La cocina estaba echa un asco total, otra vez. Solo había ido a darme una ducha rápida, y en ese pequeño espacio de tiempo, el desastre con piernas había logrado llenar de hollín el suelo y las paredes. Luna salió de su escondite detrás de una silla en cuanto escuchó mis pasos. Noté su mirada atenta sobre mi abdomen perfecto y mi cabello mojado, lo cual me hizo sentir orgulloso. Después de todo la humana loca no era inmune a mis atributos divinos. Pero el asunto importante no era lo bueno que estaba yo —aunque ese tema era bien trascendental—, sino el hecho de que la lunática había saboteado mi esfuerzo, como de costumbre.
—En una escala de uno al diez… —comenzó a decir ella— ¿Cuánto quieres matarme ahora mismo?
—Ando por los treinta, subiendo a una velocidad vertiginosa.
—Fue un accidente, ¡lo juro!
—Déjame adivinar. Esa rana te asustó.
El chillido de Luna cuando señalé a su espalda fue tan gratificante que por poco me hizo olvidar lo que había hecho. La mujer tenía una fobia a las ranas digna de risas. Sin embargo, el momento no era divertido. No cuando me vería en la obligación de limpiarlo todo de nuevo. Quería matarla en serio. Cada vez que comenzaba a tenerle algo de aprecio, —del tipo que se le tiene a una mascota muy fastidiosa— ella lograba hacer alguna cosa que me cabreara. Al parecer su diminuto cerebro logró captar mi estado nada feliz, ya que se ofreció a ayudarme a limpiar. Eso solo le ganó una mirada de hielo de mi parte. Por supuesto que tenía que ayudarme, todo era su maldita culpa.
—Este trasto inservible —dijo ella, pateando el horno y quejándose de dolor en el mismo segundo—. Está muy viejo. Por eso me pasan estas cosas.
—Tengo la solución.
—¿En serio?
—Involucra gasolina y al menos dos fósforos —aseguré, notando cómo su expresión esperanzada cambiaba por una de fastidio.
Luna no quería deshacerse del horno defectuoso debido a que no contaba con la suma para comprarse uno nuevo. Los humanos en su infinita estupidez habían inventado algo tan inútil como el dinero. Un pedazo de papel o de metal no tenía el más mínimo valor en el cielo y menos en el infierno.
—No puedo hacerlo —admitió, triste—. Aún tengo las deudas de mi abuela por pagar.
—Tengo una idea.
—Absolutamente no.
—Espera, es una buena esta vez.
Era sencillo. Solo teníamos que ir a ese lugar llamado centro comercial. En mi corta estancia allí logré ver que tenían varios equipos en exposición. Estaba seguro de que mis habilidades le conseguirían a la chica un nuevo horno en menos de cinco minutos. Pero Luna negó de inmediato. Por muy extraño que me resultase, ella tenía un código de honor que siempre respetaba. Una de sus reglas era no robar nada. Al parecer, “convencer” al empleado para que me cediera el equipo sin pagar una moneda, constituía un delito. Qué aburrido. Me negaba a seguir limpiando esa mugre solo porque Luna era pobre, no lo aceptaría bajo ningún concepto.
—Bien, cuando este cacharro explote y nos mate a los dos, me aseguraré de recordarte allí debajo que fue tu culpa.
—No iré al infierno, así ya que puedes olvidarte de mi compañía.
—Te contaré que no eres la más devota, e incluso hiciste brujería. Mi padre no te dejará entrar a su reino. Irás a tomar el té con Satanás.
—De acuerdo —aceptó ella, más por hacerme callar que por creerse mis palabras—. Vamos a comprar un horno nuevo. Me costará mis ahorros, pero tienes razón.
Luna encendió su ordenador portátil y usando lo que llamó “internet” compró un equipo de último modelo. No estaba seguro de si me decía la verdad, porque no me supo explicar lo que era esa palabra. “Te conectas y pides cosas”, dijo. Eso no era muy diferente de ir a la tienda y convencer al encargado. Por Dios, esta mujer me sacaba de mis casillas. ¿El internet era telepatía? ¿Era una clase de brujería? No supe en realidad lo que era, pero al menos una hora después, justo cuando terminábamos de limpiar el hollín, el timbre sonó. La lunática corrió hasta la puerta y la abrió. Demoraba demasiado, por lo que fui detrás de ella.
Arrugué la nariz en cuanto llegué a la sala de estar. El hedor a demonio impregnaba la habitación de manera insoportable. ¿Cómo se atrevía aquel insolente a llegar hasta allí sabiendo que yo estaba dentro? Alguien iba a sentir mi pie en su trasero en breve. Cuando pensé encontrar a una Luna muerta de miedo, tropecé con una escena extraña. La humana le sonreía al demonio, que se había camuflado bajo un aspecto bastante decente. Para resumir las cosas, la mujer babeaba por el hombre que traía consigo una caja de gran tamaño, donde se presumía que venía el horno comprado. Me sentí insultado una vez más. La estúpida humana se fijaba en él cuando debía estar muriendo por mí. ¿Por qué por mí? Pues porque sí. Nadie era más guapo que yo.
—¿Quién es este? —pregunté, fijando mi mirada en el demonio.
—Es el encargado de armar el horno que compré.
—¿Y va a armarlo o va a quedarse en la puerta sonriendo como un idiota?
—¡Zazy! —me reclamó— Qué vergüenza… Por favor, no lo tome en serio.
El demonio que lucía como modelo de almanaque me dirigió una media sonrisa y se aseguró de hacerle entender a Luna que no le había ofendido mi comentario. Como se filtrara el ridículo apodo en el infierno, iba a darle a ella unos azotes así me dolieran a mí también. Si tuviese un poco de sentido de supervivencia, saldría corriendo. Pero la mujer no tenía una pizca de normalidad en su persona, por lo que me correspondía a mí convertirme en ese instinto. Le permití al demonio pasar a la cocina llevando consigo la caja. Ignoré la mirada de advertencia en el rostro de la lunática. Ninguna chiquilla iba a decirme cómo comportarme, sobre todo mientras intentaba salvarle el trasero.
Y esa misma parte de su anatomía era objeto de estudio por parte de nuestro visitante. Maldije para mis adentros. ¿Qué rayos se creía ese pedazo de alma podrida? Aclaré mi garganta llamando la atención del intruso. Mis ojos refulgieron de luz celestial con toda la furia que estaba sintiendo. Cuando debió haber temblado de miedo, el maldito demonio solo sonrió antes de volver a mirar a Luna.
—¿Le importa que me quite la camisa para proceder a armar el equipo? —preguntó el muy astuto— Me sentiría más cómodo, pero si a usted le molesta…
—No te preocupes —dijo ella, demasiado rápido para mi gusto—. Lo que sea que necesites para terminar el trabajo.
Luna ignoró todos mis gestos de advertencia y continuó siendo una humana tonta que admiraba la figura del demonio. Quizás existiera la posibilidad que fuera más atractivo de lo que yo quería admitir. Obvio, no más que yo, pero se defendía. Finalmente, después de casi media hora insistiendo en ello, la lunática accedió a tener una conversación privada conmigo.
—¿Qué quieres?
—Que dejes de parecer una ninfómana y que limpies toda la baba que se te ha caído mirando a ese tipo.
—Zazy —rio ella, mirándome con picardía—… ¿Estás celoso?
—¿Yo… qué? En tus sueños húmedos, niña humana.
Luna se mordió el labio inferior en un gesto que me descolocó por completo. ¿Así se veía cuando coqueteaba? Padre, no estaba nada mal. Maldita pelirroja, todas eran igual de pecadoras. Te distraían con la apariencia inocente de sus pecas y cuando te dabas cuenta ya estabas en problemas. Por supuesto, esas cosas no me pasaban a mí nunca. Yo era un ser superior y no tenía nada que temer. Dudé de mis propias convicciones echando otro vistazo a su boca roja por causa de la mordida.
—¿A ti qué te pasa? —le espeté, encontrando extraño su comportamiento— ¿Te pica algo?
Luna soltó una carcajada, sin negar o afirmar nada. Su actitud me estaba sacando de quicio. Comencé a mirarla con atención en busca de alguna pista. Tenía las mejillas sonrosadas en una expresión que nunca le había visto. Sus ojos ardían al tiempo que sus piernas se apretaban una a la otra. No. No podía ser lo que estaba pensando. ¿No iban a dejarme en paz esos bastardos? La agarré del brazo para detenerla. Se dirigía directo a caer en el engaño del mismísimo pecado de la Lujuria. El miserable había sabido enmascarar su identidad por un buen rato, le daría el crédito por eso. Pero no iba a poner un dedo sobre mi humana o mi nombre dejaría de ser Azazyel.
Sí, era mi humana porque mi maldita vida dependía de ella. ¿Que su lencería nada tenía que ver con su seguridad? Poco me importaba, Lux no iba a tocarla.
—¿Tienes algo más que decir? —Se giró hacia mí, acercándose a mi rostro. Padre celestial, estaba tan afectada por la Lujuria que intentaría seducir a cualquier cosa que se moviera.
—Ese hombre en la cocina, es un pecado —confesé, dispuesto a hablarle claro.
—¡Lo sé! —chilló emocionada— ¿Le viste el abdomen? Ese hombre fue tallado por los ángeles.
—¿Perdona? No le adjudiques la culpa de eso a mi raza.
Luna chasqueó los labios y se deshizo de mi agarre con un ademán de fastidio. Cerré los ojos y conté cajitas de jugo de pera imaginarias intentando calmarme. Para cuando llegué a la cocina de nuevo, la humana estaba ayudando al demonio a armarle el horno. El engendro de Satanás se retiró un poco al notar mi presencia amenazante, pero no soltó la mano de la chica, quien se empeñaba en usar un destornillador como muestra de su disposición de apoyar el proceso.
—Espero que su novio no se moleste por lo que voy a decirle, pero… usted es muy bonita.
—¿Novio? —preguntó ella confusa, para luego comprender mientras me miraba con una sonrisa confiada— No, él es solo mi asistente.
Lux sonrió con la cabeza baja. Intentaba ocultar sus claras intenciones. Muy bien, si él quería jugar así, acababa de declararme la guerra. La humana caería en mis brazos para el final de ese día, y la lujuria tendría que regresar con la cola entre las patas a quien lo hubiese mandado a molestarme. Alcé mis brazos y retiré mi sudadera por la cabeza, de paso despeinando mi cabello. Luna no notó el cambio hasta pasado unos minutos. Lo primero que percibí de ella fue sorpresa. Su boca se abrió y sus ojos se ensancharon. Disimulé el orgullo que eso me hizo sentir, pues no quería que supiera que lo había hecho a propósito. Entonces su expresión cambió. Frunció el ceño en una actitud de hastío, dejándome claro que no aprobaba mi movimiento. Eso me dio igual.
—¿Qué? —pregunté, encogiéndome de hombros.
—¿Qué rayos haces?
—Hace calor aquí en la cocina. Me estoy poniendo cómodo. Además, no es que no me hayas visto desnudo antes. ¿Cierto?
Luna emitió un chillido indignado bajo que me causó diversión. Lujuria volvió su atención al supuesto trabajo que debía hacer, otorgándome un punto. El gran Azazyel no iba a perder contra un sucio demonio. La humana enrojeció de pies a cabeza mirando hacia mi entrepierna de reojo. Por supuesto que lo recordaba, mi querido mástil era una pieza memorable.
El teléfono móvil de Luna —ese aparato que llevaba a todas partes y con el que decía poder hablar con otras personas— comenzó a sonar con la canción estridente que ya odiaba. En ese momento ella pidió disculpas y se retiró a su cuarto, para poder conversar en privado con su mejor amiga. Entonces aproveché para cruzar mis palabras con el estúpido Pecado Capital. Sin perder tiempo, lo tomé por el cuello y lo hice incorporarse, aprovechando para incrustarlo con fuerza contra la meseta cuadrada del centro de la cocina. Lux gruñó de rabia e impotencia, mi fuerza era superior a la suya y no podía soltarse de mi férreo agarre.
—Veo que eres mal perdedor, Azazyel —logró decir—. La humana está en mis manos, retírate con la poca dignidad que te queda.
—Escucha esto, engendro —le advertí, cerrando un poco más mis dedos—. Cuando tú eras solo un mal pensamiento humano, yo ya era un ángel con todas las de la ley. Lo mejor será que te esfumes ahora que lo permito, antes de que me ponga violento.
—Vaya, vaya. Es cierto lo que dicen allí debajo. Estás dispuesto a protegerla con fiereza. ¿Tan fuerte es el amor?
Lo empujé una vez más, asqueado de sus palabras. Podían llamarle como quisieran, pero mi relación con la humana nada tenía que ver con el amor. Era más bien un inconveniente pacto hasta el momento imposible de romper. Sin embargo, era mejor que pensaran que estaba enamorado antes de que descubriesen la verdad.
—¡Aléjate de ella o habrá un nuevo demonio con tu título! De todos modos, eres el “Lujuria” más inepto en siglos.
El pecado se disponía a contestarme cuando ambos escuchamos los pasos de Luna en dirección a la cocina. Nos separamos en ese instante y disimulamos lo tenso del ambiente. Ni siquiera sabía por qué le ocultaba la verdad a la chica. Ella me había invocado, debía ser consciente de que el infierno existía. Incluso hablábamos sobre ello. Sabiendo esto, me empeñaba en espantar cuanto demonio apareciera cerca de ella sin que lo notara. Ni yo mismo me entendía cuando se trataba de la lunática. Sospechaba que su locura era contagiosa y se me estaba pegando.
—¿En qué nos quedamos? —preguntó Luna, sonriendo al vernos.
Conociendo a la mejor amiga de la humana, había sugerido tríos y montones de posiciones sexuales con los dos. Pero si ella pensaba poner en práctica alguna de las locas ideas de Thalya, me tocaría decirle que no estaba dispuesto a compartir. Y que la Lujuria podía irse por la misma puerta que había llegado.
—Babeabas —le comenté—. Eso lo resume todo.
—Sí, gracias. Siempre tan amable, Zazy. ¿No tienes nada que limpiar?
—Sí —Miré al pecado—. Toda tu cocina. El hedor a demonio es insoportable.
Luna abrió los ojos a la máxima capacidad que le era posible. Observó los alrededores en actitud paranoica, ignorando al único demonio que tenía cerca. Padre celestial, un poco de instinto natural para esta loca. Lujuria terminó de instalar el horno nuevo, y con eso su excusa para estar allí expiró. Sin embargo, tuve que soportar que la lunática lo invitase a tomar café. El mismo café que yo había ayudado a preparar, en la mesa que yo había limpiado… con las tazas que yo había fregado. Semejante ultraje le ganaría un boleto VIP al noveno círculo del infierno. Yo mismo la llevaría, de no ser porque no tenía ganas de morir para lograrlo. Esperaba que Samsaveel me ayudase a encontrar deprisa la manera de romper el maldito vínculo. Mientras tanto, debía seducir a la humana para evitar que ese sucio demonio la usara en mi contra.
Observé con detalle la figura sentada de Luna. Llevaba unos pantalones cortos que me permitían visualizar sin problemas sus piernas, incluyendo los muslos. Imaginaba cómo sería acariciarlos cuando su mirada me sorprendió. Ni siquiera me di cuenta cuando el demonio se marchó, así de entretenido me había quedado con lo que tenía enfrente.
—¿No tienes frío o algo? Ponte tu sudadera de una vez.
—¿Y tú? ¿No te estás helando con ese diminuto pedazo de tela que llevas puesto? Se te ve el alma desde aquí.
—¿Era eso lo que mirabas? Vaya, al parecer tengo un alma bastante sexy.
Luna sonrió confiada. La humana estaba aprendiendo a ver por detrás de mi sarcasmo y eso no me convenía. No iba a dejarme en ridículo aquella criatura mortal sin alas. Me acerqué a ella de manera que su rostro quedó a escasos centímetros del suyo. Sus pecas se hicieron visibles en ese instante, y sus labios me parecieron los más apetecibles. Parpadeé confuso buscando salir de mi trance. Porque solo así podía llamarle a lo que estaba sintiendo. La bruja me había hecho algo. No era normal que la estuviese encontrando atractiva. No era propio de mí querer besarla despacio para saborear su boca. Era ridículo querer retirar su cabello detrás de la oreja solo para verla, o fijarme en el bonito color de sus ojos.
—¿Qué haces? —susurró ella, sonando agitada.
—Nada.
Mi única respuesta fue cortada por mis propias acciones. Tomé con delicadeza la nuca de Luna para evitar que se escapara. Y entonces junté mis labios con los suyos en el beso más suave que había dado en toda mi vida. Estaba acostumbrado a la descarga de energía que se producía al tocarla, pero nada me preparó para aquella explosión. Coros celestiales, fuegos artificiales, paraíso e infierno en un solo beso. El impacto me dejó turbado y con demasiadas ganas de seguir. Pero como no me cansaba de decir, Luna no era normal. La chica se levantó del asiento, no supe si para alejarse de mí o para algo más. Resumiendo el drama, cayó de nalgas al suelo después de tropezar conmigo. Y en lugar de levantarla, me reí como si mi vida dependiera de ello.
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