MIRANDA

— ¿Te gusta lo que hice con el tatuaje? — Pregunta Kurt después de quitarse la chamarra, estirando la manga izquierda de su playera.

Al salir del ascensor en el centro comercial, esperaba encontrarnos con Riley aguardando nuestra salida del elevador en la planta baja, pero nada. Pensé que todos se habían retirado de ahí creyéndome una causa perdida, hasta que pude observar desde una pequeña ventana en la bodega de los enceres de intendencia, su figura desesperada a mitad del patio, debatiendo con la dirección que debía tomar.

Cuando ya no había rastro de su presencia, Kurt tomó de mi mano y tiró de ella obligándome así a seguir su ritmo hasta el lugar donde había dejado la Ducati. La pierna amenazaba con partírseme de nuevo en pedazos cada vez que debía soportar mi peso sobre ella y milagrosamente, logré llegar a nuestro destino.

Dejamos el establecimiento a toda velocidad con la frialdad del viento y de la lluvia torrencial que comenzaba a caer sobre nosotros. Hace tanto calor aquí dentro que, gracias a eso mi ropa empapada ha conseguido secarse, de lo contrario, ahora estaría gritando por un médico. 

El lugar es oscuro, lleno de cajas empolvadas y cubiertas de telarañas, juguetes viejos y una caldera que además de iluminar un poco, mantiene la atmósfera como en el mejor de los veranos en Hawaii. Se trata del tan afamado sótano en su casa, ese sitio que Riley mencionara en nuestra solitaria conversación en el departamento de Jason.

La puerta principal está clausurada por una gruesa cadena y un candado del cual ha extraviado la llave, así que utilizamos las escaleras que dan directamente hasta aquí desde el exterior.

Cuando no respondo, se pone de cuclillas junto a mí en el suelo sucio. Allí he pasado toda la noche en vela por la falta de mobiliario, con una manta como único abrigo.

Pasa saliva y levanta su mano derecha hasta mi rostro, retirando un mechón rebelde.

—Come algo, Fierecilla —pide. No puedo decir que ha sido malo conmigo pues estaría mintiendo. Al contrario. Su amabilidad es excesiva. Sin embargo, escuchar que me llama de esa forma, activa la nostalgia en mi interior.

«Riley, mi amor”. “¿Por qué tardas tanto?»

No he probado bocado desde ayer por la mañana, tan solo agua embotellada que se dignara salir a comprar en el súper de la esquina, junto con comida chatarra.

—No sabes cómo he esperado por esto. Moría por tenerte conmigo desde aquella vez que te vi bajando del coche de tu padre, frente a la universidad. Me enamoré como un idiota—anuncia, acercándose demasiado con la intención de besarme.

Lo esquivo sin pensarlo.

La tristeza invade sus azules iris y si no fuera porque sé de lo que ha sido capaz, me halagaría e incluso hasta me enternecería.

—Por favor, no me rechaces —ruega y me sobresalto, al recibir un lento beso en la frente.

Un ligero ardor acompaña al gesto.

Es desagradable pensar que alguien más pueda estar teniendo esas atenciones y que ese alguien, no sea quien quiero.

—Ardo en deseos de besar tus labios —declara, sacando el arma de entre su cinturilla y depositándola en el piso, a su costado.

Un sentimiento más fuerte que el miedo me toma presa al imaginarme negándome a complacerlo. Si fue fácil para él matar a Steve a pesar de ser su único amigo, no quiero ni imaginar lo que hará conmigo. Me ha pedido que no lo rechace y creo que esa es la mejor de las decisiones, si aspiro a que conserve la paciencia que hasta ahora ha tenido.

Cierro los ojos esperando a que se dé el contacto y así es. Sus labios se pegan a los míos, al principio poco a poco, luego la urgencia aumenta con su lengua reclamando abrirse paso. Vuelvo a abrir los párpados al percibir un ruido de cristales rompiéndose y supongo que terminará con lo que hace para ir a inspeccionar su proveniencia, mas está tan sumergido en ello que tal vez ni siquiera lo ha notado.

Unas botas militares negras son lo primero que se aprecia en las escaleras, seguidas por unos pantalones ajustados y una chamarra de cuero en el mismo color, una poblada barba y una melena lacia y castaña de meses.

Decido acceder a su cometido abriendo mis labios, éste se entusiasma aferrándose a mi rostro con ambas manos y pasión desmedida mientras los ojos verdes que nos observan desde un lugar en los peldaños, se entrecierran leyendo los míos y captando en ellos el repudio.

Poniendo el dedo índice sobre su boca y pidiendo silencio, toca el suelo girando su cabeza en varias direcciones como buscando algo, hasta que da con un bate de béisbol abandonado en el rincón más próximo.

Infundiendo algo más de realismo a la ocasión, me armo de valor atrapando los hombros de mi captor con los dedos, aplicando presión.

Este gime frenético, considerando el acto una respuesta positiva de mi parte.

—Sabía que sentías algo por mí, pero te negabas a aceptarlo —afirma, sin darse cuenta aún de lo que en verdad procuro —. Déjame tocarte, Miranda. Déjame hacerte el amor.

Riley en pos de su ex compañero, palidece adoptando un semblante alarmado.

Una sonrisa falsa alza mis labios, seguida de un asentimiento que pone a volar entre nubes a mi acompañante. Saca su playera por sobre su cabeza, ansioso, dejándose el torso al descubierto. La tarea de deshacerse de su cinturón, el botón de sus vaqueros y bajar su cremallera, lo absorbe a la par que el tercero en la habitación se apropia del objeto de metal sólido.

Kurt jala aire a través de sus dientes liberando los corchetes del cárdigan en mi porción superior, permitiendo que la prenda se abra revelando la blusa blanca casi traslúcida bajo de ella, y su respiración se torna pesada ante la imagen. Sus palmas irrumpen en el interior de ésta recorriendo la piel de mi abdomen, deslizando su cuerpo a la vez que el mío en perpendicular con la superficie.

Besa mi cuello y su aliento golpea en mi contra.

Antes de que pueda acceder a mi pecho, un golpe retumbante en la cabeza lo hace caer sobre mí, inconsciente. Pesa muchísimo y la pierna adolorida me dificulta el movimiento. Con fuerza, mi novio hala uno de sus brazos concediendo el espacio y soltura aptos para ponerme en pie. 

— ¡Fierecilla! — Exclama, cogiéndome en un abrazo impregnado de adoración — ¿Estás bien? ¿No te hizo nada?

—Gracias a ti no tuvo tiempo —digo con la voz entrecortada, borrando las huellas de los besos de Kurt con los suyos —. ¿Cómo supiste dónde estaba?

—Nuestra plática sobre su pasado —comunica con prisa —. Ahora salgamos de aquí antes de que despierte. Johnson nos está esperando arriba. Él y uno de sus colegas entrarán a arrestarlo, pero pedí entrar primero por un poco de discreción. Apenas si contamos con unos minutos.

Engancha mi brazo derecho alrededor de su cuello avanzando hasta la escalerilla, cuando somos invitados a cambiar de concepción.

— ¿A dónde crees que la llevas? 

Nos giramos hacia atrás en automático, donde el ojiazul nos apunta directamente con su pistola y un cardenal sanguinolento goteándole por la sien.

Riley se antepone a mí como si se tratara de un escudo humano.

—No puedes retenerla en contra de su voluntad —replica, determinado.

— ¿En contra de su voluntad? ¡Por favor! Estaba a punto de entregarse gustosa a mí, pero como siempre lo arruinaste todo —asevera, furibundo.

—Nos enamoramos, Kurt. No arruiné nada. Tú sólo te arruinaste con tus actos. Pensé que éramos amigos.

— ¿¡Amigos!? —Expresa, incrédulo — No puedo ser amigo de quien disfruta de la primer mujer que he amado de verdad. Danielle debió cortar de tajo con tu conquista la noche que dejaste tu móvil en la guarida. Le dije dónde estarías no como un favor, sino con la clara intención de que Miranda se asustara y se olvidara de ti, despejándome el camino. Actuó como una gran estúpida al renunciar tan fácil.

Recuerdos de una hermosa chica en mitad de la pista de baile haciendo reclamos a un hombre que jamás la quiso pasan por mi mente, al mismo tiempo que escenas de un beso negado. Nunca supimos cómo se enteró de nuestra cita, hasta ahora.

— ¿Así que fuiste tú? — formula Riley, usando su discusión como despiste para retroceder.

—¡¡Eres tan imbécil!! Ahora tendré que matarte por fastidiar mis planes —sentencia, quitando el seguro y posicionándose con resolución.

—¡¡No, Kurt!! ¡¡No lo hagas!! ¡¡Te lo ruego!! —vocifero aterrada, pero éste no parece atender a mis súplicas. 

Una sonrisa maquiavélica se dibuja en su faz, y yo sufro como nunca al palpar lo próximo de nuestro final.

Me falta el aire.

Riley sigue sosteniéndome a sus espaldas con la desconfianza de que mi alter ego, esa que no es una pusilánime, se atreva a cometer un disparate.

—Te amo, Riley —declaro en un susurro, utilizando su cuerpo para obstruir mi visibilidad con ímpetu.

—Hasta nunca, Furia. Nos veremos en el averno —recita Kurt en despedida, acompañado de un disparo ensordecedor.

SEGUIR LEYENDO

Loading


Deja un comentario

error: Contenido protegido
%d