Un demonio entre recetas – Capítulo 7

Si me preguntaran por qué me encontraba un domingo por la mañana detrás de las rejas de una estación de policía, la respuesta sería obvia. Luna Vance, la humana chiflada que me había invocado, nos había metido allí. Tenía una capacidad para torcer las cosas que, a mis muchos años de vida, aún lograba sorprenderme. Solo por ella me veía en la obligación de aguantar el mal olor a grasa y a donas que reinaba en aquel antro de mala muerte. Por supuesto, podía marcharme sin hacer el mínimo esfuerzo, pero no podía dejarla allí, mucho menos en el estado en el que se encontraba. Sería capaz de hacernos matar.

—¿Me puedes soltar de una vez? —le pedí, molesto.

—Ay, Zazy —se quejó—. ¿Y si me agreden quién va a defenderme?

—Estamos solos en la celda.

Luna apretó su abrazo en mi cintura, ignorando mis palabras como de costumbre. Al notarlo, el guardia que custodiaba la estación se giró hacia nosotros con el ceño fruncido.

—¡Eh, Romeo y Julieta! ¿Quieren otra multa por sexo en espacios públicos? ¿No les bastó con la primera?

Resoplé incómodo y logré romper el agarre de Luna, para después forzarla a tomar asiento lo más lejos de mí que fuera posible. Después de eso, me volteé de espaldas al gordo policía. No tenía interés alguno en visualizar sus bigotes cubiertos de azúcar. En lugar de eso, tenía un problema mayor entre manos.

Todo había comenzado con la brillante idea de Luna de hacer un batido mixto de frutas. Su licuadora vieja al parecer tenía celos del nuevo horno, porque no había pasado mucho tiempo cuando la tapa salió volando y toda la fruta en trozos cayó sobre nosotros dos. Sobraba decir quién tuvo que limpiarlo. Otro trasto reemplazable que poner en la lista.

—Tuve que darme un baño —avisó ella, llegando a la cocina con el cabello mojado—. Oye, Zaz; acabo de notar que solo tienes ese pantalón apestoso, y la sudadera de mi hermano que te presté.

—Mis pantalones huelen bien, solo para que sepas —aseguré, poniendo los útiles de limpieza dentro del clóset.

—Ni hablar, llevas casi un mes sin cambiarte, cerdo. Hoy nos iremos de compras.

¿Era la misma mujer que se quejaba de no tener dinero para comprarse un horno nuevo? Y así me vi arrastrado una vez más dentro de la herramienta de tortura llamada autobús. Cuando tuviese tiempo de hablar con mi buen amigo Satanás, le comentaría sobre lo mucho que se sufría ahí. Las cadenas, el fuego del infierno y los latigazos ya estaban obsoletos, nadie se asustaría con esas amenazas. Ah, pero con viajar eternamente en uno de esos vehículos; seguro temblarían ante la sola idea. Fue en ese momento en el que Luna empezó a actuar extraño. Primero apoyó su mano en la cinturilla de mi pantalón. La encontré mirándome de manera sugerente, y no pude evitar el recuerdo de sus labios junto a los míos la tarde anterior.

Me aclaré la garganta, pues por algún motivo la sentía seca. Poco tiempo había pasado cuando abandonamos el vehículo para caminar hasta las tiendas de ropa. Pasamos por un parque lleno de palomas. Una de ellas se me quedó viendo con insistencia. Probablemente el espíritu santo riéndose de mi condena. Luna observaba los alrededores con la curiosidad de un niño. Señalaba para que viera lo mismo que ella, y eso le ganó buenos tropezones.

La chica fue a comprarse un helado y regresó con uno para mí. Me horroricé al tener aquella cosa dulce en mis manos. Era incompatible con mi personalidad de caído sensual y rudo el ponerme a dar lengüetazos a una bola de helado en plena calle. Pero verla disfrutando al hacerlo fue demasiado para mí. La humana lamía sin descanso y mi mente podrida vagaba con ideas torcidas. ¿Y si no fuese el helado lo que…? Me detuve cuando mis “apestosos” pantalones comenzaron a despertar. Lo último que necesitaba era que ella lo notara.

—¿Disfrutando el espectáculo? —me preguntó, sin dejar de pasar su lengua por el cono de helado.

—¿Qué?

—El payaso, —señaló a lo lejos— ¿no estabas mirando eso?

Odiaba los payasos. Así que definitivamente no me había enterado de que hubiese uno por allí. Pero Luna aceptó mi asentimiento y no preguntó más. Una fría gota se derramó por mi mano. El helado se estaba derritiendo.

—¡Ay, no! —Se lamentó, tomando mi mano y lamiendo la base del cono para evitar que se derramase más— ¿Por qué lo dejas derretirse?

La mujer intentaba matarme de pura frustración sexual. ¿Acaso no se daba cuenta de lo que me estaba haciendo? Si era una broma, la pagaría cara. Quizás un par de azotes en el trasero le enseñarían a no jugar con un ángel caído. Comenzamos a caminar en dirección a las tiendas luego de que ella terminara de limpiarse. ¿Qué esperaba? ¿Que no se ensuciara? Por los coros celestiales, era Luna Vance de quien estaba hablando. Por supuesto que armó un desastre sabor a chocolate.

En eso pensaba cuando la chica me dio un tirón que nos hizo quedar medio ocultos por un arbusto del parque.

—¿Qué haces?

—Te beso —dijo y pegó su boca a la comisura de mis labios.

—Pero mujer…

—Calla y disfruta. ¿No quieres?

Ella no me permitió contestar y eso me hizo sentir violado. Yo, un pobre e inocente ángel caía en las garras de una humana loca. Luna se aferró a la nueva sudadera que me había prestado como si de un salvavidas se tratara. Parecía haber olvidado que estábamos en la calle, en un lugar por donde transitaba un gran número de personas; las mismas que ya nos miraban como a locos. Lo admití para mis adentros, pude haberme liberado de sus manos, pero preferí disfrutar de su aroma a canela y del tacto de sus labios sobre los míos. Casi podía escuchar a mi padre “Ay, Azazyel… por estas cosas te mandé al infierno de castigo”.                                                                                                                                                                                                                                                              

Luna me besaba como si la vida se le fuera en ello. ¿Tanto la había emocionado mi beso la tarde anterior? O sea, sabía que tenía talento para conquistar, pero la mujer parecía loca de lujuria. Mi propio pensamiento me alertó sobre lo estúpido que había sido. No sabía cómo diablos había logrado el demonio enmascarar otra vez su pestilente esencia.

—Verga —maldije.

—Eso mismo estoy necesitando ahora —comentó ella, o él, no estaba seguro de si la chica estuviese consciente.

Furioso, la agarré del cabello. No era que fuese mi persona favorita, pero ningún sucio demonio iba a poseer el cuerpo de Luna en mis narices. Sobre todo, si el objetivo era llegar a mí.

—Como no te marches ahora mismo, vas a morir.

—¿En serio? —preguntó, con una sonrisa irónica— ¿Cómo harás eso sin lastimarla a ella?

Tiré con un poco más de fuerza su cabello entre mis dedos, paralizándome un poco cuando la escuché gemir. Cuando pudiera ponerla a salvo de ese pecado, le haría pagar a Lux por su insolencia. Nadie se burlaba del gran Azazyel y vivía para contarlo. Bueno, quizás mis últimas acciones no habían sido muy convincentes. Pero yo seguía siendo un maldito ángel, me merecía un mínimo de respeto de parte de esas sabandijas infernales.

—Así cariño —gimió—. Tira más fuerte. Me encanta que juegues rudo.

Luna estaba intentando quitarme la sudadera con insistencia. Los transeúntes nos miraban raro, y no era para menos. Estábamos dando una clase demostrativa de educación sexual.

—¡Eh! —Escuché gritar a una voz masculina— Los románticos del arbusto, ¿saben que existen los moteles?

—Sí —le respondió ella—. Pero me gusta más hacerlo al aire libre.

Deseé no haber desechado mi helado para ponerlo en su boca y así callarla. Porque continuó diciendo cosas como aquellas mientras el hombre —que era nada más y nada menos que un oficial de policía— se molestaba más y más. Entonces la asió con rudeza de la muñeca y perdí los papeles. Mi mano se aferró a la del agente para apretarla con mi fuerza sobrehumana, haciéndolo quejarse de dolor y obligándolo a liberarla.

—No la toques —le advertí.

—Acabas de agredir a un policía, espero que tengas un buen abogado.

—Sí —asintió ella—. El que tiene aquí colgado.

Luna agarró mi entrepierna con una risita, sin dejar de mirar con sorna al policía. El hombre se puso colorado de los pies a la cabeza y tomó su radio para localizar a su compañero. Debí tomar a Luna de la mano y arrastrarla fuera de escena, pero el demonio dentro de ella tenía otros planes para mí. La vi doblarse de la risa después de lanzarle a la cara un puñado de hojas que arrancó del arbusto. Una exclamación de horror procedente de nuestro indeseado público me alertó del desastre que se nos venía encima. El agente tomó con brusquedad el brazo de Luna y lo torció contra su espalda. Mi reacción automática fue obligarlo a soltarla al hacerle lo mismo. Solo que, en lugar de detenerme al doblarle la extremidad en un ángulo peligroso, me alegré al estamparle mi puño en la nariz.

Luna —o debería llamarle Lux— rio a carcajadas al verlo. Estuvo riendo durante un buen rato. Incluso cuando los demás policías nos rodearon. Incluso cuando nos acusaron de exhibicionismo, alteración del orden y agresión a un agente. Solo paró de reír cuando nos encerraron en una celda, cuando se pegó a mí como garrapata a perro. No sirvió de mucho intentar mantenerla alejada. Volvía a agarrarse de mi torso y a ponerse melosa. La lujuria había abandonado su cuerpo en cuanto nos apresaron, pero la influencia de su poder la mantenía en aquel estado de deseo intenso. Al menos se concentraba en mí, porque sería un poco desafortunado que se le insinuara a alguien como Bigotes de azúcar, nuestro apuesto carcelero. Nótese el sarcasmo.

—Señorita —le dijo Bigotes—. Si vuelvo a llamarle la atención por su conducta indecente, la pondré en otra celda lejos de su amante.

—¡Nooo!

Después de su grito que hizo estremecer al oficial, Luna examinó con nada de discreción las demás celdas. Ninguno de los detenidos parecía de confianza. Suspiré hastiado. Esperaba que la noche llegara pronto, para poder escapar sin que lo notaran. Por suerte, Lux tenía sentido del humor y no había dado el nombre verdadero de Luna. Insistió hasta el cansancio en que se llamaba Atanagilda Rose. En mi larga vida, nunca conocí una mujer condenada a responder por semejante nombre. Supuse que los oficiales eran cortos de entendederas, porque siguieron buscándola por horas hasta que la declararon sin historial. Por supuesto, tampoco tenían idea de quién era mi perfecta persona. No eran dignos de saber.

Luna estaba comenzando a pasar los efectos de la Lujuria cuando percibí una presencia familiar. Alguien a quien no había visto en años. Apareció detrás del humano de bigotes azucarados dándole el susto de su vida. Valiéndose del uso del brillo hipnótico de sus ojos logró convencerlo de liberarnos. Bueno, también pude haber hecho eso. No lo hice porque prefería un poco de discreción con los demás humanos. En sus celdas, los detenidos ignoraban la presencia celestial. Ramuel era un ángel caído también. Había sido el encargado de liderar nuestra legión de vigilantes Grigori. Y también había incurrido en la desobediencia a nuestro padre. Él y yo habíamos sido, junto a Sam, de los primeros en “caer”. Teníamos prohibida la entrada al paraíso. Pero estábamos felices así. O al menos yo lo había estado antes de que la lunática se creyera repostera y me invocara.

—Vaya aventura la que estás viviendo, Azazyel —comentó, sonriéndole a Luna.

—Sin comentarios. No hay palabras para describir esto.

—Dicen que el amor hace que se cometan locuras.

¿Qué demonios acababa de decir mi antiguo jefe? ¿Amor? ¿Así le llamaban en el siglo veintiuno a los hechizos vinculantes que esclavizaban a ángeles guapos? Si así era, por favor que alguien me lo aclarara. Porque la idea de estar enamorado de Luna no cruzaba por mi mente en ningún momento. El perfecto Azazyel no se enamoraba. Tal vez me gustara un poco, solo un poco, su olor a canela. Quizás hubiese disfrutado besándola. Existía una pequeña posibilidad de que su cabello no me pareciese despeinado, sino que sus hebras onduladas lucían hermosas. Pero eso no significaba nada tan grave como lo que Ramuel insinuaba.

La chica revisó una caja cuadrada que tenía el policía en su mesa, y que no tenía donas, sino un portal raro como el del ordenador portátil de ella. Todo muy extraño. Dijo que había borrado nuestro “historial” y los videos de las cámaras de seguridad. Lo que fuera que eso significara. Ramuel tampoco entendió mucho, pues se encogió de hombros cuando lo miré con las cejas alzadas en una expresión interrogante. Luna se irguió dejando de prestar atención a la caja y tomó un pañuelo del bolsillo de Bigotes. Pasó el mismo por todos los lugares que sus manos habían recorrido antes.

—¿Ensayando para cuando yo no esté? ¿Por qué no practicas en tu propia cocina?

—Estoy borrando mis huellas, Zazy —aseguró, poniéndome mala cara—. He visto suficiente “Mentes criminales” como para saber que no me conviene dejarlas por aquí.

Supuse que hablaba de uno de esos programas de televisión que veía echada en su sofá mientras yo trabajaba sin descanso. Con una mueca de desagrado, la tomé de la cintura y extendí mis alas. En lo que tardó en parpadear estuvimos dentro de su casa los tres. Luna no dudó en satisfacer su curiosidad sobre la especie. La chiflada parecía haber olvidado todo lo que había hecho bajo la influencia de Lujuria. Mi próxima misión sería rastrear a ese pecado y hacerle pagar por todo. Era su culpa que me hubiese rebajado a permanecer en una cárcel por dos horas. Una total humillación para mi raza.

—Bueno, y… —le dije a Ramuel— ¿qué te trae al mundo humano?

—Esa mi amigo, es una larga y divertida historia.

—Y tengo tiempo para oírla.

—De hecho —intervino Luna—. Yo tengo tiempo, tú tienes que…

Callé a la lunática con un gesto antes de que dijese algo que terminara de humillarme. La humana se enfurruñó en el sofá después de reprocharme en silencio el regaño. Ramuel no me dio muchos detalles, solo comentó que buscaba al responsable de repartir entre los humanos algunos rituales satánicos que estaban causando caos. Admiraba su capacidad de continuar siendo “bueno” aun después de caer. De acuerdo, no lo admiraba. Solo me parecía absurdo. Su tarea llamó mi atención, porque tal vez esos eventos estaban relacionados con la manera en que Luna había obtenido la receta de la perfección. O sea, el hechizo con el que me invocó. Despedí a mi antiguo jefe poco después.

Para cuando alcancé a Luna en el sofá, ya se le había pasado el enojo. Una vez más le venía el apodo como anillo al dedo. Comencé a percibir cierta tensión en su cuerpo, como si mi presencia la incomodara. Ya era hora de que reaccionara como una humana normal al hecho de haber presenciado varios actos ajenos a la naturaleza de los monos de mi padre.

—¿Pasa algo?

—No, nada —contestó, demasiado rápido como para que le creyera.

—Luna —suspiré, notando cómo su rostro se giraba hacia mí con sorpresa.

—Me llamaste Luna.

Sí, señorita obvia. Ese era su nombre, ¿no?

—Nunca me llamas Luna —sonrió—. Siempre humana loca o lunática.

—¿Lo… siento?

No me quedaba claro si estaba feliz porque hubiese usado su nombre o no. Con ella no se podía dar por sentado nada. Al ver que no hablaba comenté mis intenciones de bajar al infierno para tener una “charla” con aquel demonio que la había poseído. Grave error. No supe en qué burbuja estaba viviendo, pero desconocía que los Pecados Capitales nos estaban acosando desde hacía semanas atrás. Tampoco era que le hubiese explicado nada, pero… ¿no tenía un poco de intuición o algo? Luna Vance iba por la vida como hoja flotando en el viento. Sin preocupaciones y sin saber nada.

—¡¿Están aquí?! —preguntó, agarrándose con fuerza de mi torso— ¡¡Aaaaaah, Zazy protégemeeeee!!

—Cálmate mujer, ahora no está aquí.

—¿Fue por eso que me porté como acosadora sexual? Ay, por Dios.

—Dios no tiene nada que ver —reí—. Con Satanás es con quien quiero hablar de esto.

—¡¿Satanás existe de verdad?!

De acuerdo, quizás le había dado demasiada información. En mi defensa, diría que llevaba suficiente tiempo viviendo con ella como para pensar que ya estaba enterada. Mil veces le aseguré que era un ángel caído. Otras tantas le hablé del infierno. ¿Creía que bromeaba? Suspirando agotado de tanta histeria, dejé que siguiera exprimiéndome con sus brazos. Esperé a que se durmiera esa noche para poder tener mi conversación privada con el rey del pozo de la condenación. Me planteé saludar a la abuela de Luna, pero no me sentía tan agradable. Solo tenía deseos de estrangular a un demonio en particular.

Sin embargo, antes de que me cruzara con alguno de ellos, Samsaveel me salió al encuentro, consternado.

—Iba a verte ahora mismo.

—¿Me echabas de menos? —me burlé.

—No, encontré esto en la biblioteca privada de Lucifer.

Todas las humanas aficionadas a la lectura enloquecerían si supieran que Satanás tenía una amplia colección literaria allí debajo. Constaba en su mayoría, de ejemplares del género erótico. Se lanzarían sin dudarlo al infierno solo para pasar la condena eterna allí leyendo. ¿Cómo lograba que no se le chamuscaran las páginas? Secretos del diablo. Sam me acercó una hoja de papel, la cual tomé de inmediato. La caligrafía era similar a la que mostraba el libro de recetas de Luna, hecho que me puso en alerta.

—No había notado que faltaba una página —comenté, notando que estaba rasgada.

—La encontré doblada dentro de su ejemplar de La Biblia —aseguró Sam—. Saben que nunca se acerca a ella, por eso la escondieron allí.

—Inteligente.

—¿Lo leíste?

Asentí con un gesto sombrío. La hoja sentenciaba que, si los involucrados yacían juntos, el vínculo se perpetuaría. Lo que se traducía en que Lujuria había estado a punto de condenarme a muerte. Porque si me acostaba con Luna, sería el fin de mi vida inmortal. Nunca la idea había resultado tan tentadora.

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