Lía siempre había sido una persona llena de energía, de esas que siempre tienen una sonrisa en el rostro y un carisma contagioso. Le gusta hacer reír a los demás, es divertida y comprensiva. Pero ese día, después de pasar una tarde un tanto extraña e increíble a partes iguales con Rosalba, se sentía más llena de energía que nunca. Se sentía feliz. Por ello, y por el solo hecho de no saber de ella, le envío un simple mensaje de texto.
(L) Buenos días, preciosa, ¿cómo amaneciste?
Dejó el teléfono a un lado y empezó a preparase para ir a clases; se duchó, cambió, despertó a su hermana, hizo el desayuno y comió con tranquilidad. Durante todo ese tiempo esperó por una respuesta, pero esta no llegó.
(L) Veo que estas ocupadita, escríbeme cuando puedas. Ten un lindo día y guárdame los chismes más picantes. Besos.
Suspiró. Era un poco extraño que demorará tanto, pero también era consciente que a esa hora debería estar en camino o directamente en la universidad trabajando. Dejó el tema a un lado, esperando poder hablar con ella más tarde y no preocuparse por nada.
—¿Ya vamos? —le apuró Lory.
—Sí, ya vamos.
La había sobresaltado, por un momento se quedó embobada mirando la pantalla de su celular esperando una notificación, un mensaje o una llamada, lo que fuere. Pero nada llegó.
Al llegar a la universidad, lo primero que se le cruzó por la cabeza fue ir al comedor, pero para su mala suerte ese día él transporte había estado pesado, por lo que estaba justa de tiempo. «Ya será después» pensó con desgana. En el salón, su distracción era aún más grande. No escuchaba la clase, no atendía a los llamados de sus compañeros, ni mucho menos notaba la mirada molesta e intimidante de André justo detrás de ella. En cambio, volvía a mirar fijamente la pantalla de su celular.
—¿Qué tanto miras ese aparato? —le preguntó Sebastián—. ¿Estás esperando una llamada acaso?
—Algo así, ¿por qué? ¿El fastidioso de André te mando a preguntar? —replicó sin levantar la mirada—. A todas estas, ¿por qué no estás en tu clase? Te voy a acusar con Lory.
—Ya vas… —suspiró con fastidio—. No me mandó, pero sí quería preguntarte qué está pasando entre ustedes. Anda insistiendo y preguntándome por ti a toda hora, en serio ya me harta y eso que es mi amigo.
—Pues recuérdale a tu amiguito que se deje de patanerías conmigo, y eso incluye el estar mirándome con cara de culo —exigió Lía.
—¿Te pidió regresar acaso?
—No exactamente, solo está celoso de mi relación con Rosi —explicó mirándolo de soslayo—, incluso después de un año de haber terminado y casi ignorarme viene con el descaro pintado en la cara.
—No le hagas caso, trataré de hacer que se olvide de eso —aseguró, para luego acercarse y susurrar—. Pero, ¿cómo es eso de «mi relación con Rosi»? Ya te atreviste, ¿ah, bandida?
Un golpe en el brazo le hizo retroceder, le riñó por su imprudencia e intuyó la forma en que se haya enterado de sus sentimientos por Rosalba.
—Aún nada oficial —susurró con esa sonrisa pícara que sobresalía cuando pensaba en ella—, pero espero lo sea pronto.
—Awww… como crecen de rápido —se burló.
—Vaya a molestar a otro lado —replicó entre risas.
Se estaba estresando por nada, y aquella pequeña intervención de su cuñado le había servido más de lo que esperaba. Trató de relajarse y seguir con lo suyo, suspiró y se concentró en su clase. Solo quería que llegase la hora de salir más rápido, pero no podía manejar el correr del tiempo.
Y cuando por fin se acabó la espera, el llamado de uno de sus profesores le hizo cambiar de ruta. Debía apresurarse y renviar uno de sus trabajos, ya que al parecer hubo un problema con el email y le fue imposible recuperar el archivo. Por lo tanto, se vio obligada a ir a la biblioteca para poder arreglar el asunto. Pero antes, una llamada no le haría mal.
Uno, dos, hasta seis tonos y luego el buzón de voz. Así intentó tres veces más, obteniendo de todas ellas el mismo resultado. Trató de no alarmarse, a esa hora ya estaba en la taquilla vendiendo los bonos, por lo que suponía tendría que estar atareada. Aun así, algo no dejaba de dar vueltas en su cabeza. «¿Ni un solo mensaje en todo el día?».
Terminado de corregir y enviar el correo, regresó con su profesor para verificar que todo esté bien y poder irse tranquila. Ya tenía una preocupación encima, como para llevar otra más. Se dirigió inmediatamente a la taquilla, hizo la fila haciendo acopio de toda su paciencia como cualquier otro día esperando sorprender a Rosalba con un beso, muriéndose de ganas por ello. Sin embargo, al llegar a la ventanilla la sorprendida fue ella.
—Ya quedan los últimos cinco bonos, ¿cuántos necesitas? —preguntó una chica desconocida tras la ventanilla.
—Ah… solo… deme 3, por favor —titubeó.
—Claro.
Si antes se había preocupado, ahora estaba más que alarmada. ¿Quién era ella y por qué no estaba Rosalba? Se moría por preguntarle si tal vez sabía algo de ella, pero los nervios y el miedo que empezaron a sentir le impedían hablar.
—Aquí tienes los bonos y carnets.
—Chica, una pregunta… —balbuceó—. ¿Ya estarán entregando los almuerzos?
Se mordió la lengua, no era lo que esperaba y quería preguntar, pero sí podría servirle de algo después de todo.
—Dentro de diez minutos más o menos —contestó—, pero ya están iniciando la fila así que aprovecha.
—Gracias.
Sin pensarlo más, corrió directo al comedor donde esperaba poder verla así sea desde lejos. Se decía así misma que con tan solo un vistazo de ella podría estar tranquila, solo quería quitarse de encima esa sensación de miedo que iba creciendo. Algo en su interior le gritaba que nada iba bien, pero su cabeza trataba de imaginar el mejor de los escenarios posibles.
—Lía… —gritó su hermana—. ¿A dónde y por qué con tanta prisa?
—Al comedor, es más, aquí están sus bonos —dijo apresurada.
—Pero calma niña, la viste hace no más de doce horas —se burló Lory—, y muy probablemente hace cinco minutos.
—¿O pasó algo? —indagó Auri captando su desesperación.
—No ha contestado mis mensajes desde esta mañana —dijo apresurada y con el miedo saliendo en su voz—, tampoco coge mis llamadas.
—Cálmate que debe estar trabajando, nada más —le riñó Auri rodando los ojos.
—Ella no estaba en la taquilla —expresó con molestia—, y más nadie vende los bonos que ella.
—¿Y en…? —inició Lory señalando el comedor.
—Voy para allá.
Continuó con su paso acelerado, mirando en todas las direcciones posibles que den un vistazo hacia dentro del comedor o de la cocina; pero no había rastros de ella, por ninguna parte. El corazón le latía cada vez más rápido, el miedo crecía y la incertidumbre le impedía pensar con claridad.
—¡Lía…! —le llamaron desde dentro del comedor.
Era ella, aquella señora amiga de Rosalba. Le hizo señas para que se dirigiera a la parte de atrás, dónde solían esperarla para almorzar juntas.
—¿Dónde está…?
—Espero no estés muy ocupada —le interrumpió con firmeza—, porque necesito que me hagas un favor de verdad urgente.
Le sorprendió la firmeza y preocupación en su voz, sus movimientos acelerados le ponían nerviosa y solo aumentó su mal presentimiento. Dejó en sus manos un pequeño maletín bastante cargado, una bolsa y un papel con una inscripción en ella.
—En el bolso hay algo de comida, si quieres me das tu bono y te lo llevas también —dijo apresurada—. En la bolsa hay medicamentos de todo tipo, y algo de dinero por si necesita algo más que no esté ahí. Aquí tienes la dirección y mi teléfono, llámame si pasa algo. Tal vez…
—Espere un momento… —le interrumpió con brusquedad—. No estoy entendiendo nada, ¿dónde está Rosi?
—A ver… Rosi no vino a trabajar, está enferma en su casa —contestó con seriedad—. Me llamó esta madrugada, no sé exactamente qué tiene, pero a duras penas pudo tomar el teléfono y avisarme. Iría yo misma, pero estoy tratando de suplir su turno para que no tenga problemas.
—Por eso no me contesta —dijo para sí misma—. ¿Y si llamamos a alguien en su casa?
—¿Cómo? ¿No te ha dicho? —exclamó sorprendida.
—¿Qué cosa? —indagó nerviosa.
Suponía que la respuesta a eso no le gustaría, pero tampoco llegó a imaginarse lo que escucharía.
—Ella vive sola, no hay nadie en su casa más que ella misma —explicó—, por eso necesito que vayas, eres la única persona aparte de mí que tiene y en quien confía. ¿Podrías…?
—¿Cómo llego? —preguntó sin dudar.
—Gracias, en serio.
Le explicó detalladamente que bus tomar, dónde bajarse y como llegar a su casa.
—En cuánto llegues, llámame enseguida, quiero saber qué tiene con exactitud y que tal está —exigió.
—Claro, lo haré.
Se apresuró a buscar a su hermana, avisarle de sus planes y marcharse por fin. Pero no la veía, no estaba en la fila ni en los alrededores. Por un momento se desesperó, pero trató de calmarse y pensar bien las cosas. Así como estaba no funcionaba, y en esos momentos Rosalba la necesitaba más que nunca.
(L) Te estuve buscando, ¿dónde se metieron? Tengo que irme urgentemente, Rosi está enferma y necesita algunas cosas. Después te explico, por ahora solo voy a su casa, no me esperes.
Le envió un mensaje a su hermana, esperando poder irse sin necesidad de desviarse o verse interrumpida por nada.
(LR) Procura avisar para saber que decirle a papá.
Siguió al pie de la letra las indicaciones de Diana, rezando internamente por el bienestar de Rosalba y poder llegar a tiempo. Al bajarse del bus, siguió un par de calles y cruzó a la derecha, más adelante unos apartamentos de dos pisos se erguía por encima del resto de casas de una sola planta. Revisó la dirección, la casa era la correcta pero no indicaba el apartamento. Desesperada, decidió tocar y preguntar en el primero de ellos.
—Buenas, disculpe —llamó a la primera puerta.
—¿En qué puedo ayudarte? —indagó una señora mayor.
—¿De casualidad conoce a Rosalba? Una chica alta, morena, cabello largo con puntas naranjas —explicó con algo de nerviosismo.
—Sí, claro —contestó y el alivio inundó su cuerpo—, vive justo en el apartamento de arriba. Pero no creo que esté, siempre sale temprano.
—Gracias, igual iré a ver por si acaso.
Subió las cortas escaleras, se acercó a la puerta y tocó varias veces. Sin recibir respuesta alguna, volvió a tocar con un poco más de fuerza. Trató de mirar a través de las ventanas, pero aquel vidrio azul reflejaba demasiado el brillo del sol impidiéndole ver algo tras de él.
Marcó una vez más el teléfono de Rosalba, pegó el oído a la puerta y se concentró lo suficiente como para poder escuchar del otro lado. Y efectivamente, el tono de su teléfono resonó en alguna parte de su interior. Por ende, más asustada que antes, tocó y tocó con desespero la puerta hasta que por fin ruidos llegaban desde dentro.
—¿Rosi? —llamó a voz alta—. Rosi soy yo, Lía. Ábreme, ¿sí? Te traje algo.
No hubo respuesta, pero los ruidos de golpes y arrastre seguían sonando. Pero en un momento dado, se detuvieron muy cerca de la puerta y un chasquido le alertó. La puerta se abrió, una pequeña línea le dejó ver hacia dentro.
—¿Rosi?
Se aventuró asomándose por aquella puerta semiabierta, esperando poder encontrarla del otro lado y efectivamente ahí estaba, apoyada contra la pared con ojos cerrados y a duras penas sosteniéndose de ella.
—¡Rosi! —gritó, llegando justo a tiempo para sostenerla, se había desmayado justo frente a ella.
Al tocarla, el miedo en su interior se hizo aún más grande. Rosalba estaba ardiendo en fiebre, respiraba forzosamente y balbuceaba cosas sin sentido. La llevó a su habitación, buscó lo más rápido unos paños y agua fría. Los humedeció y colocó en su frente. Buscó el termómetro, pero no halló ninguno en toda la casa.
—Trata de no moverte, ¿sí? No me demoro —le dijo con la esperanza que la escuchara.
—No te vayas —lloriqueó removiéndose en la cama.
—No tardaré, mi amor —susurró dándole un beso en la mejilla—. Voy y vuelvo.
Fue rápidamente a la farmacia, a solo dos cuadras de su casa. Usando el dinero que Diana le dejo, compró el termómetro, un par de ampollas por si la fiebre no bajaba y vitamina C. Al regresar, la encontró tal y como la dejó. Con cuidado colocó el termómetro debajo de su axila y esperó el resultado. 39,7°C.
—Está demasiado alta —se dijo a sí misma con temor.
Sacó todos los medicamentos que le habían dado, pastillas y un par de jarabes. Sí había algunos que le servían, pero para dárselos debía tenerla consciente.
—¡Rosi! ¿Me escuchas? —la zarandeó con suavidad—. Mi amor despierta, no te duermas.
Rosalba se removió un poco sobre su cama, balbuceó algo que no entendió y medio abrió los ojos, pero seguía sin estar del todo consciente. Aun así, aprovechó el momento y le dio una pastilla.
—Tomate esto con cuidado —le dijo, llevando a su boca un vaso con agua.
Una ráfaga de tos la invadió, cortándole por un largo segundo la respiración. Se veía agitada, como si le doliera respirar, pero por el momento había logrado que tomara la pastilla. Esperó a que se calmara, y le dio un poco de jarabe para el resfriado.
—Toma esto, te hará sentir mejor —le dijo.
De inmediato, se recostó en la cama apoyando su cabeza en el regazo de Lía. Aún respiraba con bastante dificultad, pero trataba de mantenerse tranquila y serena.
(L) Ya llegué, se desmayó por el esfuerzo de levantarse y abrirme, pero ya le di una pastilla y un poco de jarabe.
Envío aquel mensaje a Diana, pensando que una llamada sería demasiado inoportuna si estaba trabajando.
(D) ¿Se desmayó? ¿Qué tiene exactamente?
(L) Está resfriada, no respira muy bien, tiene fiebre alta y congestión nasal.
(D) Báñala, pero con agua al clima, ni fría ni caliente. Trataré de ir lo más rápido posible, cualquier cosa me avisas.
(L) Enseguida voy.
Fue directo al baño para preparar un balde de agua, pero al abrir la llave se dio cuenta que estaba fría. Así no le servía, por lo que puso a calentar una olla para poder mezclarla. Puso a llenar un balde hasta un poco más de la mitad, le agregó el agua caliente y mezcló hasta tener una temperatura adecuada.
Regresó al cuarto, dónde Rosalba se hallaba profundamente dormida, o eso esperaba.
—Rosi, levántate —la zarandeó con cuidado—, solo será un momento, luego seguirás durmiendo.
—¡Abrázame! —susurró Rosalba, extendiendo sus brazos hacia ella.
—Con gusto, mi amor —contestó—, pero necesito que te levantes, ¿sí?
Con sumo cuidado, la guio a paso lento hasta el baño. La sentó en un pequeño banco, colocándose frente a ella para evitarle una caída. Y justo antes de empezar a bañarla, se dio cuenta que no podía mojarla con la ropa puesta. Los nervios empezaron a resurgir, por un momento se imaginó a sí misma desnudando a Rosalba y admirando todo su cuerpo. Sin embargo, se recriminó por tener ese tipo de pensamientos en una situación como aquella.
—Rosi, debo quitarte la ropa —decía como un intento de disculparse—, es para bañarte, solo un rato.
Con manos temblorosas, fue quitando prenda por prenda hasta dejarla en ropa interior. No se atrevió a quitar más nada, así que solo se concentró en la tarea principal. Poco a poco fue empapando a Rosi con agua al clima, desde su cabello hasta los pies. Todo su cuerpo mojado y semidesnudo, esperando que con eso la temperatura bajara por lo menos un grado.
La envolvió en una toalla, secando primero su cabello y continuando con el resto. Sentía su rostro arder, su esbelta figura se quedaba impregnada en su memoria con cada roce que le daba. Sin embargo, el calor que desprendía le preocupaba aún más. La llevó de nuevo a su habitación, y con toda su fuerza de voluntad terminó por desnudarla para ponerle ropa limpia y seca.
(D) ¿Cómo sigue?
Su teléfono brillaba con dos llamadas perdidas, y de inmediato aquel mensaje de texto llegó exigiéndole una repuesta.
(L) Acabo de cambiarla, ya le tomo enseguida la temperatura.
(D) Espera unos minutos y se la tomas, estaré llegando a las seis de la tarde más o menos. Me llamas si ocurre algo, iré de inmediato.
(L) Claro, la mantendré al tanto.
Dejó el teléfono a un lado, apenas eran las dos de la tarde y muy probablemente Rosalba no había comido nada. Pero si a duras penas pudo hacer que tomara la pastilla, ¿cómo haría que comiera o tomara algo más sólido?
—¿Estás despierta, mi amor? —preguntó a su oído, dando caricias en su mejilla.
Rosalba, profundamente dormida, solo se removía buscando comodidad y frescura sobre su cama. Por su parte, Lía fue a por su propio almuerzo, guardando el de ella en la nevera. Habiendo calentado el suyo, se dispuso a comer aún atenta a lo que sucedía en aquella habitación.
Al terminar, continuó con los pañitos húmedos en la frente y tomando su temperatura. Seguía siendo la misma, no bajaba, pero tampoco subía más. Suspiró con frustración, no se sentía aliviada pero tampoco dejaba de estar preocupada ni un poco.
Mientras pasaba el tiempo, recordó todas aquellas conversaciones mezcladas con risas y confesiones que tanto la habían enamorado. Fueron esos momentos, esas sonrisas, sus expresiones los que habían llenado su corazón de sentimientos. Pero justo allí, en su casa, cuidándola y conociendo más de su intimidad, se dio cuenta que seguía sin conocerla muy bien.
Se preguntaba una y otra vez, ¿por qué no le contó eso? ¿Acaso le daba vergüenza que sepan que vivía sola? O peor aún, ¿no le tendrá la suficiente confianza para hacerlo? Diana había dicho que sí lo hacía, confiaba en ella, aunque con eso lo dudaba un poco.
Aquello le dolía demasiado, porque a decir verdad ella si le tenía mucha confianza a Rosalba, tanta como para llevarla a su casa y presentarle a su padre. Y, sin embargo, también debía reñirse a sí misma porque, ¿en qué momento le contó sobre su madre? Es un poco hipócrita de su parte quejarse por no saber sobre su familia, cuando ella tampoco había mencionado ese detalle de su vida, no de forma completa.
Se obligó a sí misma olvidar temporalmente el tema, debía concentrase en los pañitos y tomarle la temperatura. Ya eran un poco más de las cinco de la tarde, y su temperatura solo había bajado 0.4°C. Rebuscó en toda la casa alguna medicina diferente, algo más específico para la fiebre o la gripa. Pero nada, ni una sola pastilla en ninguna parte, además, su alacena estaba casi vacía. Nada más que pastas, unas pocas bolsas de arroz y algunas verduras en la nevera era todo lo que tenía.
No le dio tiempo de molestarse, en la puerta sonaban los duros golpes de Diana. Al dejarla entrar, solo se limitó a ir directo a su habitación. No era de extrañarse que sepa dónde es, debía conocer aquel apartamento como si fuese de ella misma.
—¿Cómo ha estado durante el día? —preguntó, acercándose a Rosalba para ver si reaccionaba.
—Ha dormido todo el día, puede ser por el jarabe —contestó con un suspiro—, y su fiebre sigue sin bajar más. Creo que podríamos ponerle una ampolla, me la recomendaron en la farmacia, pero no sé poner inyecciones y tampoco conozco a nadie por aquí.
—Dámela, yo sé ponerlas.
Con cuidado, le pusieron la inyección en su glúteo izquierdo, llegando a quejarse solo un poco por el dolor. La pesadez del sueño la mantenía totalmente ida, no despertaba y solo se removía inquieta.
—Busqué en toda la casa y no encontré ningún medicamento, más del que le mandaste —dijo Lía rompiendo el silencio, sentía que debía sacarse esa espina del pecho.
—¿De ninguna clase? —indagó Diana con molestia.
—Ninguna, y tampoco tiene mucha comida, los estantes están casi vacíos.
—Dios, ¿por qué nunca me hace caso? —se levantó bruscamente de la cama.
Diana fue directo a la cocina, revisó los estantes y todo lo que había allí, fue al baño y rebuscó en todas partes, pero nada de lo que esperaba ver se encontraba allí. Suspiró con frustración, hizo una pequeña lista mientras se quejaba entre murmullos y se dirigió una vez más a Lía.
—¿Puedo pedirte una última cosa? —preguntó con súplica.
Podía ver claramente en su expresión la duda, como si batallará en su interior con posibilidades contrarias ante lo que pediría, pero sin más a quien acudir solo lo diría así sin más.
—¿Puedes pasar la noche aquí con Rosalba? Debo resolverle algunas cosas —dudó por un segundo—. ¿Puedo confiarte esto?
—Claro, puede confiar en mí, yo la cuidaré —contestó sin duda alguna.
—Perfecto —suspiró aliviada de momento—, si quieres puedes comerte lo que trajiste. Mañana le traigo algo más suave para que coma, esperemos que le haya bajado más la fiebre para entonces. Mientras, llámame si pasa algo, ¿sí?
—Desde luego.
—Y si despierta también me avisas, hay varias cosas que debo hablar con ella —añadió con molestia—, y sería mejor si estuvieses presente.
—Claro, también quisiera decirle un par de cosas.
Y con esa respuesta, pudo ver algo de pena en sus ojos. Odiaba eso, detestaba que la gente sintiera lastima por ella o por su hermana sin importar la situación. Era por eso mismo que no hablaba de su madre, no era fácil ni mucho menos agradable hacerlo.
—Ok, sé que puedes sentirte dolida por esto, pero créeme que ella de verdad te quiere mucho y confía en ti —comenzó a decir Diana con tanta sinceridad que le creía—. No es personal, si ella no te contó sobre esto es por su propia inseguridad, no tiene nada que ver contigo.
—Pero es que… —su voz se quebró.
—Tú y yo somos todo lo que tiene, ya tuvo demasiado con todo lo que ha vivido así que no te alejes de ella por esto —continuó—. No puedo decirte más, no es algo que me concierne, solo dale tiempo para asimilarlo, ¿sí? Sus inseguridades y temores son grandes, más de lo que te imaginas, por eso no hay nadie más en su vida.
—Ok, entiendo.
—Solo dale tiempo, ¿vale?
—Vale.
—Perfecto, cuento contigo, hasta luego.
Diana se marchó dejándole con una sensación extraña en el estómago; había dudado por un segundo si confiar en ella o no, dada la situación y lo poco que habían interactuado era normal, pero, ¿será que Rosalba pensaba lo mismo? No creía estar preparada para saber la respuesta.
Por el momento no pudo hacer más que seguir cuidándola, se sentó en la cama junto a ella acariciando su cabeza, pendiente en todo momento para cambiar el pañito por uno más frío que ese. Recordó que debía hacer algo más, así que tomó su teléfono y tecleo un mensaje a Lory.
(L) Las cosas no están muy bien, así que pasaré esta noche en casa de Rosi. Te dejo la dirección por si acaso, pero aún no le digas a papá, dile que estoy con Auri.
Esperaba que la ayudaran con eso, pese al poco tiempo y explicación que les dio. Pero al ser algo realmente importante, suponía que no pondría peros en el asunto, o eso esperaba.
(LR) De acuerdo, pero cualquier cosa diré que no sabía nada. ¿Entendido? No quiero que me regañen por tu culpa.
(L) Está bien, dile a Auri porfa, me estoy quedando sin batería.
(LR) Vale.
Apagó su teléfono, esperando poder conservar un poco la carga para comunicarse con Diana en el momento adecuado. Se recostó una vez más junto a Rosalba, y aunque se sentía molesta con ella por varias cosas, no podía evitar querer abrazarla y besarla con toda la dulzura que provocaba justo en ese momento. Así paso la noche junto a ella, llenándola de mimos y cariño.

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