En un latido: 6- La abeja y el pirata.

6: La abeja y el pirata. 

—Aser, ¿no pretendes venir? —cuestionó, su voz me resultaba preocupada.

Había pensado en la primera noche que pasé con Megan durante gran parte de la madrugada. No podía dormir. Ella se convirtió en la culpable de mis desvelos. Y también Devon. El investigador encontró noticias de mi hijo. Estaba más cerca de lo que pensaba: en Luisiana. ¿Qué hacía mi hijo allá? No lo sabía. Sin embargo, le pedí más información al investigador hasta decidir qué hacer. 

Estaba esperando que las aguas se calmaran. Había pasado un mes desde que el tema de Megan y Devon explotó. Durante ese mes él se negó a responder mis llamadas y mis textos. Seguía molesto; creí que era bueno darle una prórroga de una semana. Si en ese tiempo él continuaba con esa actitud no me quedaría de otra que enfrentarlo. No perdería a mi hijo. No sin antes hacer todo lo humanamente posible por involucrarme en su vida.

Así que mientras pensaba en Devon y Megan, se hizo de día. Tenía a Bill en el teléfono preguntándome si pensaba ir a la granja. 

—Sí. Creo que es hora de salir de aquí —acepté. 

Durante ese mes traté de poner mis asuntos en su lugar. De continuar con mis vacaciones. No era el paraíso, pero en serio necesitaba desconectarme. Bajarle un poco a la actividad física. Quizá mi mente no descansó un carajo, pero a mi cuerpo sí que le hacía falta no hacer nada.

En lo que entraba al baño volví a pensar en Megan. En aquella noche en que lo hicimos sin tregua. 

Su culo estaba rojo por el sexo candente que tuvimos en la moqueta. Incluso su mejilla tenía las marcas de cuando su rostro quedó presionado en la alfombra. En ese momento parecía que no le importaba, pero se quejaría después, no tenía dudas. 

—Esto ha sido… Guao —susurró cuando la levanté del suelo y la deposité en la cama con cuidado. 

—Sí. Resultó bien para ser nuestra primera vez. 

Volteó a verme intrigada, y el brillo curioso vino de visita. 

—¿También tienes una lista de las tres peores veces? —preguntó medio en broma y en serio. 

Lo pensé con detenimiento. No, no tenía una lista de folladas desastrosas, per se. Aunque sí estaba consciente de que no todas las folladas de mi vida resultaron con tan buena química. 

—Soy un caballero, Megan. ¿Qué dirías de mí si soy tan indiscreto? —bromeé. No le diría, no porque no confiara en ella o por cualquier cosa machista que estés pensando. Sólo que no es lo mismo bromear sobre las primeras citas, a contar con lujo de detalle el sexo con otra persona. 

Además, las mujeres dicen que quieren saber, pero cuando hablas de más terminas en un lío gigante. No dañaría la noche. 

—¿Por favor? —rogó, más curiosa de lo que estaba al principio. 

Negué con suavidad, acercando su cuerpo para que descansara su barbilla en mi pecho. Mi corazón latía tan rápido que consideré llamar a emergencias. Tal vez estaba teniendo un ataque por el colesterol.

—Déjalo, preciosa. Hay cosas que no se cuentan. 

Ella pareció pensarlo. Me gustaba que moviera la cabeza de un lado a otro, como si estuviera pesando sus opciones. Entonces esbozó una linda sonrisa. Una que se ganó un escalofrío y explotó en mi abdomen. 

—Bien. Tienes razón. —Suspiró con fuerza, avisando—: No puedo quedarme más. 

«Él la está esperando». No quise darle pie a ese pensamiento. Sabía que no era mía. Que tendríamos que pasar por un infierno para eso. Pero quería que lo fuera. Así la conociera de pocas cosas, había algo que me unía a Megan. Nunca antes sentí que una persona me pertenecía, ni siquiera Sophie.

Por eso me escuché diciendo:

—Voy a irme el domingo por la tarde. Debo regresar a Texas. ¿Crees que podemos vernos el domingo?

No titubeó al responder—: No. Sé que tal vez escuchaste esto cientos de veces, pero no soy así… —Señaló la cama y a ella, dándome a entender que no era de las que follaba con cualquiera o de las que era infiel cada fin de semana. 

—Lo he oído —contesté, rozando su barbilla con mis nudillos—. Y por eso sé que dices la verdad. Pero no tiene que ser solo para follar, preciosa. 

Me miró curiosa, otra vez, pero su voz sonó incrédula—: ¿Me dirás que también podemos hablar? 

Me encogí de hombros para sacarme la incomodidad. Me sentí expuesto de alguna manera. Nunca había pedido algo así de loco. Era el primero en romper cualquier indicio de una segunda salida o follada. Pero Megan me traía arrastrándome como nadie lo había conseguido. 

—¿No hicimos eso las otras veces? Y, si no me equivoco, hemos hablado más de lo que hemos follado. 

Megan se ruborizó. Incluso escondió su rostro de mi mirada. Era una cosa dulce, linda y no era mía. Eso era lo que más me molestaba. Que se iba para que otro viera todas esas cosas. O capaz ni siquiera las notaba. Las mujeres infieles lo son porque no encuentran en su casa lo que buscan en la calle. Y la mayoría de las veces se traduce a que quieren sentirse apreciadas. Importantes. Deseadas. 

Megan podría querer esas cosas, pero también había una profunda soledad. Una que ni yo era capaz de eliminar.

—Creo que mejor me voy.

Se levantó de la cama y empezó a buscar su ropa ignorando mi mirada. Sospechaba que era por la vergüenza de no reconocer que había engañado a su novio. Que tuvo un desliz que sobrepasó sus expectativas. Eso era lo que le daba miedo y la razón por la que no quería volver a verme: porque no podría aguantar las ganas de coger una y otra vez. Te lo dije, una vez que encuentras a la persona con la que tu mundo da vueltas, rara vez puedes dejarla a un lado. Tu propio cuerpo pide el reencuentro.

Con ese pensamiento, me levanté más animado de la cama, pasándole su brasier que estaba enredado entre las sábanas. Lo tomó como si estuviera a punto de quemarse en el infierno. Tal vez porque no me cubrí ni un solo pedazo de mi cuerpo. 

—De todas formas te escribiré… ¿Crees que necesito una contraseña o algo? 

Volteó a verme, mirándome directamente a los ojos.

—No lo sé yo… 

—Nunca te ha escrito otro tipo que no sea tu novio —añadí, tratando de ser maduro y no escupir la palabra. 

Tenía treinta y siete, nada me costaba ser un tipo con dos cabezas en vez de una.

Megan negó a mi suposición. Así que agregué—: Bien. Supongo que como esto es clandestino, prohibido y todo eso, me voy por un emoticono de una bandera pirata. 

Se echó a reír, divertida. Ella no se había dado cuenta que estaba en ropa interior y que yo continuaba desnudo. Así de impresionante era nuestra química. Pero no quise arruinar el momento, así que busqué mi teléfono y pasé los emoticones hasta hallar el de la bandera negra con la calavera. 

Se lo mostré y Megan negó con una media sonrisa divertida, pero también buscó el suyo, enseñándome a una abeja. 

—¿Y cómo sabrás que soy la que responde? Podría ser una trampa. 

—Si envío la bandera y no contestas o me envías cualquier cosa que no sea esa abejita no escribiré nada. 

—No es tu primera vez en esto, ¿cierto? —respondió divertida, pero me supo mal. 

Porque no era cierto. Yo no hacía esto. Al menos, no con mujeres. Era una cosa que tenía con Bill para avisarnos si Jules estaba cerca sin mencionarla. Yo enviaba el emoticono del diablito y él enviaba el pulgar arriba para sí y el de abajo para no. Era muy práctico. 

Sin embargo, no quise sentirme más expuesto vulnerable de lo que debía. Ya había rogado bastante y abrí mi corazón de más en una sola noche.

—Vamos. Te acompaño a tu coche. 

Le di una nalgada y Megan chilló divertida. 

Antes de salir de la habitación la besé con fuerza. Duro. Incluso con un poco de desesperación. No sabía si la volvería a ver y quería llevarme el recuerdo del sabor de su boca. No fue un beso romántico; fue en un punto hasta demandante y posesivo. En mi mente era ajena, pero mi corazón susurró por medio de mis latidos que sería mía. Tarde o temprano.

—Te escribiré. 

Megan no respondió. Me dio una mirada rebosante de excusas, culpas y de un adiós que me supo a mierda. Giró sobre sus talones y subió a su sedan. 

Ese sábado le escribí. Me ganó la ansiedad. La necesidad y las ganas de follar, no lo voy a negar. 

Yo: 🏴‍☠️

Abejita: 🐝

Cuando respondió mi corazón retumbó como no tienes idea. 

Yo: mañana?

Abejita: no lo sé. No sé si es una buena idea. 

Yo: follar siempre será una buena idea. 

«Vamos, nena, di que sí», rogué a la pantalla. 

Yo: vamos, abejita. Deja ir esa frustración. 

Abejita: no estoy frustrada. Gracias por ayudarme en ese departamento. 

Yo: entonces déjame causar frustraciones otra vez.

No respondió. Me quedé esperando, pero no volvió a conectarse esa noche. Ni el domingo.

Yo: 🏴‍☠️

Yo: 🏴‍☠️

El primer mensaje lo envié en la mañana porque era una chica de veintiún años, debería respirar por la tecnología. 

Luego, no hice mucho. Llamé a Alexander —o sería Devon— para decirle que me iba. Él no me había contactado más. Hacía eso más de lo que me gustaba. Sin embargo, le daba su espacio —creyendo que era lo que necesitaba—, pero de saber lo que hizo la noche anterior… Lo habría confrontado. 

El segundo chat se lo envié a Megan pasadas las dos. A un par de horas de mi vuelo. Pensé que si tenía suerte podríamos vernos una hora. Mierda, me conformaba con una despedida en el jodido aeropuerto. Pero volví a tener silencio. 

Recuerdo que me subí a ese avión con la sensación de angustia que no me dejaba en paz. Como si Meg me necesitara. 

«Si le hicieras falta te habría chateado. ¿No puede meterse en el baño y textear rápido?», argumentó mi cerebro con un buen punto. 

Luego pasó el lunes, en el que estuve muy ocupado como para siquiera tocar mi celular. Y el martes en la mañana decidí tratar una vez más.

Yo: 🏴‍☠️

Sí, nada. 

Esa semana fue un borrón y cuenta nueva. Las vacas en celo, Jules presionando para hacer cruces que nos traerían problemas a la hora de parir. Discusiones entre mis hijos y Devon que continuaba con esa actitud de mierda. Sí, una semana normal en mi vida. 

Ese viernes antes de subir a la tarima del bar, le envié un último mensaje. Me prometí que sería el último. Megan era preciosa, me traía loco y aceleraba mi corazón como ninguna, pero no podía quedarme en el pasado. Estaba claro que fue una aventura para ella. 

Al final quizá sí fui ese desquite que no quería ser para Megan

Yo: 🏴‍☠️

En esta ocasión incluso abrió los mensajes. Pero no escribió. 

Entonces lo dejé ser. 

Esa noche me acosté con una tipa cualquiera del bar. No era lo que acostumbraba, porque siempre trataba de ir a Dallas para eso. Sin embargo, tenía una especie de despecho. Me sentía usado y, estaba tan amargado, que cogí con la chica en la parte de atrás del bar. Justo en el cuarto donde guardaban las botellas. En un sofá desgastado. Con su espalda pegada a mi pecho. Fui rudo, al grano. Y no sirvió para sacar a Megan de mi cabeza.

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