Aún más allá – 16

Por muy frustrada que la haya dejado la situación, no debía gastar todo el día en discusiones sin futuro, sobre todo si es con su hermana, aunque sea la única culpable de ello. Tenían toda la tarde libre para ellas, pero lastimosamente no estaban a solas. Entonces, ¿qué más podrían hacer?

—¿Y si jugamos algo? —preguntó Lía vencida por el aburrimiento.

—¿Algo como qué? —dijo Auri en medio de un bostezo.

—Juguemos Uno —sugirió Rosalba inesperadamente emocionada.

—Cómo te encanta verlas pelear, ¿no? —replicó Auri entre risas.

—¿A ti no?

—Te encanta ver el mundo arder, ¿no, pendeja? —replicó Lía con picardía.

—No lo niego —se levantó con pereza de su asiento estirando su cuerpo en toda su longitud—, iré por las papitas.

—Te acompaño, no vaya ser que traigas esas porquerías de limón —se quejó Auri.

—Isis pirquiriis di limin —le remedó—, gente sin gusto.

Por su parte, Lía se dirigió a la habitación donde hace un rato se había encerrado su melliza. Al parecer y aún con lo despreocupada que es, no se atrevía a escribirle o llamar a André solo para mencionarle aquello. En cambio, eligió la salida del cobarde: esperar a que Sebastián intercediera por ella convenciéndolo de hacer el trabajo sucio. Ambas sabían que no era el modo adecuado de hacer las cosas, pero como se trataba de André, hasta ella misma habría elegido esa opción.

—¿Le dijiste o no? —indagó desde el umbral de la puerta.

Lory estaba tirada en su cama, con la cabeza colgando del borde de esta y su mirada perdida en algún punto del techo. Se notaba desesperada, más de lo que alguna vez estuvo en su vida. Sin embargo, así como estaba no solucionaría nada. ¿qué más daba?

—Sí, Sebas le dirá y yo también le mandé un mensaje siendo lo más dulce y simpática como nunca antes había sido con ese —dijo entre susurros, para luego mirar a su hermana con dolor—. Acabo de humillarme de la peor manera posible, y con el peor de todos.

—No diré nada al respecto, pero tampoco vas a conseguir nada en ese estado —aseguró Lía con calma—. ¿Qué tal si jugamos un rato? Auri y Rosi salieron por las botanas.

—¿Crees que tengo ánimos para eso? —replicó.

—¿Crees que eso sirve de algo? —insistió.

—Está bien, ya voy —con lentitud desesperante, fue levantándose de su cama para tirarse en la de Lía.

—Vamos ya, antes que quieras ahorcarte con papel higiénico —se burló.

—Te detesto —le reclamó, pero por lo menos sonrió un poco.

Al salir, las chicas ya estaban de vuelta y sirviendo en tazones toda la comida chatarra que habían comprado. Un par de paquetes de papas, otro de doritos y uno más de choclitos de limón.

—Y este es solo para ti —anunció Rosi con una enorme sonrisa.

Le ofreció un paquete de gomitas sabor fresa, con forma de corazón y relleno líquido. Aquellas golosinas eran las favoritas de Lía, y desde el día que Rosalba las conoció, aprovecha momentos como ese para obsequiarle uno de ellos.

—Gracias, preciosa —se lanzó a sus labios, sentándose en su regazo pese a los reclamos de las demás.

Así iniciaron una ronda de juegos, en la que poco a poco Lory recuperó esa fuerza salvaje que la caracteriza. Las bromas iban y venían, los pleitos no demoraron en formarse y las carcajadas estaban más que aseguradas. Objetivo principal logrado: distraer a la deprimida Lory.

—Toma esa —exclamó Lory, lanzado su arma secreta a Lía, un +4.

Esta, con expresión molesta, mira a su hermana de forma amenazante sin lograr ningún efecto. Sin embargo, en sus planes no estaba perder esa partida.

—Lo siento, cielo —se lamentó mirando dulcemente a Rosalba—, pero solo estamos jugando.

Fue muy tarde, Lía había contestado con la misma carta. Rosalba, aún sin poder creérselo, miraba a las mellizas de forma intercalada con la mayor expresión de traición. Auri por su parte, con su sonrisa maquiavélica, disfrutaba de la escena dramática que surgía ante sus ojos.

—Bueno… —suspiró Rosalba—. La paz nunca fue una opción.

Y al igual que las demás, lanzó la misma carta acumulándose un total de doce solo para Auri.

—¿Perdón? —replicó esta.

—Ya no te estás riendo, ¿ah, cabrona? —se burló Lory.

—¡In your fase! —añadió Lía.

Y como esperaban, con lentitud fue tomando carta por carta hasta tener las doce sumadas a su ya extensa baraja.

—Las odio, de verdad —lloriqueó.

—El que ríe de último… —dijo Lía con burla.

—Ríe mejor… —terminó Lory estallando en risas.

Continuaron con el juego, siendo el turno de Lory para lanzar su carta, está vez sin ataques terroristas ni intentos de homicidio de por medio. Sin embargo, su teléfono suena en un mensaje de texto.

Su expresión risueña cambia a una de total enfado, tecleando muy efusiva un mensaje de respuesta a quienquiera haya sido el remitente. Pero antes de ello, el teléfono de Lía suena de la misma manera.

(A) No pienses que me estoy aprovechando de la situación, pero… ¿no crees que es momento de que dejes de jugar con esa cocinera y regreses conmigo? Una persona con verdadero futuro, porque no sé, tal vez de eso dependa la carrera de tu hermana. Piénsalo y me dices, hermosa.

La sorpresa e indignación que eso le provocó sobrepasada los límites. Sabía que era una mala idea pedirle aquello justo a él, pero tampoco hubiese imaginado que sería capaz de sugerir algo tan bajo como eso. Y con eso solo comprobaba lo poco que llegó a conocerlo, lo bien que hizo al alejarse de él, y lo mal que estaría si está vez no hace algo más serio para detener el asunto.

—Lía —le llamó Rosalba.

—¿Sí? —se sobresaltó, no por su llamado sino por su expresión.

En sus ojos, brillaba una furia que jamás había visto en ella. Estaba más que enojada, pero también sabía que no era por ella, sino por aquel mensaje. ¿Cómo alcanzó a leerlo?

—¿Me prestas tu teléfono un segundo? —exigió sin dar cabida a posibles reclamos.

—Claro, pero… ¿para qué? —indagó curiosa.

No contestó, solo tomó con delicadeza el teléfono de sus manos y abrió el mensaje. Sus ojos se movían frenéticamente sobre la pantalla, y Lía podía ver como el enojo aumentaba cada vez más. Apretaba la mandíbula, y sus nudillos se estaba haciendo blancos por la fuerza del agarre. Tecleó un poco, y empezó a hablar:

—No te preocupes por eso, cariño —decía con suma molestia—, así como tú existen cientos de personas que saben hacer este trabajo y mucho mejor, tampoco te creas tanto. Además, está cocinera sin futuro te supera con facilidad en muchas cosas, especialmente en el tipo de persona, porque no eres más que basura si te atreves a aprovecharte de una situación tan delicada como esta. ¿Tan desesperado estás? Otra cosa, vuelve a dirigirle la palabra a mí novia y tendrás asegurada una orden de restricción por acoso. Me acabas de dar las pruebas necesarias para ello, así que no me provoques, aún no me conoces lo suficiente. ¿Entendido? Imbécil.

Aquel mensaje de audio había sido enviado, y estaba siendo reproducido en el mismo instante. No iba a esperar ninguna respuesta, solo fue al perfil y bloqueó por completo el contacto de André. Todo bajo la atenta y asombrada mirada de las chicas, quienes aún no podían creer lo sucedido.

—Listo, no volverá a molestar —añadió—, si sabe lo que le conviene.

Tanto Lory como Auri estaban asombradas, mientras que Lía más que sorprendida se sentía halagada. Le enternecía y excitaba tanto que la protegiera de esa manera, que solo quería subir a su regazo y besarla con intensidad. Pero no podía, aún estaban acompañadas.

—La niña sacó las garras —expresó Auri—, mis respetos.

Rosalba había empezado a teclear en su teléfono desde que entregó el de Lía, pero su expresión seguía siendo la misma de profundo enojo.

—Creo que me enamoré —agregó Lory con un suspiro dramático.

Aquello solo hizo molestar a Lía, quien ahora sin importar que las vieran, se subió al regazo de Rosalba tomando su rostro con ambas manos. Con una enorme sonrisa, fue acercando sus labios a los de ella, le dio un lento y profundo beso. Esta, sin querer perder oportunidad, respondió de la misma manera sintiendo disminuir su enfado, reemplazándolo con una llama intensa que crecía en su interior. Sin importar nada más, se dejaron llevar por el deseo momentáneo: Rosalba recorría con suavidad sus caderas, mientras que Lía suspiraba al sentir su lengua recorrer su boca.

—¡Ay ya, párenle o busquen pieza! —se quejó Lory exasperada.

Se separaron con las respiraciones agitadas, siendo Rosalba quien continuara con suaves besos en su cuello mientras Lía la abrazaba.

—No coman delante del pobre, ¿quieren? —se lamentó Auri.

—Eso fue lo más increíble que escuchado en mi vida —susurró Lía para que solo ella escuchara—, me encantó verte así, tan sexy y provocativa. Gracias mi amor.

—No voy a dejar que ese idiota se pase de listo, eres mía y no va a cambiar eso —contestó llena de confianza.

—Y siempre lo seré —aseguró Lía demasiado emocionada.

Volvieron a sumirse en un fogoso beso, ahogando suspiros en los labios de la otra y acariciando solo una pequeña parte de piel. Deseaban poder explorar más que eso, de no ser por la presencia de ellas dos muy seguramente lo harían sin impedimentos.

—¡Bueno ya! —replicó Auri—. Se me separan, dije.

A regañadientes, Lía se sentó a su lado sin despegarse de ella. Apoyaba su rostro en su pecho, recibiendo suaves caricias en su cabello tal y como le encantaba. Y, sin embargo, esa poca tranquilidad se esfumó al escuchar la llegada de un nuevo mensaje.

—¿Es él? —indagó Lía.

—No quiero ni mirarlo —suspiró Lory con desgana.

—Yo sí —agregó Auri—, es de Sebastián, un mensaje de voz.

—Amor, de verdad lo siento, es mi culpa que haya pasado esto —se lamentó Sebastián entre suspiros de frustración—. Dile a Rosi y a Lía que me perdonen, jamás debí apoyar esta idea sabiendo cómo es de idiota. Déjame arreglarlo, ¿sí? Trataré de conseguir alguien que pueda hacerlo y lo pagaré. No se preocupen por André, creo que está vez sí entendió el mensaje y no volverá a molestar. A ninguno, ni a mí. Ya esto fue ir demasiado lejos, así que será lo mejor dejar las cosas así con él. Te amo, y en serio lo siento.

—Uff, la cosa se puso fea —expresó Auri.

—Pero ya era hora que lo hiciera, ese imbécil solo trae problemas —aseguró Lory.

Dejaron a un lado el juego, sabiendo que el problema seguía sin resolverse y que muy probablemente no hallen solución a tiempo.

—¿Y si tratas de contactar a la chica? —sugirió Auri—. Tal vez logres llegar a un acuerdo con ella, puede que esto no sea más que una horrible casualidad, ¿no creen?

—Lo dudo, si han llegado a estos extremos es porque los avances son idénticos —se quejó Lory, está vez casi al borde de las lágrimas—. No sé cómo pude ser tan estúpida.

—Tranquila, las cosas aún no han terminado —aseguró Rosalba, dejando de lado su propio enojo—. Encontraremos a alguien, verás que sí.

—¿Tú crees?

—Claro, preguntaré en mi trabajo, alguien debe saber algo o conocer a alguien más —comentó con firmeza, para darle algo de esperanzas.

—Eso espero, de verdad.

Se centraron cada quien en lo suyo: Lory, aún desanimada, conversaba con Sebastián sobre lo sucedido con André; Auri, viéndose incómoda por ser el mal tercio, decidió solo ver la televisión; mientras que Lía y Rosalba permanecían abrazadas en el sofá, hablando entre susurros y riendo por lo bajo.

—¿Tienes hambre, mi amor? —murmuró Lía seduciéndola.

—Depende —susurró de vuelta, apretándola más a su cuerpo—, ¿hambre de qué?

—De…

—Llegó por quien lloraban —exclamó Carlos entrando sorpresivamente a la casa—. ¿Y ustedes qué? ¿Muy cómodas?

—Pues sí, en lo que se puede —se burló Lía.

—Lía Mercedes… —dijo en tono amenazante.

Con un suspiro de frustración, se sentó en el sofá bajándose del regazo de Rosalba, quien no paraba de reírse con disimulo al ver la expresión de su suegro.

—¿Cómo está, señor Carlos? Tiempo sin verlo —preguntó Rosalba antes de estallar en carcajadas.

—Tan graciosa como siempre, ¿no? —se quejó este—. ¿Ya comieron?

—Te estábamos esperando —añadió Lory.

—Hace hambre —concluyó Auri con descaro—. Solo digo, ¿no?

Las miradas cayeron sobre ella, quien seguía observándolos con la expresión más inocente que podía hacer. Sin embargo, después de tanto deberían saber que es tiempo perdido hacer cualquier reclamo, porque era como si viviera allí.

—Por lo menos ayúdenme a desempacar, ¿no? —le riñó—. Traje pasta con albóndigas y pan tostado.

Entre risas y más burlas, ayudaron a desempacar, servir y organizar todo para sentarse a cenar. El sol ya había caído y el fresco de la noche se estaba haciendo presente, pero Lía no tenía ni la más mínima intención de dejar ir a Rosalba a casa. No sería la primera vez que se quedara a dormir, y quien sabe, podría ser la primera en que suceda algo.

—Ni creas, Lía Mercedes —susurró Lory a su oído.

Se habían alejado un poco de los demás, encargándose de servir y llevar las bebidas al comedor. Sus pensamientos se habían ido tan lejos, que olvidó por completo la presencia de su hermana a su lado, e incluso el efecto que tenía aquellas imágenes mentales en su propia expresión.

—¿Qué? —dio un respingo de la sorpresa.

—Quién sabe qué pensamientos impuros pasan por tu cabeza, pecadora —dijo en tono de burla.

—Ves a fregar a otro lado, ¿quieres? —le recriminó continuando con su tarea.

—Esos cachetotes rojos no me dicen nada bueno —continuó burlándose.

—¿Ya acabaron? —les llamó su padre.

—Ya vamos —gritó Lía en respuesta, todo con tal de quitarse a Lory de encima.

—La salida del cobarde —murmuró esta.

Regresaron al comedor, donde ya todos los cubiertos y platos estaban servidos, solo faltaban ellas dos y las bebidas. Se sentaron como si nada hubiese pasado, y mientras cenaban las conversaciones seguían su flujo.

—Por cierto, no me han dicho más nada de las ventas —expresó Carlos—, ¿cómo va eso?

—Por raro que te parezca, papi —contestó Lía con firmeza—, a la gente le gusta comprarlo más de lo que te imaginas.

—Sobre todo si está preparado, porque hasta eso les da flojera cocinar —se quejó Lory—, con lo fácil que es.

Hace unos meses habían iniciado con esa idea, una que Rosalba había sugerido y apoyado desde hace un tiempo; vender ramen, tanto empacado como preparado al famoso estilo Belmor. Lo que una vez inició como auxilio para sus transportes, se estaba convirtiendo en un negocio rentable. Tanto que los paquetes obsequiados por la empresa a su padre, ya no eran ni de cerca suficientes para los pedidos que les hacían. Eso tenía más que contenta a Lía, porque de esa manera podía aportar aún más a su casa, reunir para sus estudios y de paso para un futuro no muy lejano con Rosalba. Además, cumplía su promesa de no volver a consumirlo.

—Mientras no te lo comas tú, todo está perfecto —sentenció Rosalba mirándola retadoramente.

—Tengo un año que no como eso, solo por si te interesa saber —contestó Lía con el mismo tono.

—Si tan solo me hiciera más caso a mí, pero no —se quejó Carlos—, le hace caso a la novia. ¿Cómo lo lograste, Rosi? Llevo veintiún años intentándolo.

—Un amarre —añadió Auri antes que ella—, o agüita de calzón.

Y así, tanto Rosalba como Lía, casi se atraganta con sus comidas a causa de aquella respuesta. Las risas resonaron al ver sus rostros colorados, sin saber si era de vergüenza o falta de aire. Por su parte, Lía miraba con aires asesinos a quien se supone era su mejor amiga.

—¿A ti quién te preguntó, asquerosa? —le recriminó.

—¿Cómo qué amarre? —se quejó Rosalba—. Tengo mis encantos, ¿sabes? No necesito eso.

—¡Uy sí! —se burló Auri.

—A ver, señorita encantadora —dijo Carlos entre risas—, ¿cómo te va en el trabajo?

—Hasta el momento bien, tengo buenos compañeros en su mayoría —decía con emoción—, no me quejo.

—¿Incluso alguno que sepa de computación? —suplicó Lory.

—Ya lo había olvidado —murmuró Carlos, ahora con semblante serio—. ¿Cómo va eso?

Las risas se habían esfumado por un rato, siendo reemplazadas por la preocupación que invadía a todos. Lía aún estaba enojada, todo lo acontecido con André era más de lo que podía y quería soportar. Sin embargo, también le llenaba de ilusión al recordar la manera en que Rosalba la defendió.

—No muy bien que digamos —suspiró Lía—, aún no sabemos quién puede ayudarla en eso.

—Pero ustedes no… —se interrumpió Carlos, mirando un punto fijo con semblante pensativo.

—¿Qué cosa? —indagó Lory con curiosidad.

—Ahora vengo —se levantó con rapidez de la mesa, dejando a todas con una extraña sensación de incertidumbre.

Habían quedado en silencio, con sus platos vacíos y estómagos llenos podían dar por terminada la cena. Pero nadie se atrevía a irse, todas estaban a la expectativa de lo que sucederá.

—Ser raros está en los genes —comentó Rosalba rompiendo el silencio.

—Yo lo pensé, tú lo dijiste —añadió Auri entre risas.

—Listo —anunció Carlos con una sonrisa de satisfacción—, recordé que en la empresa hay dos muchachos que hacen el trabajo técnico de las computadoras y todo eso. Llamé a uno de ellos y me dijo que podía ver qué hacía, tal vez pueda ayudarte así que le dije que viniera mañana.

—¿De verdad? —exclamó Lory—. Gracias papi, te adoro.

—Bueno, fue una linda historia dramática con celos e intentos de asesinato incluidas —decía Auri jocosa—, pero hasta aquí llegó el chisme.

—¿Cómo que celos? —reclamó Carlos—. ¿Hay algo que no me han contado?

—¿Seguimos jugando? —sugirió Lía ignorando la pregunta.

—Vamos —aceptaron las demás.

Recogieron todo sobre la mesa, lavaron y ordenaron los trastes sucios y se dirigieron a la sala a seguir jugando. Todo bajo la atenta e incrédula mirada de su padre, Carlos, quien a veces seguía sorprendiéndose de la desfachatez que tenían sus hijas para ignorarlo. Sin embargo, las fuertes ganas de reírse ante la escena lo traicionaban. ¿Cómo podía regañarlas si no podía demostrar ni pizca de molestia?

—En otro momento será —suspiró—. Ah, por cierto, Rosi, ¿te quedas a dormir?

—Si me lo permite —dijo está con expresión inocente.

—Tampoco es como si me pidieran permiso para eso, ¿no? —aseguró este—, pero ya saben; cuidadito con las manos, camas separadas y a dormir temprano.

—Como usted diga, suegrito.

—Ya te traigo el colchón.

Se alejó de la cocina, dejando atrás a cuatro chicas muertas de la risa. Fue una escena tan extraña como cómica, pero sin duda difícil de olvidar.

—Bueno, señoras —suspiró Auri—, yo si debo irme a casa. También me regañan, aunque no parezca.

—Creí que vivías aquí —se burló Rosalba—, no más digo.

—Vaya a burlarse de su madre —le riñó entre risas.

Después de acompañar a Auri hasta su casa, que no era muy lejos, prepararon todo para irse a dormir. Dejar la casa ordenada, sin nada sucio y todo asegurado, era lo único que no podían dejar de hacer diariamente, aunque quisieran. De lo contrario, el regaño sería más que real y contundente.

Lory le prestó aquel pijama que siempre le daba en momentos así, como si ya fuese propiedad de ella. Y al igual que todas aquellas ocasiones anteriores, terminaron de pasar la noche viendo películas en su habitación. La de turno era «La familia Mitchell vs las máquinas»; divertida, con acción y maquinas asesinas por doquier, la mejor elección.

—Bueno, ya, a dormir —decía Lory al ver los créditos en pantalla—. Tanto drama hoy me dejó exhausta, quiero dormir.

Mientras recogían y limpiaban sus dientes, Lía y Rosalba con todo el disimulo posible trataban de irse a dormir en la misma cama. Sin embargo, de la misma manera Lory les señalaba donde debía acostarse cada una por separado.

—No dejan a un pobre ser feliz —se quejaba Lía entre pucheros.

—¿Ya te he dicho que eres la cosita más preciosa cuando haces esas caritas? —murmuró Rosalba acercándose peligrosamente a su rostro—. Toda tierna, hermosa, me encantas.

Un suave rose de labios desató una llama dentro de ellas. Lía, más que complacida con sus palabras, se deleitó con poder tener su aroma tan cerca y sentirla. Tomó sus mejillas con dulzura, rosaba con delicadeza su nariz contra la de ella sin besarla directamente, provocando un suspiro de frustración en ella. Aun así, Rosalba no pudo resistirse más a sus encantos lanzándose a sus labios en un beso intenso. Mordía con suavidad su labio, recorría con su lengua el interior de su boca, cálido y dulce.

Sin embargo, un almohadazo les llegó por la espalda a ambas obligándose a interrumpir tan delicioso beso. Y con molestia, ambas lazaron el mismo contraataque hasta convertirlo en una guerra de almohadas. Golpe tras golpe, risas y quejidos, reclamos y gritos se escuchaban en la casa entera.

—¿Y entonces? —refunfuñó Carlos—. ¿Qué parte de dormir no entendieron, las niñas?

—La parte de camas separadas —sentenció Lory.

—Mentiras —exclamó Lía—, ya estábamos por irnos a dormir.

—Incluso tengo mi colchoncito arreglado —anunció Rosalba con un puchero inocente señalando su cama—, o lo estaba antes que Lory empezara a golpearnos como loca.

—Hijas de…

—¡Ajá! —riñó Carlos.

Se cruzó de brazos mirando fijo a las supuestas tres adultas que tenía en frente, tratando de ver la verdad ante el escándalo que habían formado a esa hora de la noche. Sin embargo, solo suspiró y bostezo con cansancio.

—Solo duérmanse ya, ¿quieren? Este adulto responsable debe trabajar mañana —replicó con lentitud—. Camas separadas, no repito más.

—Sí, señor —contestaron al unísono.

—Hasta mañana, señor adulto responsable —se burló Lory.

—Hija del demonio —replicó.

Se marchó, dejando una inminente guerra de almohadas aplazada para otro momento. Y, en vista de las recientes amenazas, se vieron obligadas a tomar cada quien su puesto en camas separadas.

—Hasta mañana, cielo —dijo Lía con un suave beso en los labios—, descansa.

—Hasta mañana, mi amorcito, duerme bien —contestó Rosalba con una suave mordida.

—Hasta mañana, yo, duerme bonito —se quejó Lory.

—Hasta mañana, soplona —dijeron ambas al unísono.

—Como las odio —replicó.

Apagaron las luces y un silencio invadió la casa, todo a su alrededor estaba oscuro y sin ningún ruido. Solo se escuchaba el suave ulular del abanico en funcionamiento, alguno que otro grillo a las afueras de la casa y la suave brisa nocturna soplando sobre los árboles.

Lía esperó un par de minutos, atenta a los sonidos provenientes de cualquier parte de la casa. Al poco rato, un leve ronquido empezó hacerse notar; su padre estaba profundamente dormido. Buena señal, solo faltaba una más y todo sería más fácil, pero Lory seguía moviéndose en su lado del camarote. Para su buena suerte, solo bastaron unos cinco minutos más para que estos cesaran. De inmediato, levantó la sábana con la cual se cubría esperando su señal fuese bien recibida.

Y tal como esperaba, suaves movimientos y risas se escucharon a su lado. Y muy delicadamente, Rosalba subió a la cama junto a Lía abrazándola y cubriéndola con su propio cuerpo.

—Ya me hacías falta, cariño —susurró Lía en su oído, dejando un suave beso en su cuello.

—Y tú a mí, preciosa —contestó con deleite.

Con la proximidad, Lía podía ver en sus ojos un brillo intenso que le hacía estremecer desde lo más profundo calentando todos sus sistemas. Con suavidad acarició sus mejillas, apartó varios mechones de su frente y le regaló su más dulce sonrisa. Y con ello, aquel brillo aumentó sacándole un suspiro soñador.

—No te imaginas cuanto te amo —ronroneó Rosalba, acercándose cada vez más a su rostro—, y lo mucho que me encantaría pasar mi vida contigo, sería más que feliz.

—¿De verdad? Siempre estaré contigo, sin importar que suceda —contestó con lágrimas de emoción naciendo en sus ojos—, porque también te amo, más de lo que creía posible.

—Pero no más de lo que yo te amo a ti.

Finalmente, sus labios se unieron en un delicado y suave beso, lento y pasional como pocas veces lo han hecho. Esta vez, más que pasión descontrolada, estaba a flote esa sensación de calidez intensa creciendo en sus interiores. Por primera vez habían dicho cuan fuertes eran sus sentimientos, y aquello solo avivaba la llama que empezaba a quemarlas desde dentro. Por ende, poco a poco aquel beso lleno de amor y dulzura, fue tornándose candente y arrebatando suspiros a ambas.

En un suave movimiento, Rosalba intercambió posición con Lía, subiéndola a su propio cuerpo y sentándola en su regazo. Un suave gemido salió de la boca de Lía, al sentir las suaves manos de Rosalba acariciar toda su espalda y bajar a su abdomen, esta vez debajo de la ropa. Por primera vez se atrevía, la tocaba como tanto había deseado por meses y le encantaba más de lo que imaginó. Su boca se desvió a su cuello, mordiendo y besando todo a su paso. Lía estaba completamente extasiada, como nunca antes se había sentido con solo una caricia y pensaba dejarse llevar por las sensaciones que las llenaban.

—¿Podrían dejar de babosearse en mi presencia? —inquirió Lory esta vez molesta.

Con un respingo de sorpresa, se separaron con las respiraciones agitadas y latidos a mil por minuto.

—¡Sorry! —susurró Lía.

—Échense agua fría y duérmanse, par de calenturientas —les riñó.

—Está bien —contestó esta vez Rosalba.

Rieron por lo bajo, acomodándose como se debía para dormir. Con un último beso, volvieron a darse las buenas noches mientras se acurrucaban una con la otra. Lía no podía sentirse más dichosa de poder estar así con la persona que amaba, abrazadas y escuchando los latidos de su corazón.

Sin embargo, por mejor que pudiese pasar la noche durmiendo en sus brazos, no evitaría despertar con una de las peores sensaciones que podía sentir en la vida: migraña. El fuerte dolor de cabeza la despertó muy temprano, el mareo y palpitar de su cabeza la sobrepasaban. Con una arcada, corrió al baño para vaciar el contenido de su estómago.

Recién empezaba el día, y ya quería que acabara.

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