—¡Ay, papi, te veo distinto!
—Mari, ¿qué cosas dices?
—¡De verdad, papi!, como más rozagante, contento y guapetón que de costumbre.
Contener la carcajada resultó imposible, mi muy observadora niña, siempre ha sido capaz de percibir cosas, inclusive a través de la pantalla, como aquel día. Aunque me hizo reír, tuve que fingir una calma de la cual carecía por completo y todo gracias al temor de que ella descubriera lo que tenía con Kevin.
En realidad, a mí me costaba creerlo todavía y el pensamiento cruzó mi mente en el peor momento, provocándome un ardor en el rostro que intenté camuflar rascándome la barba, pero no resultó.
—Papi, estás todo rojo, ¿qué me ocultas? —Negué en silencio con una sonrisa, entonces abrió mucho los ojos, me tocó ladear la cabeza sin comprender cuando comenzó a aplaudir emocionada, pero acabé boquiabierto con lo que dijo—: ¡Ay, papi, estás saliendo con alguien! Estoy segura, no había querido decir nada antes, pero se te nota hasta más contento.
—No-no, mi ni-niña, ¿qué co-cosas dices?
—¡No te hagas de rogar! Papi, cuéntame. ¿Dónde y cómo se conocieron?
Abrí los ojos de la impresión. A mi mente retornó todo desde el día que conocí a Kevin en la app hasta ese momento, cuando ya habían transcurrido dos meses del primer encuentro.
La pasamos increíble el día de su cumpleaños y en un repentino arranque de locura decidí invitarlo a acompañarme a San Sebastián, viaje al cual accedió a regañadientes y algo nervioso; aunque si lo pienso, lucía más inquieto luego de estar allá, pese a tratar de aparentar una serenidad que a leguas se notaba fingida.
Me gustaba pasar tiempo con él y era notorio cuánto se esforzaba por hacerme sentir bien y cómodo en todo momento, pero claramente algo disparaba sus nervios, hubiese querido conocer el motivo entonces. Durante el viaje, permaneció tranquilo entre salidas o cuando estábamos a solas en la habitación; sin embargo, algo ocurrió la noche del sábado, al hallarnos en la gala otoñal organizada por la fundación Evans.
El chico se excusó mucho para abandonar el salón, ni siquiera debimos recurrir a la excusa de «mi asistente» porque pasó más tiempo fuera del evento que dentro.
—¿Qué te ha pasado toda la noche, Kevin? —le pregunté casi al final de la velada cuando lo hallé en una terraza a un par de pisos del lugar, desde allí se divisaba la luna llena en el horizonte reflejada sobre el mar en calma. Él se giró a verme con una sonrisa que intentaba camuflar su intranquilo respirar, aunque su imagen sobre tal fondo hacía lucir el conjunto como una pintura impresionista y por un instante eché en falta mi cámara, de igual modo le hice ver mi preocupación.
—Lo siento —dijo en tono bajo después de un largo suspiro con el cual me interrumpió, no emití ni una palabra, solo quería alguna explicación de su parte—. Creo que me intimidó tanto esnob junto, lamento dejarte solo.
Una risa baja se me escapó y luego de verificar la soledad del sitio, tomé su mano, enseguida me devolvió una sonrisa.
—¿Quieres ir a otro lugar?
—Pero la gala…
—No te preocupes, está por acabar. ¿Salimos?
Asintió en silencio con una sonrisa que seguía luciendo algo tensa y aunque habría deseado indagar más, no quise presionarlo. De camino a la salida, hablábamos sobre distintos temas y poco a poco parecía recuperar la calma, volvía a ser el de siempre, eso me hizo sentir más tranquilo, era como si de verdad le incomodaba el lugar lleno con gente de alta sociedad, a saber por qué motivo.
—¡Hey, Rubio! —Una risa se me escapó apenas reconocí la voz a mi espalda y me giré para corresponder al saludo de mi viejo amigo, sonreía con cortesía.
—¡Hey, Simmons! No sabía que estabas aquí.
—A mí me pareció verte adentro, pero desapareciste de repente, viejo. ¡Ah!, viniste con Mike, pensé que estaba en la universidad.
El único parecido entre mi hijo y Kevin radica en el color de su cabello e incluso así ambos distan ya que el de Mike es mucho más claro, sin mencionar que mi acompañante le saca unos cinco centímetros de altura, por eso negué con la cabeza, sonriente antes de darle una respuesta:
—¡No! Es mi asistente personal, Kevin.
En ese momento noté que él permanecía de espalda y quizás fueron ideas mías, pero me pareció que le tomó más tiempo del promedio girarse, una amable y forzada sonrisa decoraba su rostro; el semblante de mi amigo cambió, mutó en sorpresa al darse cuenta de su error.
—Él es el detective Simmons, un viejo amigo —le dije una vez intercambiaron miradas.
—Ángel… —Creí escucharle decir a mi amigo, la verdad no podría afirmarlo con certeza ya que fue apenas un susurro; sin embargo, a lo que haya expresado, el chico a mi lado le contestó con una silenciosa negación, sin inmutarse, gesto que luego fue replicado por Simmons—. Disculpa, hijo, tienes razón, te confundí con alguien más.
—Seguro, no hay problema —replicó Kevin completamente inexpresivo antes de fijar la atención en mí—. Señor Rubio, lo espero en el auto. Un placer conocerlo, señor Simmons.
Y así, sin más, lo vi abandonar la galería, atravesó las puertas de cristal a paso firme, aunque algo presuroso. Dentro de mí se formó una nueva pregunta respecto a su actitud, todo fue bastante raro, pero decidí permanecer un rato más hablando con mi amigo hasta finalmente despedirnos y darle alcance a Kevin en el estacionamiento.
—¡Tierra llamando a mi papi!
La voz de Mari me devolvió a la realidad y una vez más centré mi atención en ella que sonreía y batía las cejas a la espera de una explicación. Su gesto me provocó una risita nerviosa.
Dos meses habían transcurrido desde ese viaje, solo dos y mi hija ya notaba algún cambio en mí. Admito que, por momentos, deseé soltarme a contarle todo porque sí, me sentía diferente desde que iniciamos lo que sea que teníamos, me gustaba, pero costaba horrores llamarle relación o pareja… Así que, no tenía un nombre específico. Sin embargo, era consciente del placer culposo que representaba un joven como Kevin.
—Mi niña, deja de insistir.
—¡Papi, no seas malito!
En lugar de darle una respuesta, me despedí de ella, veloz y probablemente bastante nervioso, alegando una llamada importantísima que intentaba ingresar. Tan pronto le envié un montón de besos, colgué enseguida y suspiré resignado, reposando la cabeza entre mis brazos sobre el escritorio.
¿Cuánto podría mantener el secreto? No tenía la menor idea, pero necesitaba que fuese la mayor cantidad de tiempo posible hasta hallar alguna manera de contarle a mis hijos toda la verdad. Sentí taquicardia solo de pensarlo.
Una notificación rompió el silencio en ese tenso momento de soledad, provocándome un leve respingo, pero presuroso, revisé mi celular, fue inevitable sonreír ante la foto de Kevin con su uniforme de enfermero, sostenía una jeringa en alto y debajo se leía un mensaje: «¿Listo para tu intramuscular?».
Mi mente volvió a divagar y las memorias que previamente pausé acerca del viaje retornaron.
Intenté tocar el tema acerca de su nerviosismo y extraña actitud, una vez a bordo del auto que renté; en cambio, Kevin se apropió de mis mejillas y enseguida juntó su boca con la mía. En ese instante sentí una especie de electricidad nacer en mi vientre, se extendió a través de cada nervio.
Amparado por la oscuridad que el cristal polarizado proveía, cedí a su gesto y me permití embriagarme de él, de su esencia, me dejé arrastrar por ese placer que su experta boca sabía evocar.
Su mano derecha bajó a mi entrepierna y pude percibir su sonrisa contra mis labios al comprobar el estado en que me hallaba, pensé detenerlo cuando comenzó a abrirme la bragueta, pero cada sensación percibida, lo hizo imposible.
—Lamento haber estado distante —susurró contra mis labios mientras me masajeaba la ingle.
Ni siquiera fui consciente del instante en que su mano se había introducido dentro de mi ropa interior, pero allí estaba, frotando sin cesar. Aquel momento sentí distinto a cualquiera en toda mi vida y no era como que Mile no me produjo nada a lo largo de nuestro matrimonio, al contrario, solo ella conseguía aplacar en la alcoba aquel desbarajuste de sensaciones y deseos que con frecuencia llegué a tener con cada visita al gimnasio.
—Kevin, no…
Un suplicante susurro emergió de mi garganta cuál gemido cuando percibí sus labios entorno a mi pene y una vez más fui incapaz de detenerle, aunque todo dentro de mí gritaba: «para», era imposible, por primera vez hacía algo así con un hombre y el morbo aunado al calor, la succión o cada movimiento realizado, me llevaba a través de un abismo en caída libre y solo esperaba no acabar estrellado contra el fondo.
—Parece que interrumpo algo importante.
La voz de Oli sonó desde la puerta, produciéndome un respingo, así fui consciente del lugar en que me hallaba y por inercia crucé las piernas para ocultar una evidencia que ya de por sí el escritorio encubría. Alejé la vista de la pantalla al mismo tiempo que la apagué para observar a mi hijo, espantado; él lucía serio, quizás curioso o extrañado, me sentía tan nervioso por la repentina irrupción que era difícil leer lo que su rostro expresaba, pero fue como si hubiese sido capaz de descifrar mis cavilaciones. Sin embargo, en cuanto se soltó a reír, sentí un segundo soplo.
—Toqué, pero no escuchaste, papá.
—¿De verdad? —indagué realmente confundido porque quizás cuánto tiempo pasé perdido entre memorias que ni siquiera lo noté— Lo siento, hijo, me distraje.
—Esa sonrisa dice que nada tiene que ver con trabajo. —La ironía se hizo evidente en su voz y solo pude devolverle una nerviosa risita mientras tomaba asiento frente a mí—. ¿Acaso mi hermanita lleva la razón?
—Hijo, ¿cu-cuál es el interés de ustedes en emparejarme?
—Ninguno en específico, solo verte feliz. Papá, ya te sacrificaste bastante por nosotros, ¿habría algo malo en disfrutar la vida?
—¿Y qué les hace pensar que no lo hago?
—Bueno, últimamente, sí sé que no paras en casa, ¡eh! Cada vez que Martha contesta el teléfono me dice: «noooo, joven Oli, su papá no está, se fue en esa moto».
Aunque se me escapó una tonta risita por ese tono fino con el cual imitó a Martha, sus palabras me hicieron pensar, debía indagar cuánto y qué cosas podía conocer mi ama de llaves, aunque el par de veces que había llevado a Kevin a casa, lo hice durante los fines de semana que ella tiene libres, pero eso no quitaba que quizás pudo escuchar alguna conversación. No obstante, tenía a mi hijo en frente y debía centrar toda la atención en él, ya habría tiempo para investigar.
—Hablando con Mari caí en cuenta de que ella puede tener razón —añadió risueño.
Mi risa creció mientras negaba con la cabeza, mis hijos se habían puesto de acuerdo para sacarme información, una que en ese momento era imposible para mí concederles.
—Hijo, primero Mari; ahora, tú; ¿quién sigue? ¿Mike?
—Bueno, ya que lo mencionas…
Anonadado quedé en el momento que Oli colocó su celular sobre el escritorio y vi a mi hijo Mike en la pantalla con su guitarra; tras él, se encontraban Kay y Leo, parte de sus compañeros del equipo de natación y con quiénes integra un trio musical, quienes me saludaban con algarabía. Desvié la mirada por un momento hacia Oliver y él retornó una risita.
—No culpes al mensajero, Mari orquestó esto y luego abandonó la llamada para ir a clases, dijo que sería una conversación de hombres y que luego le pase el chisme.
Su risueño tono me provocó más pena, pero en definitiva, quise sepultarme cuando Kay, ese pequeño pelirrojo amigo de Mike y a quien deseé que sutilmente le cayera un piano sobre la cabeza, se soltó a cantar As long as You love me de los Backstreet boys y tanto mi hijo como el otro chico le siguieron la corriente. Oliver no dejaba de reír ya que hasta coreografía se armaron.
—Ya, ya, ya, estamos en horario laboral, hombre —interrumpí toda esa locura en el acto y los chicos no contuvieron la carcajada. Sin embargo, fue Kay quien replicó enseguida:
—¡Pero señor O! Solo le mostramos nuestro total y absoluto apoyo, también decirle que estamos disponibles para serenatas y cualquier locura de amor que se le…
—¡Cierra la boca, Kay! —lo interrumpió Mike en alto y con un empujón, luego devolvió la atención a la pantalla para hablarme— Pa, seguiremos el ensayo, no estoy para presionarte, solo quiero apoyarte. Si tiene razón Mari o no, no lo sé, pero mientras estés tranquilo y feliz, es más que suficiente para mí.
El intranquilo latir de mi corazón por un instante se relajó, me sentí aliviado ante las palabras de Mike y realmente deseé que mi otro par de hijos lo tomase de igual manera, me ponían los nervios de punta con tanta preguntadera.
Mi hijo se despidió de un guiño y una seña de rock and roll con su mano derecha, gesto que replicaron sus amigos. Cuando la llamada finalizó, Oli tomó su celular para guardarlo y compartimos una sonrisa.
—Apoyo la postura de Mike, pa, no creas que no. Solo que no puedo evitar preocuparme por ti y querer conocer a la persona que te tiene así de feliz, también darle mi aprobación o negación según sea el caso.
—¿Cuándo se invirtieron los papeles, eh? —pregunté con ironía y él liberó una risita baja— Estoy bien grande para tomar mis decisiones.
—Lo sé —replicó sonriente—, pero igual eres mi papá y quiero cuidarte.
Me erguí de mi sitio y fui con él a besarle la coronilla, cerré los ojos, estaba un poco frustrado. De verdad, deseé poder contarle en ese instante, pero al intentarlo, las palabras se quedaron trabadas en lo más profundo de mi garganta; ¿cómo decirle que siempre he sido homosexual? Y peor, que la persona con quien salía se trataba de un joven, apenas mayor que Mike.
Imposible, el miedo seguía allí, haciéndome sentir rodeado de barrotes, en una jaula de la cual solo Kevin tenía llave para liberarme. Cuando estaba en su compañía, el mundo se sentía distinto, el terror pasaba desapercibido porque él lograba espantarlo, resultaba extraño que en escasos meses, él, consiguiera hacerme sentir de tal manera.
Pensar en Kevin me provocó una sonrisa; sin embargo, no fui consciente de lo tenso que me hallaba hasta que Oliver lo mencionó:
—Papá, ¿estás bien? Pareces de piedra, ¿qué ocurre? —Sus palabras me sacaron de mis cavilaciones y rompí el abrazo para sentarme a su lado, el rostro de mi hijo mostraba extrañeza y preocupación—. Pa, ¿qué pasa? Te tiembla la mirada.
Sacudí la cabeza y extraje del bolsillo en mi pantalón un pañuelo de tela que enseguida me llevé al rostro, restregué mis ojos un rato y no me atreví a decir alguna palabra.
—Pa, lo siento, no quise presionarte y mis hermanos tampoco.
Guardé el pañuelo y le devolví una sonrisa a mi hijo al negar con la cabeza, lo último que quería era hacerlo sentir culpable por algo que solo se hallaba dentro de mí.
—Todo está bien, Oli, tranquilo y ya no insistan con esto, por favor.
Un sonoro suspiro abandonó mi garganta en el instante que Oli salió de la oficina, dejándome a solas. Una vez más la pregunta llegó a mi mente: ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que ese globo de secretos estallara delante de mí? No contaba con una respuesta. Me puse en pie y caminé hacia el pequeño balconcillo anexo, necesitaba un poco de aire fresco para intentar canalizar algo de calma.
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