Juntarse con los padres de Edward era un arma de doble filo para Patricio.
«¡Cero presiones el trasero del puto presidente!».
Los señores sí que sabían insultar al gobierno y empezaban a contaminar su léxico de princeso.
Finalmente había llegado el sábado, pero lejos de ser un día de descanso, terminó en el hospital jugando tetris mientras su mamá estaba enferma, sus dos amigos muriendo y la situación con su ex novio no hacía más que empeorar conforme pasaban los días.
—Este juego apesta. —Patricio arrojó su celular a la cama, estresado de ver tanto cubito.
Por otro lado, Edward parecía feliz de haber roto su récord cuatro veces, sin embargo tuvo que dejar su juego de lado tras ver a su amigo demasiado tenso.
—¿Te pasa algo, pato? —preguntó con una sonrisa cansada.
—Estoy algo cansado, nada importante. —Desde luego que mentía, pero no quería preocuparle en su estado.
Edward suspiró y sacudió la frazada sobre sus piernas, no le creía una sola palabra.
—Ya sabes que Pedro no puede venir a verme, está enfermo. Me he sentido algo decaído estos días, para animarme a veces me contaba sus desgracias porque sabe que soy un amante del dolor ajeno ¿Podrías hacer algo así por mi? —Con esas palabras, la cara agonizante y la sonrisa de psicópata podía causar muchas cosas, menos lástima.
Patricio intentó hacerle la ley del hielo, pero Edward jugó mejor su carta del enfermo con los tubos en la nariz y los ojos de cachorro. Estuvo a punto de no funcionar de no ser por los dolores de cabeza que le dieron después por andar de chistosito. Tuvo que venir una enfermera y todo solo para notar que había «olvidado» comer su desayuno otra vez.
—Duermo todo el día, se me van las horas y encima esto sabe a trasero —murmuró el enfermo mientras jugaba con la fría comida de su plato.
—Si no comes, trasero es lo último que te voy a dar a menos que te mueras antes. —Patricio estranguló una almohada dándole una mirada severa.
Edward le sacó la lengua y comió de mala gana bajo la vigilancia de su amigo.
«Pobre Pedro».
Pensó Patricio. Él moreno perezoso era quien lo cuidaba gran parte de la noche cuando sus padres no podían e incluso sentía que descuidaba su delicada salud en el proceso. Edward constantemente trataba de hacer que se preocupara más por sí mismo y aunque en aquel momento no lo parecía, el chico enfermo estaba muy decaído por el estado de su amigo.
«Y ahí va, otra preocupación más a la lista».
Patricio movió las piernas con nerviosismo y trataba de no darle vueltas al asunto, pero debía admitir que también le había agarrado algo de aprecio a Pedro. Además, cierta otra persona tampoco dejaba de venirle a la mente.
«¿Nicolás lo sabrá?, ¿por qué le guardas un secreto así a su mejor amigo?, ¿ya se te da al natural la actuación?»
—Bieén, te contaré lo que ocurre con mi vida, ¿por dónde empiezo? —Patricio frotó su rostro, inquieto.
Era mejor sacar todo para no caer en la locura. Edward sonrió, parecía más animado; devoró la comida a la velocidad de la luz y aplaudió emocionado sin siquiera notar que tenía rastros de cosa blanca en la cara.
Volviendo al pasado, todo había comenzado el día que la loca de la maestra Rigoberta organizó el trabajo en equipos. Llegó tarde y por eso fue emparejado de última opción con Nicolás, cosa que no le molestó demasiado pues gracias a eso no tuvo que soportar a Ariana ni a Drake. En su corto trayecto pudo sentir las miradas de la gente metida y oír algunos malos comentarios en voz baja, como si estuviera haciendo algo vergonzoso. Sus compañeros eran peor que las cucarachas.
Como si su excesiva atención no lo hubiese puesto ya de los nervios, Nicolás no paraba de mirarlo como si tuviera algo en el rostro. Incluso cuando parecía no prestar atención y estaba muriendo de sueño, Patricio podía percibir su mirada a la cual ya debería estar acostumbrado. No era la primera vez que lo notaba, tampoco le molestaba viniendo de él, sin embargo ese día en especial no quería dar lugar a especulaciones,
La conversación fue mejor de lo que podía esperar —omitiendo la parte donde por idiota decía ciertas cosas que no tenía el interés de contar—, al final acordaron que mito contar y quedo tan alivianado como para tener ánimos de conversar con el chico frente a él hasta que…
«¡Santo Martes!».
Tuvo que cortar la conversación cuando su madre lo bombardeó de mensajes y llamadas, lo cual no era una buena señal considerando que rara vez marcaba más de dos veces. Si era lo que suponía su último problema serían las clases por lo que a sabiendas de que probablemente no volvería, le dejó su número a Nicolás. Cuando tuvo su teléfono en las manos, no pudo evitar sonreír al notar que tenía de fondo de pantalla a la pantera rosa y los iconos de sus aplicaciones y wadgets decorados con personajes de anime conocidos. De haber estado en otro lugar y situación, probablemente habría preguntado si tenía algo más que recomendar.
«¿Guiño, corazón?, ¿eres una especie de romeo de quinta?».
Pensó Patricio a la vez que agendaba su número en el celular de Nicolás. No era su intención ponerse un nombre de contacto ridículo, solo trataba de no verse seco. Por más que le pesará a su perfeccionismo de imágen —como si de por si esa mañana no estuviera hecho un desastre—, lo dejó estar y huyó para contestar otra llamada de su madre.
—Te lo dije —murmuró la mujer apenas respondió la llamada—, debemos entregarla.
—¿Qué te enviaron ahora? —preguntó Patricio, caminando a lo largo de los pasillos.
Su madre le colgó y envió un archivo multimedia a su celular. Empezó a sudar a chorros, la portada borrosa del video sin descargar ya dejaba mucho a la imaginación. Miró a su alrededor con cautela y se metió a una de las aulas vacías para reproducirlo: se trataba de un paquete ya abierto con un ojo en su interior. Se puso frío del pánico y de un momento a otro el mundo le dio vueltas.
Lo más perturbador en si no era la parte humana sino la nota que acompañaba aquel terrorífico detalle.
«Abandoné antes de completar el rompecabezas».
Cerró el chat e ignoró las llamadas siguientes. En los siguientes minutos pudo sentir como el aula se cerraba cada vez más, sintió un fuerte ardor en el pecho y una sensación de desesperación inmovilizó todo su cuerpo.
«¡Reacciona!»
Se mordió el brazo con fuerza hasta que el dolor fue tal que lo devolvió unos segundos a la realidad. Tomó una bocanada de aire tras otra al mismo tiempo que sus ojos rebeldes liberaron las lágrimas contenidas en ellos, casi había olvidado como respirar.
«No te dejes intimidar por esas vulgaridades, ¡sobre tu cadáver se llevan la casa!».
Golpeó su cabeza contra su puño un par de veces, intentó recuperar la compostura como siempre lo hacía y salió corriendo de aquellas cuatro paredes. Una vez fuera, envió un mensaje casi como un instinto.
¿Puedes venir por mí? Te necesito.
El remitente no tardó en responder.
Llegó en cinco minutos.
Por más que quisiera creerlo, no tenía ningún control de la situación y era un muy mal momento para ponerse a pensar en lo que sea. La mente no le daba más que para reproducir una y otra vez aquel video espantoso en su cabeza. Antes de que pasaran los cinco minutos tuvo que correr al baño a vomitar.
***
Alpin y Patricio se mantuvieron en silencio todo el recorrido a su casa. El auto aún olía bien, pero el ambiente era de lo más incómodo, ninguno se dirigía la palabra o miraba más de lo necesario, solo se mantenían hipnotizados por el trayecto. Probablemente ese era el karma por dejar al pobre de Nicolás en silencio y abandonarlo en cada una de sus interacciones, en caso de que no, al menos ya lo entendía.
Para tratar de tomar un poco de control en la situación, intentó poner música en la radio y acabó inundando el auto de «Somebody that i used to know».
«Universo, cruel y despiadado hijo de…»
Alpin quitó la canción y el silencio se hizo aún más pesado. Patricio apartó la mirada, pero si no podía sentir vergüenza, entonces era turno de la angustia, se sentía como estar al borde de un precipicio y al frente tener gente apuntándole con armas.
«Habla con él, tarado. No puede ser peor que convertirte en queso o en una obra de arte moderna».
Luego de un largo tramo, llegaron a la zona residencial privada «Luna nueva»; llena de casas enormes y costosas con jardines inmensos; parques verdes y hermosos con áreas de juegos llenas de niños y peculiares fuentes; decoraciones elitistas y gente bien vestida caminando de un lado a otro. Cada espacio era gigantesco y la distancia entre cada uno de ellos era mucha, tanto como para tener que usar autos para movilizarse rápido.
Alpin vivía en la zona más alejada y si bien su casa no era tan imponente como otras, no tenía nada que envidiarles. Antes de llegar a su destino, el castaño detuvo el auto ante la mirada de desconcierto de Patricio.
—No te entiendo —dijo cruzado de brazos y con una fuerte seriedad.
Patricio dejó de mirar la carretera y le dirigió la mirada. Aquellos ojos azules tan profundos como el mar desnudaron su alma, de pronto toda la compostura que había guardado hasta ese momento se perdió. Quería contarlo todo.
—Soy estúpido —pensó en voz alta apretando el asiento con fuerza.
Su voz se destrozó, empezó a llorar y temblar como si estuviera de vuelta en preescolar. Alpin se quitó el cinturón y se acercó, pero Patricio interpuso sus manos antes de poder establecer contacto.
«Sálvate tú mismo, príncipe del barro».
—Pides que me vaya, pero eres el primero en acercarse, ¿qué es lo que quieres de mi? —interrogó con una mezcla de confusión y molestia.
Patricio se mordisqueó los labios, inquieto. Quería que dejará de verlo, sentía que en cualquier momento podría hacerlo flaquear, hacer que caiga en sus brazos y arruinar todo lo que había tardado años en ocultar.
—N-no lo sé —respondió el rubio saboreando su boca. Aún tenía el sabor de la menta de pasta que había tomado de su guantera.
Alpin tomó una bocanada de aire y exhaló, pasando una mano por cansado rostro.
—Duele la incertidumbre de que un día simplemente desaparezcas —murmuró con tristeza.
Patricio apretó su brazo, justo donde estaba marcada la mordida para que el dolor le diera fuerzas.
—Lo siento.
—La gente toma decisiones, ¿sabes? —continuó más irritado— Puedes elegir caer al abismo o avanzar, puedo elegir seguirte o dejarte a tu suerte y desde luego, también puedes tratar de impedir que lo haga.
Patricio se mantuvo en la misma posición, sollozando en voz baja. Alpin apretó sus puños y suspiró.
—Puedo vivir sin ti, pero no quiero. Estoy dispuesto a intentarlo otra vez, pero en serio necesito que seas honesto y que tomes una decisión por ti ¿Qué quieres hacer? —Su voz comenzó a flaquear y de un momento a otro parecía que podía romperse.
Patricio sintió su corazón agrietarse, lo estaba haciendo sufrir. No era su intención, sin embargo lo que quería no era algo que pudiera decir con facilidad y cumplir al día siguiente. Tenía obligaciones, problemas que nadie más que él podía cargar y muchos secretos, ¿cómo podría tener derecho a algo si era incapaz de manejar su vida? La gente merecía algo mejor.
«No quiero que me dejes».
—Pat… No puedes cargar con todo. —Una risa amarga salió de la boca de Alpin.
El dolor ya no era suficiente, su boca dejó de obedecer a su percepción de lo correcto y sentía la piel de sus brazos tensarse. Su mirada cristalina, sus palabras cargadas de dolor, la manera cálida en la que pese a todo le dedicaba esa sonrisa… Imaginar un mundo sin todo eso le generaba una sensación de inseguridad, no le gustaba.
—N-no quiero que te vayas —susurró mordiendo uno de sus dedos en un último intento de parar—, de verdad, te quiero cerca, pero tengo tanto, tanto… —Se sintió patético.
«No puedes salvar a nadie, ni siquiera de ti mismo».
La facera dura de Alpin se rompió tras oírlo y sus gestos se suavizaron conforme también empezó a llorar. De un momento a otro lo abrazaba y esa seguridad que su cuerpo pedía a gritos, al fin llegó.
Patricio inhalo el olor de su ropa, lo sujetó cada vez con más fuerza y acopló el sonido de los latidos acelerados de su corazón al suyo. Se sentía feliz y aterrado al mismo tiempo, sabía que pronto se arrepentiría pero no le pudo importar menos el asunto.
—Solo dame tiempo —rogó el rubio con temor, como si en cualquier momento el castaño fuera a esfumarse.
Alpin lo apretó con más fuerza, sacándole algo de aire. Liberó todo lo que llevaba conteniendo contra el cuello del rubio, mojándolo de lágrimas y ahogando sus sollozos en el mismo.
—Gracias —susurró en su oído, erizando su piel.
Patricio se sonrojó, estaba feliz porque no lo odiaba. Poco a poco, conforme dejaron de llorar como niños pequeños y el auto adoptó un clima de infierno, se separaron para retomar el camino, pero algo más los hizo esperar. Alpin pasó sus dedos por el rostro de Patricio y antes de que ninguno de los dos pudiera decir nada, terminaron besándose. El inicio fue tierno y suave, sin embargo conforme pasaban más segundos, aumentaba la intensidad y profundidad del mismo. Ahora que se tenían, querían devorarse.
Patricio sabía bien lo que quería, aunque nunca estaba seguro. En aquella tarde tampoco fue la excepción.
***
Alpin y Patricio se conocían desde niños y tenían una amistad bastante peculiar. Sus padres, los señores Rojas y Ramos, eran amigos de toda la vida. Carmen Vallarta le había presentado su esposa al ahora director. Su ya mujer, Vanesa Burak, venía de una familia adinerada y con ayuda de Pietro, pudo financiar su ambicioso proyecto: una red de cafeterías llamada «El buen Trago».
Prosperaron con rapidez y escalaron en la clase social con el debido anonimato pero usando el apellido Burak ante aquellos conocedores para poder tener algunos beneficios. Se dice que gracias a eso, el director del instituto Ramos cumplió su sueño de guiar a las futuras generaciones.
Pese a la importancia y ocupación de sus padres, el chico rubio y el castaño no perdieron contacto, ya sea mandando cartas o escapando juntos. Alpin era un chico bastante tímido, pequeño y dócil del cual la gente se podía aprovechar, pero Patricio siempre estaba ahí, siendo una buena conciencia, extrovertido, agresivo y protegiéndolo como si fuese su propia sangre. Cuando Pietro murió, el lazo flaqueó, pero nunca se rompió y en el momento que se volvieron a encontrar, muchos sentimientos despertaron en sus interiores llevando como resultado a la desastrosa actualidad.
—¡Cero presiones, bebé! —se burló Alpin desde el mar, gritándole a lo lejos.
Con solo tener los pies en la orilla estaba ya muerto del pánico. Patricio siempre terminaba metido en las peores situaciones por ser un impulsivo, como aquel día en su auto donde por no saber medirse, terminó llevando la situación a la casa de Alpin, lo cual concluyó en una tarde especial en su cama, pero también en una invitación de sus padres a un estúpido viaje que no supo rechazar. No era la primera vez que viajaba con ellos, sin embargo no consideraba que fuera el mejor momento para algo así. Por si no fuera ya suficiente, su impulsividad lo hizo caer en las provocaciones del ojiazul y había terminado teniendo que enfrentar a su mayor némesis, el mar.
«»Necesito tiempo», ¡uy si! Eres un mitómano de primera clase Patricio».
Los padres de Alpin se reían de la situación mientras tonteaban en otro lado de la playa de «Villa Hermosa», la zona turística que había reducido a cero la popularidad de su comunidad. Pietro Ramos se retorcería en la tumba si viera a su hijo estar corriendo como niña al mar de su competencia.
—¡Me lleva la…! —Patricio se abrazó a sí mismo. El mar estaba helado, olía a pescado y detestaba la desagradable sensación de arena, algas y piedras.
De las pocas razones por las que no volvía a la arena en ese mismo momento, era debido al sol insufrible que hacía que el suelo ardiera como si fuera carbón al rojo vivo.
—Tranquilo ¿Ves qué no era difícil? —Alpin se burló dándole un fuerte abrazo por la espalda cuando justo una ola llegó a ellos y casi los mata.
El agua sabía a muerte y casi se ahoga, al final salieron de ahí antes de que Patricio pudiera matar a alguien. Pese a casi morirse con él, Alpin no paró de reírse y abrazar al rubio por la espalda, para suerte del mismo, le estaba dando un calor placentero por lo que no lo apartó.
«Nunca más me dejó provocar por este tarado hijo de…».
Alpin y Patricio se tiraron debajo de una sombrilla con una manta en el suelo, posición en donde estaban al llegar. En ese momento, luego de algunos chistes y juegos, el castaño acercó su cara peligrosamente a la del ojiverde, poniéndolo alerta y expectante, pero no hizo nada. Lo único que recibió el rubio esa tarde fue un pellizco en el cachete.
—¿Esperas algo? —preguntó el de ojos azules chocando su aliento contra sus labios.
Patricio se quedó boquiabierto esperando algo que nunca llegó, para no pasar vergüenza trató de disimular la situación bostezando, no funcionó. La humillación empeoró cuando Alpin se carcajeó. Tenía la mente de un niño de tres años, inclusive se la había pasado el resto del día señalando personas y dándoles historias de origen —cosa que obviamente el rubio también jugó porque lo retó a que no podía hacerlo mejor—, pero pese a todo, se divirtió y se relajó todo lo que no había podido en meses.
Se sentía libre, feliz, sin deudas, sin amenazas, sin responsabilidades, en paz como hace hace mucho tiempo no lo era. Sabía que no iba a durar, pero no iba a pensar en eso, tampoco en las condiciones en las que estaba con Alpin. Aún con tanta diversión, sentía cierta preocupación por su madre, a quien hubiera llevado de no ser porque ella misma insistió en quedarse sola.
«En el peor de los casos ofreceré tus horribles pósters como ofrenda para sobrevivir».
Sabía que terminaría dando la casa si aquel era el caso, aunque al menos estaría viva. Cuando los días de viaje terminaron, acabó con la piel toda enrojecida a causa del sol y algo de dolor de garganta.
—Odio mi vida. —Se quejó Patricio de regreso a «Los Ramos».
Alpin lo había llevado al doctor y comprado medicina, también lo había consentido en exceso con masajes, abrazos, comida y hasta ropa nueva. Se sentía culpable por aceptar tanto, pero decirle que «no» solo lo habría hecho sentir mal.
—Luke, soy tu padre y así, o seaá. —De lo poco negativo era que Alpin lo remedaba cada que podía con la voz de Darth Vader.
«Al diablo, debí haber hecho sufrir a ese idiota».
Fue dejado cerca de la zona donde vivía por la señora Burak, al llegar no pudo evitar notar que había más maquinaria y humo cerca de su hogar, hecho que trato de ignorar. Lo que no pudo pasar por alto fue el silencio sepulcral tras entrar a su demarcada casona y la oscuridad que lo recibió apenas llegó.
—¿Carmen? Pagué la luz, ¿acaso la cortaron? —llamó a su madre y la empezó a buscar por toda la casa, difícil tarea considerando el tamaño de la misma.
Por poco asumía que se había ido y dejado la propiedad a su suerte, hasta que recordó no haber entrado a su habitación. Como la puerta siempre estaba cerrada, tuvo que usar la que siempre escondía en la maceta para emergencias y abrió la habitación, esperando poder encontrar a la mujer haciendo cualquier cosa digna de un reclamo, tristemente lo que descubrió fue incluso más desagradable. Su madre estaba inconsciente en el suelo, bañada en sudor, enrojecida y con una horrible fiebre. Quedó en shock unos momentos y para cuando reaccionó, la mujer había abierto ligeramente los ojos.
—¡Mamá! —La levantó del suelo como pudo y la llevó a su cama.
Patricio le tomó la temperatura, a su vez notó que la mujer también tenía el cuello inflamado y erupciones rojas en parte de la piel.
—No es nada, nada… —murmuró con pesadez.
—¿¡Nada!? —Patricio sintió la impotencia e ira recorrer sus venas— ¡Te estas muriendo! —gritó eufórico.
La mujer se enderezó con debilidad, viendo a su hijo con algo de vergüenza.
—¿Por qué no me llamaste? —preguntó el rubio apretando su mano con desesperación— Pudimos haber ido al hospital, si tan solo me decías…
—Estamos en la miseria, es normal que me arrastre consigo, ¿qué más podía…? —Ni siquiera podía hablar bien.
«Era tu responsabilidad».
Por más que quería azotar su cabeza contra la pared, gritar o escapar, no lo hizo, en su lugar intentó mostrarse inmutable y buscar una alternativa al problema que tenía enfrente.
«Sin dinero».
Pensó en el poco que estaba guardado en la caja fuerte de las joyas.
«O podrías pedir ayuda».
Fue corriendo al jardín seco de la casa, miró a sus alrededores con cautela para verificar que no hubiera nadie y pateó el piso cerca de unos arbustos hasta dar con un compartimiento oculto. Uso otra llave escondida en uno de los anillos que llevaba puesto ese día, después abrió la caja enterrada con su código de combinación y como última medida de seguridad, evitó tocar alguna de las cuatro paredes para no activar el extraño sistema de defensa que había creado. Tras obtener el dinero, devolvió todo a su lugar y lo contó, era muy poco.
«Sabemos quién tiene dinero».
Intentó adivinar cual era el hospital más barato que podía conseguir, subió a su madre a un taxi y se fueron. Ya tendría tiempo para pensar en cómo arreglar la situación precaria en donde estaban.
***
Fue estúpido por creer que podía librarse de sus problemas un par de días. Su ingenuidad había costado caro, su madre estaba enferma e internada en un hospital, una persona llegaba por partes a su casa y había agotado su reserva de dinero. El lado positivo era que su progenitora se veía mejor, inclusive hizo bromas bastante desagradables sobre sus clientes.
Sospechaba que era cosa del médicamento, eso también explicaría porque estaba tan cariñosa y comprensiva con él. Le daba escalofríos cada que decía que una vez curada sería una mejor madre y así. Por su salud mental huyó en busca de una bebida fuera del hospital, pero la señorita de recepción lo detuvo, indicando que habían dejado algo para él. La dedicatoria bastó para saber que era.
¿Cómo estuvo «Villa Hermosa»? He aquí un presente para recordarle sus obligaciones.
No se atrevió a abrirlo hasta que estuvo fuera del rango del hospital, esperó cualquier cosa macabra o perturbadora y se preparó para gritar, pero para su sorpresa el paquete estaba vacío.
«Un pequeño presente».
El presente era un supuesto día de paz sin partes humanas, aunque de manera irónica, solo provocaba el efecto contrario. Sintiéndose observado en las calles vacías, terminó visitando a Edward en otro hospital. Por suerte también había sido tratado en el hospital, para prevenir enfermar a su madre, siempre y cuando mantuviera distancia estaría bien, supuso que lo mismo aplicaría para su amigo por lo que trató de estar a una distancia moderada y se desinfecto bastante antes de entrar.
Toda esa situación había desencadenado en ellos, jugando Tetris y hablando de la vida de Patricio, quien había tenido que cambiar la parte de la mafia por los directivos escolares, su casa por la colegiatura y omitir varios detalles de su historia para no causarle un infarto al pobre Edward.
—Si necesitas ayuda siempre estoy aquí —sus palabras solo lo hicieron sentir más culpable por hacerle considerarlo—. No porque estoy postrado en una cama significa que no puedo.
Patricio suspiró con estrés, uno de sus grandes problemas era que todos querían ayudarlo. No deseaba deber nada a nadie y aunque esa no fuera la intención lo sentía así, tampoco podía aceptar las cosas sin pagarlas de vuelta, se sentía sucio. Era deberles o usarlos, no había punto intermedio para él y para eso, mejor no tener nada.
Antes de poder discutir algo del tema, dos presencias irrumpieron en la sala, habían llegado de visita sus padres. No se veían muy bien y pidieron un momento a solas con su hijo. Patricio les dio espacio y tras recibir un mensaje de su madre avisando que habían decidido dejarla internada por ese día, decidió ir a su casa a tomar un baño, pero otra vez el peso de una mirada detuvo su andar.
Intentó doblar en varias esquinas, pero la sensación no desaparecía, al contrario sentía que lo estaban siguiendo en medio de las calles casi desérticas. Paranoico, decidió ya no volver a su casa y fue en dirección al centro donde había un gran cúmulo de gente.
«Si fueran ellos no habrías llegado ni a la esquina, Patricio».
Sus pensamientos no pudieron ser menos acertados; justo cuando pasaba por su lugar de trabajo, observó a un hombre, cincuenta y tantos años, con cicatrices en la cara, un tatuaje raro en el cuello, cabello negro, chaqueta de cuero y un ojo blanco. Se habría reído en cualquier otro contexto debido a que parecía villano de caricatura, aunque el tremendo pistolon en su cintura lo hizo arrepentirse de inmediato.
«Mierda».
Entró a la cafetería aterrado, dentro sus ojos se encontraron con los de alguien conocido.
—Nico.
Nicolás alzó la mirada y lo vio de arriba a abajo. El moreno vestía una chamarra enorme, una camisa oscura, pantalonera floja y tenis blancos ya bastante sucios. Parecía estar algo frustrado y tenía los ojos enrojecidos, sin embargo al verlo había pasado lo de siempre, lo miraba como si hubiese algo interesante en su cara.
Antes de decir algo, Patricio miró en todas las direcciones y no fue hasta que se sentó delante suyo que la sensación de ser perseguido desapareció. Entonces fue el momento de meterse en el papel de siempre.
—¿Cómo has estado? —preguntó tratando de evadir el tema.
Nicolás frunció el ceño, Patrick se desconcertó ligeramente, rara vez podía verlo… ¿enojado?
—¿Por qué? —preguntó Nicolás con un hastío tremendo.
La información llegó a su cabeza tras esa pregunta, volvió a dejarlo colgado en una conversación y encima lo dejó solo en un trabajo en equipo por días. Sentía que estaba en su derecho dadas las circunstancias, sin embargo eso era algo que Nicolás no sabía por lo que asumió esa parte de la culpa.
—Lo siento —murmuró relamiendo sus labios ansioso y apenado.
Tenía sed, demasiada, al ver el café del de lentes no pudo evitar tomárselo de un sorbo, por suerte no le molestó, solo continuó mirándolo.
—¿A dónde te fuiste? Me dejaste solo con un proyecto de dos —reclamó Nicolás con severidad.
«Más bien a donde te quieres ir. Escuché de bonitas y baratas funerarias aquí cerca».
Patrick rascó su cuello y se dio aire con el menú al sentirse acalorado.
—Viaje familiar —dijo a medias.
No pareció ser la respuesta correcta, Nicolás parecía haberse molestado más. En ese momento que analizó su expresión, Patrick notó los arañazos en el rostro, algunos incluso aún tenían sangre. Instintivamente se acercó a él y acarició su rostro, sacándole un pequeño quejido.
—¿Estás bien? —preguntó preocupado.
Las menillas del moreno se tornaron carmesí y lo miró con timidez. En tan solo unos momentos su vulnerabilidad consiguió calentar su corazón.
«Lindo».
Al notar su incomodidad, se alejó rápidamente con los nervios revoloteando en su estómago. Otra vez había actuado de manera impulsiva.
«Deja de preocuparte por los demás. Ni cuidarte a ti mismo puedes».
—Perdón, es solo tu… cara. —Patrick señaló su rostro, Nicolás asintió apenado.
«Aunque si es algo lindo».
Se pellizcó, no era momento de divagar ni de bajar la guardia, se suponía que se estaba escondiendo.
—Ah, como decía, no podía negarme a ir, pero entiendo que debí buscar una manera de contactarte. Tristemente no tenía tu número —se balanceó en la silla, tratando de dar una mentira razonable y poder alargar la charla.
Nicolás pareció haberlo creído y relajó bastante su expresión de dureza.
—Lo siento mucho —dijo con una reverencia.
Patrick contuvo reír por la ternura que le causó el gesto y le dio una servilleta.
—Solo dame tu número, ya estoy aquí, no me volveré a ir en un rato —murmuró adolorido, el dolor de garganta había empezado a volverse molesto.
Nicolás sacó una pluma de un estuche con material de dibujo roto y anotó su celular. Patrick no pudo evitar pescar interés, de lo poco que conocía del moreno era que amaba dibujar, siempre lo veía haciendo algo distinto en clase y no parecía un chico descuidado. Concluyó en que algo del material dañado tenía qué ver con su irritabilidad, pero no tuvo el valor de sacar el tema a colación, haciendo que ambos quedaron en un silencio incómodo.
Si bien ya no se sentía perseguido, no tenía total seguridad, así como tampoco excusas para mantenerse en el local y temía que si no se iba pronto, Nicolás lo llenaría de interrogantes, poquito menos terrible aunque malo de igual forma, tendría que volver a dejarlo colgado.
«Que difícil es interactuar con él».
—Oye, Patrick.
Justo cuando Nicolás habló, un escalofrío recorrió su espalda y tensó sus músculos. Se giró a ver alarmado a la ventana.
«¿Cuánto lleva ahí?».
El hombre del ojo blanco lo veía con media sonrisa, como si lo hubiera hecho a propósito. Se levantó con rapidez, Nicolás lo observó confuso.
—¿Quieres salir un ratoó? —preguntó con una sonrisa falsa en automático.
«Oh si, arrastralo a esto, ¿ves cómo los necesitas?».
—¿Por qué no? —El de lentes aceptó sorpresicamemhe rápido.
De inmediato sintió que había tomado una mala decisión en cuanto aquel hombre entró por la puerta.
«Cero presiones, bebé. Algún día esa impulsividad te matará, se paciente».
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