Nuestras acciones son producto de nuestros deseos y de nuestras decisiones, saber que pueden ser erróneas o acertadas debería ser lo principal cuando las llevamos a cabo. Comprender que no hay marcha atrás y no habrá una segunda oportunidad si estas fallan, también debería ser fácil de entender.

—¿Cuánto tiempo más estará inconsciente? —Bajo la mirada ante la pregunta de Mariela. —¿Unos días, semanas? —El tono de su voz tiene preocupación, aunque intenta ocultarlo.

—No puedo asegurarlo, al menos ya paso lo peor, tenemos que tenerlo en observación y vigilar su mejoría. —Ella asiente y suspira con pesar. —¿Has estado bien? —Pregunto mirándola.

—Claro, regrese de un viaje familiar, debería estar en mi casa, pero ahora estoy aquí, ¿Por qué me contactaste a mí? —Pregunta y la observo confundido.

—¿Ustedes no…? —Ella me observa confundida y encoge los hombros—Lo lamento, encontré tu número en sus contactos principales, creí que era lo más acertado.

—Pablo, la única relación que me une a Héctor es nuestra hija, por ella estoy aquí, yo espero que el mejore pronto, yo debo volver a mi casa—Se gira, pero antes de poder contenerlo, la detengo sosteniendo su brazo y Mariela me observa confundida.

—¿Por qué? —Pregunto y ella retira mi mano en silencio—Lo lamento, pero no entiendo, —¿De verdad lo dejaras aquí? ¿No sientes nada por él?

—Lástima quizás, mi hija lo adora, cada quien, a seguido su camino, y tú lo sabes bien, mi familia me espera, llámame si lo necesitas, dudo que una de sus chicas de turno se atreva a venir a este lugar, cuídate amigo. —Me abraza y sigo en silencio mirando como se aleja.

Bajo la mirada con mis ideas revueltas.

—¿Todo este bien doctor Foster? —Me tenso al escuchar es voz, aunque estoy de espaldas podría reconocerla sin importar cuantos años transcurran, Es Sara.

Me giro y una mujer muy hermosa con el cabello atado en una cola alta, un vestido corto negro y esa mirada dulce que la caracteriza me observa a unos centímetros de distancia. Pero retrocedo sin saber cómo será nuestra relación actual.

¿Tampoco no existe un nosotros?

—Sara—Susurro observándola, ella corta la distancia y sostiene mis manos sin dejar de sonreírme.

—Si, aquí estoy—Responde y un alivio recorre mi cuerpo al cuando ella no huye de mí—Desde esta mañana estas extraño, Mariela me conto todo, no te preocupes por ese idiota, estará bien—Me abraza y aunque sigo en silencio ella acaricia mi espalda y me observa con una sonrisa en su rostro.

—Doctor Foster lo solicitan en la oficina del director—Una enfermera nos observa y yo asiento observándola.

—Eres un hombre muy ocupado—Indica Sara y sonrió ante sus palabras—¿Debería enfermarme para que puedas cuidarme de mi en este lujoso hospital? —Pregunta entre risas, pero yo sigo en silencio solo observándola. —Un no hubiera bastado, ¿Te preocupa algo?

—Eres muy hermosa—Digo en un hilo de voz, ella sonríe y asiente varias veces. Aunque siento miedo, toco su rostro con delicadeza y Sara me observa en silencio.

—Se que te ocurre algo, ¿Sera cansancio? —Pregunta, pero cierro los ojos cuando el aroma de su cabello me nubla la mente. —Ven a cenar con los niños o nos mudaremos al hospital contigo, ¡Eh! —Bromea y la estrecho entre mis brazos.

—Prometo que iré, gracias por estar aquí—Respondo sin alejarme de ella, murmura algo que no entiendo y luego ríe—¿Qué dijiste? —Pregunto divertido, pero ella se aleja y encoge los hombros conteniendo su risa. —Debo ir, cuidare a Héctor—Sara asiente y nos despedimos con un corto beso.

Respiro aliviado cuando ella desaparece en el pasillo y aunque aún sigo confundido por Héctor y Mariela, de alguna manera, el saber que Sara sigue a mi lado, me genera tranquilidad.

El día transcurrió muy rápido, solo seguía órdenes y me perdida entre los pasillos del hospital, haciendo que todo el personal del centro de salud me observe extrañado. Me despido de mis supuestos superiores y detengo mi andar en la vereda principal.

—¿Cómo se supone que llegare a mi “Casa”? —Me pregunto ofuscado, las calles están desoladas y la luna en lo alto del cielo vislumbra el paisaje. Pero el sonido de un claxon me alerta y froto mis ojos al ver que un auto rojo se estaciona delante de mí, baja la vitrina del asiento del copiloto y ladeo la cabeza al ver que Sara lo conduce.

—Oiga, usted, habrá visto a un guapo doctor, distraído y perezoso salir de este lugar—Indica mirándome y rio cuando ella sonríe son diversión. —Vamos a casa. —Ingreso al auto contemplando todo a mi alrededor mientras ella continúa manejando contándome su día.

Una semana ya había transcurrido y por fin hace unas horas Héctor despertó. Cuando nuestras miradas se encontraron el entendió el reproche en los míos.

No habíamos podido hablar porque su familia ha estado presente todos estos días, pero sin duda necesito preguntarle qué fue lo que hizo.

Pero mis intentos fueron nulos, el parece olvidar que estamos aquí y no por coincidencia y es lo que no comprendo.

—¿Crees que Héctor se encuentre mejor? —Pregunta Sara cerrando la mochila negra y colocándosela a mi hijo Carlos.

—Se veía estable cuando lo dieron de alta, iré a verlo solo un momento, volveré pronto—Ella asiente y ambos nos despedimos.

Aunque no fue difícil encontrar su dirección en este presente, con solo prestar la mínima atención a los chismes amarillistas ya era suficiente, sin mencionar que en su historia clínica figuraba sus datos personales.

Ese día le pedí una copia de las llaves de su departamento, solo por precaución. Me identifico ante el guardia e ingreso a su casa en silencio. Se parece demasiado al presente real que ambos conocemos.

—Muero de hambre, ¿Qué hiciste de cenar? —Pregunto ingresando a su casa, pero no responde. Sonrió con sarcasmo al ver tanto lujo en su departamento, aunque también este lleno de botella de alcohol y chucherías.

—Vete a casa—Cruzo los brazos cuando escucho su voz, aunque no puedo verlo. Pasos recurrentes resuenan muy cerca y enarco una ceja cuando mi mejor amigo, bueno lo que queda de él, con ojeras, barba, con la ropa desaliñada y apestando a alcohol, se hace presente.

—Te recuerdo que saliste del hospital hace poco—Le regaño, pero el me empuja pasando de mí, dirigiéndose al pequeño gafete que tiene en el armario de su cocina, lo sigo al ver que retira una botella de alcohol.

—¡Déjame en paz! —Grita y suspiro con pesar. —¡Vienes a restregarme tu perfecta vida! —Desordeno mi cabello, pero este sigue mirándome iracundo.

—¡Si y es mi problema! —Le grito y nos miramos por un segundo y es cuando logro ver a aquel hombre que en algún momento en el pasado deseaba cambiar ese presente que tanto detestaba.

—La vida es una mierda—Susurra y se sienta en el sofá de la sala.

—Un poco si, no siempre todo saldrá como deseamos—Desvía la mirada ante mi comentario—Pero a pesar de eso, podemos contar con alguien que estará dispuesto a confiar en ti. —Me observa en silencio y yo sonrió palmeando su hombro.

—Mariela no quiere que vea a Natalia—Bajo la mirada al recordar el nombre de su hija.

—No puedo culparla—Respondo y cruzo los brazos, su expresión cambia a enojo y me empuja, pero rio al verlo así. —Mira el estado en que estas, Natalia ya no es una niña, tiene la edad de mi hija, ellas entienden todo lo que ocurre, demuéstrale a Mari que puedes cuidar a la pequeña.

—¿Cómo? —Pregunta lleva sus manos a su rostro.

—Primero date un baño, yo limpiare todo aquí, luego veremos, le pediré a Mariela que deje que visites a Natalia esta noche. —No me responde, pero me abraza y sonrió palmeando su hombro.

Suba muy rápido hasta el segundo piso de su departamento y suspiro con pesar observándolo.

—Tú me ayudaste una vez, sin importar si esta realidad existe o no, te ayudare amigo—Susurro mirándolo.

Enciendo la pantalla de mi celular dispuesto a escribirle a Mariela, pero es un mensaje de ella lo que me hace sonreír.

Mariela: Pensé en lo que hablamos en el hospital, mi niña no tiene por qué alejarse de su padre, hoy puedo llevarla solo por dos horas, indícale a Héctor que los veremos a las siete. Gracias.

Luego de que intentare cambiarle el look de loco de la playa que tenía, obligarle a deshacerse del alcohol y limpiar todo para que tuviera un ambiente con calor de hogar, estábamos listos para que lleguen las personas más importantes para mi mejor amigo.

—¿Si no le gusta el regalo? —Pregunta observando la montaña de cosas que pidió por internet para su hija, porque no se decidía.

—Imposible que algo de todo eso no le guste, guárdalo, no queremos que Mariela crea que quieres comprar a la niña, cuando lleguen me iré, solo muestrales lo mucho que puedes cambiar y estará bien—Me sonríe y ambos palmeamos el hombro del otro.

El timbre en la puerta principal nos alarma, la abro y me hago a un lado después de saludar a Mariela y la hija de Héctor.

—¿Ustedes por qué…? —Pregunta Mariela y yo rio negando con la cabeza.

—¡Tío Pablo! —Exclama la pequeña abrazándome.

—Hola Natalia—Respondo correspondiendo a su gesto, ella ladea la cabeza observándome confundida —¿Naty? —Pregunto y asiente sonriendo.

—Eso fue raro, ¿Dónde está Héctor? —Pregunta y carraspeo exageradamente, mi mejor amigo hace acto de presencia y se coloca a mi lado—Oh, te ves interesante, vendré por mi hija a las nueve, cuídala bien.

—No te preocupes por eso, hola princesa—Se coloca de cuclillas y la pequeña me observa en silencio, le sonrió indicándole que se acerque a su padre, ella y su madre se miran entre sí y ella asiente. La sonrisa que se dibuja en el rostro de Natalia me transmite la felicidad en sus ojos.

—Te extrañe mucho—Susurra abrazando a su padre y Héctor la abraza con fuerza, observo que algunas lágrimas caen por sus mejillas.

El dolor en mi pecho se hace presente al recordar esa escena tan familiar.

—Vamos Mari, ellos estarán bien—Mariela suspira y asiente.

Héctor sostiene la mano de su hija y ambos se sientan en el sofá riendo, no logro escuchar que se dicen, pero ella se ve feliz.

Ambos salimos recordando esa escena y me dispongo a llevar a Mariela a su casa, bueno a donde ella me indica.

—Aquí estará bien. —Indica y estaciono mi auto en la entrada de aquel lugar. Ambos bajamos y ladeo la cabeza, confundido frente a aquella casa de dos pisos, casi tan grande por fuera como la de Héctor, pero no es lo único que me confunde, sino la persona que sale del interior con un niño de doce años.

—Creímos que tardarían más en llegar ¿Y mi hija? —Rio con sarcasmos al escuchar esa voz. Franco. ¿Pero cómo? —Oh Pablo, cuanto tiempo.

—Si bastante. —Respondo con desdén. El hombre de mí misma edad con traje sastre me sonríe y entrelaza sus manos con Mariela y observo un anillo entre ellos.

—Ya hablamos de esto ¿No? —Enarco una ceja confundido y Mariela separa sus manos de Franco. —Cuídate Pablo, salúdame a los chicos y a Sara, vamos Oliver ingresemos a casa.

—¿Oliver? —Me pregunto en un susurro observando a aquel niño que me observa curioso.

—Es mi otro hijo, iré a día a verlos pronto, entremos ya—Asiento y Franco se despide con un ademan. Ingreso al auto y suspiro con pesar.

Pero al llegar a mi casa y ver a mi familia cenando en la mesa sonrió ingresando a mi habitación.

—¿Ocurre algo? —Niego con la cabeza al escuchar la pregunta de Sara. —Te ves intranquilo, ¿Todo bien con Héctor?

—Si, esta con Natalia en su casa—Respondo y Sara sonríe emocionada. —Estará todo bien, pero.

—Algo te preocupa, ¿Verdad? —asiento en silencio—No sé qué te tiene así pero aquí estoy para ayudarte y escucharte cuando lo necesites, todo mejorare ya lo veras—Me abraza y bajo la mirada en silencio.

¿Cómo podría decirte que de tantas veces que he cambiado lo que tenemos no sé qué tan real es cada realidad?

Y sin importar cuanto quiera alejarme de Sara, siempre terminamos cerca.

La noche llego muy rápido y aunque ya todos en casa estaban dormidos, yo no lograba conciliar el sueño, todo me preocupaba. Pero había algo que no podía sacar de mi mente, Debemos volver al pasado otra vez.

Me coloco un suéter y esta vez, aunque suene extraño, decido escribirle una nota a Sara.

“No puedo contarte que es lo que ocurre, pero deseo con todas mis fuerzas que todo esto se muestre en sueños para ti, que en algún momento si no estamos juntos, logres recordar lo mucho que luchamos por estarlo, como aquel día que nos conocimos en aquel autobús. Te ama Pablo.

Seco mis lágrimas, que no entendí en qué momento comenzaron a caer por mis mejillas.

Observo la hora y ya casi medianoche, retiro las llaves de mi auto y luego de escribirle un mensaje a Héctor, lo cito en un pequeño restaurant cercano.

¿Por qué?

Por alguna razón, luego de ver las horas en que solemos regresar o volver en el tiempo, suelen ser a las doce del mediodía o a la media noche.

—¿Qué ocurre? —Pregunta Héctor respirando con dificultas observándome desde la puerta del restaurant.

—Entra, ¿Trajiste lo que te pedí? —Le pregunto y el asiente confundido. —También le deje aquella nota a Mariela por mensaje, no entiendo por debemos hacerlo, ¿A dónde iremos? ¿Por qué la conocería peleando en una autopista? —Suspiro con pesar y su confusión es evidente.

No entiendo por qué comenzó a olvidar este hecho, pero yo le ayudare a recordar.

—Necesitamos volver Héctor y sobre la forma en que se conocieron, lo entenderás después—Le respondo y me observa enarcando una ceja—Al pasado, esto no es real, tienes que creerme, debemos regresar y reparar todo lo que está pasando.

—No entiendo, ¿Has bebido? —Pregunta y le indico que saqué aquella fotografía que le pedí, me muestra esa única donde están él, Mariela y la pequeña Natalia con solo meses de nacida, le muestro la mía y estamos Sara y yo sonriendo delante de aquel pequeño cuarto donde vivíamos.

—Aquí debemos volver—Señalo ambas de nuestras fotografías y él cruza los brazos—¿Te he mentido alguna vez? —Le pregunto, se toma su tiempo para responder y niega con la cabeza—Confía en mí, te aseguro que arreglaremos todo, intenta recordar el día de la fotografía, ¿Puedes hacerlo? —Me observa confundido, pero asiente despacio.

Intento cerrar los ojos a pesar de las personas que aún están en el restaurant, pero al ver que sigue observando la fotografía le palmeo el hombro indicándole que me imite.

Y como antes, las luces comienzan a parpadear y las personas siguen en su lugar, pero parecen no notar ningún cambio, a diferencia de Héctor que observa todo extrañado. La lluvia se hace presente y resuena con fuerza. Intento recordar aquel momento y mi mente recrea muchas imágenes, diálogos y emociones muy rápido haciendo que el dolor en mi cabeza aparezca. Trato de abrir los ojos y al que mi mejor amigo se sostiene la suya con fuerza sonrió a pesar del dolor.

Pero otra vez siento pesado mis ojos y todo oscurece muy rápido.



—¡Dile que se vaya, no quiero verlo! —Abro los ojos muy rápido y tropiezo cayendo al piso. Parpadeo muchas veces cuando los rayos del sol me ciegan.

—Mari, Héctor quiere hablar contigo, solo escúchalo—Observo a mi alrededor confundido y al ver a dos chicas jóvenes, sonrió y exclamo un sonido “Si”, al reconocer las calles de hace unos días, en dos mil siete, entonces volvimos al pasado.

—¿Qué le pasa a ese idiota? —Trago saliva al escuchar con claridad la voz de Mariela. —¿Por qué festejas tanto, quieres que te patee? —Pregunta y me coloco de pie negando con la cabeza.

—Oye, Pablo no te hizo nada, solo está un poco feliz—Sonrió cuando Sara me defiende y me observa con ternura.

—¡Héctor! —Alguien da un brinco a mi lado y giro la cabeza, un chico con camisa abierta, polo blanco y pantalón jean azul sentando en las bancas de maderas del parque.

—Un momento, ¿Oye todo bien? —Pregunto en un susurro, mi mejor amigo luce aturdido y no deja de observarse y yo desordeno mi cabello—Lo olvido otra vez—Susurro con pesar.

—¿Has bebido? —Pregunta y lo observo confundido, ríe y no sé cómo reaccionar a eso—Aquí estoy, recordé todo. —Rio y el me palmea el hombro, nos abrazamos y palmeamos el rostro del otro.

—No quiero arruinar su momento de romance explicito, pero Mariela se está yendo—Ambos giramos la mirada al escuchar a Sara, Héctor se coloca de pie y corre tras ella.

—¿Romance explicito? —Pregunto molesto y Sara ríe abrazándome—No fue gracioso, Mari y Héctor tienen mucho que hablar, dejemos que lo solucionen.

—Lo sé, ¿Deberíamos ir a dar una vuelta? —Pregunta Sara y acaricia su vientre, asiento entrelazando nuestras manos.

Observo que parecen discutir a los lejos, pero luego de unos empujones por parte de Mariela, Héctor de rodillas y ella cruzando los brazos, aunque minutos después conversan.

Minutos después se abrazan y sonreímos observándolos. Aquella tarde sin duda fue muy divertida, Héctor y yo solo reíamos observándonos.

Aunque el parece haber recordado por qué estamos aquí, lo que paso en ese presente alternativo, sigue preocupándome.

¿Qué hacía Franco con Mariela?

¿Debería contárselo?

Me cuestiono, aunque ver a ambos así de felices, entonces decido guardármelo para mí, será un secreto.

A pesar de la amenaza de aborto de Sara, ambos continuamos con nuestras vidas, alejados de nuestros padres, pero tratando de sobrellevar los gastos. O al menos así era hasta hoy.

—¿Y si no asistimos? —Dejo de guardar nuestros suéteres en mi mochila cuando Sara me pregunta aquello.

—No podemos huir de ellos, toda la vida—Respondo sin mirarla. —Es un avance que quieran verte—Susurre y aunque eso no ocurría antes.

—Mis padres no son buenas personas, pero no dejan de ser mi familia, solo que…

—Linda escúchame, si te sientes incomoda, regresaremos cuando tú lo digas, ¿Te parece bien? —Asiente y me abraza con fuerza.

Ya había transcurrido otro mes desde que el embarazo de Sara y Mariela comenzó, el mismo en que ninguno de los dos sabíamos algo de nuestros padres, hasta hoy, que ambas familias querían realizar una reunión.

Lo cual me pareció extraño, pero de alguna manera quizás solo me esté preocupando demás.

Luego de pedir un taxi, nos pusimos en marcha a la mansión de los Steller, estaba claro que en mi casa no seria. Martin el mayordomo principal, nos recibe y el reencuentro de Sara con él me hace sonreír, ambos nos miramos y solo asentimos en silencio.

El almuerzo familiar inicio en silencio e incomodidad, pero a pesar de eso, todo estaba muy tranquilo.

—Y, ¿Todo les está yendo bien? —Pregunta el señor Steller y ambos asentimos en silencio. —Qué bueno. Prueben el almuerzo, seguramente, hace mucho no tienen una buena comida. —Aprieto mis manos, pero Sara me sonríe y niega con la cabeza.

—Te equivocas papá, nos va muy bien y hemos tenido buenas comidas—Responde y me sonríe.

—¿De verdad? —Pregunta y sonríe—Me alegra entonces, discúlpenme un momento—Ambos asentimos cuando él se pone de pie seguido por la madre de Sara. Mis padres nos observan en silencio.

—También hemos estado bien, seguimos en la universidad—Respondo y ambos asienten.

—Que alivio—Responde mi madre y Sara sonríe—Coman, ella necesita tener una buena alimentación para que ese pequeño o pequeña este bien—Sara asiente y sonríe ante las palabras de mi mamá.

—Gracias, no se imagina lo importante que es para ambos sus palabras—Responde y asentimos en silencio—Se que quizás no tomamos las mejores decisiones en ese momento, pero…

—Deben irse ahora—Ambos nos observamos confundidos cuando Martin se nos acerca y nos susurra aquello.

—¿Qué ocurre? —Pregunto y los cuatro nos colocamos de pie.

—Nos indicaron que los enemigos de su padre, señorita Sara, están por atacar la casa. Deben irse—Me alarmo y entrelazo mi mano con la de ella seguido de mis padres, pero ella se detiene haciendo que la observe confundido.

—Sara, debemos salir de aquí—Le respondo, pero ella suelta mi mano.

—No, mis padres están el segundo piso, no podemos dejarlos aquí—Respondo y me desespero ante su respuesta—Saldré con ellos, solo les informare lo que ocurre, resguarda a tus padres por la puerta posterior, Martin guíalos. —El mayordomo asiente, pero yo lo hago a un lado y sigo a Sara a pesar de los gritos de mi padre.

—Vamos juntos, solo les diremos y volveremos ¿Verdad? —Sara trata de alejarme, pero ve mi insistencia, asiente y suspira con pesar, ambos subimos al segundo piso ante los rostros de susto de los sirvientes.

—Vayan a un lugar seguro, pónganse en resguardo—Todos asienten y comienzan a descender—Mis padres tienen muchos enemigos, si salimos todos de aquí, estarán a salvo. Asiento preocupado.

Comenzamos a buscar por las habitaciones, pero todas están vacías. Sara trata de contactar a sus padres por llamada, pero no contestan.

—Quizás los pusieron sobre aviso, debemos volver—Asiente y bajamos las escaleras muy rápido. Pero nos detenemos en seco cuando escuchamos un disparo no muy lejos de donde estamos.

—¡Papá! —Grita y aunque intento detenerla, ella corre hasta el jardín de su casa, la sigo, pero le jalo del brazo cuando observamos aquella escena escalofriante, como diez hombres rodean el gran jardín, vestidos de negro completo, con pasamontañas en la cabeza, dejando solo al descubierto sus ojos, llevan armas de gran calibre, revolver y rifles.

Pero lo que alarma a mi novia es ver a sus progenitores de rodillas en el centro del césped con las manos en la nuca y los ojos cerrados, dos hombres les apuntan en la frente con dos revolver.

Le cubro la boca a Sara y observo que llora en silencio.

—¿Cuánto tiempo creíste que nos tomaría enteraríamos de tus malversaciones Miguel? —El padre de Sara continua en silencio—Por años he seguido tus pasos y debo admitir que has sabido como despistarme.

—Tardaste mucho—Responde el señor Miguel, pero la respuesta del otro hombre es golpearlo con la cacha del revolver.

—Quien habla aquí soy yo, gracias a ti, la justicia sigue mis pasos, pero lo solucionare en este momento—Escucho que mueve su revolver u está a punto de apretar el gatillo y Sara forcejea entre mis brazos, pero yo la escondo detrás de unos arbustos.

—Es cuestión de segundos para que el mundo se entere de tus porquerías Fabian Méndez—Abro los ojos, sorprendido al escuchar ese apellido, pero sin poder reaccionar escuchamos cuatro disparos, uno tras otro. Sara tiembla y la abrazo con fuerza y sus lágrimas no se detienen.

—¡Salgan ya! —Nos cubro a ambos, muchos hombres corren muy rápido y aquel hombre de antes los sigue al final guardando su revolver en una bolsa transparente y mirando a todos lados.

Esperamos unos minutos en silencio, caminamos despacio entre el jardín y Sara me suelta la mano al ver a sus padres tendidos en el suelo desangrándose por la frente.

—No, no por favor—Susurro tratando de detenerla, pero ella no deja de llorar y los sostiene entre sus manos.

Llamo a emergencias, aunque ya sé que es demasiado tarde, pero observo la escena cuando el señor Miguel en su lecho de muerte, sube su diestra con cuidado al rostro de su hija y le sonríe despacio.

—Llamare a emergencias y estarán bien, solo esperen un poco—Susurra entre sollozas Sara, pero el señor Miguel me observa en silencio y niega con la cabeza. Finalizo mi llamada y me acerco—¿Qué estás haciendo?, ¡Pide una ambulancia, necesito que estén bien Pablo! —Grita mi novia, pero yo continuo en silencio.

—Hija te amo, perdón por habértelo dicho antes—Su voz suena rasposa, pero Sara niega con la cabeza aun sollozando. —Cuida…te—Su mano derecha cae al piso y cierra los ojos para dejar de respirar.

Me arrodillo y abrazo con fuerza a Sara que sigue aferrada a sus padres sin querer moverse de la escena.

Toda pasa muy rápido, al parecer Martin había llamado a emergencias y las sirenas de la patrulla y la ambulancia comenzó a resonar por toda la mansión.

Pero como las desgracias no pueden pasar tan rápido, al colocarse de pie Sara comienza a sangrar otra vez como aquella vez. Me observa asustada y el dolor en su vientre hace que apriete con fuerza mi brazo.

—¡Una ambulancia aquí por favor! —Sara me observa asustada a pesar del dolor y no sé qué hacer o cómo reaccionar—¿Señora ha tenido una amenaza de aborto? —Ella asiente aun sosteniendo su abdomen—¡Urgente ya o podemos estar frente a un aborto espontaneo!

Mis lagrimas caen en silencio por mis mejillas al ver que la recuestan en una camilla y la suben a la ambulancia.

—¡Señor reaccione, necesita venir con nosotros! —La misma enfermera me zarandea de los hombros y asiento aun ido, subo a la ambulancia y el miedo se apodera de ambos en el trayecto.

—¡Tenemos una emergencia! —Los médicos corren por el pasillo, pero yo sigo de pie en medio del comprender, sin comprender que ocurre.

—¡Pablo, tienes que reaccionar! —La voz de Héctor hace eco en mi mente, pero miles de recuerdos de aquellos niños en aquel presente que conozco regresan a mí. Sus gestos, caricias y risas pasan muy rápido haciendo que pierda el equilibrio y me siente en el piso.

—Es mi culpa—Susurra entre sollozos—Todo esto es mi culpa.

—Pablo, mírame nada de esto es culpa tuya, ¿Lo entiendes? —Aunque Héctor y Mariela tratan de calmarme no soy capaz de colocarme de pie, pero al ver a alguien de pie frente a mí, alzo la mirada colocándome de pie.

—Hicimos todo lo que estuvo en nuestras manos, lo siento mucho, pero la señora Steller tuvo un aborto espontaneo. —El medico frente a mi baja la mirada y se retira en silencio.

El dolor en mi pecho me oprime con fuerza y siento que pierdo la respiración. Jamás había experimentado algo tan doloroso como lo que estoy sintiendo.

Y es cuando entiendo que me equivoque de nuevo.

En todas las veces que intente cambiar nuestro futuro, queriendo que no estemos juntos como en aquel presente, donde según yo habíamos sufrido tanto. El mismo que teníamos tantos arrepentimientos y se veía todo sombrío.

No fui consiente que habíamos tenido momentos mágicos, en los cuales habíamos reído, llorado, nos emocionamos y tuvimos dos grandes motivaciones que nos daban valor.

¿En realidad lo había vuelto a perder todo otra vez? Mis lagrimas me nublan la visión y solo siento que quiero huir de aquí.

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