Hizo calor el desde el día anterior así que decidió levantarse temprano para inflar la alberca grande y llenarla de agua. Mientras la manguera hacía su trabajo, se acercó por primera vez al jardín que compartía con la casa de Roman. Escuchó varias voces del otro lado de la cerca y creyó que los trabajadores habían regresado.

—No quiero que toquen el jardín —oyó claramente la voz del hombre que la lastimó y el instinto de protegerse la llevó a ser sentarse en el suelo de grava.

—¿Para qué quieres esas flores? Se quita la mitad y listo.

—Claro que no. Prefiero que se mantengan a la vista. Quizás ponerle un cerco pequeño.

—Veo que te has molestado en cuidarlas… —notó la presencia de un rociador automático.

—No tanto como ella, pero es lo menos que puedo hacer — comentó con pesar, haciéndola estremecer.

—Lo que me gusta de tu situación actual es que por fin la belleza de Valerie se fue de tu vida. Y que por fin aceptaste que no era tu novia.

—Si lo fue —respondió y Miranda hizo una mueca.

—Por favor Roman. En esa relación apenas la viste cuando mucho nueve veces en cuatro meses. Es ridículo.

—Su trabajo y el mío no coincidían.

—Y lo más ridículo es que aun así llegaste a proponerle matrimonio. ¡Qué idiota!

—No abuses Mitch.

—Soy tu hermano, puedo hacerlo. ¡Y vaya que viste de cerca la muerte porque ni siquiera te acostaste con ella para que valiera la pena!

—Sabes que no soy un chico fácil —bromeó Roman dibujando otra mueca sarcástica en el rostro de Miranda, quién comenzó a sentir que las piedritas le clavan en las nalgas —excepto con ella —miró hacia su casa —. Además, sabes que después de mi accidente estuve muchos meses inactivo.

—Valerie es bonita, pero muy presumida. Los viejitos la odiaron.

—Miranda en cambio…

—Te cambió por su ex.

—Pienso que sólo fue un pretexto.

—¿Todavía la extrañas? —inquirió Miguel y la chica dejó de oír todo, excepto lo que Roman iba a decir.

—Se acabó, si usó a su esposo como excusa, es porque no me consideró a su altura. Le serví para la cama, pero no para su vida —dijo dolido.

—Ahora si hubiera conocido tu oscuro origen, imagínate.

—¿Lo de oscuro lo dices por mi color? —inquirió recordándole a Mitchell su piel morena.

—Así es, mi querido hermano.

—Tú tampoco eres Blanca Nieves —inició Roman una vieja discusión entre hermanos que los puso a reír un buen rato mientras recorrían la casa.

Sus sobrinos chapoteaban alegremente en el patio trasero y Miranda recordaba las palabras de Roman. Al parecer tenía problemas de seguridad que consideraba un tanto infantiles. No era la única vez que le había externado esa inseguridad. ¿Cómo podía un hombre tan atractivo considerarse inferior? ¿Sería cierto lo que su hermano comentó acerca de que tenía un pasado oscuro? ¿Qué quiso decir con eso? No lo imaginaba de delincuente, pues sabía que toda su juventud temprana, desde los quince años, había comenzado a prepararse para luchar y ser como su padre.

Recordó que cuando conoció a Víctor Watson, le sorprendió que fuera tan blanco y sobre todo que no encontró en Roman ningún rasgo suyo. ¿Sería acaso que Víctor no era su padre? ¿Sería ése el secreto? Ésa mañana lo vio trabajar en la casa. Era fin de semana y no había trabajadores. Se veía pensativo y por momentos molesto.

Miranda recorrió su cuerpo. Cerró los ojos un instante. Ese cuerpo que tanto amo y la hizo tocar las estrellas también la había lastimado.

—Buenas tardes —saludó de nuevo esa voz tan bien conocida, horas después.

Miranda se sobresaltó y se levantó de un solo intento para enfrentar a Roman.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó entre dientes, bajando la voz. Mientras, Cameron, Selena y Josh lo saludaban desde la alberca azul.

—Quiero hablar contigo —la miró por primera vez de cerca en muchos días y se sintió más culpable por lo sucedido —, por favor no digas que no —suplicó metido en uno de sus trajes casuales con el cabello bien recogido en una coleta.

Miranda usaba en esos momentos unas sandalias de plástico un viejo short de mezclilla sobre una camiseta morada de mangas recortadas con el cabello salpicado de agua en unas partes y esponjado de otras.

Para Roman seguía siendo una visión celestial, poder apreciar de cerca su piel enrojecida por la falta de bloqueador, especialmente en las mejillas.

—No confío en ti —le confesó Miranda recordando lo que pasó.

Roman bajó la vista.

—Te juro por mis padres, que jamás volveré a hacerte daño.

La chica vio en sus ojos una verdadera angustia provocada por la culpa. Miró a sus sobrinos.

—¡Chicos, cuiden a Samuel! —les gritó —. Ahora dime, tienes mi atención —dijo Miranda cruzándose de brazos.

Roman creyó entrarían en la casa.

—Vamos adentro

—Aquí puedes decirme lo que quieras.

—Necesitamos sentarnos a platicar.

La chica lo miró con duda. Soltó los brazos para decir:

—Tú no vuelves a poner un pie dentro de mi casa —aseguró —, y mucho menos —le picó el pecho con un dedo —volverás a tocarme —repitió el movimiento, notando que le dolió físicamente —¿oíste? — insistió para comprobar que no se había engañado.

—¡Sí, sí! —se llevó las manos al frente para que ya no lo tocara.

—¿Qué te pasa? —inquirió Miranda dulcificando la voz. Recordó haber visto en sus hombros cuando trabajaba, varios vendajes deportivos, los llamados kinesiológicos. Además, seguía con su vendaje en la mano izquierda — ¿Te duele algo?

El rostro de Roman delató que sí.

—Me duele todo —confesó creyéndola preocupada —. No he estado bien y con tantas distracciones en la cabeza, hace unos días tuve un accidente mientras practicaba.

—¿Qué te quitó la concentración?

Roman la miró confundido, triste.

—No quisiera ni decirlo, me avergüenza mucho haberme dejado llevar por los celos. Lo siento mucho, Miranda. Por favor, perdóname.

La chica se acercó a él.

—¿Qué traes debajo de la camisa? —notó más vendajes —¿qué te pasó? —preguntó descubriendo tiras multicolor en distintas zonas —. Son muchas vendas —lo tocó lo más suave que pudo con la punta de los dedos.

—Me lastimé las costillas otra vez y esta mano que ya estaba lastimada.

—Oh —musitó apenada por él.

Roman se emocionó al notar su mirada dulce nuevamente. Cuando su pequeña mano le tocó una mejilla, cerró los ojos.

Siguiente página

Loading


Deja un comentario

error: Contenido protegido
%d