Mil novecientos noventa y cinco fue un año lleno de altibajos para el trío maravilla, pero en especial para Lillian, cuyo paso de niña a mujer no estaba siendo del todo agradable. Sin embargo, a estas alturas de mi relato, no hemos conversado del punto exacto en el que el infortunio tocó a su puerta.

Al menos, hasta hoy.

—Hola, Selene. El Doctor Moore te espera en su consultorio —Le avisó la enfermera encargada de asistir a William en la clínica y quien la recibió al llegar.

Doris era una mujer agradable y muy apreciada por los Buttler. Le había tomado un cariño muy especial a Lilly, ya que estuvo presente en el alumbramiento una madrugada del ochenta y tres. Ella le suministró sus primeras vacunas y llevó el control de crecimiento del niño sano hasta que la ojiazul cumplió dos años, por ende, también sentía por ellos la misma emoción.

La Señora Buttler le sonrió con la desgana de un organismo cansado por el desvelo y la fiebre nocturna que llevaba días atacándola, y la enfermera no la dejó a solas, conduciéndola a la cita pactada.

El médico, a su arribo, hizo a un lado los expedientes que ordenaba y se incorporó de la silla detrás del escritorio donde se hallaba sentado, aproximándose a ambas.

 —Muchas gracias, Doris.

—No tiene que agradecer, Doctor. Estaré en recepción por si me necesita —se despidió la enfermera oprimiéndole levemente el hombro a Selene, patentándole su apoyo antes de salir y cerrar la puerta.

—Aquí me tienes, William. Como quedamos.

Moore asintió y sin decir nada, le pidió con un movimiento de mentón que se sentara.

En ese momento se antepuso su carrera y profesionalismo, a los lazos entrañables que desde hacía cuatro largos años formara con los padres de la mejor amiga de su hijo.

Conversaron sobre lo suscitado en el paseo del día anterior, tema salido a colación a posta, pues el padre de Mike precisaba mantenerla relajada por el bien de la serie de exámenes físicos que tenía planeado realizarle. Y al tiempo que fluían los comentarios y los consejos referentes a eso, las preguntas y respuestas reglamentarias para el historial clínico se lanzaban entre uno y otro.

No se podían dar el lujo de alteraciones en los resultados.

Décadas de experiencia lo respaldaban. Años y años de estudio. No obstante, aunque poseía sus sospechas, en el ámbito de la salud una errata podría significar la diferencia entre la vida y la muerte del paciente.

La auscultación arrojó sintomatología que a simple vista no notó, como inflamación de ganglios linfáticos y abdomen. Siendo así, apresurar las pesquisas era imperativo.

“Tal vez no debería alarmarme”. “Podría tratarse de cualquier cosa”. Se decía William, guardando la calma. “Una infección… Quizás“. “¿Pero, si no?

Se alejó de Selene aun recostada en la mesa de exploración, y asiéndose de la bocina del teléfono acomodado en la cubierta del escritorio, oprimió la tecla que lo comunicaría a recepción.

—Doris, ¿puedes venir, por favor? —Y dicho esto cortó la comunicación, agarró una hoja de papel en la que hizo anotaciones con tinta negra y al acabar firmó y selló, indicando el protocolo a seguir.

Dobló el documento en dos, entregándoselo a la enfermera que en ipso facto tocó la puerta tres veces, giró la perilla y se adentró, acudiendo lo más rápido que pudo.

—Selene, Doris te llevará a los laboratorios, donde te tomarán algunas muestras de sangre. El cuerpo humano es infinitamente complejo, así que comenzaremos a descartar las probabilidades. ¿De acuerdo?

La interpelada asintió poniéndose de pie, abotonándose la blusa y los vaqueros.

—Te voy a hacer la misma petición que ayer, William. Necesito mantenerlo así hasta saber lo que realmente me pasa. No deseo acabar con la paz de mi hogar sin tener una razón de peso. Especialmente por Lilly — Una risita  de boca cerrada, le iluminó sus ojitos —. Ahora la pobre llora con todo. ¿Creerás que anoche lo hizo porque su padre se terminó las galletas de chocolate? ¡Ni siquiera le gustan!

El Doctor Moore no supo cómo sentirse.

La madre de Michael se fue siendo muy joven y eso a él lo destruyó por dentro. ¿Cómo podría ocultarle a Martin que su esposa no estaba del todo sana?

Pero bueno, se trataba de la confidencialidad médico – paciente.

Caviló un poco y acto seguido le sonrió de vuelta, aceptando el trato a regañadientes.

Pocos días después la madre de Lilly fue citada para la entrega de resultados. La inflamación no cedía y esto era un foco rojo.

El sobre yacía dentro del bolso lateral en la bata blanca que William portaba, aguardando a su paciente más reciente y haciendo girar la silla en la que reposaba, absorto en sus pensamientos.

— ¿Qué tal, William? ¿Hay buenas noticias? —quiso saber, irrumpiendo con el resuello agitado, clausurando el portillo y sentándose aunque no fuese invitada a hacerlo.

Lucía agotada.

— ¿Y Doris? ¿Por qué no te acompañó? — La seriedad de su amigo la hizo fruncir el entrecejo.

—Lo siento. Yo le pedí que no lo hiciera. La sala de espera está llena y no creí necesario apartarla de su puesto —Su atisbo penetrante buscaba adivinarle los pensamientos, mas no lo consiguió —. Has leído los resultados ya —Lo que le hubiese gustado se oyera como una pregunta, sonó más a una afirmación.

Él consintió, mordiéndose el labio inferior y sustrayendo el sobre de donde lo guardaba.

—El recuento de células sanguíneas es sumamente bajo y…

—Sin rodeos, Doctor Moore.

Este suspiró.

—Sigo como al principio, Selene. Aunque prefiero reservármelo hasta estar seguro de ello. Preciso más exámenes porque, en condiciones normales la inflamación de los ganglios debería haber cesado y no ha sido así.

Su receptora pasó saliva con dificultad.

—Dime qué sigue.

—Más pruebas sanguíneas y…, una biopsia de tejido linfático. No quiero seguir posponiéndolo.

Selene encogió los hombros, conforme.

—Tú dirás cuándo.

—Comenzaré a programarlo.

Cada vez que visitaba la clínica, Selene lo hacía con su hija en el colegio y Martin en el trabajo, lo que le evitaba dar explicaciones. No obstante, eso no le serviría si el amor de su vida apreciaba los signos del procedimiento que le practicarían.

Una herida en la piel no era algo que pudiese esconderse.

Recostada en la plancha del quirófano ulteriormente de dos semanas con William, Doris y el cirujano encargado de tomar las muestras acompañándola, un nudo grueso se le formó en la garganta.

Los labios le temblaban.

—Todo estará bien. De todos modos, sigo insistiendo en que Martin debería estar aquí —señaló él a través del cubre bocas, acunándole la mano derecha entre las suyas.

La Señora Buttler echó un vistazo de soslayo a los otros dos a unos pasos de retirado, coordinándose con el instrumental y el resto de materiales.

—Te prometo que vendrá conmigo el día que me entregues los resultados de la biopsia.

—Eso espero, Selene. Si yo fuera él y te amara como te ama, no me perdonaría el silencio. Créeme.

Ella se humedeció los labios, sin replicar.

—Está todo listo, Doctor Moore. Cuando usted lo indique  —interrumpió Doris.

Con un simple pero íntimo enlace de miradas, William le pidió su autorización, donde un apretón de su mano actuó como sentencia.

—No me sueltes —le imploró cerrando los ojos, expectante.

—No lo haré.

***

Linfoma “No Hodgkin”. Ese fue el diagnóstico del oncólogo, y no complacido con la primera impresión, William envió una copia de ellos a Flanagan, en Boston.

—Debe de haber un error. Si tú la conocieras… —añadió en una llamada telefónica desde su casa, con su colega y amigo.

Michael lo observaba desde la mesa del comedor con los auriculares puestos y escuchando música a un volumen moderado, a la par que resolvía problemas algebraicos como parte de sus deberes escolares.

“Oasis” y su “Wonderwall”, le ponían sabor a la tarde de ecuaciones de segundo y tercer grado.

“¿Cuándo soltará ese teléfono?” Se cuestionaba, porque como era su costumbre desde hacía algunos meses, posteriormente de acabar con ellas le marcaría a Lilly para comparar resultados.

— ¿Estás seguro? ¡Dios! ¿Cómo se lo diré? Tiene una hija de la edad de Mike.

Michael podía ser un adolescente sumergido en su burbuja de problemas acorde a la etapa, pero un tonto, no. Su nombre fue la palabra clave para que dejase de sumar, restar, multiplicar y dividir números con letras, centrándose disimuladamente en las lamentaciones de su progenitor.

—Está bien, amigo mío. Te lo agradezco infinitamente —musitó, despidiéndose.

Se talló los ojos con el índice y pulgar de la derecha quitándose los anteojos con la izquierda, cansado, triste, pero por demás asustado. Su mente debía estar ocupada porque, si no era así, Martin y Lilly no saldrían de ahí. Cada minuto los imaginaba sufriendo por Selene y el alma se le estremecía.

Sabía lo que era perder a un ser amado, lo aprendió antes de tiempo y, no se lo deseaba ni a su peor enemigo, mucho menos a aquel que le ofreciese su amistad sin exigir nada en prenda.

Y la niña…

—Es la Señora Selene. ¿Verdad? —Antes cabizbajo, elevó la mirada arrostrando a Mike.

— ¿Desde cuando estás ahí parado?

—No hace mucho.

— ¿Estuviste escuchando? —Debía preguntarlo, antes de hablar de más.

El muchacho ladeo la cabeza, entornó los ojos y declaró: —Desde la parte en la que dijiste que la persona de la que tú y tu amigo hablaban, tiene una hija de mi edad.

William se recargó en el respaldo del sofá en el que se hubo arrellanado y suspiró, maldiciendo en secreto por haber sido tan descuidado.

—Papá, ya no soy un niño.

Ese hecho era irrefutable.

La madurez emocional del chico Moore no concordaba con la de sus coetáneos. Su nivel de asimilación bárbaro impresionaba y, probablemente tenía que ver con quedar huérfano de madre a una altura temprana de su existencia.

—Ven aquí —le rogó, petición que obedeció sin chistar, sentándose al borde del cojín inferior, justo al costado del Doctor. Se quitó la diadema de los auriculares, prestando oídos —. No hay explicación precisa, Mike. Las personas enferman pero eso no quiere decir…

—Acabo de decir que no soy un niño y, ¿te empeñas en seguirme tratando como uno? Sé que estabas hablando de la Señora Selene y de Lilly —De pronto fue testigo de la clase de hombre que su unigénito sería en una década y le gustó lo que vio.

Un tipo fuerte, responsable, solidario y ecuánime. Un sujeto al que no le iban bien los rodeos, que no se amilanaba y que enfrentaba los pormenores con valentía sin deslindarse de la verdad.

 El orgullo le llenó por entero.

— ¿Es grave?

William hizo una pausa.

—Me he dado cuenta de que coges libros de mi habitación y los devuelves pasado un tiempo. Tienes vocación para esto, amigo. Lo que significa que eres empático con el dolor y el sufrimiento del prójimo.

Los ojos se le llenaron de lágrimas.

— ¿Sabes lo que es, “Linfoma No Hodgkin”?

— ¿Ca… cáncer? —respondió, titubeante.

—Sí, hijo. Es cáncer.

Michael pegó un salto, poniéndose en pie.

—Por lo que oí, ninguno lo sabe. Debes decírselos, papá.

—Hablaré con ella mañana…

— ¡No!

—Michael…

—El sol todavía no se pone. Puedes llamar y avisar que irás. Que necesitas hablar con ellos.

William lo imitó, incorporándose.

Le colocó las palmas en ambos hombros y ojeándolo fijamente, profirió: —Es un asunto delicado y confidencial, que debe ser tratado en un consultorio.

—Estamos hablando de los Buttler, papá. Son nuestros amigos.

***

La enorme sonrisa con la que Martin abrió la puerta de su casa, hizo que a Mike le latiera el corazón más rápido que cuando caminaba próximo a Lilly por la calle y el viento soplaba tan fuerte, que hacía que su cabello ondulara golpeándole la cara y desprendiendo el olor a vainilla de su shampoo. No obstante, le insistió tanto a su padre en acompañarlo, que dar marcha atrás no era una opción.

Precisaba estar con ella, decirle que podía contar con él siempre y que todo saldría bien, aunque no era nadie para asegurárselo.

—Perdóname, Selene — le dijo el Doctor Moore, apenado. Ella abrió los ojos al doble de su tamaño al verlo entrar a su casa, y la tacita de té que cargaba se le cayó al suelo haciéndose añicos.

Lilly que se balanceaba en la silla mecedora con la desgastada copia del principito abierta por las páginas centrales, alarmada fue en auxilio de su madre.

— ¿Te quemaste?

Selene no contestó, inmóvil cual estatua.

— ¿Qué sucede, William? ¿Qué es lo que mi mujer tiene qué perdonarte?

La tensión se dejó caer en la estancia pero, antes de que alguna aclaración fuese expuesta, la ojiazul le sonrió tímidamente a Mike recordando aquella conversación pendiente que no pudo ser gracias a Jackson, y debatiéndose entre manifestarlo o no.

Los Moore se atisbaron por el rabillo del ojo, un lenguaje que solamente ellos compartían.

—Lilly, traje mi libreta para comparar los resultados de las ecuaciones —soltó el castaño enseñándole el cuaderno a su amiga, planeando alejarla de los adultos.

—Recogeré los cristales rotos…

—Lo haré yo, cariño —le aseguró Martin, aparentemente imperturbable.

La unigénita accedió.

—Voy por la mía. Espérame aquí.

—No. Voy contigo — Y subieron las escaleras, aislándose de la tormenta que decantaría sobre sus vidas.

Evitarle el dolor súbito de saber a su madre enferma lo condujo a soportar a los tres rubios del poster, cuyas sonrisas relucientes le causaban urticaria. La contempló sentado en la piesera de la cama, hincarse en la alfombra y abrir el cierre de su mochila con tranquilidad, sacando su cuaderno de matemáticas y de un brinco, caer en el colchón y empujarse a su flanco, juguetona.

El estómago se le contrajo.

No se guardaban secretos.

Esa era la regla de oro entre el trío maravilla.

—Ten. Revisa y si no concuerdan, las comprobamos para saber quién tiene el error —convino, ofreciéndole el bloc de hojas engargoladas.

Luego de un rato, Michael se lo devolvió.

—Al parecer concuerdan.

Contenta, cerró el cuaderno y lo depositó al centro del lecho, próximo al oso de felpa moribundo al que se había abrazado la noche de su cumpleaños doce, preguntándole qué debía hacer en torno a Mike.

Y hablando de eso: —Tengo que decirte algo.

—Yo también —Por supuesto que no se trataba de lo mismo, pero Lilly creyó que sí.

La garganta se le secó.

— ¿Tú primero? —Le ofreció, queriendo que le aligerara la odisea de confrontarlo con algo tan personal como sus sentimientos.

—Lo haré cuando papá haya hablado con tus padres.

Lillian hizo una mueca de profunda extrañeza.

“¿Por qué?” Se preguntaba, hecha un lío.

—Entonces yo primero —resolvió, oprimiéndose los nudillos para hacerlos crujir —. En mi cumpleaños me di cuenta de una cosa. Hemos sido amigos durante muchos años y…

Palabras y más palabras salían por la boca de labios rosados de la niña que lo tenía embarcado en aquel dilema. Sin embargo, la cabeza no le daba más que para discurrir acerca de lo que se acababa de enterar y que luchaba con escapársele. Por desvelarse.

—… es extrañamente cálido.

¿Qué captó?

Ni la “J” por sencilla.

—Mike, ¿me estás escuchando?

Negó, espabilándose.

— ¿Qué?

Furibunda, descendió de la cama y dándole la espalda, recitó: — ¿De qué sirve que te abra mi alma, si tú mente está en otro lado? Sigue pensando en las musarañas. Yo me largo.

— ¡Espera, Caracola! —gritó corriendo detrás de ella, que ya lo había aventajado considerablemente, escaleras abajo.

Al final le dio alcance simplemente para juntos, percibir a Selene llorando en brazos de Martin, quien le pedía a William pelear por mantenerla viva.

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