RILEY

— ¡Hola, hermano! —Exclama el Steve de la pantalla, recargando el celular contra algo para acomodar la imagen — ¡Mierda! Esta cosa se mueve demasiado —vuelve a decir, cuando éste resbala y arruina la toma.

El escenario en donde se desenvuelve, no es otro que la recámara que ocupaba en la casa de su madre. Aún conserva el toque único que le dan los posters de Linkin park, eminem y Coldplay, incrustados en las paredes azul cielo que circundan la cama individual en la que dormía antes de independizarse. Siempre se quejaba de lo incómodo que era dormir en un espacio tan reducido y, por eso su terquedad de hacerse de una King size.

Miranda toma mi mano con amor al percatarse de que lágrimas poblan mis ojos, a la par que una risa auténtica se me escapa. Me soba los nudillos con sus dedos y ese simple gesto me hace sentir seguro. Me reconforta ante lo que debería estarme rompiendo el corazón.

—Ya está. ¿Cómo luzco en televisión? —manifiesta, posando de mil maneras como si fuera un modelo de pasarela. 

Siempre de buen humor, nada lo perturbaba o hacía exasperar. Aunque no se lo dijera, siempre envidié su chispa. Esa forma que tenía de sobrellevar la vida, esa alegría contagiosa y ese optimismo que hasta el último suspiro iluminó su persona.

—Ya. Basta de chulería. Es hora de ponernos serios. Te preguntarás por qué es que estoy aquí, hablándote a través de la puta cámara inservible de un móvil que no me costó ni cien dólares, pero fue la única manera que se me ocurrió y si te lo estás preguntando, es porque yo ya no estoy entre ustedes.

Steve lo presentía. Sabía que algo le pasaría o quizás ya lo esperaba. Tal vez Kurt lo amenazó o los nervios lo estaban carcomiendo.

¡No lo sé, joder!

Aprieto con fuerza la mano de mi novia y ella se recarga en mi hombro.

Los cuatro escuchamos a Steve con atención, en silencio.

—Tranquilo, hermano. La vas a lastimar —musita Speedy, señalando hasta donde mis nudillos se ponen blancos por la opresión.

Giro a donde la Fierecilla, aflojando mi agarre.

—Perdona —pido, besándole la frente. 

—La carrera me tiene hecho un sonámbulo. No he podido dormir desde que desafié a Darnell. Soy un idiota, pero no un rajón. ¿Sabes? —niego, resoplando.

¿Por qué tuvo que correr si no se sentía seguro?

Mis dedos oprimen el puente de mi nariz, el cansancio me invade y mis músculos se enfrían resintiendo los efectos secundarios de los golpes recibidos por la caída, y por los que mis miembros predispuestos repartieron en la asquerosa anatomía de Darnell. Eso y más se merece. Espero que se pudra en prisión por destrozar a una persona que no le hacía mal a nadie. Espero que no vuelva a ver las luces neón de la ciudad, nunca más.

—Pero, admito que hay algo que me preocupa mucho más que la jodida carrera —pronuncia, con cara de inquietud —. Riley, ten cuidado con Kurt. Él no es lo que piensas. Sé que estás molesto conmigo por no decirte quién sería mi rival, tal vez no me quieras ni hablar. Sin embargo, eres mi hermano y te debo una explicación.

La respiración se me  acelera, mis pulmones y mi corazón se sincronizan, casi enloquecidos. Un latido equivale a una inhalación y exhalación, mi temperatura corporal aumenta y ardo en rabia a la vez que en impotencia.

—Riley, ¿estás bien? —cuestiona mi chica, consternada.

—Lo estoy —respondo, luchando por recuperar la cordura.

—Hace un rato, después de que tú y la rubiecita se encerraran en la habitación… Rayos. Esto es enfermizo —enuncia cubriéndose los ojos con las palmas  —. Necesitaba conversar con Kurt de lo que sucedió. Precisaba desahogarme y de un consejo. Te enojaste conmigo y eso me puso mal. Te defraude. Entonces, lo escuché llegar. Salí de mi recámara, la puerta de la de él estaba abierta y se me hizo fácil acceder. Lo que no fue fácil, es haberlo pillado limpiando su nuevo tatuaje. ¡Una réplica exacta del tuyo!

Me congelo.

Un sudor frío moja mi frente ante la noticia, al igual que mis acompañantes reaccionan espantados.

—No sé lo que trama. Le reclamé y discutimos unos minutos. Está irreconocible. No confío en él, Riley; así que le di un ultimátum. Le dije que si no te lo decía él, te lo diría yo. Espero que lo haga, porque es la primera vez que le temo de verdad.

«¿Ha hablado contigo Kurt?» «Bueno, tal vez lo haga más tarde».

Soy un idiota.

Tanta insistencia. Tanta urgencia y yo no le tomé la importancia que debí.

Que ciego e inocente.

Hay gruesas gotas de líquido salado vertiéndose de las gemas grisáceas de la Fierecilla. Está en shock, igual que yo. Igual que todos.

Las conclusiones llegan a mí, como oleadas de lucidez que aclaran las dudas que por tanto tiempo me han asaltado. No hizo falta indagar o emprender una investigación desgastante, para obtener respuestas. Estas siempre estuvieron cerca. Tan cerca como lo estuvo el causante de todas mis desgracias.

—Ahora solo me resta decirte tres cosas. La primera es: gracias. Por tu amistad. Porque fuiste como el hermano que no tuve y, te quise como tal —Yo también idiota. Yo también —. La segunda es: que cuides a esa chica que ha llegado a nuestras vidas como caída del cielo —añade. A mi lado, sus sollozos se unen a las risas de Steve en tanto habla y habla de ella, como si lo hiciera de un verdadero ángel —. Dile que sin ella habrías continuado siendo un amargado y, aquí entre nos —susurra, sujetando el aparato lo más cerca que puede de su rostro —, no había quien te aguantara.

—Zoquete —pronuncio, secándome las mejillas con las mangas.

En ocasiones como ésta, olvido que ya no puede oírme.

—Y tres: Debes recordar que me hiciste una promesa. Las grandes pistas merecen tenerte corriendo en ellas con los profesionales. Los mejores. No lo olvides. Hasta pronto, hermano. Nos veremos…, algún día —es lo último que dice, elevando el pulgar y cortando la toma al instante.

Speedy suspira con pesar.

No lo conocía, pero han sido tantas las veces que solía hablarle de él, que parece que lo hiciera de años y que siente su ausencia con la misma intensidad que yo.

Jason en cambio permanece de cara al linóleo, pensativo, meditabundo. Las declaraciones de mi amigo nos han dejado sin habla, con la mente en blanco y con una aflicción que actúa en cadena.

—Eso quiere decir que…

—Sí —interrumpo, atajando las deducciones de Miranda —. Eso quiere decir que Kurt es el hombre que secuestró a tu padre, el responsable de que pasara meses encerrado y de tu accidente.

Jason cierra el archivo retirando la memoria del puerto USB de la portátil, disponiéndose a apagarla. El sonido del timbre de la puerta lo frena cortando con todo y la atmósfera silenciosa se esfuma cuando por segunda vez, la melodía estridente irrumpe en el interior del apartamento.

—Está bien, yo lo hago —ofrece Speedy, con el fin de que él acuda a recibir a su repentino visitante.

Éste se arrodilla a la altura de la mesa de centro donde colocara la computadora,  oprimiendo las teclas necesarias y cerrando la tapa.

—No lo puedo creer. Se suponía que era tu amigo. ¿Por qué lo hizo? No lo entiendo. Es que…, ¿para qué secuestrar a papá?

—No lo sé, Fierecilla. Créeme que al igual que tú, no le encuentro explicación.

— ¡Ah, pero si hay algo que tú no sabes! —exclama Dion. Pretendo acallarlo con una mirada acusadora. Sin embargo, no obtengo lo que quiero —El mismo tipo que secuestrara a tu padre, mandó asesinar a Steve. La carrera en la milla ocho fue el pretexto. Algo montado para deshacerse de él. El plan original era matar a Furia, pero se echó a perder cuando se negó al desafío de Darnell. ¿La dichosa golpiza afuera de la bodega? —formula con un «¿te acuerdas?» incluido, al cual mi novia asiente —Kurt. ¿Y el motivo por el que cambió de objetivo? Fácil, el miedo a ser delatado.

Miranda enfoca al techo, negando y resoplando incrédula.

—Es una locura —replica.

—Lo es —sentencio, acariciando sus brazos y atravesando al moreno con mis iris.

— ¿Qué? —cuestiona. A veces me pregunto, si se detiene un poco a pensar antes de actuar.

Los gritos de nuestro anfitrión nos sobresaltan.

Una discusión se desenvuelve a escasos metros de donde estamos y ni siquiera habíamos reparado en ello.

— ¡Ya te dije que no puedes pasar! ¡No estoy sólo! —grita él, empujando la puerta para cerrarla en las narices de quien quiera que esté detrás.

— ¡Por favor, Jason! ¡Estoy acostumbrada a soportar la presencia de todas las mujerzuelas que traes al departamento! ¡Permite que me quede! ¡Te lo ruego!

Es la voz de una mujer, pidiendo asilo.

— ¡Cinthia, he dicho que no! ¡Tú decidiste largarte con ese delincuente, ¿y ahora vienes implorando regresar?!

Es obvio que no desea negarle a su hermana lo que por derecho le corresponde, y yo no quiero seguir en el anonimato ni escondiéndome de nadie.

Si nos detenemos un poco a pensar, Cinthia no habría regresado a casa de su hermano si realmente no lo necesitara. Hay una razón que me lleva a creerlo: ama a Kurt, en igualdad de condiciones en las que odia a Jason. 

— ¡Jason, eres mi puto hermano! —En eso estamos de acuerdo y, por la tristeza nublando su semblante, parece que él también lo está.

Asiento cuando el abogado me enfoca, dándole luz verde para recibirla con los brazos abiertos.

— ¡Cinthia! —exclama su amiga desde el sofá, en mitad de un jadeo.

— ¡Miranda! ¡Riley! —chilla, parada en el umbral.

Está rara.

Sus hombros se ven caídos. Luce pálida, sin maquillaje, apenada, amilanada y usa unos enormes lentes de sol dentro de un edificio techado. Su postura es diferente a la de la chica altiva y con agallas que yo conocí, y por la reacción de Miranda sé que también lo ha notado.

Me levanto del sillón esquivando la mesa central y reuniéndome con el ojiazul, a la entrada.

—Ya no tiene caso que le prohíbas el paso.

—No lo sé. Se lo dirá a Kurt. No debí hacerte caso —rebate él, contrariado.

Mis dedos titubeantes se dirigen a su faz, retirando los horribles anteojos oscuros que le cubren la parte superior de ésta y comprobando mis sospechas. Una enorme mancha púrpura y violácea le rodea el parpado derecho, a la par que un pequeño corte transversal le adorna el pómulo izquierdo.

No me lo evita. 

—No lo hará —aclaro con seguridad—. Algo me dice, que está de nuestra parte.

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