Fénix – Febrero

Hoy es un gran día. Por fin compré el disco que tanto estaba buscando. Ahorre mucho para conseguirlo y ¡ahora lo tengo en mis manos! Quiero apresurarme a llegar a la escuela. Necesito colarme en el club de radiodifusión para reproducirlo. Seguro Emma y Anya lo disfrutaran tanto como yo.

 “Baby can you see Im calling a guy like u should wear a warning”

Corro de prisa para llegar antes del timbre. Entro al salón y la fecha ya está puesta en el pizarrón. 28 de febrero de 2004. Hace frío afuera pero no lo sentí. Mi pueblo está cerca de un bosque así que el clima suele ser bastante fresco. Mis amigas ya están ahí y solo atino a sacar el CD de mi mochila y mostrarles la portada.

Un pequeño grito ahogado y corren hacia mí.

— No puedo creer que ya lo tengas.

— Christa me haces sentir celos. ¿Lo escuchamos?

— Si, vamos al club de radio, aún es temprano.

Corremos como niñas, aunque lo cierto es que ya somos todas unas mujeres. Entramos a hurtadillas, pues, aunque la puerta está abierta sería complicado si nos atrapan.

“With a taste of your lips, I’m on a ride You’re toxic, I’m slipping under”

—¿Puedes venir a casa después de clases? ¡Me encantaría escucharlo completo!

— Vamos Emma no seas ridícula, tendrías que escucharlo al menos por dos días seguidos

— ¡Pero mañana es mi cumpleaños! Quiero que ese sea mi regalo

— Si, aunque… tendría que ser el próximo fin de semana por que hay presentación de la banda.

— Sería agradable ¿no creen? Tal vez el fin de semana podríamos hacerlo

— ¿De verdad Christa?

— ¿Y un poco de tiempo el día de hoy?

— Hoy no puedo, tengo practica para ese evento.

— Bien, Entonces el próximo sábado será.

El día avanza como siempre. No puedo evitar sentirme emocionada sabiendo que tengo un preciado tesoro y que pude compartirlo con mis amigas. El tiempo se fue volando y cuando menos lo esperé me vi por los pasillos cargando mi trompeta para llegar a tiempo. El maestro Kowalski es muy estricto y si llego tarde me hará trabajar extra. Grandes escuelas avalan sus títulos como maestro de música y su trayectoria es fantástica. Todos admiran que, aun así, prefiere ser maestro en una escuela de un pequeño pueblo.

Y Si, tal como lo esperaba, el regaño llegó.

— Señorita Anders. Llega con 8 minutos de retraso. Tendrá que practicar después de clases.

Fantástico. Justo ahora.  Tenía que comprar el regalo de cumpleaños de Emma. Es la última de nosotras en cumplir 14 así que es importante para ella. Termino la práctica y me dispongo en otro lugar mientras mis compañeros se van.

— Christa.

Es el señor Kowalski quien me llama

— Dígame, profesor.

—Tendremos que cambiar el lugar de práctica. Este salón será usado por otros alumnos

— ¿Otros alumnos, quienes vendrán?

— No sea insolente Christa, son indicaciones de la junta directiva. Pero como aún debe cumplir su castigo, tendrá que acudir conmigo a mi domicilio. Ahí deberá practicar para corregir esas terribles notas que salen de su instrumento cada vez que se desconcentra.

¿Acudir a su casa? No lo se. Mamá me obligó a tomar esta clase para obtener créditos extras. ¿Tanto debería esforzarme? Si en la escuela es un incordio en su casa debe comportarse aún más exigente y me hará practicar hasta que me sangren las mejillas. No tuve opción. En menos de lo que esperé ya me encontraba en el frente de su pórtico mientras bajaba de su coche.

Estaba algo lejos de mi hogar así que pensé que si hacía todo rápido podría volver antes de las 7:00 de la tarde, justo a tiempo para ver el capítulo de “Smalville”.

La sala del señor Kowalski tenía una gran influencia artística. Un piano de cola, pinturas colgadas en las paredes. Para ser un soltero de su edad tenía buen gusto.

— Acompáñame, Christa. El estudio está por aquí.

Caminé hasta el final de un largo pasillo y me encontré con una puerta de madera bastante pesada que crujió un poco al abrirse.

— ¿Ahí abajo señor Kowalski?

— Si, es mi sótano. Lo he transformado en un estudio musical.

Las escaleras estaban alfombradas por lo que el tacto con los pies no hacía ningún ruido. Las paredes insonorizadas gracias a un material idéntico al de la sala de radiodifusión le daban un toque profesional. Un par de micrófonos en diferentes áreas de la habitación brillaban bajo la luz tenue del techo. En una mesa tenía un par de maletines que supuse tendrían otra parte de su equipo de musicalización.

— Toma asiento por allá y ponte cómoda.

— Gracias Señor Kowalski.

— Estamos fuera de la escuela dime Mark.

Eso fue bastante incómodo. No es común que un adolescente pueda tutear a un adulto. Y menos si se trata de una figura de autoridad.

— Lo siento señor Kowalsk, creo que no es correcto.

— Bah tonterías. Las reglas se hacen a partir de la puerta de la escuela. Aquí solo somos dos amigos.

¿Amigos? Si lo conocía hace un año que ingresé a los grados mayores y él era el encargado del departamento de artes de la secundaria, pero ¿ser amigos? Eso estaba poniéndose un poco extraño. Mientras pensaba en estas cosas su voz me interrumpió

— ¿Tienes algún artista favorito?

— Si señor… me gusta … me gusta Britney Spears.

— Ha si, la conozco, tengo su nuevo álbum ¿sabes? Hay una canción que es mi favorita.

Sacó el mismo CD que yo llevaba conmigo de una de las maletas que tenía apostadas sobre la mesa y la colocó en un minicomponente que estaba a mis espaldas.

La canción comenzó a sonar. Esas notas que tanto me habían gustado y que había reproducido antes para mis amigas.

— Sabes cual es mi parte favorita? — dijo mientras se sentaba a mi lado y se acercaba de una manera inapropiada

“With a taste of your lips, I’m on a ride You’re toxic, I’m slipping under”

— Señor Kowalski, no me parece que … — pero el continuó —“With a taste of a poison paradise I’m addicted to you Don’t you know that you’re toxic?”

Su índice y pulgar acariciaron mi boca y fue cuando supe definitivamente que las cosas no estaban bien

— ¿Don’t you know that you’re toxic?— me preguntó.

Sus ojos ya no eran los de siempre. Parecían los de un monstruo. Sus manos, convertidas en garras, me aferraban con fuerza para que no pudiera escapar… y el miedo me paralizó.

Ese día llegué a casa después de las 7:00. Papá y mamá no estaban preocupados porque nada malo pasaba por aquí. Duré cerca de dos horas en la regadera deseando que el agua arrastrara de mi piel ese terrible dolor. Había entrado en una pesadilla de la que no había forma de despertar. Mamá llamó a la puerta y me regañó preocupada por la factura del agua. Papá no se inmutó cuando le dije que no quería cenar.

Días después tomé el valor de hablar… de decir las cosas que había vivido, pero fue un gran error. El servicio médico legal me trató como basura. El psiquiatra que enviaron para apoyarme no hizo nada más que tomar notas y decirme que “debía superarlo”. Mis padres se sentían avergonzados, casi como si no pudiesen vivir sabiendo que yo era su hija.

Mis amigas dejaron de serlo. Sus padres les prohibieron tener contacto conmigo y pasé el resto de mis días de escuela escondida en el patio de la escuela con Becka, la chica extraña de la escuela, que aunque no me dirigía la palabra parecía ser la única que me acompañaba con su mirada. Los maestros minimizaron la situación y decían que era probable que yo hubiese exagerado las cosas porque “él no sería capaz de algo así”. Ni siquiera en la iglesia estaba a salvo. El pastor me dijo que yo lo había provocado, que los hombres son débiles y que mis intransigencias lo habían hecho pecar. Ya no podía salir tranquila a ninguna parte pues todos me miraban de una manera terrible, como si mi piel se estuviese cayendo en pedazos por la lepra… No se acercaban a mi como si estuviese hecha de plutonio radioactivo. “De seguro vestía indecente” “tal vez quería una mejor nota” “Pobre señor Kowalski, su carrera pende de un hilo”. Decían que nadie me había escuchado gritar. Que no había signos evidentes de que hubiese luchado. Que mi pasado me precedía y que solo quería hundir a un “buen hombre”

Mi mundo estaba de cabeza, pero no importaba. Parecía que a todos les afectaba más que a mí, que el señor Kowalski tenía problemas por mi culpa. Yo era la oveja negra de nuestro pequeño pueblo. Ya no podía seguir viviendo así. Solo quería cerrar los ojos y no despertar nunca más.

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