LOLA BAR DEL FIN DEL MUNDO – Con una rubia en el avión.

Volar en primera clase es una de las cosas más placenteras de esta vida, y Vero no lo cambiaría por nada en el mundo.

Ya tiene junto a sí una cara botella de agua mineral a medio consumir y ya ha estrenado la mitad del contenido del necessaire que le entregaron al momento de embarcar. Tambien tiene la mascarilla de ojos cruzada sobre la frente y unos auriculares en las orejas. Aún no se ha calzado las pantunflas, no sea cosa que se encuentre con algún conocido y su imagen glamourosa se desvanezca.

Ahora estudia el menú. ¿Qué será bueno pedir? ¿Un suave risotto de azafrán o un poderoso solomillo de ternera con batatas caramelizadas? ¿O, de plano, unos canapés de caviar negro, aunque a ella nunca le ha gustado el caviar?

Vero suspira y recuerda que, tal vez, este sea el último vuelo en first class de su vida, y la sola idea basta para llenarla de pena.

Y no es que, llegado el momento, no pueda volver a ser la chica humilde de Minas de Corrales que alguna vez fue. ¡Claro que podría!

Pero cuando, durante tantos años se ha disfrutado de una vida de lujos y comodidades, es difícil volver atrás.

Contiene una lágrima, retocándose los labios por enésima vez. Si sigue así va a quedarse sin su costosa barra antes de llegar a la mitad del trayecto.

Entonces, reacciona.

Estas son sus vacaciones, su momento para desconectar y redescubrirse a sí misma. Así que va a disfrutarlo.

Al final, se decide por sushi y un jugo de frutas. Cuánto más liviana esté, mejor soportará el viaje y el penoso jet lag que acabará por apoderarse de ella una vez en tierra.

Se reclina en el asiento, cierra los ojos e intenta comprender cómo ha llegado hasta esta cabina, hasta este momento.

Vero Parisi siempre ha sido la niña popular e inteligente de todas partes. Popular en cualquier mundo al que deseara entrar, ninguna puerta, ningún desafío y ningún hombre se han resistido jamás a sus encantos.

Se casó muy joven y fue orgullosa mamá de dos hermosos hijos, Cael y Ariadna, la luz de sus ojos, el centro y motor de su vida.

Y, pese a que su agobiante trabajo en el laboratorio acabó por arruinar su matrimonio, jamás le ha impedido ser una mamá presente.

Ahora se ha quedado sin trabajo y sin marido, y sufre lo indecible por haber dejado a sus querubines en casa de sus abuelos, por escapar de esa manera de sus vidas y de sus problemas.

Aún no puede creer que Franco haya tenido un ego tan descontrolado como para despedirla por haberlo rechazado y que Albano la haya convencido de subirse a este inmenso avión para correr una aventura tan alocada.

Porque a Vero no le gusta correr riesgos.

Toda su vida está basada en solidez, seguridad, respaldo y confianza. Y con esa fórmula le estaba yendo muy bien. Al menos, hasta que el laboratorio decidió ponerla de patitas en la calle y su vida se desmoronó como un castillo de naipes.

Sabe que, aunque lo posponga unos días, pronto tendrá que regresar y evaluar cómo va a reinventarse, cómo se pondrá de pie y cómo conseguirá que sus hijos mantengan su estilo de vida tal como hasta ahora.

¡Menudo desafío le espera!

Hace estos pensamientos a un lado y se decide a observar a sus compañeros de vuelo. No entiende por qué Albano no consiguió pasaje para volar con ella, ya que hay pocos pasajeros en first.

Alguna que otra cara habitual y un par que parecen como salidos de contexto.

Una gordita con cara de susto que estudia su menú como si estuviera escrito en árabe y una chaparrita a quién parece estar yéndosele un poco la mano con el vodka.

Seguramente, dos de clase turista con un poco de suerte.

De repente, una presencia masculina se hace notar de pie junto a su asiento.

– Hola, rubia.

– ¡Gastón! ¡Hola!

Vero se pone de pie de un salto y abraza al guapo sobrecargo que le sonríe con dentadura de dentífrico.

– ¡Qué coincidencia encontrarte en este vuelo!

– El destino quizás… ¿Cómo estás?

– Ahora mucho mejor. ¡Ay! No me malinterpretes. Estoy yéndome de vacaciones a la mejor playa del mundo. Pero…, el vuelo es tan largo y me estaba aburriendo tanto. Al menos, ahora te tengo a vos para hacerme un poco de compañía. ¡Qué oportuno!

– Un don que tengo… ¿Tus hijos?

– ¡Cada día más divinos!

– Como la mamá.

– ¡Ay, vas a hacer que me ponga colorada!

– El rojo te queda muy bien.

El flirteo es notorio y se percibe en el aire que este encuentro no es entre dos viejos amigos que se respetan. Vero y Gastón fueron amantes en el pasado y, claramente, la atracción sigue latente y en vigencia.

Pero…, ¡no! No es el momento ni el lugar apropiado.

¿Acaso existe momento y lugar apropiados para animarse a tomar un pequeño riesgo?

– ¿Sabés qué creo? Que ya que el destino se ha puesto de manifiesto, poniéndonos frente a frente en este lugar…, ¿sabés qué me gustaría?

– ¿A que lo adivino?

– ¿Sí?

– Esto es primera clase…, mi deber es anticiparme a tus deseos.

– Pero es que tengo un problemita…

– ¿Cuál?

– Es que estaba tan aburrida que ya pedí la comida.

– Pero, mi querida… Algo completamente solucionable. En unos minutos, regreso por vos, te acompaño a que conozcas la cabina del piloto y luego, podemos hacer una amplia recorrida por el avión. ¿Adiviné?

– ¡Mi héroe!

Cuando un par de horas después, regresa a su asiento, alisándose el pulcro vestido amarillo y con una sonrisa felina que corre desbordante por sus labios, la bandeja de sushi, una jarra de jugo y un par de rosas rojas la esperan.

¿Quién dijo que la vida no es bella?

¡Menos mal no se puso las pantunflas! ¡Menudo papelón!

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