Las primeras semanas habían sido mejor de lo que había creído que sería todo el semestre. Las clases iban de maravilla, la vida independiente le encantaba, claro, sin contar aquellas noches en que los vecinos tenían fiesta, había hecho un par de amigos más además de James.
Apenas y había llamado un par de veces a su casa, pero sabía que sus padres no se lo reprochaban, ellos estaban conscientes de que así era la vida universitaria, solo esperaban que se comunicara de vez en cuando para saber que seguía bien. El único que aún lloraba por su ausencia era su hermano Michael, la última vez que llamó él había pedido que le pasaran el teléfono para preguntarle si iba a volver pronto.
—Te extraño, Wendy. ¿Será que puedas regresarte?
—No puedo hacerlo, Michael. Cuando tengas mi edad y tengas que entrar a la universidad lo vas a entender, por mientras quiero que sepas que te quiero mucho y que si estoy acá no significa que haya dejado de quererte.
—Pero… —dijo él con su vocecita entrecortada.
—Vamos a hacer una cosa, ¿sí? Cuando vaya a verlos, tú y yo iremos al parque que está por la casa y te compraré un helado, ¿te parece?
—¿Y podré elegir yo el sabor de mi helado?
—Claro que sí. ¡Podrás elegir hasta dos sabores diferentes!
Michael se entusiasmó con la idea y la tristeza se le fue, pero cuando terminaron la llamada Wendy se quedó un poco pensativa. ¿Y si su pequeño hermano estaba teniendo otra vez problemas en su escuela y por eso andaba tan sensible? Decidió que no pensaría en eso, su madre sabría qué hacer; ella solo era la hermana mayor, no la mamá del pequeño.
Cuando se cumplió un mes de haber iniciado las clases, James la invitó a una fiesta, era de un chico un poco mayor que ellos, pero que conocía muy bien. Wendy al principio se negó, pero terminó cediendo, y no había sido por insistencia del chico, sino que de pronto sintió la necesidad de ir.
—No, está bien si no quieres ir, Wen. Lo comprendo —dijo James poniendo sus manos al frente y agachando su mirada—. Puedo ir solo. Conozco a varios de los que irán, pero no es como si sean mis grandes amigos. De seguro estaré solo…
—Te digo que sí voy, James. Al principio no me daban ganas, pero ahora sí quiero ir.
—No, en serio.
—Ya no digas más. ¿A qué horas pasas por mí?
A las ocho en punto pasó por ella.
Entre ellos se estaba estableciendo una conexión difícil de explicar. Ella sabía que solo eran amigos, pues él no le había insinuado nada, pero también sabía que se gustaban, estaba segura de ello. Él era demasiado atento con ella, amable, respetuoso, la miraba con unos ojos que brillaban. Y ella tampoco ocultaba su cariño. Le sonreía como no lo hacía con nadie más, caminaba por la banqueta con lentitud para alargar su llegada al departamento, entre otras cosas.
Pero en la fiesta algo cambió.
Al llegar ahí ella había notado cómo él había puesto la mano en su cintura mientras caminaban por entre las demás personas. La fiesta era en una casa, había gente afuera y adentro, por todas partes. La música estridente hacía vibrar los cristales de las ventanas. Era la primera vez que ella asistía a un lugar así, a un evento así, por lo que, al llegar, se sintió un poco cohibida, pero enseguida sintió que la mano de James se posaba en su cintura y la guiaba por entre las personas. Eso la hizo sentirse protegida y segura. «Me está haciendo saber que no estoy sola, que lo tengo a él», pensó con una enorme sonrisa en su rostro.
El resto de la noche se la pasaron platicando. Wendy no conocía a nadie de los que estaban presentes, pero James, sí; y cada vez que alguien se acercaba a saludar, él hacía algo extraño al presentarla.
—Te presento a Wendy, mi… amiga —decía y se sonrojaba al mismo tiempo.
La chica lo notó en varias ocasiones, lo que la hizo ponerse feliz por eso. «Eso quiere decir que piensa en mí como algo más que su amiga».
En ningún momento él intentó algo con ella, tan solo un par de veces sus manos se rozaron y, aunque ella sintió electricidad, no pasó nada más.
Al final de la noche él la acompañó a su casa y se despidieron con un ligero abrazo.
Eso, aunque sí fue un cambio en su relación, no fue lo raro. Lo raro sucedió el lunes siguiente, cuando él pasó por ella temprano en la mañana para ir a la universidad. Durante todo el trayecto estuvo muy callado, casi ni le dirigió la mirada ni la palabra. El resto de la mañana tampoco la buscó, y si se llegaron a encontrar solo le asentía ligeramente el rostro como si saludara a un extraño y enseguida se desaparecía.
A la hora de la salida no se apareció por ningún lado, y Wendy tuvo que irse a su departamento sola.
Si bien al principio, antes de conocerlo, no se le hacía otra cosa del otro mundo, ahora, después de un mes de caminar acompañada, se sintió más insegura y preocupada que nunca. «¿Y si me pasa algo?», se preguntaba mientras caminaba abrazando su mochila a su pecho y miraba a todas partes.
Esa noche no pudo dormir preguntándose que pudo haber salido mal con James. Miró a través de la ventana un par de veces, pero evitó mirar hacia el cielo.
—Por más que quisiera volar esta noche, no podría hacerlo. No tengo pensamientos felices.
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