A partir de ese día Miranda empezó a estar más consciente de que él podía llegar y hubo noches en las que se quedó en vela hasta pasada la medianoche.
Sus sobrinos llegaban cada fin de semana y lograban alegrarla como siempre, pero al caer la noche se dormían y el silencio le recordaba a Miranda que no podía vivir sin él. Mucho menos iba a soportar saber que al casarse lo perdería para siempre.
Sintiendo ganas de llorar se salió al patio trasero y caminó entre las pequeñas veredas del jardín compartido que había arreglado nuevamente. Allí se desahogaba. Sabía que parecía un alma en pena, pero tenía que sacar de algún modo su dolor.
Una de esas noches fue que una idea cruzó su mente. Caminando entre las flores cruzó hasta el patio de la casa de Roman. No era la primera vez que revisaba el trabajo que se había hecho, ni la primera vez que deseaba que alguna puerta estuviera abierta para entrar y recorrer cada rincón donde él formaría una familia. Encontró una puerta corrediza abierta.
—Parece que es mi noche de suerte —susurró emocionada, con los pies metidos en unas pantuflas. Vestía un pantalón y camiseta de tiras delgadas.
Entró a la casa de puntillas.
—¡Ay! —se tropezó con un sillón.
Anduvo a tientas por el área hasta que se acostumbró a la oscuridad y vio con dificultad la escalera por la cual empezó a subir.
Encendió la luz de la habitación de Roman y se quedó boquiabierta al recorrer la magnífica recámara. Era tan grande, tenía las luces en el techo, el detalle de la planta verde maestría en el techo un menso y ahora podía ver ése hermoso piso de madera.
Se quitó las pantuflas y sus pies adoraron la suave textura del roble. Se detuvo ante un espejo al costado de la cama y encontró los ojos enrojecidos e inflamados por llorar. Se iba a acercar a la cama cuando oyó voces lejanas. Movida por un sexto sentido corrió a bajar el interruptor, luego buscó un lugar donde esconderse. Halló un closet antes de que las voces se volvieran más fuertes. Los nervios amenazaban con volverla loca.
—Necesito que estés seguro del paso que vas a dar, además tienes algo pendiente con ella.
—¿Tú también crees que la niña es mía?
—Roman, se parece a ti.
—No lo creo.
—Tienes que verla, es una pequeña muy hermosa. Y su cabello rizado…
—No quiero verla, Miranda me rechazó ¿que no lo entiendes? Y si la niña se parece a mí sólo porque tiene la piel un poco más oscura que la madre será quizás porque la muy sinvergüenza se acostó con alguien más. Porque parece que la ahora muy decente señorita Cross olvidó cómo empezamos nuestro romance.
—No creo que haya sido diferente de lo que tú y yo tenemos ahora.
—Jamás, con ella nada es típico. Un día nos vimos y discutimos, fueron unos dos o tres minutos, luego nos volvimos a ver y terminamos en la cama revolcándonos como solo lo haces con una zorra ¿qué te parece?
—Eso no pareció importarte para llegar a amarla.
—Porque creí que era el único con el que perdía la cordura, pero ahora sé que no fue así.
Miranda se cubrió la boca con la mano para no reclamarle.
—La niña no tiene la culpa —dijo Amy preocupada—, tú mejor que nadie debería saber y entender lo difícil que fue crecer sin padre o madre los primeros años.
Roman se sintió tocado por esas palabras.
—De acuerdo, mañana la buscaré para conocerla.
—Gracias mi amor.
—Gracias a ti por decirme mis verdades.
—Te amo, aunque sea sólo yo.
—Cuando nos casemos será diferente.
—Si lo hacemos ahora no cambiará nada.
—Por favor Amy, espera a que nos casemos, no hay prisa.
—Roman —gimió la rubia tocando el pecho amplio.
—Hermosa, hagámoslo especial. Contigo no será como con Miranda.
En cuanto los escuchó salir, aprovechó para escapar, no podía volver a cometer una tontería como esa la cual fue su despedida del pasado con Roman.
Estaba furiosa contra él ¿cómo puedo insultar la de esa manera?
La mañana siguiente vio su auto estacionado en la acera y con una perversa idea en la cabeza se acercó al caro modelo.
—Así que soy una mujerzuela —murmuró caminando alrededor del BMW. Pasó al lado del conductor por la parte trasera y con las llaves de su camioneta recorrió la pintura mientras tarareaba una canción infantil con altibajos vocales—. Los pollitos dicen pío, pío, pío —cantaba lo último entre dientes y tallaba con fuerza—, cuando tienen hambre, cuando tienen frío —le clavó la llave abollándolo.
Al llegar a la puerta, le hizo un garabato mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro al escribir sobre el vidrio.
Se paró frente al auto que de frente seguía viéndose bien. Le faltaba un detalle, pensó.
Se inclinó sobre el cofre y con letras grandes dejó un nuevo mensaje.
Regresó a su coche, se miró en el retrovisor, arregló el labial con calma y puso el coche en marcha, viendo por el retrovisor que otro auto llegaba. Miró a su bebé en la parte trasera y le sonrió. Jazmín dormía profundamente.
—Buenos días condenado a muerte —saludó Mitchell al hombre que más que sentado estaba tirado en un sillón largo de la sala, dándole la espalda con la vista fija en la puerta que daba al jardín trasero.
Se le acercó y le palmeó con fuerza los anchos hombros.
—¿Qué haces? —preguntó con entusiasmo—. ¿Estás contando los cinco días que faltan para tu boda?
—Ni faltan cinco días, ni será una boda —respondió Roman acariciando unas pantuflas rosadas de conejo—. Ni siquiera ha habido una verdadera propuesta, solo lo hemos comentado. Para mí eso no es real aún.
—¡Uy hermano tanto ánimo me hace saltar de alegría! —dijo haciéndolo y le arrebató una pantufla.
—¡Dame éso, Mitch! —exclamó incorporándose.
Había tanta molestia en sus ojos que el más joven no dudó en regresársela.
—Amy realmente cree que van a casarse, ya lo publicó en sus redes, pero tú pareces un maldito condenado a muerte. Es obvio que no te mueve ni un poco las hormonas ¿Por qué estás con ella? —inquirió preocupado al ver cómo su hermano apretaba contra su pecho las pantuflas—. Ya ni la hermosa Miranda se puso tan odiosa cuando le detectaron ese tumor jumbo por el que casi la dejan sin fábrica de bebés. Ahora que la he visto de conductora en televisión se ve muy contenta y supongo que es por la niñita que tiene.
—¿Dijiste que Miranda tuvo un tumor?
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