Guardar silencio con respecto a su atracción por Michael era difícil para Lilly, pero esa mañana su voz salió potente, clara. Tan clara como la fachada decaída y pálida de su madre, fue para William. Desde que la observó yendo hacia la salita con la charola de las bebidas, algo en ella le llamó la atención. Parecía que el aliento le faltaba y a pesar de que no hacía mucho desde la última vez que se vieran de cerca, el aspecto rozagante y de mejillas sonrosadas que la caracterizaba, estaba siendo usurpado por el amarillo macilento típico en aquellos de los que se sospecha un estado de salud poco bendecido.
Preocupado, el Doctor Moore esperó a que su hijo subiera a la habitación de Lillian, para exteriorizar su teoría sin que ninguno de los muchachos se diera por enterado. Simplemente, como todo un caballero, le quitó la carga de las manos y nada más dejarla sobre la mesita de centro, condujo sus ojos hacia donde Mike se perdió, escalando los peldaños que lo conducirían hasta la planta alta.
—Disculpa que te pregunte esto, Selene, pero no me agrada tu semblante. ¿Te sientes bien? —dejó salir al fin, tocándole las mejillas.
Sudaba al por mayor.
La interpelada se secó las palmas de las manos en los costados de su delantal e imitó las acciones de aquel que sin prestarle demasiado cuidado, notara lo que desde hacía bastantes días se esforzaba por ocultar.
Resopló, parando con la actuación.
Las piernas le flaquearon y Solange la tomó del antebrazo, impidiendo que cayera al suelo.
No hizo falta que hablara para responder.
Las palabras salen sobrando cuando son los hechos, quienes se explican mejor.
—Por favor, no quiero que Lilly y Martin lo sepan. Mi hija está celebrando su cumpleaños y…
—Lo sé. Mas tienes que prometer que mañana a primera hora, irás a la clínica para que te realicen los estudios pertinentes según tus síntomas —señaló Moore, enérgico —. Entiendo que por hoy no desees interrumpir los planes de nuestros hijos, pero…
— ¡Limonada! —Gritó Jackson corriendo escaleras abajo, interrumpiendo a un William abstraído y a una Solange de ceño fruncido que deglutía saliva con muchísima dificultad, ambos igual de afligidos.
Estos dos se miraron para después enfocar a Selene, quien asintió como prometiendo acatar las órdenes del médico de la familia.
Como han de suponer, fue el padre de Mike quien acompañó a Sol y a los chicos a su paseo por la playa. No obstante, antes de salir, suministró el medicamento idóneo para aminorar las molestias de la mujer de su mejor amigo y le indicó recostarse a descansar unas horas.
Michael insistió en dar una caminata por el malecón para después tenderse sobre la arena a tomar el sol, caminata que Lilly llevó a cabo encabezando la fila como si no hubiese nadie a su alrededor. Los ojitos se le llenaban de lágrimas y su carita se enrojecía, tal y como ocurrió al exigirle al castaño que la mirara. Precisaba lanzar vociferaciones y no entendía por qué. Era como un impulso que la ahogaba y, si bien le quedaba claro que delante de tanta gente que los atisbaba al pasarles a lado no sería lo correcto, tampoco le apetecía aguarles la fiesta a quienes la querían como a una hija incluso sin serlo. Por otro lado, se decía a sí misma que sus amigos no debían pagar los platos rotos de aquella ira sin sentido con la que había despertado. Ya se habían llevado un poco de eso cada uno por separado y aunque seguramente no les importaría otra dosis de gritos injustificados, también le temía al hecho de colmarles la paciencia.
Jamás habían peleado tan intensamente como para dejarse de hablar por más de veinte minutos. Ni siquiera cuando en una ocasión llegó de imprevisto a casa de los Turner, donde al subir a la habitación de Jack y luego de dos golpecitos a la puerta sin recibir contestación, giró la perilla adentrándose y sorprendiéndolos hojeando una revista con imágenes que ni aun desde la distancia en la que se hallaba, hubiese podido ignorar.
Pero inclusive los hermanos tienen un límite y, cruzarlo marcaría la diferencia entre un antes y un después.
— ¿A qué hora podemos ir a nadar? — Formuló súbitamente, sonriendo y haciéndolos parar en seco, girándose para arrostrarlos.
Jack y Mike, perplejos, compartieron un vistazo de soslayo.
¿A dónde se había ido la Lillian furibunda que saliera de casa en su compañía?
— ¿Ahora? —le dijo el chico Moore, tendiéndole la mano a la que se aferró.
La zozobra por Selene no disminuía, con todo y eso, Solange y William los complacieron guiándolos a donde se había rentado una carpa que les haría más amena su estadía.
—No volverás a gritarme que tengo dientes de lata, ni a preguntarme por qué no te han brotado las bubis. ¿Verdad? —quiso saber el ojiverde previo a darles alcance a los adultos, quienes manifestaban la prisa por resguardarse del sol abrasador.
La interrogada apretó la mandíbula, endureciendo sus facciones.
“¡No inventes!” “¿Puedes dejar de tentar a la suerte?” Pensó el tercero, exasperado.
Sin duda para Jackson no existían los tapujos ni las inhibiciones, una cualidad que a decir verdad, Michael le envidiaba. Empero, en situaciones como aquella, se alegraba de no poseerla.
***
El agua estaba deliciosa, cristalina. Se lograba avistar los tonos multicolores de las caracolas cubriéndose y descubriéndose de arena, cada vez que las olas hacían subir o bajar la marea. Una diversidad de peces formaba pequeños bancos aumentando de tamaño y acariciándoles los pies con las aletas, conforme se alejaban más y más de la orilla.
— ¡No vayan muy lejos! —les pidió la Señora Turner, cuando le pareció que sus anatomías eran mucho menos visibles.
Los chicos habían aprendido a nadar a la perfección. Se encargó de instruirlos lo mejor que pudo durante los veranos y alguno que otro fin de semana. Sin embargo, una alberca no es nada en comparación al océano, pues es incuestionable que este puede ser indómito y a veces traicionero.
Su hijo elevó el pulgar por sobre sus cabezas, en señal de aceptación.
—Déjame adivinar. ¿Hoy también pides ser el capitán?
—No. No tengo ganas de jugar a los piratas —señaló la ojiazul en medio del uno y el otro, respondiéndole a Jackson a la par que escudriñaba al horizonte.
—Entonces, ¿qué te gustaría hacer? —fue el turno del castaño para preguntar.
Un suspiro sentido y nostálgico abandonó el interior de Lilly, y cuando se preparaba para replicar, advirtió cómo algo le infligía toquecitos casi imperceptibles a la altura de su rodilla derecha.
Se trataba de un pez desorientado, impactando con su pierna como si hubiese perdido la visión o en su defecto, la capacidad de esquivar los obstáculos que se le presentaban en el camino.
Se inclinó y extendió la mano, imaginando quizás, que este sopesaría la idea de permitirle tocarlo y, tal vez si se hubiera apresurado a estirar sus dedos un segundo antes así habría sido, mas el pequeño animalito fue mucho más rápido.
— ¿Alguna vez se han preguntado, cuánto serían capaces de aguantar bajo el agua sin sentir la necesidad de respirar?
“Y a esta, ¿qué le pico?” Se interpeló el de cabellos dorados, rascándose la coronilla.
— ¿Por qué lo preguntas? —curioseó Mike, dudoso y desconcertado.
—Porque yo sí —aseguró ella, quitándose la liga del cabello mojado, para atárselo nuevamente en un moño alto —. ¿Alguien trae un cronómetro?
Así nació su sueño de ser apneísta. Con una de esas concepciones locas de las que se llena el cerebro adolescente en la fase más crítica de la etapa, donde se polemiza el por qué y no el para qué. En la que no se mide el peligro y te olvidas del miedo. En la que se relega al ser de carne y hueso, fantaseando con el ser sempiterno.
Ahí abajo era silencioso, sosegado. Misma insonoridad que de alguna forma obtuviera enmudecer los pensamientos nefastos, que la hacían advertirse tan infeliz.
Se habría mudado a vivir a las profundidades, de ser eso factible.
— ¡¿Pero ustedes qué están haciendo?! —Exclamó una Solange fuera de sí que había estado presenciando el que la chica Buttler se sumergiera por insignificantes segundos, hasta que esos escasos segundos se volvieron más. William corría detrás con los jeans arremangados.
De dos movimientos, se prendió con su enorme mano de la muñeca izquierda de Lilly, sacándola del líquido salado.
— ¡No! ¡Estaba a punto de romper mi propio récord! —chilló, descontenta.
La madre de Jackson estaba que echaba chispas por los ojos, porque si cuidar a su propio hijo significaba una monumental responsabilidad, ni hablar de lo que representaba custodiar a la hija de alguien más.
Pretendía desgañitarse entretanto les hacía ver cuánto es que eran dos más dos, pero la expresión de espanto que Michael exhibía en dirección de esa que no se mantenía quieta entre los brazos de su padre, le pareció una señal de alarma.
— ¿Qué te sucede, Mike?
— ¿Eso que… le corre a Lilly por las piernas… es sangre, papá?
El enojo de Sol, se transfiguró en nanosegundos.
—Tenemos que irnos, muchachos. Hay que llevar a Lillian a que se cambie de ropa.
—Nunca pensé que… —inició Solange, conmovida —Vayamos a mi casa, William.
Y así lo hicieron.
A toda prisa salieron del agua y al arribar a la carpa, envolvieron a la joven con una toalla, recogieron sus cosas y emprendieron una carrera hasta donde estaba estacionado el auto del doctor.
— ¿Lilly se va a morir?
El motor encendió a la primera.
—No, Michael —articuló su papá reparando en las fisonomías en el asiento trasero, a través del espejo retrovisor.
Curiosidad, recelo y nerviosismo, iban reunidos en el mismo envoltorio.
Durante el trayecto, el mutismo se mantuvo insondable. Nada más se rompía esporádicamente, por el estruendo que las piezas del cubo de Rubik del rubio, hacían al rotar.
¿Cómo tenía cabeza para jugar?
—Vamos, cielo —rogó la Señora Turner a las afueras de su casa, luego de bajar del auto y abrir la puerta posterior del sedán. Tomó a Lilly de la mano y las dos le metieron prisa a la misión.
Su voz jamás había sonado tan zalamera.
No es que fuese sencillo educar a un varón. De hecho, Jackson valía por tres, siempre sediento de información a veces innecesaria. Sin embargo, todavía con él no llegaba a la parte de su desarrollo en la que se viera obligada a extender las explicaciones que ya le había dado sobre sexualidad, y esperaba que Selene estuviese preparada para una charla larga y tendida sobre menstruación, tampones y toallas femeninas.
He ahí la razón de tantos altibajos anímicos.
“¡Bienvenida a la semana mensual del drama femenino!”
Se convertiría en amiga íntima, de las compresas tibias y las infusiones de camomila.
En el cuarto de baño de la habitación de Sol y habiendo recibido una instrucción relámpago de la manera correcta de colocarse el protector sanitario, Lilly se cambiaba de ropa con decenas de creencias y ninguna de ellas asertiva.
Creía que algo dentro de sí no andaba bien. Que era una niña defectuosa y que, aunque el Doctor Moore le hubiese dicho a Mike que no moriría, seguramente lo hizo como mentira piadosa. Una prueba de ello era, el dolor intermitente que le atenazaba la espalda baja y el vientre. No obstante, más allá de temerle a la muerte por ella, el miedo de dejar a sus padres y a Michael, le oprimía el pecho. Eso no quería decir que Jack no le importara. Al contrario. Mas parada ahí, frente al espejo sobre el lavabo, al reflexionar sobre ellos la confusión se disipó.
Tendría que decirles por última vez cuánto los quería y cuánto los extrañaría, al igual que confesarle al chico Moore eso que, aunque no sabía lo que era, callarlo la asfixiaba.
Recogió sus cosas, las guardó en su mochila y se asomó, abriendo el portillo.
— ¡Jackson! ¡¿Cuántas veces te he dicho que no saltes sobre mi cama?! — La escena la hizo reír.
Al caer en cuenta de su presencia, Jack se dejó caer sentado en el colchón, aliviado de verla como si nada hubiera pasado.
—Quiero decirles, que los voy a extrañar —Una lágrima rodó por su mejilla izquierda.
De facciones turbadas, la Señora Turner se aproximó, invitándola a posarse en la alfombra.
—Tú no irás a ningún lado, dulzura —Lilly arrugó el entrecejo y Solange le acarició la coronilla —. Lo que le está pasando a tu cuerpo, es normal.
— ¡¿Normal?! —Se lamentó el ojiverde, en un sobresalto — ¿A mí también me sangrará el…?
—¡¡No!!
El muchacho resopló.
—Me estás haciendo pelotas, Solange Turner. Explícate —demandó, recostándose bocabajo y sosteniéndose la barbilla con los puños.
Ella suspiró.
—Es diferente con las niñas. Esa pequeña hemorragia que Lilly está teniendo, le sucederá cada mes y durará unos pocos días. Su nombre es: menstruación. Aunque coloquialmente, se le llama regla.
La hija de los Buttler no cabía en consuelo.
¡No moriría!
— ¿Monstruación? Con razón hoy te despertaste más gruñona que nunca —enunció Jack, riéndose de lo lindo — ¡Despertó el monstruo que llevas dentro!
Las carcajadas resonaban en la pieza como si lo hiciera mediante un megáfono.
Parecía que le hacían cosquillas.
Lillian entrecerró los parpados.
— ¡Menstruación, Jackson Turner! ¡Menstruación!
—Pues a mí me suena a “Monstruo en acción”.
Ignorarlo sería lo mejor. Más tarde hablarían largo y tendido.
—No le hagas ni caso, Lilly —Prosiguió cariñosa atisbando a su retoño de soslayo, amonestándolo.
Él descifró la indirecta sin mucho afán.
Finalmente, al buen entendedor…
—El mal humor, las ganas de llorar y el sangrado en tu ropa interior, son manifestaciones de tu organismo tratando de decirte que estás dejando atrás a la niña, para convertirte en una mujercita apta para que en el futuro, cuando seas un adulto responsable que cuenta con una pareja y un trabajo estables, si así lo desean puedas dar vida. Tener un bebé…
— ¡¿Lilly va a tener un bebé?!
“¡Dios, dame serenidad!” Clamó Solange en su mente y con la mirada fija en las baldosas del techo, al captar la voz de Mike.
— ¡Claro que no, zoquete! ¡Cuando sea un adulto y se case! —Aclaró su amigo, a la par que se llevaba la mano derecha al centro del tórax, conteniendo la punzada estrujándolo al hacer tamaño alegato.
Se aclaró la garganta y fingió una sonrisa.
—Luego te cuento.
El castaño asintió.
—A papá le han llamado de la clínica. Doris dice que hay una emergencia y que debe irse para allá de inmediato. ¿Estás lista para ir a casa, Caracola?
Lillian se levantó de la alfombra.
Aprovecharía que el recorrido al auto sería a solas, para revelarle su sentir.
Era ahora, o nunca.
—Los acompaño —Tenía que ser Jack —. Tenemos que conversar de esos veinte segundos bajo el agua.
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