La paz en el Bosque de Faw se hallaba interrumpida por los choques de escudos, el rechinar de lanzas y espadas acompañadas de la mezcla de gritos y alaridos que daban tanto hombres y muertos vivientes que libraban lucha incesante en la región. Los Krahel, valientes guerreros que tenían por estrategia la confrontación directa, se vieron en aprietos ante la gran legión de caminantes que estaban apostados en la zona occidental del bosque. Nunca se esperaron encontrar una fuerza de tal número, aunque bien considerado tenían por lo menos divisar uno o dos batallones cuando mucho, los cuales bien podrían derribar por medio de la caballería. ¿Pero una legión? ¡Ninguna hueste podría contra eso!
Encima de todo, para complicar aún más las cosas, aparece de entre las aberraciones un nigromante a quien conocían bajo el nombre de Kavir, el cual, en tanto notaba las bajas de las criaturas malignas, invocaba más unidades usando los cristales arckon trix, prolongando la lucha. Con dicha acción, irritante para los humanos, el maligno hechicero daba a entender que no iba a permitir que sus enemigos consiguieran llevar su principal cometido: rescatar a la princesa Thrandril, hija del rey Milos y heredera al trono de Kranis, el reino del extremo sur de Iraya.
Poco sabía el corrompido hechicero que el heraldo a cargo de los caballeros, el General Khor Krahel, aprovechó la batalla como una distracción para adentrarse en la boscosa región a todo galope y así encontrar la supuesta torre donde estaba la doncella secuestrada. El hecho de llenarse de gloria y renombre era motivo suficiente para el heraldo, pues es el orgullo lo que se encuentra principalmente en un Krahel. Siempre tienen la razón ante todas las cosas, no olvidan traiciones y desaires, cualidades que los ha llevado por milenios a una serie de luchas y guerras donde han ganado como han perdido casi de igual manera, pues son tan inquebrantables que la diplomacia no funciona con ellos, nada más la espada, la lanza y el escudo.
Desde el sur, Kasym Barodil, quien había llegado junto a Rokthell –su sirviente- y el General Comonte –otrora heraldo de la Legión de los Escudos Azules, ilustre unidad del Imperio Kratumiano-, cruzaba el bosque con las mismas intenciones que su par Krahel, mas Khor fue quien consiguió llegar primero a la torre donde hizo frente a un grupo de muertos vivientes que mantenían guardia permanente en la estructura. Valiéndose de su espada, el orgulloso general acababa con las aberraciones justo cuando llegó Kasym, quien corrió decidido a asistir a su compañero, el cual terminó dejándole solo para continuar con la desesperada misión de rescate. La carrera de Khor continuó hasta que por fin pudo encontrar la dichosa torre maldita y subir las escaleras hasta un cuarto en donde esperaba la doncella.
— Princesa Thrandril, soy el General Khor, hijo ilustre del linaje de los Krahel. El rey Milos me ha enviado en su rescate, debemos irnos ya –dijo el caballero en tanto ingresó al cuarto y ofreció su mano a la noble mujer.
— ¡Hasta que llegan a rescatarme! –se alivió Thrandril- Ya no veía la hora en que alguien me librara de este calvario. ¿Dónde está el nigromante y las aberraciones?
— Están en el ala occidental, mis hombres están luchando contra ellos en tanto vine para salvarla. ¡El tiempo apremia! –insistió el heraldo Krahel.
— Vamos entonces –Thrandril tomó la mano del caballero a fin de salir de la habitación
La mala suerte les cayó encima justo en ese momento, pues otro grupo de muertos vivientes ascendía las escaleras y, al notar el intento de escape, se abalanzaron contra Khor, quien, con espada en mano, intentó repelerles pese a que la resistencia de los caminantes era indoblegable y, por tanto, la escalera ya no era una opción para abandonar el edificio, debiendo volver con la princesa al cuarto.
— ¿Y ahora qué hacemos? Nos tienen acorralados –dijo desesperada la princesa, mientras Khor trababa la puerta con su espada.
— No tenemos otra salida más que la ventana –el general miró fijamente la única salida viable que estaba detrás de la princesa.
— ¿Está loco? ¡Es una altura más o menos considerable! –Thrandril se mostró dura.
— Tiene otra mejor idea? Debemos saltar, mi caballo nos esperará abajo –Khor silbó desde la ventana llamando a su corcel.
— Esto es una locura, exijo que busque otra solución –la doncella insistió.
La espada, que estaba cruzada tras la puerta, comenzaba a desplazarse debido a los golpes que los caminantes daban a fin de tumbarla y así recuperar su botín al tiempo que darían muerte a quien intentaba rescatarla. Khor echó un vistazo hacia fuera y vio que la pendiente de la torre bien podría permitirles arrastrarse por la pared hasta llegar a tierra firme y no tendrían que saltar directamente.
— Bien, aprovecharemos la pendiente –dijo decidido.
— No pienso saltar, ponga un dedo encima mío y no respondo de mí –la princesa no cedía pese a notar el peligro inminente.
Un fuerte golpe hizo caer por fin el arma y la puerta se abrió violentamente, por lo que Khor tomó en brazos a la princesa Thrandril y, pese a las protestas y golpes de la mujer, saltó y se arrastró por la pendiente con ella, llegando a tierra firme y montando al caballo.
— ¡Vamos! –Khor le dio un suave golpe con el pie al animal y éste relinchó para luego correr a todo galope.
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Kasym se alejaba cada vez más de la torre en tanto hacía frente a los caminantes que le acosaban, los cuales iban aumentando en número poco a poco debido a que Kavir ya había hecho reparo en la estrategia del heraldo Krahel. El hijo ilustre de los Barodil maldecía en sus adentros a Khor por haberlo dejado solo combatiendo, en parte no concebía el hecho de que lo haya traicionado de esa forma (sí, era traición porque, para los Barodil, si veían a un compañero de armas luchando solo, tenían el deber de asistirle lo mejor posible), pero, por otro lado, no le era novedad dada la naturaleza egocéntrica de los Krahel. «Maldita sea la hora en que me propuse ayudarle, debí dejarle a su suerte y, mientras, ir por la princesa» pensaba el joven en sus adentros. «Si tan solo Rokthell y el General Comonte estuvieran aquí, ya no puedo con estos monstruos«.
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En el ala occidental de Faw continuaba la batalla entre los caballeros Krahel y los muertos vivientes, enfrentamiento que se tornaba cada vez más difícil para los humanos debido a la permanente asistencia que Kirval, quien invocaba periódicamente varios caminantes y haciendo aún más agotadora la lucha de los mortales, quienes lentamente iban cayendo uno a base de desgarros y mordidas.
Rokthell y el General Comonte estaban en medio del campo de batalla luchando codo a codo con los Krahel, reagrupando a los caballeros y organizando pequeñas arremetidas para desplazar a los monstruos aprovechando las ventajas geográficas que ofrecía la región boscosa, aunque ello implicara que se aproximaran mucho a la torre donde estaba enclaustrada la princesa Thrandril.
— ¿Tiene fe en que el chico rescatará a la princesa? –Comonte derribaba a un muerto viviente que se acercaba a la retaguardia de Rokthell.
— Lo hará, estoy seguro –dijo el sirviente-. Y, si no lo hace, por lo menos ha de asistir al hijo ilustre de los Krahel, a quien alcancé a ver galopando hacia el interior del bosque.
— ¿El General Khor? –el heraldo sweetlianés no confiaba mucho en el kranisiano.
— Descuide, General –Rokthell decapitaba a un muerto viviente-. Lo harán, quizá no por voluntad, pero si por fuerza.
Rokthell bien sabía la responsabilidad que tenía de cuidar a Kasym, pues, con los años que tenía sirviendo de mayordomo, terminó siendo parte de la familia, aún cuando no era originario del Reinado de Kranis, no se le conoce su lugar de origen y nunca le fue consultada dicha información. Al misterio se sumaba lo incierta que era su vida pasada y solamente se sabe que «era un hombre sin oficio ni beneficio y que nada más se conformaba con un plato de comida caliente y un buen dormir, lo que sería bien retribuido con trabajo, cualquiera que fuese», lo que en realidad ocultaba un pequeño pero importante secreto: Rokthell era, en realidad, uno de los cuatro Dioses Guardianes que tenían por misión proteger a los seres humanos, a quienes en tiempos inmemorables les dieron vida junto a la diosa Freinheint, la preservadora de la libertad.
El Dios Guardián era un buen amigo y consejero, no dudaba en hacer reparos e igualmente sabía bien cuando opinar y cuando escuchar, ayudó a Kasym en su entrenamiento como caballero y bien que le hizo sobreponerse ante muchos desaciertos. La muerte de Kramil, sin embargo, le generó gran desconcierto al divino ser, pues, aún en medio del campo de batalla, continuaba pensando en ese repentino agotamiento y le inquietaba mucho ya que la mujer no parecía ser ella, sino otra, como poseída por una fuerza externa y siniestra.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando un muerto viviente lo tomó de sorpresa por la espalda, pero el hombre pudo acabarlo rápidamente haciendo uso de una daga que extrajo rápidamente de su cinturón y con el cual perforó el ojo derecho de la criatura, el cual saltó chillando y corrió errante por el campo de batalla sin saber de su destino. Fue entonces que Rokthell sintió que Kasym corría peligro, por lo que silbó fuerte para llamar a un caballo tan veloz como el viento que respondía al nombre de Flying. Corre en ayuda de Kasym transmitió dicho pensamiento al animal y éste, luego de relinchar y levantarse sobre sus patas traseras, atravesó el campo de batalla para ir en ayuda del caballero.
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Kasym empezaba a sentirse fatigado, mas no se rendía por fuerza ante el creciente grupo de muertos vivientes que lo empezaban a acorralar al tiempo que la idea de partir del mundo físico empezaba a doblegar su espíritu y sus ofensivas eran menos precisas, apenas golpeaba a sus enemigos con la hoja de la espada y no lograba inflingirles mayor daño. La visión se le nublaba y la audición parecía fallarle, pues sentía balbuceos de una sonoridad agradable en comparación a los desesperantes gemidos de sus acosadores. Creyó escuchar la voz de su madre Kramil, «quien se le apareció en medio del tumulto», mas un relinche bastante claro lo «volvió a tierra», viendo entonces un caballo blanco que le hacía gestos como «pidiéndole que lo montara». Saliendo del trance, el caballero no protestó y subió al lomo mientras el animal galopaba lo más rápido que podía hacia la torre maldita en tanto los muertos vivientes le persiguieron en la carrera. Flying se desplazaba tan rápido que era imposible alcanzarlo si es que una persona se lo propusiera pero, contrario a dicha naturaleza, los muertos vivientes no conocían el cansancio y, pese a no tener la velocidad suficiente para abalanzarse contra el corcel y el hombre que lo montaba, no lograban alcanzar a sus codiciadas presas.
Llegaron por fin a la torre, pero fue mucha la mala suerte que Kasym vio con frustración cómo el General Khor se le adelantó en el rescate de la princesa Thrandril y se la llevaba en su corcel. El Barodil protestaba en sus adentros y maldecía a su par Krahel, entendió que él nada más lo dejó con tal de obtener toda la gloria por salvar a la hija del rey Milos, ocasión que no iba a desperdiciar tan fácil. El muchacho pensó que había fallado en todo los sentidos, como persona y como caballero, se sintió utilizado y humillado de la peor manera,cayó en la trampa por ingenuo, teniendo las mejores intenciones y cumpliendo con su código de honor, con su servicio.
Los pensamientos de Kasym se esfumaron de súbito cuando vio que un gran número de caminantes corría de oeste a este prestos a perseguir al heraldo Krahel y a la princesa Thrandril, ante lo cual Flying reaccionó como si el muchacho le hubiera ordenado que corriera tras los kranisianos a fin del alcanzarlos. El espíritu del joven Barodil se renovó rápidamente, teniendo la esperanza de hacer una buena acción por fin, tomó su espada con fuerza para decapitar y herir a los caminantes en la carrera a fin de intentar disminuir su número. A unos metros de distancia, Khor hacía lo mismo a fin de salvaguardar a la princesa, a quien tenía enfrente suyo llena de temor.
— ¡Khor, no te detengas! ¡Debes llegar a la Cordillera Thargius y cruzar al brazo oriental! –gritaba Kasym mientras derribaba a los muertos vivientes y trataba de alcanzar a su compañero de armas.
— ¡Tú preocúpate de esos monstruos, sé lo que hago! –Khor no iba a permitir que le dijeran qué hacer.
La confianza del heraldo Krahel llegó al punto de pensar en que llegaría al cordón montañoso a salvo, mas el destino quiso que aprendiera una dolorosa lección cuando, sin previo aviso, un caminante logró aferrarse a una de las patas del caballo e interceptó a la pareja, la cual cayó del animal mientras éste siguió su carrera en medio del susto por una mordedura. Khor se puso de pie rápidamente y ayudó a la princesa para que juntos corrieran, mas acabaron rodeados y separados por sus atacantes. El orgulloso Krahel se alejaba mientras desenvainaba su espada presto al combate, logrando acabar a los muertos vivientes que le acosaban y, en tanto consiguió librarse de ellos, corrió para alcanzar a la doncella y salvarla, sin percatase de una rama que se le ponía en frente y chocó en menos de un parpadeo, inclinando el cuerpo hacia atrás hasta caer y golpear su cabeza contra una roca, quedando inconsciente.
Kasym se percató de la situación y apuró a Flying para alcanzar a la dama, la cual acabó rodeada de las aberraciones que terminaron matándola, ante lo cual el muchacho se desesperó e hizo detener a su caballo para correr hacia el lugar donde se encontraba la heredera al trono pese a que su esfuerzo resultaría en vano: la princesa acabó murienddo a manos de los caminantes. Lleno de ira, el Barodil agitó la espada a todas direcciones con el objetivo de matar a las criaturas, viéndose colmado por la ira y la frustración, pero tal esfuerzo no servía ya. Habiendo ahuyentado a los atacantes, Kasym se inclinó para recoger el cuerpo de Thrandril, a quien le cerró los ojos y la abrazó en medio del llanto. La misión fracasó definitivamente.
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En el ala este no había una suerte distinta, pues Kavir consiguió corromper los cuerpos de los caballeros caídos en combate y los «volvió a la vida» a fin de atacar al reducto superviviente guiado por Rokthell y Comonte.
— ¡Ya no hay nada que hacer! ¡Nos están rodeando! –hizo reparo Rokthell.
— ¡Maldita sea mi suerte! ¡¿Cómo?! –el General sweetlianés lidiaba con algunos caminantes.
— ¡General, creo que es buen momento para retirarnos! ¡Si continuamos será entregarnos al suicidio! –dijo uno de los caballeros.
— ¡Retirada! ¡Todos, retírense dije! ¡Retírense! –Comonte no lo pensó dos veces.
Todos los Krahel se dispersaron hacia todas direcciones tratando de salvar de tan mala situación en tanto que el Dios Guardián y el sweetlianés marcharon hacia el sudeste a fin de cruzar la cordillera y llegar al brazo oriental para reunirse con los Barodil.
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Kasym llevaba ya una media hora desde que halló el cuerpo sin vida de la princesa, estaba totalmente desmoralizado, pero, en medio del dolor, hizo reparo en unos lejanos pero constantes gemidos que se escuchaban desde occidente y se aproximaban poco a poco, ante lo cual se incorporó con el cuerpo de la princesa en brazos, la subió al lomo de Flying y luego montó al animal.
— ¡Vamos! ¡Hacia la cordillera! –el heraldo Barodil dio un suave golpe con el pie al corcel y éste corrió hacia el sur.
Efectivamente, la legión de muertos vivientes se volvió hacia la torre por orden del nigromante Kavir, quien sabía que la campaña de los mortales había sido un total fracaso, pero, de todos modos, quería cerciorarse de la situación y quedarse el cuerpo de Thrandril como un trofeo, mas se sorprendió al no hallarle en el lugar.
— ¡Busquen el cuerpo de la princesa, debo llevarla con el señor oscuro! ¡Muévanse ya, ineptos! –ordenó el nigromante en Lengua Phanthum, la Lengua de los Caídos.
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Entrada ya la noche, Rokthell, Comonte y los Krahel sobrevivientes llegaron al campamento Barodil, siempre atentos por si los muertos vivientes les perseguían detrás, pero al ver que no era así se tranquilizaron un poco. Los hombres del puesto, en tanto notaron la llegada del grupo, se pusieron de pie y se presentaron rápidamente ante el heraldo sweetlianés.
— Bienvenido al campamento, General –saludó Floth, uno de los Barodil.
— Gracias. ¿Llegó el General Kasym? –preguntó Comonte.
— No lo hemos visto, señor –contestó el caballero-. ¿Hay rastro de la princesa Thrandril?
— Hallamos la torre donde se suponía que estaba la princesa, pero caímos en una trampa de las fuerzas malignas –dijo el General-. Los generales Khor y Kasym fueron al rescate de la doncella, pero no supimos de su suerte. Quiero un grupo vigilando el Paso de Kluveer, cada una hora harán el cambio de guardia y, si ven algo moviéndose, sea lo que sea, avisen inmediatamente.
— Si, señor –Floth dio la vuelta y buscó inmediatamente a los mejores diez caballeros para que hicieran la guardia del paso cordillerano.
Kasym logró llegar por fin al Valle de Froms y divisó el campamento de los Barodil, donde fue recibido por Rokthell y Comonte.
— ¡General Kasym! ¡Alabado sea Erthum! ¡Está vivo! –el Dios Guardián detuvo al caballo y el joven se limitó a hacer una mueca.
— Creímos que quedó atrapado en el corazón del bosque –saludó el sweetlianés.
— Traje a la princesa, pero… –Kasym miró el cuerpo envuelto.
— Lo siento mucho, General –Comonte se limitó a decir mientras Rokthell corrió hacia una de las carpas para luego volver por el cuerpo de la doncella y llevársela en el acto.
El joven heraldo, completamente cansado y fatigado, caminó hacia su carpa con la mirada perdida. No tenía ánimos de hablar ni de saber nada, lo que bien entendió su par sweetlianés y su sirviente. El Dios Guardián dejó con mucho cuidado el cadáver sobre unos troncos secos dado que no contaban con una mesa y el pasto estaba un tanto húmedo, lo que bien podría acelerar la descomposición de la fallecida joven. Kasym buscó un recipiente con agua y se lavó la cara, se quitó la armadura y quedó con unas ropas de tela que, producto del sudor, no olían bien y obligaban a su portador a darse un rápido lavado con el fin de refrescarse. Acabado su cometido y vistiendo ropas nuevas, el joven heraldo luego dormir.
El General Comonte se encontraba fuera de la carpa fumando en su pipa, se le veía serio y nadie se atrevió a hablarle. Rokthell salió y miró al cielo tal como el sweetlianés, tratando de adivinar el punto hacia el cual el heraldo tenía fijada la vista.
— Kasym ya se durmió, no tendrá una buena noche –dijo el sirviente.
— Mejor no despertarlo, mañana partiremos –el sweetlianés exhalaba un poco de humo.
— Hicimos lo que pudimos, General –Rokthell jugaba con una castaña.
— Yo sentí lo mismo que el muchacho cuando mi tierra fue sitiada por las fuerzas malignas –Comonte sacó un pequeño saco donde tenía tabaco y extrajo un poco de molido para depositarlo en la pipa y continuar fumando.
— Iré a dormir, el viaje será largo –Rokthell dio la vuelta para ingresar a la carpa nuevamente.
Claramente, la noche fue difícil para todos, incluso para los Barodil, quienes, aunque no participaron de la batalla, compartían la pena por la fallecida princesa, la única heredera que tenía el rey Milos. El linaje de los Krahel tenía los días contados a partir de aquella desventura.
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A la hora del alba no se asomó el sol ya que el cielo estaba nublado, pareciendo condescender con el dolor de todos los kranisianos, los cuales tomaron desayuno y se cercioraron de apagar bien las fogatas para evitar un incendio. El General Comonte ordenó desmantelar las carpas y ensillar los caballos a fin de estar preparados a la hora de partir, mientras que Kasym se despertó y, aunque todos hicieron reparo en ello, nadie dijo nada salvo Rokthell.
— Buenos días Kasym. Los hombres están listos para regresar a Kranis, el General Comonte ordenó que desmantelaran el campamento –el Dios Guardián le dio un pan y un vaso con agua.
— No quiero ni imaginar cuando el rey se entere de esto, seguro ordenará decapitarnos –dijo el muchacho.
— Desayune tranquilo, partiremos tan pronto esté listo –Rokthell se prestaba a irse.
— Gracias. Eso sí no te vayas, me haría bien un poco de compañía –dijo el muchacho.
En ese mismo instante apareció el General Comonte, quien daba unas últimas instrucciones a los caballeros.
— Que bueno verle en pie, General. Está todo listo para que partan tan pronto usted termine de desayunar –saludó el sweetlianés.
— A ver si salgo librado de esto –dijo Kasym desganado
— Calma, no todo está perdido –Comonte se sentó junto al joven y miró a la princesa envuelta-. Creo que sería mejor cremar el cuerpo, no durará mucho en el viaje.
— El rey querrá hacerlo personalmente –Kasym tomaba un sorbo de agua.
— En ese caso, será mejor partir lo antes posible -sugirió el sweetlianés-. Yo iré a Ghroll para alertar al rey Calamón de la situación, hay que detener el avance de esos caminantes, pero quiero estar seguro de que acabes bien tu desayuno, necesitas reponer fuerzas
El sweetlianés apoyó su mano en el hombre del kranisiano.
— Es mejor que partas ahora, el tiempo apremia y es necesario alertar a todos cuanto antes –Kasym terminó de desayunar.
— Tienes razón, muchacho –Comonte se puso de pie-. Bueno, espero llegues bien a Kranis y quédate tranquilo, hiciste todo lo humanamente posible. Hasta pronto.
— Hasta pronto, General –Kasym se puso de pie y estrechó la mano de su par-. Y gracias por el apoyo a nuestra causa.
— No hay de qué –el sweetlianés salió de la carpa.
Comonte se dirigió hacia su caballo, el cual estaba listo para la partida, mas Rokthell llegó antes de hacerlo.
— ¿Ya se va, General? –preguntó el Dios Guardián.
— Iré a Ghroll para avisar al rey Calamón de la situación, es preciso que los Reinos del Este se preparen para la guerra –el sweetlianés aseguraba la correa de su silla.
— Con todo respeto, General, creo que lo prudente es alertar primero al rey de Calafur, es el más próximo al Paso de Kluveer y, si cae, entonces todo el brazo oriental correrá peligro –sugirió Rokthell.
Entonces iré a Calafur –Comonte montó su caballo-. Tengan cuidado, espero verles pronto.
El superviviente de Sweetlen arreó su caballo y rápidamente se alejó del campamento rumbo al noreste. Kasym terminó de desmantelar el campamento y luego se dirigió a Flying, aseguró la silla y montó al animal. El Comandante Floth le entregó el cuerpo de la princesa Thrandril y emprendieron la marcha hacia Kranis.
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