V. Caos a la vista.
La semana de Nicolás no pudo ser menos caótica; empezaba a preguntarse si realmente hasta ese día su vida era muy aburrida o el caos había llegado demasiado lejos.
—Hola —saludó al rubio con una sonrisa nerviosa.
Patrick le devolvió el gesto con cansancio debido a su evidente falta de sueño y tomó asiento a su lado. El salón se mantuvo bullicioso en lo que el resto de estudiantes buscaban a su respectiva pareja de equipo, pero ni todo el ruido del mundo pudo eliminar su silencio. No había otro modo de estar, si bien a Nicolás le alegraba tener otra oportunidad para estar con su amado luego del terrible cierre del día anterior, se sentía aún algo saturado por todas las emociones de la mañana y muy en el fondo sólo podía anhelar el dulce alivio de la muerte.
—¿Estás bien? —La voz de Patrick devolvió su mente a la realidad.
Se había quedado en blanco de un momento a otro, tanto que su compañero se veía algo preocupado. Nicolás se miró disimuladamente en el reflejo de una de las ventanas y se sorprendió a sí mismo, parecía que podía morir de un infarto en cualquier momento. Avergonzado, volvió a sonreír del mejor modo que pudo y trató de evitar el tema.
—Bueno… relatos, leyendas, mitos o moralejas. Eso es lo que busca la maestra Rigoberta ¿Alguna vez has leído algo así? —titubeó un poco al mismo tiempo que jugaba con sus dedos sobre la mesa.
Patrick no rechistó o dijo algo por haber ignorado su pregunta, lo cual lo tranquilizó un poco.
—No soy mucho de leer, lo más cercano fue el principito y fue más obligación que otra cosa —respondió el ojiverde sacudiendo las manos en el aire.
Nicolás frunció el ceño, estaba casi seguro de que estaba mintiendo. Cuando el tarado de Drake y la fastidiosa de Ariana no estaban, a veces lo veía irse a leer algún libro en la biblioteca. El más reciente había sido «Cementerio de animales».
«Buen trabajo, acosador».
Silenció a su mente dándose un pellizco y decidió dejar ir el asunto.
—Bueno, tengo varias ideas: medusa, atlas, la caja de pandora. Quizás deberíamos buscar en el libro y elegir lo que más nos parezca ¿En serio no conoces nada qué nos ayude? —Intentó ayudarlo a recordar.
Patrick se quedó pensando un buen rato y Nicolás aprovechó el par de minutos para ver en la otra esquina del aula a sus amigos. María estaba sacudiendo a Pedro —quien luchaba por hacerse el dormido—, ver su mini pelea le hizo pensar en muchas posibilidades: Su interés romántico y su amigo habían llegado tarde al mismo tiempo, hechos un desastre y con una vibra muy extraña. No era demasiado, pero sumado a todo lo extraño que había rodeado al rubio los últimos dos días, era suficiente para que su cabeza no parase de formular preguntas.
—Conozco los contextos de algunos, aunque ninguno me llama mucho la atención. —Otra vez la voz dulzona del chico frente a él desvió su atención—. Si tuviera que elegir algo… —agregó en voz baja, como si le diera vergüenza.
La emoción en su voz no pasó desapercibida para Nicolás, quien se vio inmediatamente interesado por su reacción.
—¿Cuál? —preguntó impaciente.
—Narciso —respondió como si no quisiera que lo escucharan—. Mi padre me lo contó un par de veces y asií —la lengua de Patrick se deslizó con torpeza.
Nicolás soltó una sonrisa a medias, Patrick estaba más abierto que de costumbre por el cansancio y podía aprovechar algo como eso. Respecto a la historia de Narciso, no era su favorita, pero debía admitir que era una buena elección.
«Hay inspiración de sobra».
Pensó al ver a Ariana, dando un discurso a un compañero que casi rayaba en la frase: «El pobre es pobre porque quiere». Nicolás le dio una mirada crítica que Patrick notó, pero lejos de molestarse le causó gracia.
—Pero debe ser un mensaje distinto, ¿no? —preguntó observando en la misma dirección que Nicolás.
El muchacho asintió y al sentirse descubierto, cambió la dirección de sus ojos. Dentro de sí, Patrick también sentía algo de vergüenza por tener de compañía a una cabeza hueca como Ariana.
—Sí, ¿alguna idea? —Nicolás se quitó los lentes y los talló con el borde de su camisa, tratando de continuar con lo suyo.
—Pues ya sugerí la historia, no sé qué otra cosa podría aportar. —Alzó los hombros.
Trabajar en equipo con Patrick no podía ser cosa sencilla, eso se veía a simple vista, pero Nicolás no iba a rendirse. Por más tonterías que hiciera de ahora en adelante, tendría una excusa para volverlo a intentar. Ahora eran un equipo y el rubio ya no podía simplemente huir.
—Si te es muy difícil por ahora podemos… —El sonido de un celular interrumpió sus palabras.
Patrick se sobresaltó, solo para darse cuenta de que el sonido provenía de su bolsillo.
—Necesito atender esta llamada —murmuró con una palidez que no era normal.
Nicolás no tuvo tiempo de ver la pantalla para saber de quién se trataba, pues en un giro total de acontecimientos le arrancaron el teléfono. No tuvo tiempo de procesar nada, Patrick tecleó la pantalla de su celular como si fuese el suyo de toda la vida y su poca fuerza de voluntad le impidió hacer algo más que quedarse atónito.
—Te he dejado mi número, busca en tus contactos. —Tras eso, se despidió de él con monotonía, le arrojó de vuelta su teléfono y nuevamente huyó.
—¡Okey! —gritó, aunque ya no podía escucharlo.
Los del salón lo miraron raro y se pusieron a murmurar, como si hubiesen estado pendientes a su conversación. María lo observó con una expresión de sermón, cruzada de brazos. Nicolás agachó la cabeza avergonzado, clavándose las uñas en el pantalón.
«Pues sí pudo huir y no dijiste ni pío».
El calor se le subió a la cabeza y bufó. Le parecía un mal chiste, ninguna de sus conversaciones duraba ni diez minutos. Intentó animarse, no lanzar tanto odio a su estúpido cerebro por estar tan dañado y pensar que cuando Patrick regresará, podría volver a tratar. Para su desgracia, él no regresó.
***
La gente de Los Ramos siempre había sido extraña, pero no de un día a otro, como era el caso. Nicolás tenía la conspiranoica teoría de que todos se habían puesto de acuerdo para romper el locometro solo para molestarlo, pues no le encontraba otra explicación racional a lo que vivió los días siguientes. El mismo día que Patrick se esfumó, Pedro le siguió la corriente sin dar la más mínima explicación. Sus padres le dijeron —al igual que a María— que se trataba de un asunto médico, pero poco o nada sabían acerca de eso porque también desaparecieron de su casa.
Por si no fuera suficiente, su hogar también desprendía una vibra extraña y estresante. Los cobradores de su madre habían desaparecido, su padre venía casi todos los días a su casa y parecía pasarla bien con Ian. No había más peleas entre su madre y él, por el contrario, con Nicolás sí que sucedían, ya sea por el carácter de su progenitora o por evitar todo contacto con su marido.
—¡Debes aprender a perdonar!, ¡madura! —le gritaba la lunática entre llanto—. ¡Lo único fuera de lugar aquí eres tú!
Y así empezaba a creerlo, como si fuera un invasor en su hogar, por eso se hizo más responsable por el negocio de su madre —el cual había dejado de necesitar de manera misteriosa—. Se hizo cargo en las mañanas del local y saliendo de la escuela, se encargaba de hacer y enviar pedidos hasta que todos se quedarán dormidos para poder hacer su tarea. Era su único modo de sentir algo de control en el desastre que se había vuelto su vida.
También volvió a percibir cosas que pensaba haber dejado atrás hace años: dolores de cabeza, malestar en el pecho, dificultad para respirar y la sensación de ser aplastado por su propio estrés. La culpa era otra sensación que apuñalaba su corazón cada que hacía pasar a Ian por otra pelea innecesaria. Intentaba evitarlo, pero cada que escuchaba a su mamá hablar del hombre que les destruyó la vida con tanta pasión y pedir que compartiera el sentimiento, simplemente se desconectaba.
—No comparto tu sadomasoquismo. —Era la clase de comentarios con los que hacía estallar al volcán.
Mientras tanto, su papá no le dirigía la palabra y siempre pasaba de largo de él. Lo ponía nervioso, alerta, como si en cualquier segundo fuera a actuar y destrozar su alma en mil pedazos. Quizás lo estaba castigando de una manera enfermiza, pero si no era el caso, no quería ni imaginar cuando se atreviera a intentarlo.
«Basta ya».
Mojó su rostro en el lavabo de la cocina. Era sábado, no había más pedidos y su mamá estaba trabajando en el local por su cuenta. No quería que en una de esas su padre visitará la casa y quedarse a solas con él, así que como todo hombre maduro y racional, huyó de sus problemas.
—Mis papás adoran tenerte aquí Nico, ¿pero era necesario traer a Ian? —preguntó María a su lado, aún con la ropa para dormir puesta.
Nicolás secó su rostro con una servilleta y se asomó por la puerta para ver al niño. Su hermano estaba en la sala, jugando un videojuego en la consola de su amiga y muriendo en el modo fácil tantas veces que le dio pena. Peor aún, era un juego de hornear pizzas, les hacía sentir muy decepcionados.
—No porque no tengas rojo en la ropa significa que el toro no vaya a atacarte —respondió el chico poniéndose de vuelta los lentes.
La casa de María era un pequeño departamento de renta, ubicado en un edificio angosto cerca del barrio más cercano a la playa y a la salida de la ciudad. Su hogar tenía una decoración bastante sencilla, lleno de imágenes familiares, pinturas genéricas e imágenes de Jesucristo; por el contrario, su habitación era un paraíso rosa del amor y los sueños que le daban ganas de vomitar cada que entraba, lo más irónico era que todo su closet destilada oscuridad. El detalle que verdaderamente le gustaba del entorno era el aire acondicionado, se sentía bien no sudar a chorros, beber dos litros de agua cada treinta minutos o bañarse seis veces al día.
—No me molesta tenerlos, pero mis padres no lo verán normal. Mamá ya piensa que nos traemos algo y hasta quiere invitarte a cenar —murmuró la joven haciendo un puchero y abrazando su pijama de gato—. Ni que me gustaran tan gays, no jodas.
Nicolás no encontró nada para rebatir la última parte. María se desplomó en el suelo, abrazando sus piernas, algo parecía molestarle.
—Si quieres me voy —Nicolás se sentó a su lado, imitó su posición y escuchó como su hermano decía nueve groserías que no sabía que existían tras volver a perder en el juego.
—No eres tú, es Pedro. Sigue sin atender mis llamadas y empieza a preocuparme; le pregunté a sus vecinos por él, me dijeron que sus padres van de ida y vuelta al hospital pero más allá de eso, nada. —Se quejó cabizbaja—. Encima el muy tarado me debe dinero.
Nicolás asintió y palmeó su cabeza para después darle un pequeño abrazo. Estaba más preocupada de lo que aparentaba, él estaba igual, casi le daba un infarto cuando vio un lado fúnebre en el perfil de uno de sus familiares. Por suerte o desgracia, era para otra persona.
—Cambiemos de tema, ¿cómo está el rubio menemista? Quiero decir, la luz de tus ojos —se burló dándole un pequeño codazo— ¿Ya apareció o aún espanta niños en el parque?
Patrick a diferencia de Pedro, estaba desaparecido casi del todo. Su única señal de vida era el «En línea» de su chat, tampoco ayudaba mucho que Nicolás no se atreviera a enviar un mensaje, por más ansias que tuviera de hablar con él o más atrasados que fueran en su proyecto.
—No me importa —mintió descaradamente.
—¿El rubio menemista no es el de los cuadros qué escondes en la madera del cuarto? —Nicolás se atraganto con su saliva al ser delatado por Ian, quien pasaba por un vaso de agua.
María abrió los párpados con amplitud y se carcajeó. Su hermano luego de hacer arder el mundo, se retiró a lo suyo como de costumbre.
—Ese niño es el diablo —se quejó Nicolás con un leve sonrojo en el rostro.
—Quien sea que vea tus retratos pensará que enloqueciste o eres una especie de Joe Goldberg —María picó sus costillas con gracia.
Nicolás giró los ojos tratando de apartarla. En los cuatro días que el rubio no había dado señales de vida, había tratado de estar enojado con él por abandonarlo otra vez y de paso dejarlo tirado con su proyecto, sin embargo conseguía el efecto contrario al tenerlo tanto tiempo en la cabeza y terminó haciendo más retratos extraños a plena madrugada. Tampoco todo fue acerca suyo, le hizo algo a Pedro también, por si sobrevivía.
«Horrible elección de palabras».
Pensar tanta estupidez le hacía agradecer a su falta de carácter para decirlas en voz alta.
—Bueno, mis papás ya piensan cosas peores desde la vez que intenté hacer una escena de «The Walking Dead» a los ocho años —rascó su nuca incómodo.
María lo pateó, Nicolás soltó un leve quejido y acarició su pierna.
—Chico, necesitas mandar a la mierda a Patroclo, es obvio que se burla de ti y quiere que le hagas el proyecto de gratis —dijo con el asco y desprecio marcado en la voz.
Hubiese discutido con ella, pero entendía un poco su actitud. Debido al justificante de faltas por salud de Pedro, la maestra decidió no ponerle presión y la puso a trabajar en el equipo de Drake y Ariana, quienes no eran precisamente buenos compañeros. La pobre María casi había perdido la cabeza al ver que esos dos eran incapaces de siquiera escribir «vaca» con la letra correcta y al sospechar que lo hacían a propósito, casi los decapita con las tijeras.
—Bueno… Tampoco le he dicho nada, en parte es mi culpa, ¿no? —Nicolás jugueteó con sus dedos, tratando de no tentar su suerte tocando el tema.
—No puedes estar toda tu vida jugando al niño bueno, un día no estaré y te romperán el trasero. —Lo regañó para después liberar un gran suspiro.
María también parecía estar preocupada por él. Nicolás podía ser bueno con las palabras, las críticas y uno que otro insulto, pero siempre había sido incapaz de defenderse por su cuenta. A causa del bullying había sido cambiado varias veces de primaria e incluso tuvo que cursar la secundaria en línea, pero lejos de ayudar, solo empeoró su problema para socializar. En los últimos tres años su orgullo y capacidad de mandar a la mierda a alguien se estaban esfumando, haciendo que el asunto de Patrick fuera cada vez más inestable.
La prueba era ese momento, Nicolás no paraba de pensar en si había podido pasarle algo al ojiverde sin dar cabida a otra posibilidad más decepcionante.
—¡Oye!, ¿¡qué haces!? —Debido a no prestar atención a su entorno, María le había quitado el teléfono.
La chica buscó algo en la lista de contactos de celular y antes de que pudiera abalanzarse sobre ella para quitárselo, se levantó del suelo con un gesto de asco.
—¿Pat, guiño, corazón?, ¿por qué lo tienes agregado así? —Nicolás también se levantó y forcejeó con ella, cayendo ambos al suelo, pero consiguiendo quitarle el aparato.
Era la señal del universo para ponerle contraseña a su teléfono y no ser tan confianzudo.
—¿Les traigo hielo? —preguntó Ian volviendo a la cocina, sin siquiera dignarse a mirarlos y jugando ahora con su celular.
María, se lo quitó de encima, sofocada. Nicolás acarició su sien y contuvo una enorme sonrisa, Patrick se había agregado a sí mismo de esa manera tan extraña y le había parecido lindo. Una vez se recuperó del golpe, suspiró con pena al notar que su amiga tenía razón al decir que le faltaba carácter.
Antes de que la chica pudiera matarlo por tirarla al suelo, le llegó un mensaje y puso cara de asco.
—Drake quiere hablar de nuestro proyecto —apretó tan fuerte el dispositivo que parecía que iba a romperlo.
Por el bien de Ian y el suyo, decidió que era momento de irse. Ya habían pasado mucho rato en casa de su amiga y su papá seguramente estaba a esa hora en el trabajo, por lo que ya no había tanto riesgo.
«Aún no».
Una sensación de incertidumbre abrazó su cuerpo, pero decidió ignorarla y abandonó la casa con una rápida despedida. Otro importante detalle negativo a contar sobre la zona residencial de María, además del horrible calor y olor a pescado, eran los autos y gente sospechosa que ahí se asentaban. Por suerte lo reconocían, sin embargo sus miradas siempre lo ponían de los nervios y por eso debían regresar casi corriendo a su casa.
—Odio volver a pie —se quejó Ian— ¿Las ventas no van bien? Desearía un taxi.
Nicolás lo miró tratando de no agitarse mientras el sol quemaba su piel y respondió un seco «Todo va bien» aunque verdaderamente no sabía la situación. Hasta hace días habría dicho que seguían igual de jodidos, pero de un momento a otro estaban obteniendo bastantes ingresos, eso según palabras de su madre. Todo iba tan «excelente» que incluso le permitía tomar parte de las ganancias para él. Pese a eso no tomó nada ni tampoco quiso confiarse en sus palabras, era demasiada tranquilidad y hasta no estar seguro de que demonios pasaba con su economía, no bajaría la guardia.
—¿Crees qué mamá se moleste por qué nos fuimos? —preguntó Ian, nervioso.
Nicolás le revolvió el cabello para después darle un zape, el mocoso le respondió con un empujón y le hizo reír. La preocupación le desapareció de la cara a su hermano, pero Nicolás no corrió con la misma suerte.
—Si se molesta ya veré como le hago —respondió y luego de varios minutos casi trotando, llegaron a la parada.
—Nunca se calma —insistió agitado— Ahora que papá está aquí ustedes dos pelean más.
El sonido del autobús inundó sus oídos, Nicolás se quedó estático, sintiendo el remordimiento pesar en su espalda y ciertos recuerdos apuñalar su corazón.
—Los adultos pelean a veces, no te preocupes.
—Es fácil decirlo —respondió cortante.
Nicolás intentó decir algo más para hacerlo sentir bien, pero en cuanto el camión se detuvo, Ian huyó dentro de él.
«Igual a él, ¿no?»
Contuvo una arcada mientras pagaba el pasaje. Él no era igual a su padre.
***
Nicolás se arrepentía profundamente de no haber permanecido en su casa, pues desde que llegó y vio el camión de mudanza fuera de la misma, supo que algo terrible había ocurrido en su ausencia.
—¿¡Le diste las llaves de la casa!? —preguntó exaltado a través de la llamada.
Al mismo tiempo que mantenía una discusión telefónica con su madre, hombres extraños depositaban muebles en el interior de su hogar.
—¿Qué esperabas? —respondió la mujer, molesta—. Volvemos a ser una familia.
Sintió arcadas y un ardor recorrerle todo el cuerpo al oír esa palabra la cual le hacía querer gritar, golpear algo, arrojar su celular a través de una ventana; pero en lugar de eso solo colgó la llamada. Tomó un vaso de agua para calmarse, aunque apenas podía sostener debido al temblor de su cuerpo, hecho comprensible puesto que el monstruo había vuelto.
—¡Nicolás! —Ian llegó corriendo junto a él, preocupado—. Papá está en el ático.
Sus palabras fueron como adrenalina en su sistema y preso del pánico en tan solo unos segundos, corrió en la dirección indicada sin importarle nada más. Llegó justo cuando un hombre de ropa deportiva iba saliendo y al tenerlo de frente, el sujeto lo observó con una expresión indescriptible. Nicolás quedó paralizado y apretó con fuerza los puños y la mandíbula.
—Hijo, ¿qué tal? —saludó su padre con diversión mientras se tronaba los dedos.
Nicolás se mantuvo firme ante su mirada y trató de disimular su forzada respiración.
«¡Ten carácter!».
—¿Qué estabas haciendo en el ático? —Con todas sus fuerzas forzó su boca a formular palabras.
Su padre ladeó la cabeza y lo ojeó de arriba a abajo. Aquellos ojos grises parecían perforar el alma de Nicolás, buscando cualquier signo de debilidad para atacar. Su cuerpo le pedía a gritos huir, casi podía sentir las cicatrices de su espalda arder como la primera vez, sin embargo parecía haber perdido toda capacidad de moverse de un momento a otro.
—¿Así me saludas luego de andar dándotelas de digno toda la semana? —El asqueroso hedor a whisky y la violencia en su voz no pasó desapercibida para Nicolás, quien tuvo que retroceder—. Se educado, salúdame como se debe y quizás responda tus preguntas —sugirió rascando su barba mal cortada.
Nicolás intentó hablar, pero la vista se le nubló y de pronto sintió haberse quedado mudo.
«No puedo hacerlo».
Negó e intentó pasar de él para ir al ático, pero un fuerte empujón hizo que cayera al suelo de espaldas. La madera contra su cabeza lo dejó en blanco unos momentos y poco después el dolor de su pecho superó al de su cráneo.
—Te dije que saludes como se debe, maleducado. —Su padre se inclinó hacía él—. Todavía que me echas y no te exijo la disculpa que merezco, eres capaz de faltarme el respeto así. —Sujetó sin cuidado su mandíbula y acercó su cara a la suya.
Al tener a la bestia de frente, los ojos de Nicolás se le inundaron de lágrimas al mismo tiempo que la boca le temblaba en un tic nervioso. No quería derrumbarse y alimentar su ego, pero lo estaba superando, se sentía muy atemorizado, furioso e impotente.
¿Qué más podía hacer? No quería que Ian fuera testigo de como destrozaba su cara de un puñetazo o hacía nuevas marcas en su piel, por lo que solo le quedó tragar su poco orgullo y obedecer.
—B-bienvenido de vuelta señor. —Aquel saludó hizo arder su paladar.
Su padre bufó sonriente, parecía satisfecho. Pasaron un par de minutos en silencio y justo cuando Nicolás pensó que sería libre, el agarre en su quijada se intensificó.
—¡Au!
—Escúchame mocoso de mierda, volví para quedarme, ¿si? Te vuelves a meter conmigo y te mato —espetó contra su rostro. Nicolás empezó a perder la respiración—, ¿entendiste?
El moreno asintió adolorido y una vez hecho eso, el hombre se fue triunfante. Nicolás se quedó tirado unos momentos y cuando ya no pudo oír sus pasos, liberó sollozos mudos hasta que al fin pudo liberar el llanto. La sensación de ahogo era tan intensa que en su desesperación, arañó su cara hasta sacarse sangre.
«Cobarde».
Le ardía el rostro, todo le daba vueltas y sentía que en cualquier momento podía perder la consciencia. Cuando solo quedaron los latidos de su corazón y su cuerpo acalambrado, se arrastró hasta las escaleras del ático. No podía dejar que alguien lo viera así.
Lamentablemente, eligió el peor lugar a donde ir. Uno de sus rincones privados, donde las pinturas y dibujos que había hecho hace algunos años se preservaban, estaba completamente destruido. Era como si un animal salvaje lo hubiese hecho: hojas rotas por doquier, marcas de pisadas, pintura derramada y materiales importantes completamente destrozados.
«Cerdo».
Otra vez sintió el peso de su miseria incrustarse debajo de su piel. Se arañó brazos y piernas tratando de sacárselo.
«¿¡Por qué no hiciste nada!?».
Fue una tarde bastante larga.
***
Nicolás amaba dibujar desde que era un niño, los paisajes no eran lo suyo, pero le iba mejor plasmando personas, momentos o cosas más abstractas, por ejemplo: A la edad de ocho años, había hecho a crayola varios dibujos de su visita al zoológico, como cuando una jirafa intentó comerse su helado; también pintó con acuarelas una foto suya y de Ian cuando este era un recién nacido, tras haber perdido la foto original; incluso a veces dibujaba a lápiz a su madre en esos momentos de paz cuando era buena con él; los más extraños eran aquellas imágenes grotescas que hacía y decoraba de manera muy alegre, como las cicatrices en su espalda o los peluches de anime favoritos que su mamá destripaba con un cuchillo cuando se portaba mal.
Hasta al anillo más desgastado se le puede sacar algo de oro, esa era una frase dicha por su abuelo con la que vivía su día a día y plasmaba en sus dibujos. Todo puede ser mejor y siempre hay una luz en la oscuridad, ese era el mensaje de su arte, aunque en ese momento, era como si todo se le hubiera oscurecido de repente. Habían machacado su vida, su felicidad y su tiempo en un solo día, lo poco que lo motivaba a vivir estaba destruido.
Intentó rescatar lo más posible de sus cosas, pero la mayoría fue a la basura. Con algunas partes de hoja visibles, intentó recrear el resto de ilustraciones, pero no tuvo éxito. Al menos sus trabajos más recientes estaban a salvo, escondidos en un compartimento de su habitación y con llave.
«Vaya mierda».
Arrancó otra hoja de uno de sus cuadernos y la guardó en su chamarra tras haber vuelto a fallar en su réplica. No tenía el suficiente material, el ambiente tampoco lo motivaba a pensar una solución. Tomó un largo trago a su café con pesar e hizo una mueca de asco.
«¿Por qué a la gente le encanta esta bazofia?».
Se preguntó viendo con recelo la bebida que si bien lo ayudaba a sobrevivir por las noches, le tenía un odio intenso. Luego de evitar volarse los sesos, Nicolás huyó a una cafetería, pero no cualquiera, terminó yendo a «El Buen Trago» —decisión que tomó claramente sin pensar—. Por suerte, Patrick y Alpin no atendían ese día ni esa hora, pues habría sido vergonzoso que lo vieran con ese aspecto. De por sí la gente ya lo miraba raro por cargar con tantas hojas desperdigadas, llevar la chamarra con capucha puesta, una caja sospechosa con todos sus materiales y la cara toda arañada.
«Odio esto».
Nicolás puso en una hoja en blanco una mitad de dibujo antiguo, se trataba de un retrato mal hecho de él mismo en su habitación, luego de haber conseguido echar a la bestia de su casa. Hasta había adornado los moretones de su cara con florecitas, no sentía la capacidad de hacerlo otra vez.
Justo después de dar otro asqueroso trago al café, un delicioso aroma familiar lo invadió y una voz peculiar erizo su piel.
—Nico. —Patrick lo llamó.
Nicolás alzó la mirada y lo vio de arriba a abajo. Vestía ropa informal, una pantalonera oscura, tenis sucios y una camisa blanca remangada hasta los antebrazos. Su piel estaba enrojecida y se veía algo desaliñado, aquel estilo tan fresco lo dejó sin palabras.
Antes de poder decir algo, Patrick giró a ver a todas direcciones en estado alerta y luego como si nada, se sentó en su mesa.
—¿Cómo has estado? —Su voz se escuchó ronca, como si estuviera enfermo.
Por primera vez reaccionó, ya no estaba lo suficientemente embobado como para no sentirse molesto. Había desaparecido cinco días y lo único que decía era…
—¿Por qué? —preguntó con un hastío tremendo y totalmente confundido.
Patrick lo miró fijamente con esa mirada verdosa e indescifrable.
—Lo siento —murmuró tomando el resto del café de Nicolás de un sorbo.
El de lentes no le reclamó y aprovechó su distracción para ver con más claridad las ojeras de sus ojos, peores que la última vez. Irónicamente, se sintió mal por sentirse bien de que alguien compartiera su miseria.
—¿A dónde te fuiste? Me dejaste solo con un proyecto de dos —reclamó Nicolás con una decente severidad.
Patrick rascó su cuello y se dio aire con el menú de la mesa.
—Viaje familiar. —Fue lo único que dijo.
Por un momento de verdad pudo haberle llamado detestable. Nicolás no pudo evitar imaginarlo vacacionando a lo grande con sus miles de dólares y sintió rabia al pensar que incluso sus padres debían ser maravillosos. Iba a decir algo, iba en serio esa vez, pero el embrujo volvió cuando Patrick se le acercó de repente y acarició su rostro. Dolió, pero el contacto consiguió enfriarlo y generarle calma.
—¿Estás bien? —preguntó relamiendo sus labios con preocupación.
«Lindo».
Su voz, su ropa, sus gestos, su tacto, todo se acumuló y volvió a caer. Se alejó en cuanto su temperatura corporal empezó a subir, Patrick también tomó distancia en cuanto vio su incomodidad, también algo sonrojado.
—Perdón, es solo tu… cara. —señaló su rostro.
Nicolás asintió apenado. Ya ni siquiera podía estar molesto en paz.
«Maldito y sensual Patrick».
—Ah, como decía, no podía negarme a ir, pero entiendo que debí buscar una manera de contactarte. Tristemente no tenía tu número —continuó la explicación mientras se balanceaba en la silla.
Nicolás se sintió el mayor estúpido del mundo, todo por no tener el valor de enviar un puto mensaje.
—Lo siento mucho —dijo con una reverencia.
Patrick negó sonriendo ligeramente y le dio una servilleta.
—Solo dame tu número, ya estoy aquí, no me volveré a ir en un rato —murmuró adolorido, pues la garganta parecía estarlo matando.
El corazón de Nicolás parecía una bomba, tantas emociones lo terminarían por matar. Para no dar más vueltas, tomó una de las plumas que se salvaron de su estuche y anotó su celular para después dárselo a Patrick. Ambos quedaron en un silencio incómodo, Nicolás tenía miles de preguntas que su cerebro saturado no le permitía procesar, aún así la más importante logró asomarse con claridad en su mente.
«¿Por qué está aquí?»
No parecía estar en horario laboral, tampoco se iba de su mesa, entonces…
—Oye, Patrick.
De pronto, el rubio pareció ver algo a través de una ventana y palideció. Como si su día no pudiera ser más extraño, palabras imposibles para su realidad salieron de su boca.
—¿Quieres salir un ratoó? —preguntó Patrick con la sonrisa más falsa posible.
La normalidad no volvería por mucho tiempo en su vida y un gran caos se veía a la lejanía, amenazando con quemar los restos de su dañada alma. Pese a saberlo dentro de sí, su petición no hizo más que intensificar las ganas de arder con él.
—¿Por qué no? —Aceptó.
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