RILEY

— ¿Puedes dejar de reírte, cretino? No soy el único aquí con un apodo de mierda — sentencia Speedy, mientras intento vencer al nudo de mi ridícula corbata en una encarnizada lucha. El estómago me duele de tanto reír y no me es posible sincronizar mis movimientos, a causa de la agitación —. Trae acá. Al menos yo sí soy capaz de anudar una corbata. Algo que no podemos decir de ti, por lo visto — dice, saltando exasperado de sobre mi cama y arrebatándome la tela del cuello.

— Perdón. Es que…, pude haber pensado en todas y cada una de las razones probables para que te hayan bautizado con él…, — las carcajadas cortan con las frases. Trato de respirar para calmarme, lo juro, pero la hilaridad está siendo mucho más fuerte que yo — Sin embargo…, jamás se me ocurrió…, ni un poco…, cuál sería la verdadera.

En un santiamén termina de elaborar el nudo. 

Aprieta los labios en tanto cierro mis ojos en busca de oxígeno, y percibo sus manos ciñéndose al lazo para ajustarlo. Sé que está molesto, aunque no tengo idea de cuánto hasta que aprovecha mi distracción, oprimiendo con la fuerza suficiente como para obligar a mis párpados a abrirse de nuevo, reemplazando las mofas por una tos que acaba en arcadas. 

Me suelta, cruzándose de brazos frente a mí.

— Uy, lo siento — musita, con gesto de condescendencia fingida —. Así aprenderá a no burlarse de los que no tenemos un sobre nombre tan rudo y respetable como el suyo: «Señor Furia».

Sobo mi cuello, aclarándome la garganta reseca.

Todo éste embrollo es el resultado de su respuesta a una pregunta que no había ocupado mi cabeza hasta hoy, que necesito hablar de cualquier cosa que ahuyente los nervios de mi sistema.

— ¿Por qué te llaman Speedy?— cuestioné hace unos minutos, abrochando los botones de la camisa que Jason me trajera como parte de mi atuendo para la audiencia que tendremos con el juez, el padre de la Fierecilla y el abogado de éste. No se me permite asistir con el uniforme, así que un traje gris y corbata fue mi única opción.

Al parecer, antes de que yo llegara al correccional en el que ya llevaba varios meses interno, los demás reclusos lo llamaron así al escuchar la historia de su arresto. Era su primera entrega, Darnell y él fueron perseguidos por dos patrullas a unas cuadras del lugar del comprador; su compañero escapó dejándolo a su suerte como un traidor y mi amigo mientras tanto, caía en las redes de la ley. 

El distribuidor más rápido y no por llevar a cabo su trabajo en tiempo récord, sino por no haber pasado de la noche de su debut y despedida.

— No. Discúlpame tú a mí — pido, acercándome a tomar el saco colocado encima de su cama —. Tienes derecho a molestarte. No debí entretenerme a tus costillas. Me encuentro muy nervioso.

Resopla.

— No te preocupes. Para mí Speedy es más que un simple apodo. Hace tanto que no me llaman por mi nombre que, ya se siente como si fuera el de pila — declara, palmeando mi hombro como lo hace siempre que preciso algo de confianza.

— ¿Y cuál es ese?

Sonríe.

— Dion. Dion Grant.

Quiero decirle que lo entiendo más que nadie. También a mí me parecía raro cuando escuchaba a Steve —quien nunca me llamó de otra manera— decirme Riley. Se advertía extraño. Ajeno. Sin embargo, no por eso dejaba de ser mi nombre. 

Abro la boca para dejar fluir las palabras, cuando los gritos de Colleman se aseguran de que sean tragadas. 

Para variar.

— ¡¡Logan!! ¡¡No te estarán esperando por siempre, princesa!!

Pongo los ojos en blanco repitiéndome a mí mismo, el mantra que ha tranquilizado mis instintos cuando provocarme forma parte de sus actividades diarias. O peor, me toca las pelotas a manera de su dosis de penicilina, tal y como se lo hubiese recetado su doctor de cabecera: un insulto cada ocho horas. 

— Deberías irte. Al mal paso darle prisa, hermano — agrega Speedy, encogiéndose de hombros cuando suspiro meneando la cabeza —. ¡Acábalo! — exclama, acomodando las solapas del incómodo saco.

Asiento en silencio.

— Ven acá — expreso, tirando de una de sus manos para abrazarlo en agradecimiento —. Gracias, Dion. Por todo.

Un sonido gutural llena el espacio entre los dos. Haberlo llamado por su verdadero nombre, se ha sentido bien. 

Con su barbilla en mi hombro, logro percibir la fuerza con la que pasa saliva. El detalle no solo lo toma por sorpresa, sino que remueve las fibras sentimentales que siempre he sabido conforman su cálido y jodidamente enorme corazón.

— Por favor, no vayas a llorar. Mancharás el puto traje con tus lágrimas y el cabrón de Jason, me armará un drama — bromeo. 

Su pecho trepidante y el mío, se separan paulatinamente.

Inhalo y exhalo profundamente antes de dar media vuelta y salir de la celda, pero una bendición es profesada hacia mí segundos antes de desaparecer bajo la mirada oscura de Speedy, desencadenando sentimientos que no padecía desde que era un niño. La última persona que esbozara un «Dios te bendiga» fue mi madre y, hace ya demasiado tiempo de eso.

El corredor parece crecer con cada paso que doy. Un Colleman de ceño fruncido me espera al final del pasillo con un par de esposas en sus manos, las cuales pasa de una a otra fanfarroneando de la autoridad y ventaja que le dan. Sin embargo, conservo la calma o en lugar de una audiencia iré directamente a un juicio, si es que golpear a un policía lo amerita y no me condenan en automático. 

Cuando me tiene próximo, sin decir nada sujeta mis brazos y los lleva a mi espalda, colocando el artefacto en mis muñecas. La potencia que emplea logra lastimarme, esa es su intención, pero en cambio, la más grande de las sonrisas se dibuja en mis labios ocultando el dolor que mi piel irritada se ve obligada a tolerar. 

— Camina — ordena, empujándome detrás de la reja que separa el área de celdas de la que corresponde a la zona de oficinas, atravesando el resto de pasillos y puertas que nos conducen a donde están las patrullas.

El guardia al cual apenas conozco, aguarda en el auto que nos servirá de transporte hasta la corte. 

Paro en seco justo frente a la puerta trasera de éste, la cual ya está abierta.

— ¿Cuántos más, aparte de ti, se encargarán de custodiarme? — pregunto, lanzando una mirada de soslayo a mi costado, donde Colleman parece preguntarse de qué va el cuestionamiento.

— Solo Johnson — señala, elevando el mentón en dirección a su colega.

«Así que ese es su nombre».  Pienso, sorprendido de apenas irme enterando cuando he tropezado con él tantas veces, que ya ni siquiera llevo la cuenta.

— Entonces no veo para qué tengas que esposarme. El más interesado en llegar a mi destino soy yo. Está en juego mi libertad. Además, matarte ahora no está en mis planes, Jefe. Cuando lo haga, no quiero tener testigos — suelto, entrando en el vehículo y aguantando una burla de satisfacción por la rigidez que se ha disparado en su cuerpo, uniformemente. Cuando se recupera, hace lo mismo activando los seguros y trepando al asiento del copiloto.

En el retrovisor, el reflejo agradecido de Johnson aprieta los labios para no reírse a carcajadas del cobarde compañero que le han asignado y que poco falta, para que ensucie los pantalones ante mis amenazas ficticias.

Afuera el viento sopla gélido. Las nubes grises cubren el cielo y yo me dedico a buscarles formas recargado en mi respaldo antes de que choquen unas con otras y un relámpago cambie su morfología, prestando atención por episodios a la conversación un tanto acalorada que los dos en la cabina delantera sostienen. Hablan sobre una banda de robacoches que se ha encargado de desaparecer un gran número de vehículos de los que poco se sabe su paradero, pues al parecer, cuentan con el trabajo sucio de alguien que tras el volante los convierte en sombras escurridizas a través de la penumbra.

—Yo no me equivoco, Johnson —Dice el mayor de ellos. El déspota, el prepotente y el que tiene delirios de deidad —. Ese tipo es un profesional. La escoria de la escoria. Y es cansado. Todavía no me deshago de una —inquiere enérgico, luego de que el otro le presenta argumentos válidos en defensa de aquel que Colleman condena sin conocer su historia a fondo,y nuestras miradas se encuentran por el espejo que nos enfoca a ambos como si su misión fuese confrontarnos en un duelo —, cuando otra ya está tocándome las costillas.

Es demasiado el coraje que me llena, con sus comentarios cargados de desdén. Sin embargo, me declino por callar prometiéndome a mí mismo, que tarde o temprano llegará mi oportunidad de cobrárselas todas, mientras mi escrutinio vuelve al parabrisas donde algunas gotas de lluvia se incrustan, advirtiendo de la tormenta que se avecina y que en un tris estará cubriendo Detroit.

Al arribar al tribunal, bajo de la patrulla con Colleman adoptando el papel de mi perro faldero y Johnson labrándome el camino de peldaños, que hay que escalar antes de entrar al lugar. 

— Hasta aquí llego yo — dice el segundo, quedándose varado en el umbral —. Mucha suerte, Logan — concluye, elevando el pulgar de su mano derecha. 

Asiento un par de veces, captando un bufido indeseado que prefiero ignorar.

Caminamos un poco más. Jason, el Señor Kane y otro individuo que intuyo es el abogado de éste, se encuentran sentados en algo parecido a una sala de espera. Cuando se percatan de mi presencia, el primero se levanta de su lugar yendo a mi encuentro en tanto los otros me observan, indiferentes. 

— ¿Estás listo? — formula, reparando en mi postura y rodeándome después — ¿Las esposas son algo necesario? — añade.

— Es un recluso, Señor — responde el imbécil de mi custodio, en un tono sobre actuado. Hasta puede sonar menos hijo de puta, si se lo propone —. Cuestión de seguridad.

Jason resopla.

— Retírelas, por favor. 

— Señor, no puedo hacer… — protesta el uniformado.

— Ahí dentro habrán más oficiales. ¿Lo cree tan estúpido como para intentar algo?

El interpelado se queda mudo, retira las esposas resignado y por demás humillado, a la par que se aleja unos metros a llorar la afrenta.

— Gracias — inquiero, masajeando mis músculos aporreados.

— Créeme, «amigo» — enuncia, espontáneo —. No soy partidario de las cadenas y grilletes.

«Náuseas… asquerosas y vívidas náuseas».

— Sí. Yo tampoco — afirmo, indiferente —. Por cierto, llámame Riley. ¿Quieres?

¿Amigo? 

¿Es enserio? 

¿En qué lugar de éste mundo el ex de tu novia le llama amigo, a quien hasta hace unos días aún era su rival? 

Vienen a mi mente memorias de acontecimientos lejanos, como cuando una dulce rubia dormía en el sofá de mi sala plácidamente a pesar de la nula comodidad del mueble y cómo sus sexys y hermosos labios, se entre abrieron dejando salir el nombre del causante de sus desdichas. O aquella noche, en la que tuve que defenderla porque el mismo retrasado mental, intentaba devolverla a su casa en contra de su voluntad.

No.

No es tan fácil hacer a un lado los recuerdos.

No es como que podemos separar lo bueno de lo malo y pretender que no ha pasado nada, porque algunas cosas siguen tan frescas que parece que no han transcurrido meses, sino días desde entonces. La cena, esa es la que más peso tiene sobre mí y la que fraguara la fiesta de bienvenida para todo lo demás.

— Está bien — acepta algo consternado, pero captando el mensaje con facilidad —. Sígueme. El juez acaba de entrar.

Mis movimientos son reservados. Conforme avanzo tras de él, un vacío se aloja en mi estómago y las manos empiezan a sudarme. Tomo aire al cruzar y acceder a una enorme sala en la que la pared frontal es adornada con la bandera de los Estados Unidos en todo su fulgor, y un hombre vestido con una túnica negra ocupa su lugar detrás del escritorio que precede al emblema de las barras y las estrellas, hombre a quien saluda a Jason con una ligera elevación de mentón. 

El señor Kane y su abogado, se instalan en una mesa ubicada del lado este del salón. Entretanto, nosotros tomamos la del lado opuesto del pasillo, en donde dos hileras de gradas se hallan dispuestas en pos nuestro. Supongo que donde deberían ir los asistentes si esto se tratara de un juicio habitual, y no de un circo que el orgullo y las ansias por hundirme de mi verdugo, se han empeñado en montar. 

—Toma asiento — pide en voz tenue —. Trata de tranquilizarte, o si no los nervios te traicionarán y todo lo que planeamos se vendrá abajo. Piensa que después de esto, estarás libre y… con Miranda —enuncia, con su sentido común en contienda contra su ética.

Ocupo mi butaca a su lado.

La mirada asesina del progenitor de la Fierecilla me amaga con fulminarme y convertirme en despojos, e inspiro profundo rehuyendo a las dagas afiladas en las que se han transfigurado sus ojos. 

Noto cuando su acompañante le toca el hombro murmurándole al oído y cómo éste, asiente enfocando su atención hasta el juez.

—Bien — comienza el sujeto de negro, quien tiene mi futuro en sus manos —, en vista de que se le fuera expedida una citación formal al Señor Paul Kane aquí presente, y quien dolosamente incurriera en desacato. Me he visto, según como lo indica el artículo correspondiente, dispuesto a convocar a ambas partes en el caso Logan. 

Su pinta es bastante intimidante y la voz enérgica y precisa, aparenta hipnotizarnos a todos.

—Les advierto que aunque esto no es un juicio como tal, de lo que ocurra hoy dependerá la lucha por libertad o la condena del acusado. Vienen aquí bajo juramento de decir la verdad y absolutamente nada más que la verdad — musita, lanzando aguijonazos ópticos de sus iris color miel, los cuales le atraviesan los cristales de las gafas. 

Se pasa las manos por la cabeza, en la que una limitada pelusilla castaña se vislumbra donde alguna vez hubiera una densa cabellera.

—Señor juez, con todo respeto — interviene el representante de Kane —. Me parece un tanto innecesario todo este… entorpecimiento de la justicia. Estamos hablando de poner en entre dicho el renombre de mi representado, quien todo Michigan sabe, es un hombre honorable. Recuerde que es su palabra contra la de un homicida. Parricida, si hemos de ser exactos.

Mis manos forman dos puños sobre mis rodillas.

— ¡Protesto, Señor juez! — vocifera Jason, en un salto — No estamos aquí para dictaminar una condena que mi cliente, el Señor Logan, purgara hace ya varios años y que por méritos de conducta haya sido reducida; sino por un supuesto cargo de secuestro en la persona del Señor Paul Kane, quien su hija escuchara de propia voz, titubear ante la culpabilidad de mi representado.

No son Jason o el prepotente de a lado, es la rivalidad entre ambos abogados la que litiga hoy.

—Ha lugar — sentencia el magistrado, acallando los términos denigrantes que se acaban de utilizar en mi contra —. Abogado Donovan, dedíquese a esclarecer el tema que nos atañe, pues el pasado del acusado no está en discusión.

Donovan exhala, frustrado.

—Disculpe usted, su Señoría.

Por un par de horas soy hostigado con preguntas que no entiendo qué tengan que ver con todo lo que estoy viviendo.

Que si es verdad que la hija de Kane y yo tenemos un amorío.

Que si la noche en la que mi historial delictivo salió a la luz, hui encolerizado de casa de los Kane.

Que si soy corredor clandestino.

Mis respuestas son determinantes y seguras tal y como Jason me ha asesorado, y eso me obsequia una pizca de seguridad. 

Ahora es el turno de Paul, quien espero no me aborrezca mucho más después de lo que su antiguo abogado preparara para hoy y que lo obligará a enfrentarse con sus traumas.

—Señor Kane — inquiere mi defensor —. ¿No es verdad que su hija, lo escuchara decir que nunca podría olvidar los ojos de su secuestrador?

— Sí. Eso es verdad y vuelvo a decirlo. Son los ojos más cínicos que he visto en mi vida — enuncia, apretando la dentadura y esbozando cada oración para mí.

—Bien. ¿Nos puede decir de qué color eran? — Pregunta — En las declaraciones expedidas, usted dijo que él traía pasamontañas, pero que había visto el tono claramente. Díganos: ¿Cuál es ese?

Un silencio sepulcral invade la atmósfera y el hombre en el estrado agacha la cabeza, titubeante.

— ¿Y bien? — presiona Jason, acercándose hasta la mesa para abrir su portafolios, sacando un pasamontañas negro y entregándomelo en las manos. 

Asiente para infundirme valor.

—Azules — confiesa sin voltear.

—Míreme — ordena —. ¿Su secuestrador lucía así?

Para cuando el interpelado nos encara, el pasamontañas cubre mi rostro dejando libre mi zona ocular. En este instante es como si el padre de Miranda viese al mismo demonio. Los labios le vibran en una fina línea a punto del descontrol.

—Conteste, Señor Kane — apremia Lawson de nuevo, poniendo en tela de duda la veracidad de las declaraciones —. Como puede ver Señor juez, mi cliente no posee ojos azules, sino verdes. Una clara anomalía. ¿No lo cree? — Aclara, luego continúa con su cometido — También dijo usted, que aquel sujeto portaba en el brazo izquierdo un tatuaje fresco de una letra «F» en llamas. ¿Es correcto?

Paul Kane, suspira. 

Es como escuchar a un globo desinflándose después de pincharse con un alfiler. 

—Sí, Jason. Es correcto — acepta desorbitado y parpadeando desenfrenado, ahí es cuando tanto Jason como yo, pedimos al cielo que las cosas no acaben pasándose de la raya.

— ¡Ah! —Exclama mi abogado con el índice derecho elevado, actuando como si recordara algo que en un principio hubiese pasado por alto —Y que el olor penetrante a tinta y ungüento desinfectante, invadía a sobre manera su conducto nasal. ¿También es correcto?

—Sí. También es correcto — pronuncia Kane, evidentemente exasperado.

—Ahora —ordena el legista a mi favor, dándose la media vuelta y gesticulando en silencio.

Me pongo de pie deshaciéndome del costoso saco gris, llevando mis manos a la camisa y desabotonando los corchetes uno a uno, hasta dejar mi torso y mi antebrazo izquierdo al descubierto.

—Paul, ¿este es el tatuaje que recuerdas? — formula, señalando mi piel con el índice. Las cuencas del interrogado se abren de más. No obstante, no musita palabra alguna — ¡Vamos, contesta! ¡Deja ya de resistirte a lo inevitable!

— ¡Protesto, Señor juez! El abogado Lawson está atosigando a mi cliente — se queja Donovan.

—No ha lugar. Haga favor de responder al abogado Lawson, Señor Kane.

—Es manifiesto que el tatuaje del señor Logan está deteriorado, no parece hecho en las fechas de su secuestro. No en meses, sino años atrás.

— ¡Está bien! — Grita Paul — ¡No es él! ¡No es él!

— ¡Señor Kane! — interrumpe Donovan, reprendiendo las declaraciones de su jefe y corriendo hasta donde se halla, dejando su asiento como si éste estuviese ardiendo al rojo vivo.

—No, Maxwell. Ya no más. Quiero que todo esto se acabe. Quiero irme a casa antes de que termine volviéndome loco — espeta, bajando del estrado y saliendo de la sala dando largas y firmes zancadas.

Subo de nuevo la camisa por mis hombros, sacando de un solo tirón el pasamontañas de mi cabeza.

No puedo creer que todo se haya terminado. No puedo creer que la horrible pesadilla esté llegando a su fin. Meses y meses de angustia, de agonía. Meses que me he visto forzado a vivir sin ella, sin lo que me da la energía y las ganas de enfrentarme al mundo entero.

— Abogados. Señor Logan. Creo que el veredicto es irrebatible. No hay motivos para seguir reteniéndolo en prisión, así que mañana mismo daré la orden para que sea puesto en libertad lo antes posible. Se cierra la sesión — sentencia, emprendiendo también su retirada al igual que Donovan quien se despide de Jason con un ligero encogimiento de hombros, tomando su maletín y persiguiendo a Kane. 

—Fue un gusto haberte ayudado, Furia — dice mi defensor tendiéndome la mano, cuando nos quedamos solos. 

—Te lo agradezco mucho — replico, tomándola entre la mía —. Hoy aprendí algo nuevo. 

— ¿Ah, sí? ¿El qué?

—La estupidez no tiene nada que ver con el profesionalismo — sonríe.

— ¿Eso es un cumplido?

—Tómalo como quieras — digo, elevando mis cejas.

— Anda, que no era yo el que temblaba como un flan. Hay que avisarle a Miranda que pronto estarás de regreso. Debe estar hecha un manojo de nervios.

Sí. Pronto, muy pronto estaré de regreso. Y juro que limpiaré mi nombre y daré con el culpable. Aunque eso sea lo último que haga.

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