En un latido: 7- Suya.

7: Suya.

No me molestaba ir a Luisiana. Tenía un clima casi parecido a Patterson.

Pero llevaba chaperones conmigo: Mike y Megan. 

El tiempo de gracia que le di a Devon se acabó. No obtuve respuesta de él, y no era conocido por cobarde. Entonces, allí estaba, aterrizando en Nueva Orleans. 

La madre de Megan me comentó que la chica había ganado una beca para estudiar en una universidad de Luisiana, en Lafayette. Sin embargo, tendría que pasar porque no contaba con la facilidad económica para correr con los gastos de una mudanza, renta, facturas, etcétera. Y yo me ofrecí a cubrir esas cosas. 

Sabes cómo fue mi adolescencia. Me partí el lomo estudiando para ganar mi beca completa y supe aprovechar mis oportunidades. No siempre conté con las comodidades que poseía en ese momento. Entendía de primera mano sobre las ganas de superarte y no tener dos centavos en tu bolsillo para eso. Supuse que era hora de retribuir lo que el universo me dio. 

Así que estábamos manejando hacia el hotel. Nos daríamos una ducha, comeríamos algo, luego tardaría dos horas para llegar a Lafayette, donde dejaría a Megan en un edificio cerca del campus universitario. 

Al día siguiente planeaba ver a Devon. 

Solo esperaba que no hubiera golpes. Ese era el motivo por el que Mike se ofreció a acompañarme. Además de vigilar a su hermana los primeros días lejos de Patterson, también vino como mediador. Sabía lo suficiente de Devon como para creer que él no haría más de dos rabietas si tenía testigos. Mi intención era hablar y tratar de llevar la situación a un punto medio.

No me gustaba dar explicaciones de mi vida. Por desgracia, el tema con Megan y Devon se convirtió en dominio público gracias a que casi todos los capataces escucharon lo que sucedió. A esas alturas, no había un sólo ser viviente de Patterson que no supiera que, además de follar con una chica menor de veinticinco, prácticamente me la cogí mientras era la novia de mi hijo; el mismo que mantuve en discreción hasta ese día. 

Por eso no me molesté cuando Mike preguntó—: ¿Qué hago si se pone violento? 

Su hermana volteó a verlo, como pidiéndole que cerrara la boca. Mike no era discreto. Era bullicioso, tenía una lengua suelta y por lo general actuaba sin pensar. Pero era un buen chico. Su padre los dejó cuando eran niños y nunca volvió. Se corría el rumor de que Bernadette —la madre de los chicos— estaba en una relación con un hacendado del pueblo contiguo a Patterson. Pero, volviendo a Mike, él era un chico muy parecido a mí en mis tiempos. 

—No creo que sea violento. Pero no está de más ser precavido. 

—¿Y qué pasará con Megan? —preguntó la chica, mirándome intrigada. 

A este punto había llegado: el de soltar mis asuntos a unos críos.

—No respondió mis llamadas. Le estoy dando su tiempo. 

En realidad, estaba dejando que el tiempo pasara. Me cansé de presionarla y ella fue la que se alejó. La que no me dejó explicarle o tratar de encontrar una salida. Esperaría que volviera. Si algún día lo hacía.

—Pero… —Volteé hacia la chica que tenía el mismo nombre que la única que hacía correr a mi corazón como un adicto sin su dosis—. Lo siento. Es que parece una tipa linda. 

Suspiré, pensando que ella estaba en lo cierto. Debajo de todo mi mal humor por lo pésimo que se manejó el asunto, Megan era más que linda. Me atrevería a decir que entraba en la categoría de Sophie: almas tan puras que no merecían sufrir. 

Pero también estaba dolido, cansado y enojado. Sin tener una idea de adónde iba o qué me esperaba. Necesitaba priorizar mis cosas porque en ese momento no podía tener la cabeza dividida en dos… O en muchas partes. 

Las vacaciones de mis hijos estaban acabando y planeaba abordarlos en Nueva York antes de que vinieran. Si esperaba que llegaran a Patterson a los cinco minutos sabrían que, además de meter a una chica a la casa, terminaron con un hermano rebelde del que nunca les hablé. ¿Ves como no todo gira alrededor de Megan? 

Cuando dejé a la chica en su nuevo lugar, con nada más que un par de maletas y una caja con algunos recuerdos, emprendimos el viaje a Nueva Orleans, donde encontraría a Devon. 

El investigador me contó que él estaba trabajando en una firma de arquitectura, pero no de pasante. El chico había abandonado la carrera y ahora era el recepcionista del despacho. ¿Por qué se marchó de su casa? ¿Dejó atrás a su madre? ¿Su estado? 

Supongo que lo iba a averiguar cuando pasara de la puerta principal. 

—¿Quieres que pregunte por él? —Mike me miró como si estuviera tan perdido como yo. 

Negué despacio, dejando escapar un suspiro para eliminar la tensión. Pasaría lo que tenía que pasar. Y jamás lo sabría hasta que lo viera. 

Me bajé del coche y caminé como si tuviera un toro sobre mi espalda y un arnés en la cintura tirando de mi cuerpo hacia la jaula. 

Pero antes de entrar se me vino a la cabeza cuando Megan decidió aparecer en mi vida otra vez… 

La noche anterior a ese día tuve un sueño. No era de recordar lo que soñaba, así que cuando lo hacía, tenía un significado. 

No era la primera vez que la veía cuando cerraba los ojos: estábamos en un campo, podría ser un prado o una llanura, no estaba seguro, pero había una mujer conmigo. Se encontraba frente a mí, debajo de un árbol que, gracias a su posición, le daba sombra. Sin embargo, aquella oscuridad no me permitía ver su rostro. Ella extendía la mano para tomar la mía. En el sueño me desesperaba porque la pesadez que sentía en mis hombros no me dejaba avanzar. Cuando finalmente conseguía tomar su mano, ella se soltaba de a poco, desapareciendo frente a mis ojos. 

Al principio era solo eso: una sombra de una mujer en la oscuridad a la que no podía agarrarle la mano. Luego, su rostro se volvió muy claro: era Megan. Las primeras veces creí que era Sophie. Luego comencé a soñar con una persona que había saludado una vez en una farmacia. Y después de que nos acostamos, cada par de días veía a Megan en mis sueños.

Recuerdo que estuve la mañana entera de mal humor. No tenía sentido soñar con ella si me había dejado a un lado. Conforme el día fue pasando y el trabajo se volvió pesado, casi no pensaba en Megan… Casi. 

Y, entonces, ella llamó.

Tenía las manos ocupadas en ese momento. Acababa de revisar a una cerda y me estaba quitando el fluido del animal. Uno de los capataces me puso el teléfono en la oreja sin saber quién estaba del otro lado.

—¿Hola? 

—¿Puedes hablar? 

Te lo juro, respiré hondo y solté el aire con una mezcla de alivio y violencia. 

—¡Meg! ¡Hermosa!

Presioné el celular con mi hombro para evitar que se me cayera en el lavabo. 

—No tenía a quién llamar y… 

—Está bien, abejita. Cuéntame. Tengo algo de tiempo… 

—Eh, jefe, no, no creo. La cerda se ve que está sufriendo… 

Volteé a mirar al capataz igual de mal a como miré a Megan en el coche rumbo a Lafayette; en pocas palabras le advertí que lo dejara, que no quería hablar de eso.

—¿Estás trabajando? 

—Eh, sí. —Caminé hacia una silla junto a la jaula—. Sí, estoy aquí. Una cerda está pariendo, pero le tomará un rato más. Supongo que tengo tiempo para hablar. 

Justo en ese instante la cerda supo que no estaba interesado en ella y le dio por chillar con fuerza. 

—Ya hasta se me olvidó lo que iba a decir. 

—Creí que no llamarías más, preciosa. 

Fui al grano. Estaba molesto todos esos meses, pero solo escuchaba su voz y me volvía un idiota sin dignidad.

—Pensé que una vez bastaría. 

«Miente. Hazla recordar cómo fue». 

—Lo sé. Pero lo que hicimos fue brutal. De solo recordarlo me dan ganas de… 

—¿Las terneras están alimentándose bien?

Jules escogió ese momento para fastidiar. Nunca le importó una mierda las terneras. Una vaca parió y no quería alimentar a su cría, sino que quería dar de mamar a la cría de otra vaca. Entonces era un caos para que ambas terneras recibieran el alimento. 

Asentí a Jules y señalé el celular con el dedo medio, diciéndole que se jodiera y que se fuera al mismo tiempo.

—Pero estaré por Boston la otra semana. Podríamos vernos de nuevo —sugerí cuando Jules arrugó la esquina de su boca, pero se alejó un par de pasos. 

—Aser, ¿no te importa mi novio? ¿Que me acueste con él y eso? 

Me quedé en silencio un momento tratando de descifrar la pregunta. Cuando no quise creer que ella estaba buscando provocarme, respondí con otra pregunta. 

—¿Te refieres a si me siento bien conmigo mismo después? 

—Sí. Eso mismo. ¿No te sientes culpable o algo? 

Respiré hondo, pensando que ella no tenía idea de lo que estaba preguntando. Hervía de solo pensarlo, pero trataba de ser maduro. De aceptar que yo me metí en ese lío y que no tenía sentido ponerme como un cabrón. 

Pero luego imaginé que su pregunta venía porque ella se sentía culpable. ¿Lo quería? ¿Arreglaron su mierda? ¿Volvieron a pelear? Entonces yo sí existía. Como ya no funcionaba con él, llamó al repuesto. 

—¿Y tú, Megan? —gruñí—. Al final, es el que folla contigo por las noches. Lo ves por las mañanas y no debes enviar un mensaje con una clave y esperar que responda. 

—¿Dije algo malo? Solo fue una pregunta. 

—Jefe, creo que es hora. Tal vez está atravesado y por eso no puede expulsarlos… 

Miré al capataz, irritado. No quería ser grosero y decirle que yo sabría cuándo era la hora. En su lugar, articulé—: Espera. 

Respiré hondo y traté de volver al asunto con Megan.

—No. No es eso. Hiciste una pregunta válida. Solo que no entiendo qué quieres y como no sé lo que quieres, siento que estoy siendo el trapo que usas para limpiar el mierdero. —Era el que se follaba para sacar la molestia y eso me enfureció aún más—. No me quejo de que me uses para follar. Pero no me gusta que me uses cuando quieres y me dejes a un lado, y vuelvas a llamar cuando no tienes nada mejor que hacer.

¿Durante todos esos meses ella no pudo decirme nada? Un día se despertó y pensó: llamaremos a Aser porque estoy aburrida. Listo, él dejará lo que está haciendo y correrá hacia mí. Eso me cabreaba como no tienes idea. 

—¿Quieres una etiqueta? ¿Quieres ser mi amante? 

—No. No. Estoy bien sin una etiqueta. —A la mierda la etiqueta. Sólo no quería ser el jodido repuesto de último minuto—. Pero ¿qué quieres? Me llamas, bromeas, estamos bien, y de pronto me sueltas la bomba de si no tengo ataques de moralidad por tu novio. Ni siquiera sé cómo se llama. Y no me importa. —Por mí mejor si nunca lo sabía—. Lo único que quiero es que dejes de jugar a la indecisión. ¿Soy tu amigo? ¿Soy tu cogedero? ¿Quieres ambas cosas? 

Porque me tenía loco, pero no era un tipo que jugaba a las cosas a medias. Tampoco el que esperaba fielmente a que se acordara de mí y me diera migajas de su tiempo. Tenía una vida, cosas que hacer. Y si tenía que dejarlas tiradas, sería por alguien que valiera la pena. No que me tratara como si yo fuese un trapo desechable.

—Dímelo, Meg. Pero no me botes, vuelvas meses después, me uses y luego vuelvas a dejarme en un cajón. 

—Aser… 

—Piénsalo —gruñí, sin ánimos de volver a pasar por su desaparición otra vez—. Estaré por tu zona a partir del jueves. Escríbeme si de verdad deseas coger.

—Aser…

Su voz fue un grito de agonía. Como si las piezas se estuvieran cayendo frente a sus ojos. A pesar de todo, era una chica. Una que no tenía ni puta idea del lío en el que estábamos metidos. 

Pensé que era mejor respirar hondo y escuchar. Nada se me quitaba con oír qué quería.

—¿Qué sucede, preciosa? 

—Si follamos, ¿también podemos hablar? 

—Jefe, está sangrando… 

Suspiré, antes de decir—: Dame un minuto. Ve lavando tus manos y poniéndote los guantes.

Regresé a la llamada, asegurando:

—Siempre puedes hablar conmigo, Meg. Me gusta hablar. —Pero era hora de poner los límites—. Solo no quiero que me archives y vuelvas cada vez que estás aburrida. Si te vas, que sea definitivo —sentencié, hablando muy enserio. 

—De acuerdo. Sin vueltas. ¿Podríamos vernos el viernes en la noche? 

Me eché a reír en silencio, emocionado como un niñito a nada de recibir un obsequio. 

—Viernes, preciosa.

—¡Aser! ¿Qué mierda haces, hombre? ¡El bendito animal se desangra!

Bill nunca dejaría de ser exagerado y dramático. 

—Me voy, abejita. Tengo trabajo. 

Colgué la llamada sonriendo de oreja a oreja. Ni siquiera el chillido mortificado de la cerda me quitó la emoción de que estaría cerca de Megan y que mi corazón volvería a latir. 

Ese viernes… Ese bendito viernes… 

Inspiré hondo antes de traspasar la puerta y encontrarme con Devon. Debí sospechar que algo pasaba con él porque ese viernes el muchacho estaba irreconocible. Molesto, pensativo y raro. Nunca me imaginé que estaba así porque… 

Traté de eliminar el pensamiento mientras caminaba hacia el podio de recepción. 

No encontré a Devon, sino a una muchacha menuda, que casi se atraganta con su goma de mascar cuando reparó en mi brazos llenos de tinta. 

—¿Puedo ayudarle? —su pregunta salió en forma de lloriqueo. 

—No te molestes, Kim. Me está buscando. Cierto, ¿papá? —gruñó, mirándome con rabia y decepción. 

¿Sabes qué fue lo más triste? Que era la primera vez que me decía papá. Y lo hizo con sarcasmo. Como si fuese un insulto. 

—Gracias de todas formas, Kim —dije a la chica, obligándome a mantener la calma. 

Si le respondía a Devon no terminaría bien.

—Estoy ocupado. Kim necesita almorzar. Debiste llamar —espetó, sin mirarme, consiguiendo que la pobre Kim se levantara de la silla de un brinco. 

Mis ojos se cerraron para crear dos rendijas pequeñas. 

—Te llamé, Devon. Perdí la cuenta —contesté cortante. 

Sip, acabando la paciencia. 

—Entonces debió ser tu aviso de que no quiero verte. De que puedes ir a follar a…

No —susurré, pero fue tan contundente, que Devon me miró por primera vez desde que se había sentado. 

No insultaría a Megan. Tal vez las cosas no estaban bien y era un desastre, pero con insultos no llegaríamos a nada. 

Se echó a reír, pero fue una risa de puro sarcasmo.

—Ella te importa. —No moví ni un músculo—. Dime algo, solo por curiosidad. ¿Sabías que tenía novio…? —Negó, antes de continuar la pregunta—. ¿Sabías que vivía conmigo mientras te la cogías? —escupió, volviendo a levantar esa rabia. 

—No que eras tú. No sabía que vivía contigo. 

—Pero sí que vivía con alguien. Que tenía novio. ¿Te das cuenta? Es igual de malo —acusó, como si nada de lo que yo dijera podría justificar mi acción. 

Y como si no fuese suficiente con su respuesta, mi mente se fue a ese jodido viernes. 

Él se sentó en la misma mesa de la vez anterior, con una mirada agria. Llevábamos en un silencio tenso durante media hora. Revisaba su teléfono, texteaba y volvía a prestarle atención al jodido pellejo, donde la carne se veía irritada.

—¿Nos sentaremos en silencio? 

No me gustaban los silencios. No esta clase: tensos. Si tenía algo que decir era mejor tarde que nunca. 

—Estoy teniendo problemas…, cosas con una persona que quiero mucho. Y… 

—Cuéntame. 

—No te entiendo. ¿Por qué soportas esto? Vi que tienes una familia… agradable. Al menos eso parece en el Instagram de la granja. ¿Por qué sigues viniendo? 

Devon me miraba como si no pudiera entenderme. No es que no quisiera hacerlo, sino que desconfiaba demasiado como para darme la oportunidad. 

—Eres mi hijo. 

—Todavía necesitamos una prueba de paternidad. 

—Sé que lo eres. 

Negó, mostrando duda.

—Mamá dice que no sabe. Que bien podrías ser tú u otro. 

Me eché a reír incrédulo, pensando que Marilyn no parecía tan loca cuando follamos. 

—Estoy seguro de que eres mi hijo. No necesito una prueba. Pero si eso quieres… 

—¿Me estás oyendo? ¡Mi mamá no sabe una mierda y tú te sientas allí y aseguras que lo sabes mejor que ella! —exclamó, viéndose dolido. Confundido. 

—Alex. Me estoy cansando de esta actitud… 

—¡Bien! ¡Eso quiero! Yo quiero un día sin tanto drama. ¿Es mucho pedir? Quiero silencio. De ti, de mamá, de… —dejó su estallido incompleto. 

De saber el nombre que diría… Todas esas oportunidades que tuvimos los tres de hablar del otro. Mierda, esto definitivamente tuvo que pasar de esa forma.

—No puedo con esto. En serio que no. Tengo que ir a casa. Ya no me busques más, ¿de acuerdo? Te lo pido como un favor. Necesito espacio. 

—Si eso quieres… si no me contactas mañana, me iré. En serio. Y dependerá de ti, Alex. 

Él asintió, dándome una última mirada para irse. Caminó cabizbajo, más encorvado de lo que recordaba. Ese fue el último día que lo vi… 

Y se me vino a la mente lo de Megan ese jodido viernes…

Abejita: nos vemos en tu hotel. 

Al principio dudé, teníamos un código y esto no era lo que habíamos pactado.

No respondí, ya sea que fuera Megan o su novio, yo iría al hotel. 

Nunca fui violento. No significa que jamás estuve en una pelea. 

Mientras llegaba desde el mirador hasta mi habitación pensé en que Alexander no cooperaba. Estaba cansado de perseguirlo. Era intenso, sí, pero siempre que la otra parte se mostrara interesada. Él no daba indicios de querer ir más allá. Así que haría lo que mi padre me aconsejó muchas veces: no te afanes por el día de mañana. El día de mañana traerá su propio afán. 

Me estaba quedando en el segundo piso, así que no la vi desde el estacionamiento. Pero sólo hice subir las escaleras y supe que algo no iba bien. Olvídate de los latidos o las voces, era sentido común.

Me arrodillé y respiré hondo. Su labio carnoso estaba partido. 

Muy pocas veces dejaba a la ira entrar. Cuando convives con un abusador aprendes a dominar tu carácter. Lo aprendí de Marie y su hábito de convertirse en un saco de boxeo. Además, las enseñanzas de mi padre me ayudaron. Pero no era fácil. Menos si la persona me importaba más de lo que pensaba. 

—Vamos, preciosa.

No podía ver sus ojos brillantes y su labio lastimado. Necesitaba emplear mi tiempo en algo. La senté y fui a buscarle un vaso de agua. No sé si ella se percató de que sus manos temblaban como una gelatina.

—¿Qué pasó?

Solo esas dos palabras bastaron para que Megan empezara a llorar. 

Vi sus lágrimas caer con impotencia, con rabia. Me dolía a un nivel desconocido. Ella iba provocando tantas cosas en mi interior que me costaba seguirle el ritmo a mis propias sensaciones. Quería consolarla, quería darle un poco de seguridad, pero no sabía cómo se lo tomaría. Así que esperé.

—Fue tan bruto… —Sorbió su nariz—. Nunca fue tan rudo. No reconozco a… 

No soporté la necesidad de tocar su labio. Quise en ese instante borrar sus recuerdos. Incluso si me olvidaba en el proceso. Eso debió ser un aviso del terreno que estaba ganando Megan en mí. 

—¿Te golpeó? 

Ella negó, pero mis ojos captaron los pequeños morados de sus manos.

—Me besó con… 

Levanté su mano porque me parecía que ella no era consciente del daño que ese idiota le había hecho.

—Esto parece un golpe para mí, Megan. —Llevé mi dedo hacia el punto y lo presioné con toda la suavidad posible. 

—Solo quería un sitio para pasar el rato. Creo que lo sabe… o lo sospecha. Lo que hicimos… 

Estaba justificando al tipo. Marie lo hacía hasta que dejé de preguntarle. Hasta que dejé de escucharla.

—¿Por eso estalló?

—Sí. Él nunca había sido tan bruto hasta que…

Llevarse las manos a su boca fue suficiente para darme un norte de que era más serio. Y no sabía cómo haría para no perder mi mierda y mantenerme sereno. 

—Te lo juro, Meg, que si hizo algo más que un labio partido y una muñeca magullada voy a… 

También cerré la boca. Diría una burrada. Mi padre se empeñó en criar a una persona que no pensara en dañar al prójimo. En ese momento peleé con todo mi ser para no sucumbir a la idea de picarlo en pedacitos y lanzarlo a los leones. O a los cocodrilos.

Megan me tomó por sorpresa, susurrando:

—Vivimos juntos. Se supone que debemos tener sexo… 

Por primera vez desde hacía mucho elevé una oración al cielo. No pedí su muerte, que le cayera un piano encima o que se sintiera tan culpable que se lanzara de un puente. Lo que pedí fue sabiduría. Fue fortaleza. Rogué por perdón y misericordia. Porque si alguna vez me encontraba con esa persona yo pudiera verla a los ojos y no molerla a golpes. Pedí no olvidar las enseñanzas de mi padre. Supliqué por no abandonar a Megan y saber cómo llevar esta situación. 

Cuando me tocó estaba pidiendo un poco de empatía. Y la recibí porque Megan se veía tan rota y sola que me causó una ternura intensa.

—Megan, eso se llama viola… 

—No. Si no lo dices, es como si no hubiera pasado.

Sin pensar en que podría rechazarme, la atraje para un abrazo. Uno suave. Quería que supiera que ella estaba más dentro de lo que me gustaría. La abracé más fuerte cuando mi corazón empezó a latir sin control. Ese bumbum, bumbum…, bum regresó. 

«Esta es tu conexión, Aser». 

Así me di cuenta de que era peor de lo que imaginé. Megan se apoderó de mí en ese abrazo. Como si mi alma pasara a ser suya con el gesto. 

—No voy a dejar que te haga daño, abejita. 

Sabía que era una promesa vacía. Pero quise convencernos de que estaba segura, al menos, por ese momento. Pero así tuviera que mover el cielo y el infierno, Megan terminaría con ese hijo de puta.

Luego de un rato de estar abrazados me sentía entumecido. Pero no me alejaría de ella. 

Megan rompió el contacto, echándose para atrás y mirándome con nada más que agradecimiento. 

—¿Puedo quedarme un rato más? 

—¿Todavía tienes que preguntar, abejita? 

Miró hacia la cama, pensativa, y al volver a mirarme entendí que estaba triste. Sí, lo que pasó fue fuerte, pero ella misma comprendía que no estaba en condiciones de ir más lejos esa noche. 

—¿Qué haremos? No voy a quedarme sentada en esta cosa. —Colocó sus palmas en el respaldo de la silla para enfatizar su punto. 

—No soy un adicto al sexo, Meg. Podemos acostarnos y no hacer nada más que hablar. 

Me miró entrecerrando los ojos, dudosa. 

—Vamos a ver si es verdad. 

Se quedó en silencio un par de segundos y luego me miró como si la mejor idea del mundo pasara por su mente. 

—¿Siempre quisiste ser veterinario? —preguntó de pronto, mientras continuaba viendo hacia la cama. 

Me acosté primero para darle tranquilidad. No pretendía presionar. Megan vendría a mí cuando estuviera lista. 

Pensé en su pregunta. 

—Pues…, sí. Crecí en un pueblo pequeño. Solo hay tres granjas. Mi padre me ayudó a conseguir trabajo en una de esas y me gustó tratar con animales.

Vi que pensaba demasiado, por eso me preparé para una pregunta personal. Sin embargo, suspiró, yéndose por algo sencillo. 

—¿No te cuesta? Digo, no hablan, así que debe ser complicado adivinar qué tienen. 

Era como si no quisiera hablar de nada delicado. Ella necesitaba distraerse. No me costaba nada jugar ese papel para Megan. 

—Al principio, cuando era más joven y no tenía idea de cómo tratar a una vaca. Luego uno aprende a diferenciar. Con el tiempo ni siquiera tienes que esforzarte. Solo con ver su comportamiento ya notas si algo no está bien.

—¿Es difícil cuando van a tener bebés? Escuché a esa cerda. Es un anticonceptivo seguro y ni es humana —meditó, mientras se acostaba con cuidado a mi lado. 

Esbocé una sonrisa porque estábamos rompiendo el hielo. 

—Depende. También se gana experiencia con el tiempo.

—¿Cuántos cerditos tuvo? 

—Ocho. 

—¿No es mucho? —exclamó con un toque de asombro y miedo.

No pude contener la risa por su reacción. 

—Se espera que una cerda para como mínimo diez crías. A este le nacieron dos muertos. El parto fue muy difícil. Por eso estaba asistiendo. 

—¿Pero ese no es tu trabajo? —preguntó intrigada.

Ella no sabía cómo de demandante era mi trabajo.

—¿Tienes idea de cuántos animales de corral hay en una granja? Vacas, yeguas, cerdas, ovejas… Todo eso es mi responsabilidad.

Si a eso le sumamos que Jules se pasaba mis opiniones por el culo aunque no conociera nada de veterinaria, era una suerte que todavía hubiera animales vivos. Se las apañaba para inventar unas idioteces. 

Respiré hondo, agregando—: La naturaleza es sabia. La mayoría de las veces paren muy lejos. Casi siempre un capataz se acerca para decirme que una vaca estaba pariendo en el campo. Solo en los casos muy difíciles entro en acción. 

—¿Podría verlo alguna vez? 

Me sorprendieron dos cosas. Una: que no tuviera recelo. Sophie no podía ni ver la sangre de la perrita cuando entraba en celo. Y dos: que para verlo tenía que visitarme en Patterson. 

—¿Quieres venir a Texas? 

Lo pensó un par de segundos. 

—Sí. Algún día. Por mientras puedes enviarme un video. 

Me eché a reír porque no era lo mismo contarlo que verlo, incluso por vídeo. 

—Preciosa, en Youtube hay cientos de esos videos. Prueba con uno de esos y, si te sigue pareciendo buena idea, yo mismo te pago el tiquete de avión a Texas. 

Se lo pensó mejor, preguntando:

—¿Es tan feo como el parto de un humano? 

—No lo sé. No llegué al primer parto de mi Sophie. Un segundo estaba volando hacia la granja y al siguiente me llama para decirme que estaba de parto. —Ella necesitaba estar en Dallas por su condición del corazón. Las cuentas no se pagaban solas y todavía no me pertenecía la granja Patterson—. Le faltaban cinco semanas. El de las gemelas fue cesárea y tenía una cortina tapando el asunto. 

Pensé en Devon en ese momento. En que Marilyn me quitó la oportunidad de ver nacer a mi primogénito. De tantas cosas que jamás se volverían a repetir. 

—Y con…

¿Podría contarle esto? ¿Sería volverme muy pesado? 

—¿Qué? Dime —insistió, como si de verdad quisiera saber. 

—Tengo otro hijo. Tiene más o menos tu edad… 

Me quedé procesando eso. En que el chico que para mí era Alexander era mayor que Megan por un año y un par de meses.

—Papi…

Volteé a verla, sintiéndome enfermo de sólo imaginarlo. Las locuras pasan, dímelo a mí. Hasta hacía poco ni siquiera sabía que tenía un hijo.

—¡Cielos, no! —gruñí—. ¡No juegues así, cariño!

—¡Qué ascoooo! —exclamó, comprendiendo muy bien lo que eso implicaba. 

—En fin. Su madre le metió mierda sobre mí. Una montaña de mentiras. El chico está confundido. —Megan me miraba atenta, tan ávida de escuchar algo sobre mí, que se lo di—. Vengo cuando puedo o él me pide encontrarnos. Pero a veces no llega. O si lo hace, viene con una actitud de mierda que no puedo reprender porque me grita que lo abandoné.

—¿Por qué sigues viniendo? Es un pesado. 

—¿Aparte de verte? —Me encogí de hombros, siendo muy sincero—: No lo sé, abejita. Supongo que porque es mi hijo. Jamás voy a renunciar a él. Sin importar nada.

El silencio reinó por unos segundos y entonces la escuché llamarme.

—¿Aser? ¿Crees que podrías enamorarte otra vez? 

Hasta ese momento no me había dado cuenta de que jugaba con su cabello. Supuse que no le molestaba cuando no me pidió parar. Me concentré en su pregunta, siendo sincero con ella y conmigo mismo. 

—No lo sé. Tal vez. Aún no he conocido a una mujer tan asombrosa como mi Sophie. 

«Pero tú te estás acercando peligrosamente, Megan», pensé para mí.

Por eso agregué—: Pero ¿quién sabe? Nada en esta vida es imposible. 

Yo sabía que no. Tenía un jodido don que me perseguía a cada rato. Si eso existía, entonces cualquier cosa podría pasar. Pero me preguntaba con mucha frecuencia si alguien podría superar a Sophie o, al menos, alcanzarla. No lo creía posible. Hasta que conocí a la chica que estaba acostada conmigo. 

Pero era muy pronto para pensar en amor. En que ella sería la única que haría retumbar mi corazón. Porque tenía miedo de lo que significaba enamorarme de una chica como Megan. Una persona inestable, impredecible. Una mujer con una carga importante en sus hombros. Que recién comenzaba a vivir. Que hasta ese segundo continuaba teniendo un novio; una mierda de ser humano, pero su novio al final. 

—No te afanes por el día de mañana, abejita —aconsejé cuando presentí que su cabeza estaba haciendo cortocircuito pensando en su futuro. 

Y, ¿a dónde nos dejó nuestra imprudencia? 

Con mi hijo frente a mí reclamándome que me cogí a su ex.

En ese instante volví a pensar en lo que me dijo Devon antes de recordar a Megan en mi motel ese viernes. 

—Pero sí que vivía con alguien. Que tenía novio. ¿Te das cuenta? Es igual de malo. 

Quise decirle que no tan malo como forzar a una chica. Pero ¿qué ganaría? ¿Hacernos estallar? No estaba seguro de lo que estaba haciendo. El cielo era mi testigo de que una parte de mí quería olvidar que era mi hijo. Pero cuando lo miraba, no veía a un violador. Solo era Devon. 

Eso me enfureció porque debería querer venganza. Pero habían pasado más de nueve meses desde ese viernes. En los que Megan y yo avanzamos. En los que dejé atrás el rencor y traté de perdonar a su abusador como mi padre hubiera querido. 

—Vengo en son de paz, Devon. ¿No estás cansado de huir? ¿De resistirte? ¿De pelear? ¿No quieres sentarte y olvidar tus cargas? 

Él, en vez de mirarme con rabia, me preguntó algo que me dejó frío. 

—¿La amas? 

Me hice esa pregunta tantas veces en los últimos meses que la sentía muy gastada. Como si alguien me preguntara cómo estaba y yo dijera que estaba bien solo porque era la respuesta más corta, básica y que no debe explicarse. 

Y Devon merecía la verdad. 

—Eso ya no importa. 

No lo hacía. Si llegué a enamorarme de Megan o si solo la quise, no importaba. Se había ido. Era el momento de trabajar con lo que tenía a mano.

—No sé si pueda estar en la misma habitación que tú y ella —explicó, agachando la cabeza, viéndose muy arrepentido. 

—No lo sabrás si sigues haciéndome a un lado. 

Se me quedó mirando, con tanta tristeza que me dolió el pecho. Un malestar sordo y crudo, como si estuvieran quemando mi alma. 

—¿Sabías que estaba conmigo? 

—No. Ni ella supo que eras mi hijo.

—Le hice cosas que…

—No —supliqué. Estaba empezando a verlo como un ser humano. No podía escucharlo decir que le hizo cosas horribles.

—Te lo dijo. —Asentí, mirando hacia el suelo. No quería verlo porque era capaz de imaginarlo y entonces no estaba seguro de soportarlo—. Tal vez tú no la amaste… pero ella jamás te diría algo así si no estuvieras en su corazón. 

Cerré los ojos y contuve la respiración. Tratando de matar los celos de que él la había visto desnuda. De que vio su risa y sabía cuál era su hora de bañarse. Si prefería agua tibia o caliente. Me tragué la amargura de que durmieron juntos, de que la consoló. Que la escuchó decirle: te amo. 

Es curioso cómo esas dos palabras se repitieron en mi cabeza, apuñalando mi corazón una y otra vez. Pero no de celos, sino porque quise ser yo el que terminara escuchando de Megan esas dos palabras. 

Dolía como la mierda que fue suya, sí, pero que tal vez nunca sería mía. Y quería que lo fuera. Mierda, lo quería como nunca lo quise de otra persona. 

—Estoy cansado de huir. Pero no sé cómo detenerme. 

Sería difícil. Todo. Verlo como hijo sin pensar en sus acciones. Que habrían temas delicados, como que ambos vimos a la misma mujer desnuda y la escuchamos gemir. Pero era mi hijo. Tenía que tratar. Así fuese que Megan volviera o no. Devon era mi sangre y me necesitaba como solo un padre entiende cuando un hijo lo necesita. 

Mi corazón se fue apagando, dejando el clásico bumbum, bumbum, bumbum. Así me di cuenta de que, por el momento, estaba renunciando a ella. Porque había encontrado a otra mujer por la que iría al cielo o al infierno, pero ya no dependía de mí, sino de ella. De que se dejara alcanzar. De que también dejara de correr.

Seguir leyendo.

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