Si hablamos de traiciones, no existe nadie tan experto en ello, como la mente. Espera a que el silencio te envuelva y a que la soledad sea tu única compañera, para que los fantasmas del pasado arremetan con mucha más fuerza. Y eso era lo que Michael experimentaba en aquella casa, donde lejos de advertirse cómodo y acogido, se sentía acorralado.
A penas arribar e introducir la llave en el cerrojo, cuestionarse sobre su estancia en Rainbows Bay fue incontrolable. Se repetía una y mil veces que ver a Lilly y Jack besándose, no le afectaba. Que después de cinco años de enterarse de lo que había entre ellos, estaba más que asimilado.
Pero no era así.
Ni por asomo.
¿A quién quería engañar?
La realidad le dolía. Dolía tanto o más que la indiferencia con que ella lo tratara, hecho que aún no conseguía explicarse porque, él jamás la olvidó.
Esa tarde, cuando la Señora Toker lo recibiera, ver una cara familiar le tranquilizó. No obstante, ya que la algarabía por su llegada se apagó, también se encendió la nostalgia.
Todo continuaba igual. Los muebles y el modelo desmontable de esqueleto humano que su padre le comprara en su cumpleaños doce y que seguía parado a un lado de la cama en su habitación, conformaban la atmósfera perfecta para reencontrarse con el antiguo Mike.
Suspirando dejó las llaves en la mesita de noche, encendió la lámpara y se quitó el saco, arrojándolo en el sofá individual junto al balcón donde adolescente, acostumbraba sentarse a observar las imágenes en las enciclopedias médicas que sustraía del librero en la recámara de William.
De espaldas, se recostó en la cama y mirando las baldosas, sonrió al evocar el instante en el que por primera vez vio a Lilly con ojos de amor y no simplemente, como su mejor amiga.
Fue la mañana del doceavo onomástico de la chica Buttler. La maestra Solange había acordado junto a Selene, llevar a los muchachos a pasar el día en la playa. Michael no pudo dormir ante tanta expectación, pues disfrutaba muchísimo jugando con sus amigos a que eran piratas navegando en un enorme navío pese a que Lilly, nunca aceptaba ser la damisela en peligro y pedía siempre ser el capitán. Después de una larga discusión, tal y como el mismísimo Jack Sparrow, con ingenio y don de la negociación se salía con la suya.
— ¿Ya estás listo, papá? — preguntó entrando a la cocina, con las bermudas y sandalias bien puestas.
William acomodaba en una cesta todo lo indispensable para un picnic, como bebidas, fruta y bocadillos.
“¿Desde cuándo le cambió la voz?” Se consultaba, percatándose de los cambios tanto físicos como emocionales que su retoño dejaba entrever.
Llevaba meses reparando en ciertas cosas que antes no hacía o no tenía, entre ellas esas encerronas en la ducha que iban aumentando de duración día tras día, y los vestigios de vello facial que aunque escaso, eran una prueba de que estaba dejando la niñez.
— ¿Por qué tan ansioso? —Inquirió de regreso, tomándose todo el tiempo para meter la última de las manzanas — ¿No piensas desayunar nada?
De un simple y rápido movimiento, tomó la única pera que quedaba en el frutero de la barra, la frotó en la tela de su playera y le dio un enorme mordisco.
— ¿Contento? —demandó, en un tono que al interpelado no le agradó.
William frunció el ceño, paciente.
Como buen profesional en la materia, sabía que tanto como el desarrollo de los caracteres sexuales primarios y secundarios, la petulancia iba incluida en el paquete llamado “adolescencia”, algo que por lo general es inconsciente e instintivo.
No hizo falta más que lanzarle una mirada desaprobatoria, para que el muchacho cayera en cuenta de la falta que acababa de cometer.
Resopló.
—Lo siento.
El Doctor Moore, asintió.
Comprensivo y habiendo terminado de empacar, cerró el canasto y avanzó hasta donde cabizbajo, su unigénito lamentaba el haberse comportado como lo hizo.
— ¿Te encuentras bien, amigo?
Michael no supo qué responder.
Comprendía exactamente lo que le sucedía, la Miss en el colegio se encargó de explicarles a groso modo, todo lo referente a la transición que los muchachos de su edad sufrirían llegado el momento preciso. Empero, si bien todavía guardaba algunas dudas, le producía pena tratar ciertos temas con su padre.
—Sabes que siempre estoy para ti. ¿Cierto?
—Sí. Lo sé.
— ¿Permiso para abrazar?
Mike medio sonrió.
—Solo si prometes apresurarte. La Señora Selene y la maestra Sol, ya deben estar esperándome.
William lo atisbó de ojos entornados pero no apresuró el abrazo. Tenía que alargarlo, disfrutarlo porque, pronto su niño, ya no lo sería más.
Minutos después, ambos estaban bajando del auto y tocando el timbre de casa de los Buttler, siendo la madre de Jackson quien saliera a recibirlos y a invitarlos a pasar.
En la estancia de la pequeña y agradable casita, el tema de la decoración era Lilly.
Lilly el día de su nacimiento.
Lilly con su primer diente.
Lilly en su primer año.
Lilly dando sus primeros pasos…
El entrar y parar a darle una ojeada a los retratos incrustados en los muros circundantes de esa parte de la construcción, se convirtió en un ritual para el joven Moore. Y decir que lo disfrutaba, sería poco en comparación.
—Hola, Solange. ¿Y Selene?
—Hola, William. Selene anda por la cocina, preparando limonada. ¿Quieren sentarse?
Este le tomó la palabra ocupando la silla mecedora frente al televisor de la salita, pero Michael, ni caso. Ya sabemos cuál era su premura.
— ¿Lilly sigue en su cuarto?
—Sí. Ella y Jack siguen allí.
Su escrutinio se enfocó en el inicio de las escaleras que lo llevarían hasta ahí.
— ¿Puedo subir?
Ni siquiera la miró mientras hablaba. Así de grande era su celeridad.
—Por supuesto que sí —fue la madre de Lilly la que replicó aproximándose con charola en mano, en la que cargaba seis vasos de cristal y una jarra con la bebida refrescante.
Más tardó ella en concederle permiso que él en agradecerle, emprendiendo una carrerilla y subiendo los peldaños de dos en dos.
William se puso de pie y le ayudó con la carga, poniéndola encima de la mesita de centro.
A medio trayecto, Mike y Jack se encontraron.
El segundo iba escaleras abajo, solo, con el cabello alborotado y los labios resecos a causa de los brackets y el calor.
— ¿Y Lilly?
—Yo que tú, corría por mi vida. ¡Amaneció de un insoportable! —Exclamó el ojiverde, tirando del cabello en sus sienes y levantando la vista al techo, dramáticamente — ¿Será la maldición de los doce?
El castaño inhaló y exhaló ante tamaña cuestión, e incrédulo, decidió lanzarse a lo que para su mejor amigo, representaba una fosa con cocodrilos o tiburones hambrientos.
—Bien, que conste en el acta que te lo advertí. Después, no vengas conmigo a quejarte porque estaré tirado en el sofá, bebiendo limonada fría y con mi estabilidad emocional intacta.
Escéptico y sin tomarse muy enserio las declaraciones de Jackson, Michael masculló un: “Lunático” por lo bajo, y persistió en entrar a la alcoba de Lillian, cuya puerta estaba entre abierta.
La oportunidad de echar una ligera ojeada por mera seguridad, no fue desperdiciada. Y como se hallaba de cara al espejo frente al que estaba parada y cuyo reflejo se distinguía de cuerpo completo, se concedió el permiso de averiguar de qué demonios estaba hablando el ojiverde. Sin embargo, para él, Lilly seguía siendo Lilly.
— ¡Feliz cumpleaños! —Prorrumpió enérgicamente, accediendo con los brazos abiertos y una sonrisa que hubiese envidiado cualquier estrella en comercial de dentífrico.
“Cándida palomita”.
— ¿Qué tiene de feliz? ¿Me veo feliz? — Y ahí estaba la prueba fehaciente de que el lunático, no lo estaba tanto.
Taciturno, el chico Moore cerró el portillo tras de sí.
No había entrado al dormitorio de la castaña desde que tenían ocho años. El papel tapiz cubriendo los muros era de color blanco con motivos rosa pastel, contrastando con el tono de las cortinas cubriendo la ventana, cuya vista daba a la calle y por la que escapaba a sentarse sobre el tejado, a leer “El principito” o a elaborar los deberes escolares cuando la falta de paz y concentración escaseaba.
Sobre la cama vestida con un edredón teñido tal cual la viveza de un arcoíris, un enorme oso de felpa desgastado y al que le faltaba un ojo, parecía gritarles con su triste fachada que tuvieran piedad de él y le brindaran una mejor vida. Mas lo que a Mike le llamó cuantiosamente la atención, fue el poster pegado encima de la cabecera, en el que posaban muchachos de cabellos rubios hasta los hombros y de los cuales, Lilly no paraba de hablar. Una agrupación musical conformada por un trío de hermanos de apellido “Hanson”, que acababa de darse a conocer y cuyo éxito inmediato, iba de boca en boca entre las féminas adolescentes.
“¿Qué les ve?” Se dijo, con un sentimiento muy similar al del coraje, reverberándole en el pecho. “Ese Taylor Hanson me tiene hasta…”
Si hubiese tenido el valor, lo habría arrancado de ahí con sus propias manos. Contrario a eso, resolvió sacudirse los pensamientos y encauzarlos hacia lo que le atañía.
— ¿Te sientes bien?
Lilly suspiró, concentrada en la efigie de ojos celestes y penetrantes, juzgándola en la luna de cristal reflectándola.
¿Quién se iba a imaginar lo que le pasaba?
Comparaciones.
Las malditas comparaciones.
— ¿Por qué no puedo ser tan bonita como Tracey Toker? —soltó sin decir agua va y acomodándose el lazo del top que portaba, al mismo tiempo que cambiaba de postura una, y otra, y otra vez.
Su acompañante arrugó el entrecejo, extrañado.
“¿Pero de qué hablas?” “¿Acaso estás pirada, Lillian?” “¡Ni decenas de Traceys se te podrían igualar!” Pretendía decirle, pero no se atrevió. La quería, era su mejor amiga en todo el mundo y sin duda alguna, no estaba de acuerdo con esa tontería a la que ni siquiera valía la pena seguir prestando oídos.
Empero, Lilly era muy buena para leer la mente, o Michael no fue apto para ocultarle el recelo por las ideas sin sentido que se le estaban colando en esa cabecita suya, tan creativa.
— ¿Estás hablando en serio? —parado ahí, de brazos cruzados y junto a los pies del lecho, firmaba su sentencia de muerte.
La castaña se giró sobre su eje, de ojos llorosos y figura atribulada.
—Estoy toda plana. No tengo curvas. Un espagueti sería más llamativo para los chicos, que yo.
El de iris marrones no daba crédito a sus oraciones y, buscando proximidad, dio un paso corto diciendo: —Lilly, no digas eso. Eres una niña…
Lillian retrocedió, evitándolo.
Lo menos que le apetecía, era su lástima.
¿Es que los chicos son tan tontos, como para no ver más allá de lo evidente? ¿Como para no entender las indirectas?
Bueno, unas indirectas que para mí, sonaron bastante directas.
Si Mike se hubiese centrado en descifrar entre líneas y no únicamente en la superficie del drama, probablemente habría dado con el ¡Hey, estoy aquí!, oculto.
Por otra parte, no estaba ciega.
En la escuela, durante gimnasia, no le pasaba por alto el cómo cualquiera con gónadas masculinas, se comía a Tracey con la mirada mientras simulaba no atorgarle más importancia de la que se merecía. No obstante, el ser mujer en medio de máquinas productoras de testosterona, representaba una ventaja y una maldición a la par.
Más no debió generalizar porque, con el unigénito del Doctor Moore, dar las cosas por sentado era marcar una línea. Levantar un muro difícil de derribar.
Algunos individuos tardan en captar el mensaje, y a esa edad… ¡Uf! Es más sencillo enseñarle kung fu a un gato.
— ¡Mírame! —Le exigió en un grito desesperado. Un grito que le sirvió a Michael de alarma. Un grito que avivó los sentimientos. Un grito que acabó con el niño, para darle paso al hombre que se formaba de a poco en cada parte de su ser.
De pronto, casi sin meditarlo y tomando una bocanada de aire, declaró: —Eso hago, Caracola. Eso hago.
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