Solana se revuelve inquieta sobre su asiento, mientras observa cómo la rubia del vestido arrugado juega con unas piedras rosas, muy segura de sí misma y muy quitada de la pena.

Además de no estar acostumbrada a volar, este avión parece mucho más ligero que el anterior y teme que cualquier ventarrón lo precipite directamente al mar. ¡Un fuerte impulso de volver a tierra y a casa, la atraviesan como si fueran los clavos de Cristo!

La rubia se dirige con aire exigente al auxiliar.

– ¿Qué pasa? ¿Por qué no hemos despegado todavía?

– Disculpe, señorita. Es que nos falta un pasajero.

– ¿Y qué hay con eso?

– No podemos despegar sin él.

– Nosotras hemos pagado nuestros tickets como todos los demás y hemos sido puntuales en abordar. ¡Me parece una absoluta falta de respeto que nos hagan esperar, sólo por la impuntualidad de una persona!

– Es probable que su vuelo esté retrasado. Le pido que comprenda y nos disculpe. En breves minutos, partiremos.

– Por mí, ni se apuren.

La rubia lanza una mirada asesina a la morocha que viaja junto a ella, y decide que es mejor ignorarla y seguir jugando con sus piedras rosadas. Hace mucho tiempo que olvidó lo que significa la palabra “esperar”, pero… ¡ni modo!

No va a comenzar con pie izquierdo sus vacaciones de ensueño.

Da una ojeada rápida a su compañera de vuelo. La reconoce. Ambas compartieron el vuelo anterior, donde pudo apreciar, aún puede hacerlo, la sonrisa socarrona que enmarca su rostro.

¡Como si fueran del mismo nivel!

“Pura envidia”, decide pensar. “Con esa cara de no matar una mosca… Ya le gustaría estar en mi lugar. Claro que, para eso, le falta bastante”.

Unas risas estruendosas, ponen límite a sus insidiosos pensamientos. Parece que, finalmente, el tercer pasajero, o debería decir “pasajera” se ha dignado a dar señales de vida.

Grande es la sorpresa de rubia y morocha, al verla ingresar a la cabina. Trastabilla al caminar y, a todas luces, el café no ha surtido el más mínimo efecto.

– ¡Vaya! Pero…, ¿qué tenemos aquí?

– ¿Vos?

– ¡Mátenme!

– Hola, compis. Disculpen la tardanza…, pero es que mi delicado y costoso equipaje me dio algunos problemas en Aduana. Además…, ¡ni se imaginan lo que pesa! – se abraza al cuello del auxiliar, quien la mira divertido – ¿No te parece asombroso? ¡Son mis «amigas»! Las tres viajamos en el mismo avión desde Uruguay. Y, según parece, también vamos hacia el mismo lugar. Esto merece un brindis.

– Tome asiento y ajústese el cinturón, por favor.

– No se preocupe. A ella le encanta dormir en el suelo de los aviones.

– Disculpá, Mabel. ¿Te estás refiriendo a mí?

Solana la mira con simpatía. Dentro de su borrachera, la chica parece mucho más simpática que su estirada compañera.

– No entiendo cómo te permitieron abordar en semejante estado.

– Pero si estoy perfectamente bien.

– «Perfectamente bien»…, borracha.

– Sí. Esa es una contrariedad. No creo que pueda encerrarme con el auxiliar en el baño en este estado, ¿no? Una lástima porque está más bueno que el pan y yo estoy que doy pena. Igual, nena…, te lo advierto. Yo lo vi primero.

– ¡Ay, qué desagradable!

Sol no puede contener la risa ni evitar que la mirada de las otras dos se claven en ella.

– ¿Algún problema?

– Ninguno. Es que me imaginé la escena por un instante y me tenté.

– ¿No me creés capaz? Debe ser porque todavía no me conocés muy bien. Sos bastante simpática, gordi. Al menos, soy capaz de verte los dientes, aunque aún te queden restos de romero. Pero, al menos, tenés una linda sonrisa, no como otras con cara de haber chupado limón y traer otro en la cartera, por si se le pasa el efecto. Me llamo Caterina. Perdón que no me levante a saludarte, pero estoy más atada que el matambre que hacía mi abuela.

– No te preocupes. Estoy igual. Soy Solana.

– Un gusto. ¿Y vos, rubia Mireya?

– ¿No ves que estoy ocupada?

– Salvo que seas machito, podés hablar y agarrarme a pedradas al mismo tiempo.

– Estas piedras no son para hacer daño a la gente, ridícula. Es cuarzo rosa, la piedra del corazón.

– ¡Ay, perdone usted por mi absoluta falta de incultura! Pero…, ya que venimos del mismo lugar y parece que vamos hacia el mismo lugar, se me ocurrió que podríamos ser un poco más educadas. Qué loco, ¿no? ¿Qué hacen tres uruguayas rumbo a este paraíso tan lejano?

– Cierto. ¡Menuda coincidencia!

– Yo soy Verónica.

– ¿Y para qué sirven esas piedras que tenés ahí, Verito?

– Son runas. Las estoy consultando para saber qué me depara este viaje.

– ¿Y nosotras aparecemos ahí? – pregunta Sol, inocente.

– Sí. Aparecen una morocha insulsa y una castaña alcohólica. ¡Va a ser toda una experiencia para mí!

Teri la mira con aire demudado y trata de desabrocharse el cinturón.

– ¿Qué hacés? ¿No ves que estamos despegando?

– ¡Paren el avión!

– Estás muy mal, ¿lo sabías?

– Me quiero bajar. Me falta el aire. Creo que voy a vomitar.

– Demasiado tarde, querida. Eso te pasa por tomar como carretero.

– ¿Querés una bolsa?

– No. ¡Me quiero bajar! ¡Es de mala suerte viajar con brujas!

– ¡Yo no soy ninguna bruja!

– Tirá esas piedras.

– ¿Qué te pasa? ¡Ni loca! Tomate un café y quedate quietita, que se te pasa.

– Tenés que creerme, Sol. Es de muy mala suerte predecir el futuro en pleno vuelo. ¡Nos vamos a caer al mar!

– ¡Menuda loca!

– Tranquila, Caterina. Todo va a estar bien.

– ¡Claro que todo va a estar muy bien! Mis runas, que jamás se equivocan, dicen que van a ser unas vacaciones extremadamente placenteras. Al menos, para dos de nosotras.

– ¡Dejate de leer la suerte!

– Por supuesto que la voy a leer. Me gusta conocer mi futuro. Lo hago siempre.

– Sol…, creeme lo que te digo. Esto es muy malo. Las brujas viajan en escoba, no en avión.

– Nada va a pasar. ¡Tranquila! Cuando aterricemos, nos separamos y…, ¡santa paz! El Cabo es lo suficientemente grande como para no volver a vernos nunca más.

– Pero ella…

– Aquí mis runas dicen que…

– ¡Tiralas!

– ¡No!

Mira a ambas chicas con cara de asombro.

– Aquí mis runas dicen que nuestros destinos están ligados a causa de este viaje. Dicen que nuestro karma es encontrarnos. Que tenemos que hacer algo juntas para estar en paz y que nuestras vidas cambien.

– Perdón, Verónica. Pero yo no creo en esas cosas.

– Siendo así el caso, ya pueden comenzar a apedrearme con esas piedras. No se ofendan…, pero yo no tengo nada que hacer con ustedes. Vengo al Cabo con el único fin de abrazar palmeras y hacer la dieta del afrecho, cosa que no creo unas «cositas» como ustedes sean capaces de hacer. Y no se vayan a pensar…, yo tampoco. Pero mi amigo Albano Santoro, el muy perro, me apostó a que no sería capaz de convivir con la naturaleza, y volverme una chica sana y juiciosa…, y tengo toda la intención de ganarle.

– ¿Albano?

– ¿Santoro?

– ¿Por qué me miran con esa cara?

– ¡Yo lo conozco! – Sol y Vero se miran espantadas.

– ¿Ustedes también lo conocen?

– La verdad…, no tengo por qué contarles mi vida, porque no las conozco de nada. Pero visto lo visto, les voy a hacer un pequeño resumen. A mí me despidieron, hace unos dias, de mi trabajo porque no quise acostarme con mi jefe, y Albano Santoro, que es mi mejor amigo, me propuso venir a desenchufarnos al Cabo y a hacer un reinicio de mi vida. Pero me dijo que como no consiguió asiento para los dos en first, me alcanzaría mañana.

– Básicamente, y ahorrando detalles escabrosos, a mí me dijo lo mismo.

– ¡Y a mí también! Yo estaba un poquito estresada con mi vida familiar, Albano se enteró y me invitó a desconectarme junto a él en el Cabo. Pero sólo consiguió asiento para mí. Él llega mañana. ¡Al menos, eso fue lo que me dijo! Y, obviamente…, ¡fue mentira!

– ¿Por qué nos invitaría a venir, asumo que pagándonos todo, ya que ninguna de nosotras podría costearse un viaje como este, y él se quedaría en Montevideo? ¡No! A ver…, si dijo que llega mañana, es que llega mañana. ¿No?

– Es absurdo. El avión tenía plazas suficientes para los cuatro.

– ¿Qué está pasando aquí?

– La bruja sos vos, ¿no? ¡Decínoslo!

– ¡Que no me llames “bruja”!

– Te llamo como quiero. Porque adivinás la suerte y, además, sos insoportable. ¡Doble bruja!

– ¡Basta, chicas! ¿No ven que esto es demasiado extraño?

En medio de tan acalorado debate, tres celulares emiten sendos pitidos de mensaje. Las tres se miran con recelo. Por alguna mágica razón, ya conocen quién es el remitente y el contenido de la electrónica y breve misiva.

Cada una, toma su propio aparato y lee al mismo tiempo que las demás:

“Por causas ajenas a mí, debo quedarme en Montevideo. Disfrutá de tus vacaciones.”

– ¿Esto también lo decían tus piedritas?

– Te juro que no.

– ¡Necesito ya mismo algo fuerte! ¿Habrá vodka en este vejestorio? ¡Auxiliar!

Loading


Deja un comentario

error: Contenido protegido
%d