51. EL ESPOSO DE MIRANDA

Casi dos horas después regresó a la reunión familiar en donde ya estaban sus padres, los de ella a quienes les presentó. También estaba su hermano y más caras conocidas. Había muchas luces colgadas para iluminar la que sería la ruta de las olimpiadas familiares.

En cuanto comenzó el concurso de salchichas, no faltaron los chistes subidos de tono acerca de la habilidad de Miranda para meter más de una en su boca.

—¡Y jumbo! —fanfarroneó Roman vistiendo la ridícula camisa rosa de malla que apenas cubría sus pechos. Cumplió con ponerse un short tan corto que a su futura esposa le pareció un tanto pornográfico pues sus atributos frontales eran evidentes. Lo resolvió quitándose el tutú y se lo puso enfrente.

—¡No se aceptan profesionales! —gritó Ted causando las risas de sus contrincantes.

Miranda se paró y se echó encima de su cuñado causando que se quebraran las patas de la silla de playa en la que Ted estaba sentado.

Esa noche rieron hasta el cansancio. Roman confirmó que había encontrado su lugar perfecto. Para entonces Miranda tenía colgando de su pecho varias medallas que la reiteraban como la reina de la competencia. Tenía el cabello revuelto de lodo, confeti y salsa de tomate igual que él y sus sobrinos. Incluso sus padres habían participado. Era tan novedoso y grato haber hallado esa conjunción en las familias que sentía que estaba soñando. También estaban los bebés que añadían ese detalle de un futuro esperanzador.

Sabía que en el futuro tendrían más participantes, que las nenas de Ted y Josh, su hermano Mitch agregarían más miembros a esos eventos familiares.

Sonrió dando un trago a su cerveza.

—Creo que es hora de que vayas a lavarte un poco —dijo Mitch acercándose discretamente.

Roman tomó la cajita de terciopelo con la misma discreción.

—¿Estás seguro de que le va a gustar?

—La niña me pasó la foto del que vio con Miranda en una tienda local.

—Perfecto.

Miranda activó el aspersor del jardín y todos se lavaron un poco antes de ir a cenar. Era una noche calurosa.

Tenía inquietud por saber que había ocurrido en su ausencia. Tenía un presentimiento.

—Dame a Jazmin, tía, voy a lavarla adentro —dijo Cameron con una sonrisa.

—Yo lo haré…

—No, tu quédate.

Miranda aceptó ante su insistencia. Comenzaba a sentirse cansada. Roman se le acercó y besó su mejilla.

—Amor, hay algo que quiero decirte.

Miranda se estremeció. De pronto hubo mucho silencio. Miro alrededor, las miradas estaban encima de ellos. Joshua tomaba video del momento. Entonces supo que algo especial iba a ocurrir.

—¿Qué pasa? Me estás asustando.

Roman sonrió.

—Quiero que sepas que mi relación con Amy se terminó. Pero éso no es lo importante. Te quiero dar algo como promesa de que cumpliré mi palabra de llevarte al altar en cuanto sea posible. Cuando tú me digas.

Miranda lo vio sacar del bolsillo de su short, una caja negra.

—Oh Dios… —musitó llevándose una mano al pecho donde su corazón latía aceleradamente.

—Sé que ya te propuse matrimonio, pero ahora quiero hacerlo con testigos.

Miraron alrededor y las sonrisas emocionadas de sus padres fueron lo primero que encontraron.

Olivia estaba llorando. Mejor que nadie conocía lo mucho que Miranda deseó llegar a ese momento con Roman.

Miranda empezó a llorar. Roman abrió la cajita y se descubrió temblando también.

Tomó el pequeño anillo con mucho cuidado. Tiró la caja hacia atrás, donde Mitchell la atrapó y tomó la pequeña mano de la mujer que más amaba en el mundo. De una de ellas.

—¿Aceptas casarte conmigo? Sólo quiero confirmar —dijo provocando la risa en ellos.

Miranda asintió con la misma ilusión con que lo hizo en la playa y finalmente el anillo llegó a su dedo anular.

La familia aplaudió dichosa. Al fin estaban juntos. Al fin empezaría a formar su propia familia.

La pareja se dió un beso sellando el compromiso. Román la elevó para profundizar el beso hasta que todos se acercaron para felicitarlos.

—Basta chicos, ya tendrán tiempo de reproducirse otra vez —señaló Ted dándole un golpecito en el hombro a Roman.

Meses después…

La boda se celebró frente al mar. Tuvo más invitados de los que originalmente habían dicho. Amigos y compañeros de profesión de Roman, de parte de Miranda compañeros de televisión y del spa. Todo fue televisado gracias a Gustav quién había aprendido a verla feliz con otro, mientras él seguía intentando volver a confiar en Valerie.

Olivia estaba nuevamente embarazada cuando llegó su boda. Al parecer las vacaciones con su marido rindieron frutos. Prometieron que sería la última vez. Miranda esperaba en el futuro tener más hijos, pero sabía que no iba a ser tan fácil.

El día de su boda llevaba un vestido blanco en corte de sirena con escote strapless. El cabello estaba recogido en un chongo bajo y un velo blanco caía en su espalda, cubriendo parte de los hombros.

Por un momento Roman temió que quisiera algo exótico, pero al final optaron por una boda clásica. Eso creyó hasta que vio sus pies llegando al altar. Tenía puestas unas botas que en la despedida de soltera una amiga suya, luchadora le regaló. Trató de no reírse por su idea loca.

—¿Y las zapatillas? —le preguntó cuando llegó a su lado al altar.

Roman vestía un traje sin corbata de terciopelo. No era la única extravagante. Eran tal para cual. Su cabello largo y rizado estaba suelto y la barba peinada con cuidado gracias a la insistencia de su hermano.

—Cuando veas lo que uso debajo te va a encantar.

Roman pegó su frente en la de ella.

—Cuando tú veas lo que traigo debajo te vas a volver loca.

Miranda soltó una carcajada estrepitosa. El la secundó. Después de eso la boda tomó su curso normal. Dijeron sus votos matrimoniales donde prometieron amarse, cuidarse y seguirse sorprendiendo.

—¡No mucho! —gritó Mitch.

—Seguir recibiendo a mis sobrinos los fines de semana —dijo Selena a su vez.

La pareja los invitó a decir más.

—Dejar de hacer trampa en las olimpiadas familiares —se quejó su padre.

El sacerdote que era un hombre joven, se rascó la frente, pero fue abierto a la novedad. Pronto comenzó a sentir curiosidad de esas actividades de la familia Watson y Cross.

—Pero sobre todo prometo amarte hasta el último día de mi vida —dijo Roman.

—Y yo prometo amarte y cuidarte hasta de mí misma.

Ambos recordaron lo que ocurrió y que los separó: Por amor. Amor por encima del egoísmo.

—¿Juntos para siempre? —inquirió él.

—Para siempre.

Finalmente, el sacerdote confirmó sus palabras ante la audiencia.

Los aplausos llegaron y caminaron en medio de los invitados siendo bañados por pétalos de flores y rosas tomados de su jardín.

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