MIRANDA
—Entonces, ¿vendrás a mi casa ésta noche y compartirás con nosotros la cena de Navidad? —pregunto, nada me hace más ilusión que poder verlo aquí de nuevo.
Lo oigo suspirar con pesadez al otro lado de la línea telefónica, en tanto me dejo caer sobre mi mullida almohada.
—No lo sé, Fierecilla. La verdad es que, no creo que a tu padre le agrade la idea demasiado. Te recuerdo que me odia —responde.
Si supiera que él mismo, mi padre, fue quien me pidió convencerlo.
—Te propongo un trato.
—Ya estás hablando mi idioma —inquiere soltando una risita queda, de esas que me hacen estremecer —. Anda, suéltalo ya. Veamos si vale la pena arriesgarse.
— Si vienes ésta noche y papá no se comporta con amabilidad, accederé a tu petición de vivir juntos. Es más…, en ese momento lo dejaré todo. Además, no me he olvidado de tu cumpleaños y te tengo el regalo perfecto.
— Feliz cumpleaños —le dije, con las lágrimas al por mayor y abrazándome con fuerza a su cintura, al salir de aquel lugar en el que pasé las peores horas de mi vida.
Remembrarlo me produce escalofríos pero, doy gracias a Dios que Kurt no alcanzó a disparar su arma o de lo contrario, nuestra historia habría contado con un final trágico.
Cuando cerré mis ojos en espera de lo peor y escuchando las palabras enfermizas de Kurt hacia Riley, el disparo se escuchó tan cerca que pude asegurar que había tirado del gatillo. Sin embargo, aún percibía la anatomía erguida de mi novio junto a mí y no me explicaba qué era lo que estaba pasando.
Por principio de cuentas creí que había fallado, no fue hasta que abrí mis parpados de nuevo cuando lo comprendí todo: el agente Johnson había bajado justo a tiempo para impedir lo que tanto temía.
Una herida de bala rozó el hombro derecho de nuestro agresor, habiendo obstaculizado su tarea. Ahora es él quien espera el veredicto del juez dentro de la prisión, pues en unos meses lo enjuiciarán por los cargos de asesinato, secuestro y doble intento de homicidio, sumados a una demanda de Cinthia por maltrato físico y psicológico.
Si me lo preguntan, gracias a la existencia del vídeo de Steve y las declaraciones de Darnell, no creo que salga en libertad nunca.
—Es una oferta tentadora. ¿Estás segura de eso? No quiero abusar de la situación —musita aparentemente serio, pero yo sé muy bien que no es así.
—Claro que lo estoy. Entonces, ¿aceptas?
—Trato hecho, Fierecilla. Empaca tus maletas, porque te vienes a vivir conmigo —sentencia, cortando la llamada.
—¡¡Nana!! ¡¡Prepara mi mejor vestido!! —grito, con la dicha amontonándose en mi pecho.
La noche ha caído y me siento nerviosa, no por Riley o el comportamiento de mi padre, sino porque quizás su destino cambie de manera sorprendente dándole lo que en verdad se merece.
Los invitados están llegando y las luces de colores adornan el jardín de extremo a extremo. La época navideña es de mis favoritas, aunque traer un vestido de gala con zapatos de piso no sea lo más elegante que pudiera haberse visto. Uno de los meseros pasa por mi costado con una charola repleta de copas de vino blanco y tomo una de ellas, llevándomela a los labios con la urgencia de beberme el contenido hasta el fondo.
—Nada de vino tan temprano —señala la dulce nana Cecil, arrebatándome el enser de cristal mucho antes de que sienta el sabor del licor.
La miro, frustrada.
—Solo una, nana. Estoy que me muero de los nervios.
—Está bien. Pero solo una —indica, regresándome la bebida —. Todo saldrá bien, criatura. Ya lo verás. ¡Mira! Ahí está el rey de Roma —anuncia, señalando en dirección de la entrada donde un Riley de cabello corto y barba recortada, aparece vestido con un esmoquin a juego con mi vestido negro.
Se ve mejor que nunca.
RILEY
«Tranquilo, solo es una cena». «Piensa que en cuanto el ogro Kane te saque a patadas, aceptará mudarse contigo».
La cantidad de autos que entran es indescriptible. La gente que baja de ellos viste sus mejores lujos moviéndose como si el mundo no los mereciera y, sé que si no fuera porque estoy jodidamente enamorado de esa chica, ya habría salido de aquí sin más complicación.
Me detengo en mitad del jardín pensando en cómo debo actuar o comportarme delante de su padre y en si seré capaz de contenerme a sus malos tratos, aunque de ser sincero, últimamente estoy mejorando en eso considerablemente. Cuando avanzo hacia los peldaños de la entrada y comienzo a subirlos uno a uno con la mirada fija en mis pies, una voz angelical consigue que todo lo que me provocaba incertidumbre se desvanezca.
—Luces…, genial —declara, parada en el último escalón.
Genial no es la palabra que yo usaría para describirla a ella con ese vestido que es como su segunda piel y su cabello recogido de una forma que deja ver su cuello, adornado por el crucifijo de plata que le obsequié aquel día en su cumpleaños. Creo que el término adecuado sería: Maravillosamente seductora.
Sonrío como un estúpido ante su sensual imagen que a pesar del bastón, continúa embelesándome como por vez primera, captando también la silueta de dos hombres uniéndose a ella: Paul Kane y alguien más que resulta desconocido para mí.
—Tú debes ser Riley —asegura el sujeto calvo y misterioso, descendiendo la escalera y ubicándose a mi lado —. Mi nombre es George Levy —Se presenta, alargando su mano con afán de estrechar la mía y así lo hago —, soy reclutador de talentos del motociclismo y miembro del equipo Honda. Te vi correr en un encuentro callejero hace algunas semanas y de verdad que me sorprendió el control que ejerces sobre la máquina. Así que me encantaría tenerte en nuestra escudería. ¿Qué dices?
«Recuerda que me hiciste una promesa, hermano”. “Las grandes pistas, con los profesionales».
El Steve imaginario contraataca.
«Va por ti, hermano».
Suspiro.
— ¿Que qué digo? Señor…, pues…, para mí sería un honor —expreso, con las emociones desequilibradas.
Sonríe en correspondencia, satisfecho.
—En una semana te haremos las pruebas. Ya te avisaré el lugar y la hora. Bienvenido al motociclismo de velocidad —añade, estrechando mi mano de nuevo.
—Y a la familia, muchacho —formula el señor Kane, aproximándose a nosotros de la mano de su hija y cómplice.
Ella sonríe.
—Feliz cumpleaños —dice, soltando el bastón y prendiéndose de mi cuello con ambos brazos para besarme con amor, ese amor tan fuerte que ha podido con todo y contra todos.
Perdí la apuesta, sin embargo gane muchas cosas más, como la oportunidad de ofrecerle un futuro digno.
MIRANDA
Un año después:
—Por favor, papá. Me estás poniendo más nerviosa. Deja de levantarte cada cinco segundos o haré que te saquen de aquí por interferir —sentencio. Éste hombre no sabe controlar sus emociones, pareciera que es él el que está en la pista.
—Sí, Paul. Ya basta. Él ni siquiera puede escuchar tus gritos —dice mamá a mi lado, en las gradas.
El nombre de Riley aparece en el lugar número cinco de la pizarra de posiciones, junto con dos de sus compañeros de equipo en el seis y siete consecutivos. Si logra subir o tan solo mantenerse, tendrá su pase asegurado al campeonato.
Dos vueltas más y lo sabremos.
— ¡Míralo! ¡Dos más y está dentro! —grita de nuevo mi padre, haciendo caso omiso a mis advertencias.
Riley parece estar disfrutando de esto. Nunca lo había notado tan entusiasmado, ni siquiera con sus encuentros clandestinos.
Papá y él, contra todo pasado increíble, han logrado acoplarse el uno al otro. Cuando no está en las pistas, tiene un empleo seguro en la empresa coordinando el trabajo mecánico. Su talento con los motores le abrió las puertas de la compañía convirtiéndolo en el elemento de esa área, en el que mi padre más confía.
La Universidad de Detroit, por ejemplo, es otro de los lugares que se ha honrado en tenerlo. Hicimos todos los movimientos y exámenes pertinentes para que fuera recibido y no solo eso; es uno de los mejores promedios de la generación consiguiendo adelantar curso y en un año más graduarnos a la par.
—¡¡Lo hicimos!! ¡¡Ese es mi yerno!! — exclama el suegro orgulloso y enfoco la pizarra como acto reflejo.
Un tercer lugar es estupendo.
Un año después:
— ¡Muchas felicidades! —exclaman Jason, Cinthia y Dion, abrazándonos a Riley y a mí.
— ¿Qué se siente que te llamen Señor ingeniero? —pregunta el moreno, de la mano de Cinthia.
Un cariño muy especial nació entre esos dos desde aquel incidente en el centro comercial. La situación cambió a mi amiga a grandes rasgos, haciendo de ella una mujer más centrada, madura y sobretodo, dándole una segunda oportunidad de ser feliz, encontrando el amor en quien menos imaginaba.
Ella y Speedy —a quien ya no se nos permite llamar de esa manera — están viviendo juntos en el departamento que habitara con su hermano y, éste hace unos meses que se mudó compartiendo alquiler con Riley.
Lo sé. Es de locos.
—Mucho mejor que si me llamaran Señor abogado, eso te lo aseguro —bromea en torno a Jason y todos reímos al unísono.
—No seré yo al que le administren las finanzas. Pobre de ti, amigo. Tendrás que pedirle permiso hasta para comprar goma de mascar —inquiere el interpelado, con una enorme sonrisa.
«Amigo». Creí que nunca los escucharía llamarse de esa manera.
—¡¡Cierra la puta boca!! Ya llegará quien te ponga a caminar en línea recta y te quite lo hablador, sabelotodo—augura mi novio. Sujetándome de la cintura y pegándome a su costado.
Y yo deseo de todo corazón que así sea.
Que Jason encuentre una mujer que lo haga feliz.
—¡¡Buen discurso, Logan!! —proclama de repente uno de sus compañeros de grupo palmeándole la espalda sin detenerse, ya que por ser el mejor promedio le otorgaron el honor del discurso de despedida.
—¡¡Gracias!! —vocifera, elevando su pulgar en correspondencia.
Me siento orgullosa de él, de quien fue y en lo que ha llegado a convertirse.
— ¡Miranda! ¡Riley! ¡Las fotos! —grita mi madre en la retaguardia, con mi padre cargando su vieja cámara fotográfica.
Se niega a actualizarse.
—Amigos, el público nos aclama —avisa mi chico, colocándose de nuevo la toga y el birrete —. Celebraremos por la noche en el RED HELL. ¿Quién se apunta?
—Ahí nos vemos, hermano —promete Dion, besando a su chica en los labios.
No sé a ciencia cierta a qué se dedica Speedy, solo sé que Jason lo mantiene ocupado en su despacho y lo apoya con sus estudios en el instituto de educación abierta, ayudándolo a retomar su vida poco a poco.
— ¡Hasta entonces! ¡Y tú, abogaducho de pacotilla! ¡Deberías venir! ¡Quién sabe, probablemente hasta pesques algo! —grita Riley entre el bullicio de los padres abrazando a sus hijos graduados, y una elevación de dedo medio es la respuesta espontánea que recibe por su comentario.
***
—Dos cervezas bien frías —pide, ambos sedientos y cansados de bailar, tomando asiento en la barra.
El barman asiente, sonriente.
— ¡Pero miren a quién tenemos por aquí! ¡Al mismísimo FURIA! —exclama el fortachón que solía encargarse de la cadena en la entrada.
—¿Qué tal, Lex? —Inquiere, bajando del banquillo y abrazando a su amigo —¿Sigues de garrotero?
—Para nada. Estás frente al nuevo encargado del RED HELL. El dueño sorprendió haciendo movidas chuecas al anterior, así que aquí estoy —anuncia, orgulloso —. Por cierto, felicidades por tu segundo lugar en el campeonato del MOTO GP. Te lo mereces.
—Gracias, Lex.
—Sigan divirtiéndose, hay trabajo por hacer —musita en despedida —. Nos vemos, pequeña —agrega, trayendo nostálgicos recuerdos de mi última estancia en el lugar.
— ¡Hasta luego, grandulón! —le grito y sonrío, viéndolo partir.
Las cervezas están servidas en el acto, tomamos los tarros y cruzamos nuestros brazos en una forma muy anticuada de brindar, pero de lo más divertida; bebiendo un enorme sorbo del líquido ambarino. De repente, la figura sudorosa de Jason se deja ver entre los presentes en la pista, acercándose a nosotros.
— ¿Qué pasó, amigo? ¿Aceptó? —cuestiona.
—Aún no se lo planteo, pero han sido tantas las veces que se lo he pedido y se ha negado que…
—El que persevera alcanza. No te doblegues —aconseja, mientras me hago la loca fingiendo que no sé de lo que hablan —. ¿Puedo? —formula, pidiendo autorización para sacarme a bailar y señalando hacia el gentío.
—Adelante.
Jason me toma de la mano guiándome a donde Dion y Cinthia saltan y gritan con desenfreno. Estoy a punto de aunarme cuando giro hasta donde dejamos a Riley, y una chica, la chica de nombre Danielle, hace su aparición en escena.
RILEY
Una mano cuya decoración en sus uñas me es conocida, se posa sobre uno de mis hombros con algo de precaución y tanteo. Le doy la cara para ver de quién se trata, topándome con quien jamás pensé.
Danielle.
—Felicidades. Escuché a alguien decir que eres un ingeniero recién graduado. Me alegro mucho por ti —señala con voz melosa.
Allá vamos otra vez.
—Gracias, Danielle. Pero…
—No te preocupes. No voy con segundas. Solo quería disculparme por comportarme como lo hice. Me dejé llevar por los celos y…, por la envidia —replica suspirando, llevando sus iris marrones hasta donde la Fierecilla nos estudia con el ceño fruncido y una mueca que no consigo leer—. Ahora entiendo que no eras para mí y me complace que seas feliz.
—Lo soy. No concibo mi vida sin ella. Lo es todo, absolutamente todo para mí. Por esa rubia he sido capaz de enfrentarme al mundo entero.
Sonríe, asintiendo.
—Te deseo lo mejor, Riley —agrega, plantando un beso en mi mejilla y atrapándome entre sus brazos. Rompe el contacto y prosigue—. Tengo que irme. Vine con unas amigas, te vi antes de salir y quise aprovechar la ocasión para cerrar el ciclo. Estaba preparada desde la noche que te reconocí durante la carrera con el chico de la milla ocho. Sin embargo, no coincidimos. Todo se dio tan rápido y tan de golpe que…
—No te preocupes. No era el momento. Te acompaño a la puerta —ofrezco, cediéndole el paso hasta allá.
Miranda no para de observarnos y sus pupilas parecen brillar en humedad desde la distancia, solo espero que no esté imaginando cosas que no son.
—Adiós, Riley.
—Buena suerte, Danielle.
A pesar del tiempo transcurrido, por fin todo se está acomodando. No puedo decir que he olvidado cada episodio, lo que sí puedo decir es: que lo malo y lo bueno que me ha tocado vivir, ha dejado su moraleja y enseñanza.
Busco entre los cuerpos que se balancean al ritmo de la música, a la única responsable de que mi existencia haya dado un vuelco, a la única culpable de que mi corazón, ese que se había cubierto de hiel, amargo y sin pizca de emociones, haya renovado sus fuerzas y destruido la barrera que lo obligaba a no sentir. A la única que con solo su fe en mí y su amor incondicional me devolviera las ganas de ser diferente, encontrándola sola y con su escrutinio clavado en mí. No se mueve, no sonríe, se dedica a estudiarme y nada más.
Con un ágil movimiento de mi cabeza, la invitó a seguirme al exterior.
— ¿Qué quería Danielle? —formula cuando está conmigo en la acera.
—Nada de lo que tengas que preocuparte. Pedir disculpas y desearme que sea feliz… Contigo —señalo, acariciando su mejilla con mis dedos para después aprisionar sus labios entre los míos.
Sus pulgares se introducen en las presillas de mis vaqueros, abriendo su boca en respuesta y encontrando su lengua con la mía.
Muerdo ligeramente su labio inferior escuchando un siseo que me eriza la piel.
— ¿Quieres dar un paseo? Me gustaría llevarte a un lugar muy especial.
—Contigo iría hasta el fin del mundo —afirma, siguiéndome hasta el estacionamiento en busca de la motocicleta.
Sus brazos se cierran alrededor de mi cintura como cuando tuve que llevarla a su casa de madrugada después de dormir en mi sofá, habiéndome negado con antelación y todo porque me amenazó con irse sola. O en aquella redada, la noche que tuve que intervenir en su discusión con un ex novio dolido por su inminente rechazo.
Esto es parte de nosotros, de nuestra historia y de nuestro mundo, así que agradezco haber pasado por todo aquello, de otra forma no la habría conocido.
— ¿Qué hacemos aquí? —pregunta contrariada cuando llegamos a nuestro destino, atravesando las puertas corredizas de un ascensor que fuera testigo presencial de la pasión que nos absorbe.
Enciendo las luces captando el instante en que su faz se vuelve un tributo al asombro, rodeada de docenas de rosas rojas en derredor de la estancia.
—Alguien me dijo que la guarida estaba en venta desde mis vacaciones en prisión, así que me pareció buena idea utilizar mis ganancias para comprarla. Fierecilla, sé que tú como yo le guardas un especial cariño. Aquí cambió mi vida, aquí compartí grandes cosas con mi mejor amigo, aquí te conocí y aquí fuiste mía por primera vez—enuncio, llevándola hasta la recámara que ocupara por aquellos días —. Precisamente ahí —señalo la cama revestida con sábanas limpias de ceda y acabadas de comprar.
—Jason te lo dijo. ¿No es así?
—No sólo eso, también se encargó de los trámites y el papeleo. Todo está en regla. El departamento es nuestro, porque tu nombre también figurará en el título de propiedad.
—Riley, yo…
—Por favor, Miranda. Vivamos juntos. Ya no hay nada que nos lo impida.
Mete sus manos en el bolsillo trasero de sus pantalones, sacando un paquete rectangular del que pende un pequeño lazo. Me lo entrega con sus ojos entornados y acortando la distancia hasta quedar cerca, demasiado cerca de mí.
Paso saliva, sin entender.
— ¿Y esto?
—Regalo de graduación— dice, con una pequeña sonrisa manifestándose.
Se trata de una cajita forrada con minucia en papel plateado, guardando quizás la respuesta a lo que tanto he anhelado en los últimos años.
— ¿Es…, lo que creo que es?
Un asentimiento frenético es la respuesta que manda un cosquilleo al centro de mí ser, y vuelvo mi atención a la lámina color aluminio, notando en la caja una pequeña tarjeta con un mensaje de su puño y letra en él:
«Nada me haría más feliz, que tenerte por el resto de mi vida».
— ¿Qué… significa eso?— Ahora soy yo quien no sabe qué decir.
—Que sí. Que acepto mudarme contigo.
Mi felicidad ahora está completa.
Me siento el ser más afortunado del planeta.
—Fierecilla —suspiro antes de sellar una nueva promesa, esa de estar juntos para siempre, con un beso apasionado.
A veces las ironías de la vida nos llevan a tomar decisiones que quizás no sean las mejores. El ser humano está predispuesto a cometer errores. Es parte de aprender, aunque el precio no siempre es el justo.
Es tan fácil juzgar a los demás que no nos detenemos a pensar que hay un trasfondo, un cómo y un porqué, haciéndolos presas de sus demonios y de su escasez de amor propio. Las segundas oportunidades existen, todo es cuestión de saber aprovecharlas y esforzarnos al máximo por ser dignos de ellas. Con el amor de nuestro lado…, no hay imposibles.
«En un mundo lleno de prejuicios, el amor es el mejor de los refugios».
FIN
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