La Princesa Rosada: Episodio I El Frustrante Caballero – Primera parte: Campañas desesperadas – Capítulo IV: Sentido humano

Los mensajeros circulaban con una frecuencia tal que era difícil no verles entrar y salir de los castillos y cuidades del brazo sur de Iraya con un transitar que superaba la aparición de caravanas mercantes y encomiendas. La cantidad de mensajes y reportes era tal que se debió incurrir a un reclutamiento urgente de más personas para que hicieran las entregas sin mora alguna.

Al Reinado de Kranis llegaban reportes e informes en gran número, lo que ya tenía sumamente molesto al rey Milos Krahel, monarca de poca paciencia y carente de diplomacia, orgulloso y muy egoísta. Los documentos provenientes de los reinos aliados eran tantos que ya casi llenaban una sala completa de la biblioteca y ahora rebasaban una mesa que estaba dispuesta en el salón del trono, por lo que se precisaba desenrollar y leer pergaminos con la debida asistencia del Alto General Becktler.

— ¡Informes! ¡Informes! ¡Informes! ¡Todos los días llegan informes! ¿Por qué tengo que hacerme cargo de un problema que iniciaron los sweetlianéses? ¡Yo no soy responsable de su desgracia! –Milos caminaba de lado a lado en la sala del trono.
— Los aberrantes han acosado constantemente el río Valire y ahora los xynichovenos y clanavisianos los han obligado a retroceder al punto que consiguieron avanzar hacia el Geon –dijo Becktler.
— Ya era hora de que lo hicieran, no puede ser que se quedaran defendiendo el río. ¡Combatir está en nuestra sangre! ¡Cuatro milenios luchando! –el rey se sentaba en su trono.

Fatigado, el soberano nada más se limitó a dar un par de palmadas y un sirviente le acercó una bandeja con un vaso de vino y un plato con frutas.

— Con todo respeto, su majestad, pero son nuestros aliados los que están requiriendo nuestro apoyo, no los sweetlianéses -intervino el heraldo mientras volvía a enrollar un pergamino recién leído-. No podemos abandonar a nuestros aliados ahora.
— Melfor hizo que la cuarta parte del ejército se perdiera por una absurda campaña en la que no debió involucrarse, solo espero que el hijo no se meta en similares problemas o lo decapitaré con mi propia espada –el monarca acariciaba la empuñadura de su arma.
— No hemos recibido más reportes del General Kasym, por cierto –Becktler dejaba el reporte sobre la mesa junto a otros documentos.
— No pienso movilizar un solo jinete más –Milos arrojaba lejos un pergamino que tenía en su mano izquierda y nunca se tomó el tiempo de leer-. Los Krahel y los Barodil están muy distantes y nada más quedan los escuadrones Karadil, los batallones Vestenos y, si alcanzamos a tener tiempo, podríamos recurrir a los bruglianos.

Becktler no compartía la idea de mantenerse ajeno a los frentes en el norte, era urgente ayudar a los clanavisianos y xynichovenos para así contrarrestar el acoso de las fuerzas malignas.

— No podemos quedarnos de brazos cruzados mucho tiempo –el Alto General recogió el documento arrojado por el rey-. Si Xynichov y Clanavis caen en manos enemigas, todo el brazo está en peligro y nos veremos obligados a combatir antes de acabar eclipsados.
— Tenemos tiempo, el brazo sur nunca ha caído con facilidad, antes tendrían que invadirnos por mar y, aún así, no lo conseguirían –Milos se mostraba tranquilo-. Ya no quiero ver más mensajeros entrando y saliendo del reino, ordenaré cerrar completamente la frontera en el Cañón del Megalión.

— ¿Cerrar la frontera? –Becktler entró en cólera- ¿Abandonará a sus amigos nada más por unos reportes?
— Te recuerdo que a quien te diriges es tu rey y señor, serás mi brazo derecho, pero eso no te da licencia para hablarme como si fueras mi igual –el rey se mostró firme-. Quiero que busques a los mejores mercenarios para que vigilen la frontera y controlen a los mensajeros.
— ¿Controlar a los mensajeros? –el soldado estaba cofundido.
— No quiero saber ni una noticia más sobre Sweetlen y los muertos vivientes –prosiguió el rey-. Que ellos resuelvan sus problemas, yo no sacrificaré a mis hombres por una causa ajena a mi interés y jurisdicción.

El Alto General apretó los dientes, prefería callar antes de darle a Milos la oportunidad de acusarlo de traición, pues, cuando al rey le contradecían –aunque fuera muy válido-, siempre terminaba denunciando una falta de fidelidad a su persona, despachándoles sin pensarlo dos veces.

— Partiré inmediatamente al puerto de Molex, los rumores indican que allí vive un mercenario muy eficaz llamado Xynos Wa’el –dijo heraldo.
— ¿Wa’el? Nunca he escuchado ese apellido –Milos acariciaba su mentón-. ¿De dónde es?
— Años atrás llegó en un barco desde Swatlia y ayudó al rey Krax en el rescate de su hija tras ser raptada por los nigromantes –dijo Becktler.
— Tal vez podría ayudarnos con mi hija –meditó el monarca-. Búscalo inmediatamente y tráelo ante mí.
— Si, señor –Becktler se inclinó ante el rey y abandonó el lugar en breve.

**

La ciudad de Molex, ubicada en el extremo austral del Reinado de Kranis, era la región con más afluencia de gente, tanto local como foránea, yendo y viniendo desde diferentes partes. Al puerto llegaban varios barcos mercantes con telas y piedras preciosas desde Flydia, oro de Rüskla y cosechas de los campos de Octumia, también gente de paso o extranjeros dispuestos a probar suerte. Esto último fue lo que tiempo atrás había hecho un hombre que desertó del ejército para volverse un mercenario bastante respetado en el brazo sur de Iraya: Xynos Wa’el.

Originario de la colonia de Borgler, en el continente de Swatlia, Xynos formaba parte de la guardia personal del gobernador, pero la rutina de las noches en vela y la nula acción le hicieron añorar los tiempos de combate en Iraya. En ese entonces usaba otro nombre, el cual ya quedó en el olvido, pues, con su partida, dejó toda su vida atrás y se embarcó presto a empezar de nuevo, siendo uno de los mejores mercenarios conocidos en el divino continente. Frecuentaba siempre la taberna del señor Rudell, un hábitat muy lúgubre donde se reunían barqueros, mercenarios, prófugos y contrabandistas, las discusiones y peleas eran una rutina que acababa con muchos destrozos, los cuales el dueño debía costear sin protestas dado que los que iniciaban los problemas se largaban luego y sin siquiera pagar.

Sentado siempre en una esquina, Xynos fumaba en su pipa y bebía tranquilo una jarra de cerveza con los pies sobre la mesa y sin que nadie lo molestara a no ser que lo desafiara a una ronda de cacería o contratara sus servicios como mercenario. Llevaba años en la taberna y era muy respetado, incluso por hombres mucho más fuertes y peligrosos, por lo que nunca tuvo problemas con los soldados ni con alguna autoridad del reino.

Ahora bien, aquella mañana todo parecía tranquilo, no corrió una sola pinta de cerveza, pero si varios platos con pan acompañados de un pedazo de carne ahumado, habían conversaciones y risas, el aire comenzaba a mezclarse con los primeros humos de las pipas y el señor Rudell limpiaba algunas jarras detrás de la barra. De repente la puerta se abrió y apareció un soldado, quien llamó la atención de los presentes, prestándose a caminar directamente hacia donde estaba el dueño, no se logró escuchar nada, mas solo se le vio al gordinflón apuntar justo hacia la esquina donde estaba Xynos y el misterioso hombre se desplazó hacia su objetivo.

— ¿Xynos Wa’el? –preguntó el soldado.
— ¿Qué ocurre, señor? Hoy amanecí de buenas, no tengo asuntos pendientes y he sido un buen chico –el mercenario expulsó humo en lo que miró a los caballeros.
— Por órdenes del rey Milos, usted debe acompañarme –dijo el soldado.
— ¿Para qué soy bueno? –Xynos expulsó otra bocanada.
— Lo sabrá en tanto lleguemos a la capital –respondió el soldado.

El mercenario sonrió bufón y aspiró un poco de tabaco para expulsar una abundante bocanada directamente hacia los hombres con armadura, los cuales tosieron inevitablemente y sostuvieron las empuñaduras de sus respectivas armas.

— Vamos, ya le dije que he sido un buen chico, no moveré mi trasero hasta no saber una razón que amerite mi esfuerzo –dijo el mercenario.
— Acompáñenos, al rey no le gusta esperar –dijo el caballero.

Xynos tomó su pipa y botó lo poco de tabaco quemado que quedaba, levantándose de muy mala gana y, entre refunfuños, tomó su ballesta para cruzar la correa en su hombro.

— Vamos entonces, no hagamos esperar a su majestad –sonrió sarcástico.

Todos los que estaban en la taberna continuaron mirando al soldado y a Xynos, quien hizo un ademán con su mano pidiendo que se mantuvieran tranquilos, le arrojó algunas monedas al señor Rudell y así abandonar el lugar. El mercenario fue por su caballo Arthus y lo montó rápido, al tiempo que el caballero hizo lo mismo con su animal y partieron a la capital.

— ¿Al menos saben por qué me convocaron? –preguntó Xynos.
— Solo recibimos instrucciones de buscarlo y llevarlo ante el rey –dijo el soldado.
— Bien… Solo espero que no me hagan perder mi tiempo, tengo mucho que hacer –el mercenario apretaba los dientes.

**

Falduglim era la capital del Reinado de Kranis, un complejo fortificado con más de cuatro milenios de historia que mantiene resguardado a algunos nobles, consejeros, altos mandos militares y, por supuesto a los reyes y su familia. Muy bien custodiada, siempre tuvo la fama de ser uno de los castillos menos accesibles a la hora de una invasión, al punto que, si cruzar el Cañón del Megalión era una completa odisea, penetrar la capital era una sentencia de muerte.

Xynos y el caballero ingresaron al complejo y la belleza del lugar causó la admiración del mercenario, quien, sin embargo, se limitó a mantener una actitud desinteresada y poco amigable, más aún teniendo en cuenta que sus servicios pudieran ser requeridos por una autoridad estatal y no por un comerciante despechado o una persona corriente buscando venganza. Odiaba la idea de volver a someterse ante un superior y el recordar las palabras en la taberna lo hacían molestarse aún más.

— Debe descender del caballo, hemos llegado al palacio –dijo el caballero.
— ¿Con que aquí vive el rey? Parece un cuartel en lugar de un palacio –Xynos bajó del lomo de Arthus, acariciando luego la crin-. Tranquilo amigo, ya vuelvo.

El animal sacudió la cabeza y se mostró pasivo en tanto su dueño y el hombre con armadura ingresaron al edificio, una estructura hecha con piedra maciza de dos pisos, amplio y con bastante iluminación aportada por los ventanales. En tanto llegaron al salón del trono, el caballero hizo una pequeña reverencia ante el rey Milos, quien estaba hablando con un par de consejeros.

— Si me disculpan, tengo otros asuntos que atender –el rey se dirigió a los consejeros, quienes abandonaron el lugar pronto-. ¿Qué ocurre, General Becktler?
— Mi señor, he venido junto al mercenario Xynos Wa’el –el Alto General se hizo a un lado para presentar al susodicho.

Milos esperaba una reverencia o unas palabras de cortesía, pero, al ver que el mercenario se mantenía quieto y mudo, se sintió profundamente ofendido.

— No me resulta novedosa tu actitud, no es primera vez que trato con mercenarios –dijo el monarca en tanto se puso de pie.
— A mí tampoco me agrada tener que verle la cara –Xynos se cruzó de brazos.
— Créeme que, de no ser algo urgente, no hubiera recurrido a tu… clase –Milos avanzó hacia el mercenario con total desprecio-. No me agradan los tipos como tú, son soberbios, orgullosos, traicioneros y codiciosos. Aman el dinero más que su propia vida y hasta venderían su alma o a un familiar por conseguirlo.
— Pues yo tampoco tengo una buena imagen de la nobleza, somos parecidos, solo que ustedes son corruptos y, cuando obtienen poder, no lo sueltan hasta morir –Xynos acariciaba la empuñadura de su navaja.

El rey se limitó a levantar una ceja y hacer una mueca.

— Seré conciso –el monarca se paró frente al mercenario-. Has de saber que Sweetlen cayó en manos del Enemigo y ahora está acosando a los reinos de Clanavis y Xynichov. Desgraciadamente la mitad de mi ejército está ocupado en la búsqueda de mi hija y están llegando demasiados mensajeros con noticias poco auspiciosas, por lo que necesito que tú controles el flujo de los mismos y evites que ingrese todo aquel que traiga noticias referidas al conflicto en el norte. Si es necesario, mátalos sin dudar.
— ¿Usted quiere que despache gente inocente solo porque no quiere involucrase en un conflicto? Discúlpeme, pero es muy egoísta su idea –Xynos estaba confundido.
— Si quisiera tu opinión, te haría consejero –Milos volvió a su silla-. Recibirás una buena recompensa si me ayudas.

Xynos no estaba de buen humor, pero debía conservar lo poco de paciencia que tenía para no acabar perdiendo la vida por lidiar con un barrigón arrogante con nula empatía.

— Si quiere controlar la frontera, necesitaré un grupo, nada de soldados regulares, sino hombres de mi entera confianza y eso le saldrá costo extra –el mercenario sacó su pipa.
— Mientras cumplan con el trabajo no importa el costo –el rey pareció conforme.
— En ese caso, ya contrató un servicio –dijo Xynos mientras jugaba con la pipa.

El rey miró al General Becktler y éste le prestó inmediata atención.

— General Becktler, prepare unas bolsas de oro según el número de hombres que requerirá el mercenario a modo de pago previo para entusiasmarles –dijo el monarca.
— En seguida, señor –el heraldo se inclinó ante el rey y en tanto se incorporó miró con menosprecio a Xynos, quien no se mostró ofendido y ambos abandonaron el salón.

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