La Princesa Rosada: Episodio I El Frustrante Caballero – Segunda parte: Renovando esperanzas – Capítulo VIII: Nuevos rumbos

A pesar de que el trabajo había sido terminado, Xynos continuaba en la entrada norte del Cañón del Megalión, motivado por una pequeña, pero insistente corazonada que le impedía desplazarse hacia otro lugar, pese a que toda su compañía ya lo hizo, manteniendo el viaje errático que les caracterizaba. Ni el sueño pudo doblegar el espíritu del mercenario, quien se quedó en vela producto de la ansiedad. Cualquiera ajeno a él, con el suficiente nivel de superstición, podría aventurarse a decir que el pobre hombre era víctima de un encantamiento. Aquel estado de alerta, sin embargo, no duró mucho y pronto Xynos cayó presa de un profundo y reconfortante sueño que le permitió reponer fuerzas por varias horas, incluso un día y una noche, lo que fue propiciado por la calma que proporcionaba la región.

Los primeros rayos del sol naciente dieron directamente a su rostro, forzándole a despertar y animarse a empezar una nueva jornada, la cual prometía mucho pese a que el hombre ya ni se atrevía a imaginar lo que pudiera ocurrir. Unas buenas raíces sirvieron de desayuno a falta de pan y algún acompañamiento, tenía aún guardadas las bolsas de oro que recibió por el reciente trabajo, pero no tenía intenciones de gastarlo inmediatamente, prefería esperar en lugar de hacer una mala inversión que le produjera dolores de cabeza y sin algún beneficios.

Fue grande su suerte cuando iba aproximándose una caravana de comerciantes, instancia que bien aprovechó para comprar queso, carne seca y tabaco, todo a lo cual se sumó una buena conversación y algo de noticias sobre lo que ocurría en el resto del continente, elementos que hicieron la mañana un poco más grata para luego ir cada quien fue a lo suyo.

Hasta entonces todo iba bien, salvo por la repentina aparición de un hombre a caballo que salió del Bosque de Cranitua con bastante prisa, parecía que huía de algo o de alguien. Xynos reparó inmediatamente en ello y, rápidamente, tomó su cuerno para hacerlo sonar a la espera de tener respuesta, pero, al no tenerla y no ver nada sospechoso se sintió confundido. Rápidamente montó a Arthus y fue al encuentro del misterioso jinete, el cual usaba una gran capa negra y ocultaba su rostro con una capucha, lo que le hizo venir a la mente un fugaz recuerdo. «He visto un par de sujetos así, pero no sé bien dónde fue ni cuándo«.

En medio de la carrera montada, el misterioso sujeto volteó hacia la derecha de forma repentina y comenzó a dar una gran vuelta en torno al campo situado entre el Cranitua y el Megalión, debiendo el mercenario seguirle el paso dada la curiosidad por descubrir la identidad del jinete. El misterioso ser volteó para extender su brazo y lanzar un hechizo que fue bien esquivado por Xynos gracias a su equino compañero. «Así que lo amistoso no es lo tuyo ¿eh? Veamos quién sale perdiendo» pensó mientras tomó la ballesta y rápidamente instaló una flecha para dispararle a su atacante, quien también consiguió safar.

— ¡Alto ahí, cobarde! ¡Da la cara si no quieres que falle otro flechazo! –Xynos preparó la ballesta presto a cumplir su amenaza.
— Para ser un mercenario, hablas mucho –bufoneó el jinete.

Tomando esas palabras como ofensa, el mercenario disparó la flecha, pero el encapuchado detuvo su caballo de improviso para sacudir su capa con la clara intención de espantar a Arthus, el cual se levantó sobre sus patas traseras e hizo caer a Xynos, quien dio una voltereta para quedar de pie y con la ballesta cargada.

— ¿Qué diablos te pasa, eh? ¿No puedes detenerte y conversar? –Xynos no despegó su cara de la ballesta.

El jinete pronto cargó contra el mercenario, pero no logró ver el certero flechazo que atravesó el pescuezo del caballo, el cual acabó cayendo sobre sus patas traseras y le hizo salir eyectado hasta caer frente al hombre armado, el cual arrojó su ballesta y se prestó a intentar retirar la capucha para descubrir su identidad, acabando en un forcejeo del cual consiguió librarse con poca dificultad.

— No intervengas en mis asuntos, debo llevar un mensaje al ejército kranisiano –dijo el jinete.

— Pues, si tan importante es tu mensaje. ¿Por qué me atacaste? –Xynos tomó rápidamente la ballesta y la cargó.
— Te he visto en otras ocasiones y sé que habrías disparado tu flecha sin siquiera dar aviso –respondió el hombre.
— ¿Eres uno de esos sujetos siniestros de occidente? –el mercenario estaba a punto de disparar.
— Solo soy un mensajero –contestó el encapuchado.
— ¿Y tus trucos? ¿Eres un prestidigitador, acaso? –Xynos acariciaba el gatillo de su arma.

Una pausa tuvo lugar, pero era notorio que el misterioso hombre sonrió bajo la capucha.

— Una definición demasiado simple –el jinete extendió su brazo indicando al mercenario-. Ahora, apártate.
— Tendrás que hacerme a un lado –el aludido jaló el gatillo al instante.

El encapuchado consiguió destruir en pocos segundos la flecha con un hechizo y, en menos de un parpadeo, hizo otro truco más para adormecer a su atacante, quien, sin poder reaccionar, terminó desmayándose. Para decepción de Xynos, el hombre se retiró la capucha y descubrió un rostro para nada conocido, más su voz lo sería si es que fuera un Dios Guardián.

— Testarudo, te dije que te apartaras –Robegger volvió a su estado normal y se sentó sobre el césped cerca del mercenario-. Solo espero que hagas bien la encomienda que te daré pronto.

Arthus se acercó temeroso, olfateando tímidamente los pies de su amo mientras veía de reojo al Dios Guardián, quien se limitó a recostarse en el suelo a fin de reponer fuerzas. En vista de que su amo no estaba en peligro, el animal se echó cerca de él con total confianza, mientras que Robegger, tras un rato, se incorporó e hizo que el caballo volviera a pararse en estado de alerta.

— Tranquilo, solo me voy a levantar –Robegger se sacudió la ropa-. Cuida bien de tu amo, iré al Reinado de Kranis y volveré, lo prometo.

El caballo relinchó en tono de protesta y el Dios Guardián sonrió.

— No está en peligro, tan solo lo dejé inconsciente, despertará pronto –el anciano adoptó la forma de un juglar gracias a un hechizo-. En unas pocas horas, tu amigo despertará, tranquilo.

El ahora juglar se acercó a su caballo Galioth para retirarle la flecha del cuello y acariciarle la herida.

— Mi fiel amigo, vas a estar bien –la mano de Robegger irradiaba una energía sobre la zona afectada.

La herida comenzó a desaparecer lentamente y el semblante del animal cambió, viéndosele animado y con la misma energía que le caracterizó antes del ataque de Xynos. Robegger lo amaba tanto como su vida misma, significaba tanto como un hermano y era la primera vez que sufría daño. Fiero al igual que imponente, Galioth era uno de los primeros corceles al cual Erthum dio vida en el tiempo de la formación del mundo y le fue cedido al Dios Guardián dado que era el equino más veloz, permitiéndole recorrer grandes distancias en un corto tiempo y ello le permitía presenciar mejor cada evento del ancho mundo.

Ahora bien, estando en buenas condiciones, Robegger se montó sobre el lomo del caballo presto a continuar su viaje.

— ¡Vamos, Galioth, a la ciudad de Barúd! –el Dios Guardián y su compañero desaparecieron en un instante, adentrándose en el Cañón del Megalión.

Aunque la posibilidad de una invasión era demasiado remota, el Capitán Becktler dispuso de un fuerte contingente defensivo en la entrada sur del Megalión como medida preventiva, pues el rey Milos fue muy enfático en que el enemigo podría usar cualquier medio para hacerse con la ventaja. Resultaba preciso no escatimar en la disposición de tropas y dispositivos defensivos, a los cuales se sumaron varios escuadrones de caballería Barodil y Krahel.

El avistamiento de un hombre a caballo fue bien divisado por el heraldo kranisiano, el cual hizo sonar su cuerno inmediatamente a modo de saludo y recibió una amigable respuesta. A medida que el jinete se acercaba, resultó fácil reconocer que era un juglar, pues traía ropa sencilla y de colores alegres con un instrumento de cuerdas colgando en su espalda.

— No es más que un juglar –reparó el Alto General-. Me encargaré de él personalmente.
— Sí, señor –el Capitán Helmer se mantuvo en su lugar, mientras su superior avanzó unos metros.

El juglar se detuvo frente a Becktler y descendió de su caballo para encararlo.

— Saludos, soldado, me llamo Atherol –el cantante inclinó la cabeza cordialmente.
— Buenos días –saludó el heraldo-. ¿Vienes con una función preparada?
— La verdad, no –Atherol suspiró-. Traigo noticias desde el norte, muy importantes, por cierto. Es preciso hablar con el rey o el heraldo de más alto rango.
— Yo soy el comandante de este reino, puedes hablar conmigo sin temor –Becktler hizo un ademán con la mano-. Acompáñeme a la tienda, debe estar cansado.

Ambos ingresaron a una tienda y el Alto General tomó una jarra para verter un poco de vino en una copa, la cual se la ofreció a Atherol y éste la aceptó.

— Y bien. ¿Qué noticias traes? –el heraldo se mostró muy interesado.
— He conseguido internarme en Sweetlen y hablé con el rey Khryston… -el aludido iba contando, pero se vio interrumpido.
— ¿Pudo hablar con el rey? -Becktler arqueó una ceja tanto como pudo.
— Sí -afirmó el extranjero-. El monarca me ha solicitado buscar al mejor de los caballeros para enfrentar al señor oscuro y expulsarlo.

El juglar bebió un segundo sorbo.

— A cambio de ello, el rey ofrece la mano de su hija Tryanna, quien se encuentra cautiva en su habitación, media muerta dado que el señor oscuro le robó su alma y tiene claras intenciones de hacerse con el trono.
— El rey no permitirá que mis hombres tomen parte en la campaña, lo siento mucho –Becktler dijo muy serio.
— Es preciso actuar ahora, todo el continente depende de que Sweetlen sea liberado –enfatizó Atherol.

El kranisiano caminó de un lado a otro en el campamento, sabiendo los riesgos que podría correr si le permitía el paso al juglar para convocar a los hombres a librar tan arriesgada campaña y a sabiendas de que el rey Milos no lo aprobará.

— Temo que has venido al lugar equivocado, mis hombres no participarán –el Alto General se cruzó de brazos.
— ¿Usted es padre? –preguntó el juglar.
— No –el heraldo levantó una ceja.
— Si lo fuera, entendería el sufrimiento del rey Khryston –Atherol bebió otro sorbo-. Nadie está ajeno a su suerte.
— El rey Milos no involucraría sus tropas a menos que fueran aliados, lo que no ocurre en este caso, mi estimado amigo –el Alto General insistió.

Rápidamente, el juglar se puso de pie.

— Al menos, permítame hablar con sus mejores caballeros –el juglar no parecía convencido.
— Hay la posibilidad de que nadie conteste al llamado –remarcó Becktler-. Aún así, enviaré a mis mejores caballeros a la plaza de Barúd, pero no celebres mucho.
— Muchas gracias –ambos asintieron y salieron de la tienda.

Becktler se reunió con su tropa e inmediatamente empezó a hablar con sus mejores hombres mientras que Atherol se dirigió a la plaza tal como había acordado.

La llegada del juglar no pasó inadvertido para los guardias, quienes tuvieron mucha curiosidad al verle, aunque no se atrevieron a cruzar palabra alguna más que un cordial saludo. De igual manera, la gente que circulaba por las calles tuvo mucho asombro y varios se dirigieron a la plaza a la espera de una entretención, ya fuera una recitación, una imitación o una canción, mas el silencio del actor les causó intriga. ¿Qué tendrá reservado entre manos? La incógnita pasó entre los asistentes, quienes hicieron una medialuna en torno al artista.

Kasym caminaba por el mercado cuando divisó al juglar en la plaza de armas, lo que despertó viejos recuerdos cuando era apenas un niño y andaba de la mano de su madre Kramil, maravillándose con los relatos recitados por aquel personaje en la plaza. Aquella tierna época pasaba por su mente y ello le removió el corazón, el cuál latía presuroso, sin embargo, su pensamiento se vio abruptamente interrumpido al ver varios caballeros desplazarse hasta el gracioso hombre. ¿Irían para arrestarle? Sigiloso, se dirigió al lugar y, antes de formular preguntas o intervenir, prefirió ser un espectador más. Algunos de los hombres armados le reconocieron, saludándole con gentiles sonrisas y otros simplemente le quitaban la mirada de forma grosera.

El sonido del cuerno tocado por el juglar fue oportuno para evitar que una disputa se armara.

— ¡Damas y caballeros, niños y niñas! –Atherol volvió a hacer sonar su cuerno-. ¡Vengo a esta plaza luego de convocar la presencia de nobles soldados que pudieran contestar un llamado de auxilio!

Varias murmuraciones se hicieron escuchar entre los asistentes.

— ¡El reino de Sweetlen ha caído en las garras de Mors, el dios de la muerte! ¡El rey Khryston se encuentra malherido y su hija, la princesa Tryanna, intenta sobrevivir luego de que el señor oscuro le robara su alma! –prosiguió el juglar-. Sus tropas fueron masacradas sin piedad, obra adjudicada a decenas de legiones de monstruos con aspecto aberrante. Un grupo de demonios destruyó los muros del castillo y un grupo de nigromantes invadió el edificio para asegurar la entrada de su señor, quien no se mostró piadoso ante la familia real.

Las muecas no se hicieron esperar entre los caballeros, quienes se mostraron incrédulos ante las palabras del juglar.

— Simple cuento de vieja –comentó Ruskoll.
— Vamos, al menos es creativo –bufoneó Oreg.
— ¡Silencio! –susurró Fatheller.

Kasym trataba de abrirse paso entre la muchedumbre para escuchar con más claridad el anuncio.

— ¿Quién de estos nobles caballeros contestará al llamado de auxilio del rey? A cambio de una bien lograda campaña, su majestad promete entregar la mano de su hija en sagrado matrimonio y con un importante reconocimiento.

La gente se mantuvo en silencio a la espera de que los aludidos contestaran al llamado, mas ellos solo intercambiaban miradas y se encogían de hombros. El joven Barodil, al ver, desde su perspectiva, tal acobardamiento, salió presuroso de la muchedumbre, empujó a dos caballeros que anteriormente se mostraron groseros con él y encaró al juglar.

— ¡Yo! ¡Yo emprenderé la campaña! –dijo Kasym, mientras los jinetes se reían a carcajadas, lo cual ignoró-. No tengo nada más que hacer en este reino, estoy dispuesto a poner mi vida en riesgo si es necesario…

La estruendosa risa de los tres caballeros incrédulos interrumpió a Kasym, quien los miró serio, mientras que tanto el juglar como algunos pobladores saltaron.

— ¿No pudiste salvar a la princesa Thrandril y vas a salvar a la sweetlianés? –siguió riéndose Ruskoll.
— ¡Eres un perdedor, Kasym! –Oreg se tapaba la boca con ambas manos.

El otrora caballero apretó los puños.

— ¿Seguro que podrás, muchacho? –Atherol lo miró con temor, examinando de reojo su contextura.
— No le temo a la muerte, he enfrentado cosas peores –el joven Barodil infló el pecho-. Solo dime cómo llegar.

«Solo el Enviado podría contestar de forma tan temeraria«. Robegger se mantuvo en silencio mientras veía al enérgico joven.

— Como digas –se encogió de hombros y avanzó unos pasos mientras hacía una seña a Kasym para que se acercara-. ¿Has viajado a Sweetlen antes?
— Lo más cerca que he estado es la ribera del río Kinara, en dirección hacia el Bosque de Namir –respondió Kasym.
— Bien, será mejor que circundes los altos montes que están en el corazón de Iraya, porque, si vas directo a Sweetlen, no te será fácil internarte –advirtió Atherol.
— Tendré cuidado, cuenta con ello –respondió entusiasmado el joven.

El curioso juglar se quedó pensando unos segundos.

— Si logras encontrar un compañero sería excelente, esta campaña no podrás hacerla solo, debes tener un apoyo –prosiguió el juglar.
— Dudo que alguien de aquí me acompañe –Kasym dijo con pesadumbre.
— Tranquilo, seguro alguien te ayudará –Atherol sonrió y buscó un rollo de papel, el cual se lo extendió al muchacho-. Tengo una pintura de la princesa Tryanna, no está en buenas condiciones dado que, como comprenderás, el castillo estaba destruido en gran medida, no fue fácil internarme en el reino.

Pese a que el papel estaba bastante deteriorado, solo el rostro de la doncella se podía apreciar con claridad y Kasym se maravilló de sobremanera.

— Abandonando el brazo sur, debes ser cuidadoso, no hay nada seguro en el resto del continente –advirtió el juglar.
— Gracias por tus consejos –Kasym posó su mano en el hombro de Atherol-. Partiré ahora mismo.
— Que los dioses te protejan, chico –se despidió el juglar.

El rostro de Kasym era de completo entusiasmo, no había nada que pudiera doblegar su espíritu. Corrió como un niño emocionado hacia su casa mientras hacía sonar su cuerno con una melodía alegre e imponente, dando cuenta de la euforia que el muchacho tenía en ese momento.

Al llegar a la casa, ingresó rápido para dirigirse a la cocina, donde buscó una bolsa de agua, pan, queso y un cuchillo, todo lo cual guardó en un bolso; luego se dirigió a su cuarto para buscar una ropa de muda y ponerse la armadura, cruzó su cinturón con el estuche para la espada y, cargando su bolso, salió de la casa para ensillar a Flying –el cual hacía ruidos como queriendo saber qué estaba ocurriendo-.

— Tengo una misión muy importante, Flying –Kasym montó al caballo tras acomodar el bolso-. Espero no me falles, amigo. ¡Vamos!

Arreando al equino, el caballero abandonó rápidamente Barúd en lo que volvió a hacer sonar su cuerno con una tonada distinta, más viva y colorida, llena de entusiasmo y sin muestras de temor por el futuro incierto que se le presentaría.

Arthus estaba bastante angustiado al ver que Xynos no reaccionaba, por lo que, poco a poco, se le iba agotando la paciencia y, a ratos, hacía ruidos como queriendo despertarlo, sin ningún resultado. Decidido, el animal se incorporó y comenzó a mover con sus patas al hombre hasta que, finalmente, decidió lamerle la cara, sin hacer reparo en que esa última acción estaba dando resultado.

— ¡Ah…! ¡Espera…! ¡Arthus, no! –Xynos trataba de hacer a un lado a su caballo, el cual retrocedió unos pasos para levantarse sobre sus patas traseras y relinchar feliz.

El mercenario se limpió la cara con una parte de su camisa, luego se refregó los ojos y miró a todas direcciones buscando a su agresor.

— ¿Dónde está ese rufián? ¿Lo sabes, Arthus? –el hombre se puso de pie y acarició la cabeza del equino-. Buen muchacho, siempre acompañándome hasta en los peores momentos.

Sin que ambos lo notasen, un anciano, parecido a un profeta, vestido con una túnica café bien gastado y sosteniendo un callado, se acercó a ellos e interrumpió tan afectuosa escena.

— Debes dirigirte hacia el Valle de Salicis ahora mismo –dijo el anciano.
— ¿Eh? –Xynos volteó para ver a la persona que le acababa de hablar-. ¿Quién eres tú?
— Allí será requerida tu ayuda, un joven caballero estará –prosiguió el profeta.
— ¿En el valle? Estás loco, anciano –bufoneó el mercenario.
— Te recomiendo que partas ahora mismo, será tu última acción como mercenario –sentenció el profeta-. Que tengas una buena tarde.

Xynos se rascó la cabeza ante la confusión, mientras que el misterioso hombre caminó hacia el Bosque de Cranitua.

— ¿Cómo sabes que me encontraré con alguien en Salicis? –preguntó el mercenario.
— Solo lo sé. Adiós –el anciano se desvaneció como un espejismo en medio del desierto.

Arthus tocó con su nariz el hombro de su amo y éste volteó a verle.

— ¿Salicis? ¿Quién podría estar allí? A menos que fuera por la temporada de cacería… ¡Y ya es la fecha! –meditó Xynos-. Primero un ser encapuchado me ataca y ahora un anciano demente me dice que me dirija al norte… Como sea, será mejor irnos, amigo.

El mercenario montó a su compañero y se internó en el bosque para viajar hacia el norte como le había indicado el extraño hombre. Cuando su rastro se confundió entre los árboles, apareció Robegger.

— Depositaré mi confianza en ustedes dos –sentenció el Dios Guardián-. Si el Barodil es el Enviado, habré hecho bien en tomar parte y motivarlo a liberar Sweetlen… Si no, que mi padre me perdone.

El Campo Phant era una vasta región ubicado en el corazón del brazo occidental de Iraya, un campo marchito donde lo único vivo eran unas flores de pétalos negros que se hallaban desparramados en distintos puntos hasta donde la vista alcanzaba. En el centro de aquel territorio se encontraba una pequeña entrada a un sistema de catacumbas en lo más profundo de la tierra, siendo aquello desconocido para cualquier mortal, pues se trataba del tenebroso y tétrico reino del Inframundo, el hogar de Mors, el dios de la muerte, y de Las Temporales, tres mellizas con la habilidad de ver el pasado, el presente y el futuro.

Entre los miles de pasillos circulaban cientos de fantasmas que gemían incansablemente, yendo y viniendo completamente errantes hasta llegar a una gran cámara donde el señor oscuro reinaba con total tranquilidad, cubierto con una túnica rasgada en diferentes partes, principalmente las mangas, poseía un rostro arrugado y manos huesudas, ojos de plasma azul y una voz profunda con eco. El siniestro ser se hallaba observando desde la gema que estaba en el extremo superior de su báculo la cabalgata de Kasym.

— ¡Vaya, vaya! Con que… ¿Éste es el muchacho que osa desafiar mi voluntad? ¡Oh, pobre de mí! –el dios rió burlesco y miró los cráneos de los que otrora fueron los caballeros que, junto a Melfor, trataron de liberar Sweetlen, aunque resultó infructuoso-. ¡Ingenuo! ¿Desconoces que a quien enfrentarás es un dios? ¡Al señor del Inframundo!

La risa de Mors fue tétrica.

— Esperaré ansioso tu llegada –sonrió con malicia-. Quizá… Tu alma llegue antes de lo que imaginas.

El dios de la muerte alzó su mano derecha para hacer aparecer una llama de plasma con el rostro de una moribunda princesa Tryanna, quien se encontraba desmayada en su cuarto.

— Nunca nadie te podrá liberar de mi poder, princesa… Tú eres mía… Tu alma me pertenece… Y, si yo caigo… Tú caerás conmigo –la risa de Mors fue estruendosa, haciendo estremecer a todos los fantasmas y criaturas en el reino subterráneo.

SEGUIR LEYENDO

Loading


Deja un comentario

error: Contenido protegido
A %d blogueros les gusta esto: