Alberto sonrió feliz de estar con Claudia. Por alguna razón le emocionaba estar con ella para que conociera su hogar. Aquello le hizo recordar cuando él le presentó a su familia a Regina; ella se portó amable, sin embargo, a veces era incómodo estar en su casa.
Cuando entraron a la casa entraron por un pequeño patio con un manzano pequeño en medio, también un pequeño chihuahua salió de la casa cuando Alberto abrió la puerta principal. El chihuahua empezó a ladrar sin parar a Claudia quien vio con amor al animal. Se agachó a acariciarle feliz.
—Ella es Muñeca, es muy tierna —comentó Alberto y Claudia la comenzó a acariciar.
—Hola muñeca. ¿Cómo estás? ¿Cómo estás? Eres preciosa —dijo Claudia con voz más chillona para llamar a la perrita.
—Creo que le agradas —dijo Alberto al notar que el perrito se puso de cabeza para ser acariciado.
—Eso creo —contestó feliz.
Alberto cargó a su mascota para después mirar a los ojos a Claudia, la chica se levantó del suelo y le sonrió al chico. Estaba feliz, por eso después tomó la mano de su amiga para estar con ella y llevarla a su cuarto. A Claudia le encantaba lo directo y decidido que era el chico.
Al entrar pudo ver la pequeña casa de un piso de su amigo. Era linda con solo dos cuartos, uno de su padre y otro de él. Cuando entraron en su cuarto soltó a su Chihuahua en su cama. Claudia se sentó en la cama para después ser acompañado por Alberto.
—Bueno, ¿qué te parece jugar?
Preguntó Alberto con intenciones de estar más cerca de Claudia. Sin embargo, Claudia se alejó un poco.
—En realidad, creo que deberiamos hablar.
Alberto sintió angustia al oír eso.
—¿Qué pasa? —cuestionó el chico.
—Bueno, Regina habló contigo hoy. Creo que es más que obvio que sí lograste volver con ella, ¿no?
Alberto se sintió extraño al oír esas palabras porque a pesar de lo que había pasado hoy, ya que todo lo hacía por Regina, sabía que había aturdido de más a Claudia con ese tema.
—Bueno, no exactamente, es decir… —el chico no supo qué decir.
—Bueno, es decir estoy feliz por ti enserio. Deberías invitarla a salir.
—Yo… No lo creo.
—Sé que la quieres mucho, está bien. Pronto ya no me necesitarás —mencionó Claudia entre risas.
—No digas eso.
—Bueno, dime si me equivoco, pero tú me dijiste que querías eso solamente, ¿no?
Claudia no tenía actitud de reclamar, si no de curiosidad de saber qué pasaría con ella.
—Pero ya somos amigos, ¿no?
—Escucha Alberto, eres… Divino enserio. Amo estar contigo, pero debes saber que hay una razón por la que si vuelves con Regina, yo… Posiblemente me alejé de ti.
Alberto sintió pesado su pecho en ese momento.
—¿Por qué? —cuestionó el chico sin entender.
—No es por ti ni nada de eso, pero enserio, entiende que hay algo que me impide acercarme.
—Es que… —Alberto se detuvo a pensar un momento mientras tomó sus manos—. Te quiero cerca mío.
Claudia se sonrojó mientras Alberto estaba cerca de ella, el joven sintió como estaban lo suficientemente cerca para verse a los ojos con pesar, pero lo suficiente alejados como para no actuar al respecto, a pesar de que quisieran.
En ese momento, antes de que Claudia respondiera al respecto la puerta de oyó. Alberto supo que era su papá por lo que sin preguntar tomó de la mano a su amiga y la jalo hasta la sala donde vieron a un señor agradable en aquel lugar. Era algo canoso, vestido de traje y con buen porte, de quizá unos sesenta años.
—Hola Pa, ella es Claudia —habló el chico tomado de la mano con la chica.
—¡Oh! ¡Hola! Mucho gusto, soy el señor Rojas, es un placer.
—El placer es mío señor, me llamo Claudia. Usted crió a un gran chico.
—Estoy orgulloso de él —dijo acomodándose la corbata—. Solo vine por unos papeles, ustedes sigan en lo suyo, en el baño hay condones.
Después de eso el señor salió. Claudia por otro lado su color de piel se volvió completamente rojo por el comentario de su padre. Alberto ni siquiera le dio la oportunidad de corregirle o hacer algo al respecto por lo que solo miró apenado a Claudia tratando de explicar con la mirada que no tenía nada que ver el comentario de su padre con haberla llevado a su casa.
—¡Mi papá no hablaba enserio! Es muy despistado.
—¿Qué no sabe que estabas con Regina? —preguntó Claudia muy apenada.
—¡Sí, pero siempre olvida su nombre!
Claudia miró a lo lados esperando qué hacer. Entonces Alberto guardó la compostura y volvió a dirigirse a su amiga.
—Mira, lo siento. Claudia, no te vayas por favor. No te hablo solo porque quiero que me escuches sobre mi ex. De verdad me agradas.
—Y tú a mí —contestó Claudia más tranquila—. Bien, te voy a enseñar a jugar. ¿De acuerdo?
Alberto asintió sonriendo. Hasta ese momento no se había dado cuenta de la situación en la que se encontraba. En ese momento entendió, que desde un inicio, no quería a Claudia solo para hablar de su ex con ella.
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