Sarah miraba fijamente al cielo cuando Day subió los escalones y avanzó hasta el columpio. Caleb estaba profundamente dormido a un lado y estaba cubierto con una manta muy calentita. Sarah tenía los pies bajo sus muslos, por la forma en la que se encontraba, podía decirse que estaba rezando.
—¿Tienes mucho esperándome? —preguntó Day.
—¡Oh! —dijo su amiga sorprendida, no la había escuchado llegar—. No, nada. ¿Cómo fue todo?
—Pues…
—¿No me digas que…?
—Leonard está a salvo —contestó Day—. Pero…
—¿Está bien? ¿Dónde está ahora?
—Leonard no es el mismo, como tú dijiste. No tiene alas y parece tan perdido, tan vacío. No me reconoció. —Giró su cabeza hacia otra dirección para que Sarah no viera que estaba a punto de llorar—. Él ahora está en buenas manos, Dios lo cuidará.
Ambas se quedaron en silencio y vieron cómo muy alto en el cielo pasaban unos aviones, seguramente iban a descargar sus bombas en algún lugar un poco más lejano. Todo había pasado tan rápido, la guerra, la epidemia, las muertes… ¿En cuánto tiempo tardarían en matar a todos los civiles del mundo? Y, después de eso, ¿qué? ¿Se matarían entre ellos y al final los sobrevivientes morirían a causa del virus? A Day le daba una profunda tristeza pensar en todo eso, el fin del mundo ¡wow! Se oía tan increíble, tan irreal…
Pero sabía que era cierto y que ella y los que estaban ahora en el bosque serían salvados para algo en específico. Algo que aún no sabía muy bien en qué consistía.
—Dios lo cuidará… —repitió Sarah.
—Day, es hora de dormir —se escuchó la voz de Trent desde el interior de la cabaña.
—Yo…
—Day —la interrumpió Sarah—, acabas de salir a ayudarme con Caleb. El tiempo no ha avanzado.
—¿Qué quieres decir?
—El tiempo en el infierno es diferente, puedes pasar años ahí dentro cuando en realidad aquí son unos días.
—Por eso Leonard había olvidado todo, por eso no me reconoció.
—Bueno, sí. Pero también fue porque en el infierno olvidas todo rápidamente.
Day miró a su amiga y asintió en silencio. Ahora lo comprendía todo y en cierto modo ya no le preocupaba mucho. Sabía que él no la había olvidado por falta de amor, sino por el castigo que le había sido impuesto en ese terrible lugar.
—Buenas noches, Day.
—¿Sarah?
—¿Sí?
—¿Qué pasará con Leonard? Me refiero a… De ahora en adelante, ¿qué pasará con él?
—Me parece que nada, no creo que vuelva a ser él mismo —contestó Sarah y Day se dirigió a la cabaña.
Trent estaba esperando a Day en la recámara, Lily ya estaba profundamente dormida y él leía un libro con la luz de una lámpara.
—Extraño la tecnología —dijo él y Day supo que él solo quería romper el hielo.
—¿No has traído tu celular y tu computadora portátil?
—Sí, lo he hecho, pero no hay red. No vale la pena utilizar electricidad en cargarlos si no se puede hacer nada en ellos.
—Tienes razón.
A eso le siguió un silencio incómodo. Day no sabía qué hacer, pero supuso que debía acostarse del lado que estaba libre de la cama. Entró al baño y se puso un camisón de dormir, al salir tomó el libro que aún no podía terminar y se acomodó en la cama a leer. Después de unos veinte minutos, Trent dejó su libro sobre la mesita de noche y Day tragó saliva.
—Sé que no piensas en mí así —dijo él recalcando la palabra así—, sé que nos tomará mucho tiempo para comenzar nuestra relación y te puedo decir que seré muy paciente. Quiero que seamos una familia llena de amor, y si me tengo que esperar un tiempo para lograr eso, estoy dispuesto.
—Gracias, Trent. Lo aprecio mucho.
Y seguido de esas palabras, apagaron las luces y se quedaron profundamente dormidos. O al menos Day así lo hizo.
Al día siguiente, Day se levantó con una terrible depresión. No supo si había soñado algo triste o era simplemente por todo lo que estaban viviendo que se despertara con ese humor. Solo se despertó y se quedó acostada un buen rato, agradeció que Trent se hubiera levantado antes de que ella abriera los ojos, así que no tenía por qué dar explicaciones.
Se quedó despierta mirando hacia afuera por la ventana que estaba en la habitación, el día estaba muy nublado y no se podía evitar sentir tristeza. Comenzaba a creer que en el bosque nunca hacía calor, pues en cualquier época del año que estuvieran, los días eran muy frescos.
Su depresión se debía al hecho de saber, o suponer, que sus padres estaban muertos. Se preguntaba una y otra vez, ¿por qué no había ido a salvarlos? ¿Por qué, si ella tenía los medios para hacerlo, no lo había hecho? Solo tenía que sacar sus alas y volar hasta su casa. Ella podía. Sabía que podía, entonces, ¿por qué no lo había hecho?
Los pensamientos se le empezaron a acumular en la mente, a estos se le fueron uniendo los recuerdos que tenía de ellos e, irremediablemente, comenzó a llorar.
Sus padres, que habían hecho todo por ella, que habían tratado de protegerla al máximo para que no sufriera, que soportaron todo el dolor tantos años, ellos ya no estaban, estaban muertos. ¿Estarían en ese momento con Dios? ¿Podría ser que algún día los volviera a ver?
Cada minuto que pasaba, Day se iba sintiendo más y más débil. No solo ellos estaban muertos, también lo estaban muchas personas más, de hecho, quizá todos en su ciudad, ¿y ella? Ella estaba muy bien, gracias. Rio con ese último pensamiento y enseguida se puso a llorar amargamente de nuevo.
Recordó el día que cumplió siete años y su mamá la vistió de ángel con unas hermosas alas blancas y un vestido del mismo color. Sus padres estaban orgullosísimos de tener una hija tan hermosa y ella estaba feliz de que sus padres la consintieran tanto.
—¿No te sientes bien? —preguntó Sarah mientras abría muy poco la puerta de la recámara.
—No, estoy un poco… —comenzó a buscar un pretexto, pero su amiga se coló hasta su cama.
—Es el embarazo, no te preocupes.
—¿Tú crees?
—Lo sé, yo lo viví.
Sarah se metió debajo de las colchas y abrazó a Day por la espalda. Se sentía bien ser tan amigas de nuevo, como cuando iban juntas a la escuela y compartían todo.
—Tú y Trent… —dijo Sarah—. ¿Tuvieron dulces sueños?
—Sí, solo sueños.
—No te preocupes, Day. Yo estoy contigo. Siempre. Tú y yo somos amigas, no, amigas no, somos hermanas y nunca te voy a abandonar.
Por un momento se sintió segura y aunque el mundo se estuviera acabando, supo que al menos ellos estaban a salvo y Leonard había sido rescatado.
—Mis padres están bien —dijo para sí misma—. Ellos, estén vivos o estén… Ellos están bien.
—Como dijo Nietzche, Day: Aquellas experiencias que no nos destruyen, nos vuelven más fuertes. Tú ya eres una guerrera. Literalmente.
—Lo soy —dijo Day decidida y se levantó.
Los días pasaron y todos se fueron acostumbrando a su nueva vida. Trent encontró material de carpintería y se puso a trabajar en cosas realmente inútiles solo para matar el tiempo, Sarah comenzó a trabajar en un huerto y Day todos los días se iba a practicar con su espada, sabía que necesitaba práctica pues, aunque ya la hubiera usado, eso no le quitaba el hecho de que jamás hubiera tomado lecciones de esgrima ni nada similar.
Pronto los días comenzaron a hacerse semanas y Sarah decidió mudarse a otra cabaña junto con Caleb, decía que ya no quería estorbar y prefería estar sola con su hijo.
—No es tuya, Sarah.
—No es de nadie, Day. Tienes qué comenzar a creer que, para este tiempo, el mundo ya debe ser de nosotros solamente.
—No digas eso, Sarah. No porque hayamos tenido la oportunidad de sobrevivir a esto, quiere decir que seamos los dueños de todo. Las cosas no nos pertenecen.
—No nos pertenecen, pero si necesitamos algo y lo podemos usar, lo usaremos. Así que me voy a la cabaña que está más allá de la de Sam y Nelly.
—Ella tiene razón —interrumpió Trent—, no nos vamos a limitar solo porque las cosas tienen dueño. Ahora ya no existe eso, nadie va a reclamarlas.
—Está bien —dijo Day vencida sabiendo que Trent deseaba un poco de privacidad entre él y ella—, ustedes ganan.
De esa manera, Sarah tomó sus cosas, algunos víveres, a su hijo y se fue a vivir lejos de la nueva familia de su amiga. Desde ese momento las cosas comenzaron a cambiar aún más, ahora Day y Trent no solo compartían un compromiso, sino que además ya comenzaban a vivir como pareja y la pequeña Lily se había ganado su propia recámara dejándolos solos.
No era que Day ya no pensara en Leonard, para nada, se acordaba de él cada noche, incluso durante el día solía mirar al cielo y preguntarse qué estaría haciendo él, deseaba saber si ya se habría recuperado o si ya había recobrado la memoria. Pero sabía que él ya no era ni ángel ni mucho menos humano, así que no tenía posibilidades de volver a la tierra, por lo tanto, ella debía seguir su vida, después ya vendría otra y otra, hasta que se volvieran a encontrar.
Ahora estaba con Trent y, en cierto sentido, le gustaba la idea; Trent era divertido, amable, un caballero, buen papá y excelente ¿novio? No podía referirse a él como esposo pues obviamente no se habían casado, pero ya vivían como marido y mujer y la etiqueta de novios se le hacía muy infantil para lo que estaban viviendo.
—Nuestra hija se parecerá a ti —le dijo Trent una mañana mientras le acariciaba la barriga que ya había crecido bastante.
Day se quedó en silencio, ¿qué esperaba? ¿Que dijera “tu hija”? Se suponía que estaban juntos para poderles dar una familia a las dos pequeñas, así que sonrió amablemente.
—¿Eso crees?
—Sí, claro —contestó él—, Lily se parece a mí, ella se debe parecer a ti… A todo esto, no hemos pensado en un nombre.
—Ya lo hice —dijo Day y se sonrojó—, quiero ponerle Nicole, Nikki, como Nick. Él me salvó la vida y yo se lo quiero agradecer de esa manera.
—Me parece un nombre hermoso, buena decisión.
Trent era muy amoroso, pero sabía ponerse límites para no abrumar a Day, le demostraba su amor con pequeñas frases o incluso abrazos espontáneos, quería decirle que él estaba para ella siempre, pero no se lo decía directamente y eso era algo que ella agradecía. No quería verse en la necesidad de decirle que lo amaba sin sentirlo completamente.
El tiempo siguió pasando, Sam y Nelly los visitaban todos los días a la hora de la cena, y Sarah, aunque a veces se quedaba todo el día, otros no iba para nada. Day comenzó a verla diferente, algo triste. Se daba cuenta que miraba mucho al cielo y pudo suponer que extrañaba a ese ángel de traje negro que un día la salvó, el padre de Caleb.
No quería ser impertinente para preguntarle algo de eso, así que solo se quedaba callada y trataba de hacer cosas para que se le olvidara un poco. El pequeño ya estaba creciendo mucho y cuando menos se lo esperaban, el bosque estaría lleno de niños.
—Ya no aguanto más —llegó diciendo Sarah un día y aventó sus cosas al suelo—. Siento que me asfixio aquí, no sé qué voy a hacer.
—¿Cómo te vas a asfixiar aquí? ¡Es un bosque!
—Ya no aguanto, no hay nada.
—¿Extrañas a…?
—Sí, extraño mucho a Caleb —dijo rendida—, y no sé por qué no ha venido a vernos en estos seis meses.
—Recuerda que estamos en lugar sagrado y él… bueno, él quizá no puede entrar.
—No creo que sea por eso, él no es un demonio. Ese día sí pudo entrar, ¿recuerdas? —Day no había pensado en eso y se quedó en silencio—. ¿Estás nerviosa porque ya pronto nacerá tu hija? —preguntó Sarah.
—Mucho, Sam me ha estado revisando y dice que todo va muy bien, pero aun así me da miedo tener a mi hija aquí en medio de la nada.
—¿Sabes qué estaba pensando? Es tiempo de que vayan por más víveres, ¿no crees?
—¿Y si le pasa algo a Sam en el camino? No quiero ser egoísta, pero él es lo más parecido que tenemos a un doctor aquí.
—Tienes razón. Entonces, en ese caso iremos Trent y yo.
No quiso contradecirla ni decirle nada pues así era su amiga de terca, cuando se le metía algo a la mente no había poder humano ni divino que la hiciera olvidarse de eso.
—Está bien, habla con Trent, entre Sam, Nelly y yo cuidaremos a los niños.
Tocó su gran estómago y de nuevo pensó en Leonard. “Si estuvieras aquí todo sería tan distinto”, pensó, pero se alejó esos pensamientos de inmediato. Ya no quería pensar en él, ya quería ser libre de Leonard, aunque lo siguiera amando con todo el corazón.
El día acordado pidieron la ayuda de Nick y de las luciérnagas para que Trent y Sarah se fueran a algún pueblo a conseguir gasolina y víveres. Todavía tenían cosas en el sótano y en las cabañas, pero les daba miedo que les faltara medicamento para cuando Day tuviera a su bebé, así que ese era el principal motivo por el cual se estaban arriesgando a salir.
Day se quedó sola con los vecinos y entre los tres cuidaron de Lily y al pequeño Caleb. Sam era enfermero, así que tenía mucha paciencia con los niños y Nelly, además de ser una mujer muy tranquila, era muy buena educadora. Insistía en enseñarle a contar a Lily, aun cuando ella ni siquiera hablaba.
—Todo esto es muy bueno —dijo Nelly de pronto—. Nos está pasando un milagro. Debemos agradecer por todo.
—¿Son muy creyentes? Me refiero a… religiosos —preguntó Day.
—No lo éramos antes, pero ahora con todas estas cosas, nuestras ideas han cambiado. Sam y yo hemos platicado mucho sobre todo esto. ¿Por qué tuvimos que venir a este bosque cuando supimos que las cosas andaban mal? Debe haber una razón, ¿no crees, Day?
—Podría ser…
—No, no podría ser. Estoy segura que nuestra misión divina, o como le llamen, es algo referente a este lugar y estamos muy dispuestos a llevarla a cabo.
Day se quedó pensando, ¿en realidad todos estaban ahí por algo? O ¿había sido una gran casualidad que todos se fueran ahí a vivir sin saber que era un lugar sagrado?
—¿Sabes qué he pensado, Day? —interrumpió Sam que había estado paseando a Caleb—. Que tienes que empezar a hacer ejercicios para el parto.
—¿Cómo se hace eso y para qué es? —preguntó asustada.
—Es para que cuando sea la hora de que tu pequeña nazca, tu cuerpo ya esté preparado. No sé mucho, pero puedo intentarlo y enseñarte.
—¿Cuándo tenemos que comenzar?
—Hoy mismo, mujer. Pronto nacerá, ¿cuánto tienes? ¿7 meses?
—Casi 8 —contestó Day, había estado llevando la cuenta día con día, le daba un poco de miedo todo eso referente al parto.
—Sí, sí. Cuando tomen la siesta los niños comenzaremos, no tienes tiempo que perder.
Podía darse cuenta que Sam estaba muy entusiasmado con la idea y eso la hacía sentir incluso más miedo, ¿y si era el primer parto que fuera a atender y por eso estaba tan emocionado? Ella sabía que tenía que controlar esos nervios, sabía que el estrés no le haría nada de bien al bebé y podía salir algo mal.
Siguieron platicando de otras cosas y jugando con los niños, de rato, cuando los dos se quedaron dormidos casi al mismo tiempo, Day y Sam comenzaron con algunos ejercicios ligeros mientras Nelly preparaba los alimentos. En la noche, antes de irse a dormir, regresaron Trent y Sarah y todos se pusieron muy felices ya que, inconscientemente, habían estado esperando lo peor.
—¡Gracias a Dios regresamos! —gritó Sarah nerviosa y corrió a ver a su hijo.
—¿Qué le pasa? —le preguntó Day a Trent mientras comenzaban a bajar todo.
—Viene asustada, solo eso. Pensábamos que ya no regresaríamos.
—¿Cómo está todo allá afuera? —preguntó Day y Trent se quedó callado mientras su mirada se fue vagando lejos, como recordando algo.
—No existe palabra para describir todo.
Se quedaron callados ante tales palabras, Sam y Nelly se habían acercado para ayudar con las cosas cuando escucharon eso. Sarah había entrado en la cabaña y ya no había salido de nuevo. Day no quiso molestarla, esperaría un tiempo para hablar con ella.
—Supongo que han visto películas sobre el fin del mundo, sobre zombis o cosas así… Bueno, así está allá afuera. Ahora que entramos al bosque, fue como cambiar de película completamente. Estamos en el paraíso, chicos. En verdad, no se compara nada con lo que hay allá afuera.
—¿Qué pudieron conseguir? —preguntó Sam para cambiar un poco de tema.
—Llenamos el tanque de gasolina y trajimos unos galones extras. Entramos a una farmacia y agarramos todo lo que pudimos, son aquellas bolsas de allá. Fuimos a un supermercado y nos cansamos de meter tantas latas y paquetes de galletas, como pañales y otras cosas. No había mucho, pero aun así pudimos surtirnos un poco.
—¿Papel de baño? —preguntó Nelly y todos se rieron.
—Sí, sí. Todo el que encontramos. A Sarah se le ocurrió una idea, llegamos a una tienda de telas y trajo un montón de ellas junto con hilos, agujas y otras cosas. Espero que alguien sepa hacer ropa porque…
—Yo sé —dijo Nelly.
—Yo también —habló Day—, aunque nada más lo básico.
—Muy bien —dijo Trent—, entonces fue buena idea la de Sarah. Quién sabe cuánto tiempo estaremos aquí y en determinado momento necesitaremos ropa nueva.
—Y los niños más, ellos crecen muy rápido.
Terminaron de bajar las cosas y cada quién se fue a su cabaña, Sarah no quiso hablar con nadie y Trent se fue directo a ver a Lily que estaba a punto de caer en un profundo sueño.
Day aprovechó para hacerse una taza de chocolate caliente y sentarse en el columpio de afuera para admirar las luciérnagas. En un segundo aparecieron Nick, Matthias y Shirley cerca de ella.
—¿Cómo están las cosas allá afuera, Nick?
—¿Realmente quieres saberlo?
—No, la verdad no. Prefiero vivir en la ignorancia.
Se quedaron en silencio y los tres se acercaron a ella. Se veían preocupados.
—Las cosas están cambiando, Day —dijo Matthias.
—¿Más? ¿A qué te refieres?
Pero Matthias no contestó, se acercó a la barandilla y miró al cielo. Shirley se sentó al lado de Day y posó una mano sobre su vientre. De inmediato el bebé comenzó a moverse.
—Está inquieta —susurró Day.
—Todos estamos inquietos —contestó Shirley.
—Mira a las luciérnagas —ordenó Nick.
Day se levantó del columpio y dejó a un lado su taza intacta con el chocolate aún humeando. Se acomodó el chal que llevaba sobre sus hombros y se asomó al cielo. Las luciérnagas llenaban el cielo, estaban por todas partes y se movían de un lado a otro. Era como decían, estaban muy inquietas.
—No lo sabemos con exactitud, pero sabemos que algo está cambiando. Lo podemos sentir, hay algo en el ambiente.
Day se quedó callada y los miró en silencio, dentro de su vientre su bebé se revolvía más y más. Algo estaba pasando.
—Aún falta tiempo para que nazca, unas semanas más —dijo para sí misma.
—Tenemos que estar prevenidos, no te alejes de la cabaña en las próximas semanas —dijo Nick.
—¿Qué crees que pueda pasar? Estamos protegidos.
—Creo que están planeando entrar.
—No podrán, Nick. Estamos muy bien protegidos, es lugar sagrado, ¿lo recuerdas?
—Creo que es lo que sigue en esta guerra —dijo ignorándola—, destruirte a ti y a los que viven en el bosque. Antes de ir directamente al cielo a acabar con todos los ángeles. Creo que encontrarán una entrada.
—¿Quieres decir que…? —Day quiso preguntar si eran los únicos que quedaban en el planeta, le parecía algo totalmente ilógico, pero aun así no pudo completar la pregunta.
—Me parece que sí. Creo que la guerra y las enfermedades han terminado con toda vida humana, animal y vegetal en el mundo.
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