MIRANDA

La fotografía y el mono de Steve, permanecen en reposo sobre la mesita de centro de la estancia. Después de que Dion se marcha nos dejamos caer en el sofá en un silencio rotundo, abrazados el uno al otro para sofocar los temblores corporales que tanto el miedo, como los nervios y el frío, nos han provocado a ambos.

Riley parece pensativo. No habla, a veces creo verlo parpadear, pero fuera de eso pareciera que su cuerpo se ha quedado sin vida. La piel de sus manos está helada y pálida, puedo sentir su temperatura muy por encima de mi grueso cárdigan y a pesar de eso, logra hacer que mi anatomía se estremezca en respuesta.

—Tengo mucho frío —digo, acurrucándome un poco más contra su pecho.

Frota las palmas en mis brazos creyendo que la fricción ayudará, pero el gesto no consigue ni siquiera aminorarlo. 

—Espera aquí. Ahora vuelvo. Tengo la solución perfecta —agrega, plantándome un beso en la frente y dejándome en mi lugar, para perderse en el pasillo que da a las recámaras.

Protesto interiormente, sin embargo no digo nada y me dedico a aguardar su regreso. Tal vez una manta, un grueso edredón o aumentar la intensidad de la calefacción figuren en la lista de soluciones, aunque, los controles están exactamente a nuestras espaldas; así que descarto la concepción inclinándome por la manta o el edredón.

Habiendo esperado lo que para mí es bastante tiempo y aburrida de contar las baldosas del techo, decido tomar mi bastón e ir en su búsqueda.

La habitación de Jason es mi primera parada.

Hace algunos meses volver al sitio donde alguna vez encontrara a mi entonces novio, enredado con dos chicas entre las sábanas, habría sido el peor de los traumas. Pero, me sorprendo a mí misma recordando la escena como si se tratara de algo que leí en alguna revista o que vi en cualquier serie de televisión. Es desagradable, no lo niego, pero como muchas cosas más, conforma un pasado arruinado, decadente y sin sentido.

La segunda parada es la recámara de Cinthia.

— ¿Riley?— llamo, pero no responde.

Abro la puerta encontrando sábanas y cubre camas en color rosa con estampados de unicornios y hadas, riendo en mis adentros al imaginar al chico rudo y enigmático durmiendo encima de ellos a sus anchas, mientras lanza amenazas de golpear a todo aquel que se burle o que le cuente a alguien de ello.

Salgo cerrando la puerta, de nuevo a mis espaldas.

Avanzo poco a poco, el sonido de una ruidosa y recia caída de agua me guía por primera vez —a pesar de que aparenta ser mentira— al baño.

La entrada está cerrada.

— ¿Riley? — vuelvo a llamar, dando ligeros golpes a la madera sin recibir respuesta.

Giro el pomo y éste rota sin mayor problema, otorgándome libre acceso al interior.

Desde afuera, la llave del agua de la tina se contempla abierta, llenando el gran contenedor de porcelana en tono marfil. El vapor del líquido emana a grandes bocanadas esparciéndose por todos los rincones regalándoles tibieza, y doy un par de pasos introduciéndome en la bruma por la que solo se pueden detectar las siluetas de los muebles y la cortina corrida que separa el área de la ducha, de la que corresponde al retrete.

— ¿Riley, aquí estás? —pregunto, sobresaltándome al advertir el azote estrepitoso y violento del portillo al cerrarse.

Me giro en dirección del estruendo y el vaho crea la ilusión de andar a ciegas.

—Riley…

—Aquí estoy, hermosa. No tengas miedo —indica, percatándose del vibrar proveniente de mi voz. 

«Que susto».

Estiro mi brazo rebuscando a tientas y encontrándome así con la punta de sus dedos, a los cuales me aferro como si estuviera al borde de un abismo, a punto de caer.

El contorno de su figura a penas se vislumbra.

Su mano se afianza a la mía atrayéndome en su dirección y arrebatándome el bastón, el gorro y la bufanda de lana que forman parte de mi atuendo, instalándolos con cuidado en los ganchos de la pared e impidiendo que éstos caigan en la humedad del piso. Sigo tanteando el espacio, mis ojos se adaptan al medio decodificando lo que captan cada vez con más facilidad, y sus iris aceituna se topan con los míos llevando mis palmas a su torso.

— ¿Riley, qué….? —No alcanzo a formular la frase ya que la desnudez de su exquisita anatomía me lo impide, y mi pecho se eleva en automático ante un acto tan sensual.

—Te dije que yo tenía la solución perfecta para el frío —musita sexy, con una sonrisa perfilándose en sus labios cincelados.

Abro la boca para decir algo, pero me quedo muda.

¿Qué mujer podría pensar y articular palabra, al mismo tiempo que la auxilian para desvestirse?

Yo no. Al contrario. Cada botón, cada cierre y cada corchete que afloja, es una de mis cuerdas vocales y neuronas que dejan de obedecer a mis mandatos.

—Estaba… — ¡Oh, Dios! —Estaba segura de que regresarías con una manta o… algo —declaro. Su toque pausado y lento es realmente estimulante.

Suspira.

—Y yo de que vendrías tras de mí. Te conozco. Eres impaciente, Fierecilla. ¿Por qué tardaste tanto ésta vez? —cuestiona enronquecido sacándome el sujetador, el cual va a parar con lo demás.

Repasa con sus tortuosos besos desde mi cuello hasta el punto más bajo de mi abdomen, en donde ágil y de un solo movimiento, baja los leggins y la delgada prenda debajo.

Me muerdo los carrillos en réplica. 

—Botas —pronuncia frustrado, negando con aprehensión y queda hilaridad al reparar en mi calzado de hoy.

— ¿Qué pasa con ellas? —No entiendo.

—Pasa que perderé tiempo valioso quitándotelas. ¿Puedes concebir las cosas que podría hacerte en esos minutos invaluables? —formula.

¡Cielo santo!

Nunca me cansaré de escucharlo.

—Claro que lo haces —afirma, traduciendo mi silencio —. Vamos. Sostente —pide, luego me agarro del lavabo para no caer de bruces antes de que él sea capaz de arrancarlas de mis pies.

¿Hacer el amor con mi novio, en la casa de mi ex novio y ahora amigo de ambos?

Jamás me hubiese pasado por la cabeza.

Bueno. Amigo mío. Puesto que me es casi imposible catalogar la relación que hay entre Riley y Jason.

¿Abogado y representado?

Está bien, dejémoslo así por el momento.

Terminada la acción, vuelve a torturar mis labios con los suyos ahora muchísimo más ardientes. Sus intenciones son claras y demandantes. No es preciso que profiera sus peticiones, éstas van implícitas en cada una de sus acciones.

Desliza las yemas de sus dedos por mi espalda en tanto su lengua se infiltra en mi cavidad oral, en movimientos excitantes y sugestivos.

—Te necesito, Miranda. Te necesito tanto —pronuncia vehemente inspeccionando el botiquín, fijo en el muro más cercano.

El crujir de una envoltura metálica se cuela entre los dos.

—Ven conmigo —incita, tirando suavemente de mis muñecas y liderando la marcha, internándose en la humeante tina de baño y descendiendo hasta la base de ésta con cuidado.

Vamos a hacerlo, eso es seguro. Mas de esa manera se aprecia prohibido, a la vez que provocador. La adrenalina me invade en grandes oleadas  palpitando en los lugares estratégicos de mi sistema y lo sigo, orientándome en la misma pose que él, con mi espalda adherida a su tórax.

El frío es inexistente. Riley es calor, es pasión, incandescencia. Con él me mantendría cálida en el mismísimo Polo Norte.

Deja el envoltorio aluminio posar en la orilla, esparciendo agua por los incuantificables ángulos que me componen y rematando con un tórrido roce que me prepara para lo que viene.

Me estremezco haciendo fricción en su contra y alborotando así sus sentidos, en su máxima capacidad. Sisea al darse cuenta de lo que persigo, a la par que su hombría prospera en resistencia a mis caderas.

—Me vuelves loco —dice, atrapando mi pecho entre sus manos.

Con mis dientes rompo la envoltura del preservativo, girándome en torno a Riley para encararlo y coger el dominio de la situación.

«Control es poder”. “Y yo lo tengo ahora mismo».

Me arrodillo como puedo hasta quedar a horcajadas tendiéndole el aro de látex y, lo recibe gustoso. 

—Sueño con el día en que dejemos de utilizar éstas cosas —enuncia, haciendo lo suyo con el enser —. Te Amo —profesa, emprendiendo el vínculo intrínseco que crece cada día un poco más.

—Te… Amo — replico, en mitad de una consagrada bienvenida. 



***


—Nunca me había detenido a pensar en el futuro —dice de la nada.

El sosiego que nos envuelve es suspendido por una oración confusa y súbita.

—Cuando era adolescente, llegué a fantasear con una familia, hijos, una esposa amorosa y conmigo en un empleo digno y honorable. Meditar sobre ello me daba miedo, ya que Andrew Logan hacía acto de presencia hasta en aquello que solo yo conocía. Como mis propósitos y proyectos.

Suspiro.

Escucharlo hablar así me lastima y sé que a él también.

—Riley…

—Por favor, Fierecilla. Déjame terminar —pide con paciencia. Asiento sin más —. Siempre he comparado mi corazón con una gran barra de hielo encerrada en un frigorífico con el regulador al límite, el cual no deja que por nada del mundo se descongele. Yo mismo decidí que así fuera y me mantuve fiel a eso. Ninguna chica logró penetrar en él o al menos dejar huella, hasta que una bella pero triste rubia se cruzó en mi camino.

Sonrío con orgullo, masajeando sus brazos a mi alrededor.

—En mi alma reinaba la oscuridad. Vivía en mi mundo de excesos esperando a que el tiempo se agotara y marcara la hora de alcanzar a mi madre en el cielo. Aunque lo más probable era que debido a mis actos, acabara haciéndole compañía a Andrew en el infierno —resopla, riendo en su interior —. Me curaste.

—Yo no hice nada. También me lastimaron. Quizás el destino nos unió para que nos curáramos el uno al otro —replico, jurándome a mí misma que así fue. 

—Puede ser —acepta en un susurro, besando mi hombro —. El caso es que, las cosas han cambiado. Sigo teniendo miedo de convertirme en un monstruo desubicado y perturbado como mi padre, pero deseo ser un hombre normal. Sigo queriendo formar una familia algún día, tener hijos. Dos, tal vez. Dejar el mundo clandestino y por qué no, quizás hasta ir a la universidad. No obstante, probablemente continúe siendo lo que en un principio: simples fantasías.

Mi ceño se frunce al instante.

¿Cómo puede pensar en que será un mal padre y que no logrará lo que se propone?

Es un ser humano noble, un amigo ejemplar y un hombre cuyas emociones van más allá de lo vano o lo superficial.

No. Me niego a que se deje vencer.

—Por supuesto que no serán simples fantasías —digo, apartándome de su lado para poder mirarlo a la cara —. No sé lo que pasará más adelante, sin embargo estoy segura de que todo eso sucederá. Te convertirás en un padre modelo y en un esposo distinguido del que su mujer se sentirá orgullosa, al lado del cual caminará por la calle y dirá: Mírenme, éste es mi esposo y no puedo ser más afortunada de tenerlo.

Sus cejas se alzan en algo parecido a la sorpresa y conmoción.

— ¿Que no sabes qué pasará más adelante? — fórmula atónito, emplazando sus dedos en mis mejillas con delicadeza — ¿Que mi esposa se sentirá orgullosa? ¿Es que acaso no captas mis indirectas? Porque pensándolo bien, para mí han sido bastante directas. Miranda, te amo y no aceptaré a otra a mi lado. Ese puesto está esperando por ti y por nadie más —expresa, con algo de desesperación colándose en sus pupilas —. No estoy diciendo que será en un año, o en dos, sé que nos queda mucho por recorrer y solucionar. A no ser que tú…

Las palabras sobran, la respuesta está en mis labios que atacan sin previo aviso a los suyos, los cuales reaccionan desprevenidos; pero gustosos y satisfechos con ese «sí » silencioso.



***



Salimos del baño habiendo limpiado y secado el desorden y el campo de batalla en el que convertimos algo que no nos pertenece. A Jason le pegaría un infarto fulminante si llegara a enterarse de que usamos su bañera indecorosamente.

Nos vestimos en la habitación provisional de Riley encaminándonos luego a la cocina, para preparar un poco de café caliente y esperar el regreso de Dion.

— ¿Dulce o amargo? —pregunta mi novio, al servir dos tazas.

Estoy a punto de contestar que con dos de azúcar, cuando el timbre suena insistente.

Compartimos miradas cuestionándonos quién será.

—Tranquilo. Yo atiendo — ofrezco, apoyándome en el bastón y dando pasos cortos en dirección a la puerta. Acto seguido la presencia de un Dion agitado atraviesa el umbral hasta la estancia, topándose con el desorbitado escrutinio de su amigo quien esquiva la encimera, uniéndose a él a escasos centímetros de distancia.

—Buenas noticias, hermano — declara el moreno, respirando varias veces y recuperando la compostura —. La Yamaha será tuya este sábado.

—Bien hecho —dice él, con las aletas nasales dilatadas —. Ese Darnell, morderá el polvo.

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