Había pasado más de dos semanas desde que Claudia y Alberto hablaron sobre el cambio que el chico debía hacer si de verdad le interesaba recuperar a su novia. Sin embargo, aunque ninguno de los dos se dio cuenta fue más que nada un tiempo en el que los dos se encontraron juntos día y noche, así sea en persona o por mensajes hablando a veces de cómo se sentía el chico.
Claro que pronto ese sentimiento acabó. Eso confundió a Alberto ya que pensó nuevamente que estaba mal no seguir sintiéndose mal por su ex, pensó que quizá vivió ese duelo dentro de la relación y por eso no le afectaba; pero igual sintió que era cruel que no se sintiera peor.
Además admiraba la compañía de Claudia, se dio cuenta que las personas que hablaban mal de ella a sus espaldas eran personas crueles que la molestaban por su apariencia y actitud, pero que no tenían derecho a tratarla así. Por eso se alegró de volverse su amigo. Se le hacía una persona muy real.
Ahora mismo el chico estaba esperando a Claudia en la cafetería de su facultad, iban a hablar de videojuegos o algo parecido. Claudia seguía sorprendida de que los únicos juegos que había tenido eran relacionados a la contabilidad, incluso lo que no, lo convirtió en ello, como el juego de DOS donde en vez de simples números había formulas de excel. Nunca entendió cómo se jugaba.
Armando caminó hasta la mesa donde estaba su amigo, de vez en cuando se visitaban entre facultades y esta vez le tocaba a él. Al verlo tan feliz después de haber terminado hace poco con su novia, sabía que no era normal verlo sonreír. Incluso cuando estaba bien con Regina no era normal verlo tan feliz como estaba. Armando se sentó enfrente de su amigo y lo miró serio antes de hablar.
—Bien, se sincero. Desde que te juntas con Claudia has estado muy feliz; ¿que droga te dio?
Alberto rió al escuchar eso.
—Intentó aprender mi juego de DOS.
Armando puso cara de asco al oír eso.
—¿Seguro no están saliendo? —cuestionó el joven amigo al saber que eso no era normal.
—No, es una excelente amiga, enserio. La estoy esperando justo ahora, vamos a ir por helado. ¿Quieres ir?
Armando miró confuso a su amigo, aún así, no era mucho de estar con más de dos personas a la vez; a menos que fuera Arlet y Alberto. Por eso el chico negó con la cabeza y Alberto alzó los hombros tratando de decir que era una lástima.
—¿Sabes? —empezó a decir Alberto—. Claudia tenía razón, debía superar a Regina. Estoy feliz de que hayamos terminado porque me está permitiendo crecer de manera excelente.
—Oh, ¿enserio? —preguntó una voz conocida que impresionó a Alberto.
Rápidamente se levantó de su asiento para mirar a la persona que habló. Tímidamente le dirigió la palabra.
—Regi…
—Hola…
Armando solo rodó los ojos al ver aquella escena, aunque le impresionó más ver como Claudia llegó a lo lejos y vio sorprendida la escena, para después esconderse detrás de una pared para seguir observado.
—Yo… Solo venía a entregarte esto —dijo Regina dándole una invitación al chico—. Mi hermano te mandó esto, es la invitación de su boda. Me dijo que te la diera, dice que lo que haya pasado entre nosotros no tiene nada que ver.
Alberto asintió avergonzado para después recibir la invitación. Regina estaba a punto de irse, sin embargo, Alberto la detuvo antes; Armando y Claudia siguieron observando sin intervenir.
—Lo que dije era cierto, pero no es lo que piensas —mencionó el estudiante de economía.
—No importa, enserio.
—No, sí importa. Quiero cambiar para ti, ser diferente y hacerte ver que soy una persona distinta y más atenta. Me di cuenta de muchos errores que tenía nuestra relacion y era mejor que acabara para no hacernos más daño. Aun así, lo hago porque espero que en un futuro me aceptes la cita que pienso hacerte cuando me sienta listo y si quieres volver a darme una oportunidad.
Armando pareció desesperado de oír eso, pero no era su asunto. Claudia solo se le miró decepcionada, agachó la mirada. Por último Regina miró feliz, igual Alberto. Ella asintió.
—Eso me encantaría. Gracias Alberto, sabes que siempre te querré.
Los dos observadores giraron los ojos al oír eso, mientras los que hablaban se miraban embobados hasta que Regina decidió alejarse de ahí, despidiéndose con la mirada.
—Un placer verte de nuevo Regina —susurró Armando sarcástico tomando en cuenta que lo ignoró por completo.
Claudia al ver que Regina se había ido por completo decidió acercarse a la mesa con su amigo. Había recordado porque no iba más a la facultad de economía y aunque quería evitar la de medicina, no podía siempre. Alberto al ver que Claudia llegó la vio y la abrazó muy fuerte. Ella correspondió con alegría y se sentó en la mesa con los chicos.
A Armando le sorprendió verla con el cabello arreglado y lacio, ya que los últimos veces siempre había descuidado su imagen a propósito, pero de nuevo, como no le importaba meterse en vidas ajenas no dijo nada.
—Hola —habló Claudia a Armando.
—Hola —respondió el chico sorprendido.
Armando no estaba acostumbrado a que le hablaran.
—¿Quieres ir a tomar helado con nosotros? —preguntó la chica a pesar de apenas haberle visto la cara.
Armando negó con la cabeza y le sonrió por la amabilidad, después de eso Alberto habló con Claudia.
—¿Viste lo que pasó? —preguntó Alberto sonriendo de más—. Creo que salió bien.
—Sí, fe… Felicidades Alberto. Has demostrado, madurez —dijo Claudia dudando de sus palabras.
Alberto sacó la invitación a la boda para verla bien, comenzó a leer en voz alta.

Claudia se acercó a ver la invitación, pero pronto se alejó de ella.
—David lleva como nueve meses con su novia y ya se van a casar, ¿puedes creerlo?
—Sí, en realidad te aseguro que llevan más tiempo juntos. ¿Vamos por el helado? —preguntó Claudia incómoda.
—Claro, nos vemos Armando —dijo Alberto levantándose.
—Un placer —mencionó Claudia antes de irse con su amigo.
Armando miró como ambos se alejaba para ir a un local de helado afuera de la ciudad universitaria. A pesar de que dudó mucho tiempo, se dio cuenta de que Claudia en realidad no era una mala compañía para su amigo. Por eso se fue tranquilo.
Claudia y Alberto comenzaron a caminar hasta llegar a la heladería. Ambos tenían una conexión increíble, tanto así que si Claudia no supiera que Alberto amaba a su ex novia, se sentiría libre de sentir algo por él aún después de tanto tiempo estando sola o con novios raros.
Alberto por otro lado, sin saberlo, en realidad sí se estaba permitiendo sentir más por ella, poco a poco. Ambos empezaron a comer un helado de nuez con chocolate encima, mientras Claudia le decía sobre cómo lanzar un plátano en la parte de atrás al jugar el juego del fontanero. Al verla vio como la chica era bonita, eso le hizo sonreír.
Lo que no sabía era que Regina, pasó al lado de ellos con sus amigas. Los vio muy sorprendida, más que sorprendida, asustada.
—¿Qué hace Claudia con Alberto? —preguntó Regina a Raquel, una de sus amigas.
La chica morena con ropa morada miró con atención, puso el popote de su café en la boca y entrecerró los ojos para mirar con más atención.
—¡Vaya! ¿Qué no es la loca de Psicología? Ya sabes, la que siempre iba a tu casa a…
—Sí, ¿qué hace con Alberto? —preguntó molesta.
—Quizá son novios.
Regina se limitó a observar una escena en donde ambos reían, se tocaban de vez en cuando e incluso se abrazaban. Eso la hizo querer vomitar. Sin embargo, no entendió lo que sucedió y eso la desesperó. En un momento Alberto le embarro apropósito helado en la nariz y Claudia rio fingiendo molestia para después hacer lo mismo con él. Regina se sintió mal porque ese tipo de juegos, aunque ridículos, siempre había querido sentir la necesidad de tener algo así con su antiguo novio; pero Alberto siempre demostró ser demasiado serio para ese tipo de cosas.
Eso la hizo suspirar e irse molesta con su amiga siguiendola por detrás.Claudia le divertía estar con Alberto, tenían personalidades parecidas y eso los hacía divertirse juntos. Ambos eran igual de dedicados en sus carreras, reservados, inteligentes y con gustos que no todas las personas sabían apreciar. Alberto, en la confusión de sus sentimientos, aunque aún negándolos. Vio a Claudia con una sonrisa.
—Oye, ¿quieres venir a mi casa?
—¿Qué? ¿Hoy? —preguntó Claudia ante la pregunta de Alberto.
—Sí, mi hermano menor dejó su consola cuando vino a visitar a mi papá. Podemos usarla y me explicas mejor.
—¿No le molestara a tu padre?
—El trabaja hasta tarde, mis padres están separados. Me llevo bien con él, mejor que con mi mamá por eso hace años vivo con él. Se la pasa trabajando todo el tiempo, mi hermano viene de visita cada fin de semana, por eso deja si consola.
—¿Vivías con una consola en tu casa y aún así no conocías el juego?
A Alberto le dio risa el comentario de la chica enfocado en algo de menos importancia. Después la miró feliz y Claudia le devolvió la sonrisa.
—Bueno, vamos.
—Por cierto, quizá es indebido; pero ese día que fui a tu casa no conocí a tu papá. Claudia asintió mientras comenzaron a caminar hasta la parada para irse.
—Oh, sí. Murió hace ya varios años.
—Lo siento mucho —dijo Alberto sintiéndose entrometido.
—No, no, no te preocupes. Lo tengo bien superado, era un gran hombre. Era guardia de seguridad en un centro comercial, velaba siempre. Amaba a mi mamá, él a pesar de que siempre llegara de madrugada a dormir por su trabajo, nunca se olvidaba de traerle una rosa.
—Eso es muy tierno.
—Lo era, cuando tenía cinco años me decía que moría de ganas por llevar a su niña al altar. De niña todo el tiempo decía que quería casarme, él decía que yo era joven, pero que cuando creciera, él sería el primero en arreglar todo para que fuera perfecto.
Alberto sonrió al escuchar eso. Pronto, subieron al camión después de llegar a la parada y continuaron hablaron.
—Quiero casarme en un futuro —soltó Alberto—. Siempre me ha parecido lindo la idea.
—Yo quería —contestó Claudia.
Alberto se sorprendió.
—¿Querías? —Claudia asintió.
—Hace un año me rompieron el corazón con mi sueño, también quería casarme y solo digamos que… No era yo la indicada.
—No me imagino que no fueras tú la indicada.
Alberto dijo eso sin pensar mucho sus palabras, pero no lo corrigió. Eso sin querer, sacó una sonrisa en su amiga.
—No lo fui —se limitó a contestar.
Alberto al ver la tristeza en la chica procedió a abrazarla fuerte. Ella cedió. Durante el camino siguieron hablando de cosas banales. Todo el tiempo que pasaban juntos lo usaban para conocerse más. Alberto seguía sin entender por qué se sentía tan bien con ella. Después de media hora de camino, bajaron del camión y caminaron hasta que llegaron a su casa.
—¡Bienvenida!
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