… que habían perdido un bebé.

Las gemas celestes de Lillian se abrieron, doblando su tamaño.

Patidifusa sería un adjetivo poco afable para describir su desconcierto.

—Creo que no hay necesidad de adivinar —agregó él, dándose por comprendido —, lo importante es que ya todo está aclarado y que te amo como el primer día, Lilly. Te amo con todo mí ser.

Sintiendo su calidez, Lillian se percató de que la besaría otra vez y el deseo se reavivó como una llama rugiente.

El beso fue tierno y apasionado a la vez, un beso que la colmó de éxtasis, de alborozo.

Un escalofrío la sobrecogió con los labios de Mike recorriéndole el cuello hasta llegar a la base, desviándose hacia su hombro desnudo y arrebatándole un siseo.

—Te extrañé tanto —declaró —. No sabes la falta que me hiciste, Caracola.

Disfrutando plenamente de las sensaciones, Lillian musitó: — Y tú no tienes idea de cuántas veces desperté nombrándote, soñando con que me hacías tuya nuevamente.

—Los sueños pueden hacerse realidad —Le rozó la mejilla con los nudillos, a la par que la consigna embalada en terciopelo puro sembraba en su centro la anticipación, una que hacía lo que se le antojó como un siglo, no apreciaba.

No me obligues a esperar.

Ella no podía creer que finalmente, Mike hubiese cumplido su promesa y, en ese instante lo amó más que nunca.

Entre besos hambrientos y palabras de amor, las ropas sobraron y el cubrecamas los adoptó bajo su cobijo, vistiendo los trajes de Adán y Eva.

Todo el tiempo se miraron conectando no solamente en el plano físico, sino asimismo en el espiritual. Porque aunque un cuerpo llene al otro, sin admiración de por medio no deja de ser más que una conexión vacía, solamente por saciar carencias y no por el maravilloso acto de complementarse, de conformar una misma sustancia concebida desde el alma.

La unión fue dolorosamente lenta. De ojos entornados y de piel húmeda, Lilly recibió en su interior a un Michael firme, incitante y provocador, empujando en tanto ella se movía con él en una coreografía opuesta a aquella que hubo fungido de ensayo. No precisó ser cuidadoso, solo enfocado en borrar las marcas de la separación con sus manos, su lengua y su boca halagando cada rincón, cada vértice y cada arista hasta que no cupiera la menor duda de que se pertenecían.

Los jadeos se intensificaron y el clímax irrumpió en su intimidad.

Un gemido animoso surgió de las profundidades de Lillian y en respuesta, advirtió el palpitar de Michael permitiéndose alcanzarla en el paraíso.

No estoy loca, ¿sabes?

— ¿A qué te refieres? Jamás lo he creído, Caracola.

Sus respiraciones agitadas hacían que el pecho les trepidara, enajenado.

—A que estoy consciente de que la voz que escuché cuando… —Pausó. ¿Para qué designar al acto, si no se había consumado? No lo merecía — Fue producto de mi imaginación, de mi sentido común aferrándose a la vida. Es solo que, me encantaría pensar que sí fue mi madre salvándome, pidiéndome ser fuerte porque como siempre, me estaba vaticinando el porvenir. Recordándome que el “NO” lo tenía asegurado y que debía apostar por el “SI”.  

Moore sonrió, sosteniendo su peso sobre ella con los codos apoyados en el colchón.

Entonces hazlo. Porque si ha de ser por mí, le estaré eternamente agradecido por mantener a salvo a mi mayor motivo. A quien más he amado en toda mi atropellada, tempestuosa y confusa existencia.

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