Fénix – Prólogo

Érase una vez un pequeño fénix que estaba solo. Los otros fénix parecían indiferentes a él a pesar de que era igual de rojo, sus plumas tenían la misma forma, su canto, aunque aún era inmaduro, no difería del de sus compañeros de especie. Pero parecía no importarles. No lo procuraban ni lo guiaban. No lo arropaban. Solo lo miraban y a pesar de la ternura de su edad, nadie tenía interés en ayudarlo.

El fénix, haciendo honor a ser el único ente de la creación que no sucumbió a la tentación enfrentó solo a sus enemigos. El estar desprotegido lo llevó por caminos que no eran los más bellos para poder florecer y crecer. Una vez llegó a un nido, pero estaba lleno de serpientes que lo mordieron e inyectaron su veneno, por lo que el pequeño tuvo que volar para salir de ahí. Herido llegó a otro nido que parecía ser un mejor lugar para vivir, pero los dragones vivían cerca y no tardaron en dañarlo.

Y entonces un día mientras sus alas tomaban un pardo color al cruzar un pantano, una flor de lis le habló

-Tranquilo pequeño, estas listo para renacer. Sobreviviste a la tentación del paraíso y has tenido una gran batalla. Tus alas y tu cuerpo están mordidos por serpientes, tienes marcas hechas por dragones, los basiliscos han intentado derrotarte, pero tú has salido con vida de todas tus peripecias.

El fénix triste, meditaba en silencio lo que la flor le decía. ¿Ahora renacería? ¿Qué sentido tenía renacer si el mundo en el que vivía le hacía tanto daño? ¿De qué le servirían todas esas cicatrices? Y mientras lo pensaba el fuego lo empezó a consumir lentamente hasta que de nuevo renació.

Pero sus alas estaban rotas. Fragmentadas. El fénix necesitaba ayuda, pero en el pantano no había nadie que pudiera si quiera consolarlo, solo la flor que veía como sus plumas eran un rompecabezas que necesitaba ser armado.

-Vamos, coloca bien tus plumas, no están en su lugar-

Algunas tenían las formas de las serpientes, otras de los dragones, cada una había tomado la forma de sus enemigos y la flor atemorizada solo veía como el pequeño fénix no lograba contener las piezas de su cuerpo.

El fénix en su renacer no entendía por qué la flor no lo ayudaba. Solo hablaba y daba consejos sin parar. Solo profería palabras, que tal vez eran buenas pero los daños habían sido tan graves que ahora el fénix no sabía cómo repararlos. La flor notó que entre todas las desfiguradas formas del cuerpo del fénix había una parecida a ella. La única figura amable entre tantas formas dolorosas, pero antes de que le fuese posible darle esa buena noticia a la pequeña ave, el fénix aún en pedazos se echó a volar de ahí.

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