—Pobrecito mi Rey —lo llamó por su nombre de luchador — debió ser muy, muy fuerte el dolor que sentiste, ¿verdad, pedacito de cielo?.
—Espantoso —reconoció reviviendo el momento.
Miranda sonrió y caminó hacia la puerta.
—¿Me acompañas? —inquirió con voz neutra.
El corazón de Roman latía tan de prisa que creyó que sufriría un infarto. ¿Cómo era posible que esa maravillosa mujer se estuviera preocupando tanto por su salud cuando él fue tan miserable? Miranda Cross era un ángel sin alas. Merecía ir al cielo por tanta bondad. Contuvo una sonrisa y la siguió.
Roman la miró dirigirse al interior de la casa, entraron por la puerta trasera.
—Miranda, el dolor que siento no se compara con el daño que te hice —dijo siguiéndola.
—Dolor el que tengo en este momento y ya tome medciamento hace media hora. Aun asi, apenas soporto la gastritis —respondió andando despacio. Se agachó a recoger un bat de béisbol, que había en el suelo y una pelota de softbol —al menos ya podia agacharse.
Roman admiró su belleza, en esa enorme camiseta y las hermosas piernas que tanto extrañaba.
—¿Tienes gastritis? —inquirió viéndola tocarse la barriga con la mano que empuñaba la pelota.
Miranda se quejó, exagerando.
—Parezco un globo —contestó volteando a mirarlo.
Ella lo recorrió y un brillo en sus ojos le recordó aquellas veces en que cruzaban ideas pervertidas por su mente. Sin embargo, un escalofrío sacudió la espalda del hombre cuando la vio acercarse muy despacio.
—¿Y a ti, te duelen mucho las costillas? —su voz sonó tan dulzona como el gesto de su hermosa cara.
—No tanto como a ti lo que te hice —señaló arrepentido, bajando ligeramente la cabeza—. Por favor, Miranda, perdóname.
—¿De verdad, cariño? —dijo con ternura exagerada.
Roman dejó de respirar. Su cuerpo ansiaba estrecharla, fundirla en él y olvidar los momentos tan desagradables que vivieron por su causa y su maldito arrebato. Levantó una mano hacia su barbilla. Acarició su piel con la punta de los dedos.
Miranda cerró los ojos cuando le besó la frente y se quedó allí. Puso sus manos en la cadera masculina y aspiró profundo, sintiendo la rabia emerger de sus entrañas hasta nublar su cabeza. Enseguida, dejo escapar un gruñido salvaje y le pegó con la bola empuñada en un costado, con tanto odio que lo escuchó quejarse.
Miranda retrocedió un paso y se llevó las manos a la boca, sin soltar el bat, ni la pelota.
—¡Perdón! —exclamó fingiendo sorpresa, viéndolo tocarse la costilla—. ¡Roman, lo siento tanto! —aseguró soltando los brazos. El hombre tenía unas gotas de sudor en la frente.
—Lo merezco, no te preocupes… Entiendo…
—¿De verdad? —inquirió y se le acercó otra vez.
Roman asintió. Miranda hizo un puchero de ternura.
—Dios, eres tan considerado. Haces que me arrepienta cad vez mas.
Roman por fin se calmó. De repente recibió una ráfaga de golpes en ambos costados, con la pelota y el bat, que hasta Petrov, el amigo de su padre en sus mejores tiempos, habría deseado tener, lo atacó sin piedad y a una velocidad envidiable.
Roman cayó de rodillas ante ella, doblado por el intenso dolor, al grado de que los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Ay cielo mío, lo hice otra vez —agregó con una ingenuidad cargada de malicia que resultó diabólica. Soltó la pelota y empuñó el bat con ambas manos.
—¡Miranda! —gritó Roman al verla levantar el bat y recibir en la muñeca herida un golpe certero. Era la muñeca o su cabeza—. ¡Mierda! ¡Maldición! —siguió soltando toda clase de improperios que liberaran su dolor.
—¡Ay Roman, no fue mi intención hacerte daño! —gruñó haciéndolo consciente de que sus palabras disculpándose no serían suficientes para curar sus heridas emocionales.
La miró volver a tomar el bat con ambas manos, Miranda lo vio tan llena de rabia, que el hombre tan solo cerro los ojos, sintiendose merecedor de su justicia. Estaba llena de coraje e iba a asestarle un gran golpe en la cabeza cuando alcanzó a ver a Josh acercándose.
Maldijo en voz baja con todo ese florido lenguaje que Roman ya le conocía: un gran repertorio de sandeces mejor que el suyo y luego, soltó el arma mortal. El bat cayó ante sus ojos, pero ella se llevó las manos al estómago.
—Miranda —musitó preocupado.
—¡Vete Roman, no me interesa oírte!
—Perdóname, mi amor —suplicó y tomó el bat para lanzarlo lejos por seguridad.
—¡No soy tu amor! —vio que Josh se alejaba de la puerta con su hermanito en brazos. Empezó a sudar frío y a sentir un intenso dolor abdominal. Tenía que ir a tomar otra pastilla. Maldijo en voz baja dirigiendo sus pasos hacia la cocina, donde pasó por el comedor, ese lugar donde casi fue violentada por el hombre que estaba a sus espaldas. Gruñó más fuerte. Lo insultó llegando a un cajón cerca de la estufa y sacó un frasco. Sentía que temblaba, éso era más fuerte del que tuvo la última vez. Supuso que era por la tensión que estaba sintiendo.
—No creo el cuento de tu ex marido —dijo de repente Roman detrás de ella, causando que tirara el frasco —. No te creo. Sé que lo usaste como pretexto para que me aleje, quiero saber ¿por qué?
—¡No seas tonto! —gritó ansiosa —. ¡Vete de mi casa! ¡Nuestra aventura terminó! ¿Que no lo entiendes?
Gritó con dolor y Roman se asustó. Buscó el frasco en el suelo y lo levantó. Lo abrió con prisa, sacó una pastilla y se la entregó. Luego tomó un vaso con agua que Miranda bebió de prisa.
Roman le quitó el vaso y la llevo a sentarse, pero Miranda no quiso hacerlo.
—Te llevaré al hospital.
—No, déjame, tengo demasiado dolor. No es tan terrible como parece —dijo respirando con problemas —, solo necesito descansar, ir a mi habitación…
—Te ves muy mal.
—¡Ya tomé la puta pastilla, ya se me pasará y estaré mejor cuando te largues!
—¡Maldita sea, Miranda!
—¡Mejor usa esos brazos de niña y llévame a mi habitación!
Les avisó a sus sobrinos que tomaría un descanso y no quería interrupciones. Ninguno comentó nada. Se veían preocupados.
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