Pasó el día entero metida en la cama. No quería abandonar la casa. Tampoco quería responder el teléfono e incluso tanta angustia había empezado a dañar su estómago, el cual no aceptaba ningún alimento pues apenas probaba algo lo devolvía y le dolía.

Supuso que la gastritis que padeció meses atrás, después del divorcio había regresado.

Hubo momentos en que soñó con que esas náuseas serían por un embarazo, pero el médico la regresó con fuerza a la realidad. Qué tonta. Conocía perfectamente esa enfermedad y los síntomas.

Llamó al trabajo para reportarse enferma y para entonces sentía que los intestinos iban a estallarle de tan inflamados. Colgó y se recostó. Debía conseguir el medicamento.

—Gastritis e inflamación del colon —dijo el doctor —. Trate de calmarse —fueron sus palabras.

Por fortuna el fin de semana se atravesó. Tomó el viernes sábado y domingo para quedarse entre las cobijas sin ser molestada.

Olivia llamó. Le dijo que se iba con Gustav a pasar unos días y le creyó.

Debía sentirse satisfecha, pues logró en poco tiempo que Roman la odiara, aunque su reacción aún le dolía; sin embargo, era lo mejor. Así ella no lo recordaría como el príncipe azul que pretendió ser.

Roman cayó pesadamente de espaldas y le dolió tanto que no se movió. Aunque ese dolor no era comparable a lo que le hizo a Miranda.

Regresó al siguiente día y estuvo tocando, pero nunca le abrió. También sabía que no había salido de la casa en varios días y la única vez que pudo verla, fue a través de una ventana. Deseó correr a consolarla y pedirle perdón por abusar de su fuerza para sacar su rabia.

Cerro los ojos y golpeó con las manos la lona. Otro dolor viejo apareció.

—¿Qué te pasa Román? No estás poniendo atención —le reprocho su padre durante el entrenamiento en el ring—. Así pronto te retirarás y con una lesión grave.

—Perdón papá, no puedo concentrarme.

—¿En qué estás pensando?

—En Miranda. No puedo quitármela de la cabeza.

El hombre se le acercó y se acuclilló junto a él, que no se movía.

—¿Hablas de tu amiga, la que llevaste a la casa?

—Sí.

—¿Qué pasó? —preguntó viendo su gesto dolido, más no por el golpe.

—La perdí. ¡Me porté como un animal! —le confesó con rabia, antes de incorporarse lentamente.

—Esa es una palabra fuerte.

—No tanto como lo que yo le hice, papá.

—¿Ya le pediste perdón?

—No he podido. Tal vez cuando se tranquilice un poco quiera oírme.

—¿Y luego…?

—Espero que vuelva conmigo.

—¿Tan grave fue?

—Sí.

—Román, ¿qué le hiciste?

—No me preguntes más, por favor.

—La engañaste.

Roman lo miró con tristeza. Si tan sólo hubiera sido eso, pensó.

—Lo único que puedo decirte es que la amo.

Víctor Watson no pudo imaginar que fue.

—Pues si la embarazaste y eso no te gustó, lo siento hijo mío, hay que cumplir.

Miranda esquivó a Gustav cuando se le atravesó en el camino. El rubio la siguió hasta el baño en donde la oyó vomitar.

—¿Qué tienes?

La chica se incorporó con los ojos acuosos, sintiendo que el enojo la invadía.

—Estoy vomitando, ¿que no oyes?

Respondió grosera sobre todo incómoda, con el sabor amargo de las pastillas que había tomado para contrarrestar los males de la gastritis.

—Perdón, estoy preocupado.

Miranda bajó la palanca y salió del baño para irse a lavar. Sentía que su estómago iba a estallar. La ropa le ajustaba y quería irse a su casa.

—Estoy bien, pero me duele todo, hasta la espalda.

—Te puedo llevar a tu casa

—No, sólo debo respirar profundo y relajarme —apretó los labios —. Dios mío, ahora vendrán las asquerosas agruras.

—¿Qué te provocó de nuevo los malestares? ¿Tu relación con Roman?

—¡No me lo recuerdes! —exclamó lavándose la boca con agua de la llave —. ¡Ese desgraciado orangután abusivo!

Gustav se acercó y Miranda se enderezó para empujarlo sin delicadeza, poniendo distancia entre ellos.

—Tranquila, sólo quiero ayudarte.

—¡Pues ya no te necesito! ¡Roman está fuera de mi vida y no por lo que piensa que hice!

—Pasó algo entre ustedes.

Miranda lo miró con burla.

—Ahora me doy cuenta de lo ingenuos que fuimos en manos de la arpía de tu ex amante.

—¿A quién te refieres?

Miranda levantó las cejas al oírlo. Al parecer hubo más chicas. Vaya noticia.

—A la única que te conocí, a Valerie.

Gustav se dió cuenta de su error y se puso rojo.

—¿Qué pasa con ella?

—¿Alguna vez te ha dicho por qué no tiene tiempo para ver a su hijo?

—Es doctora, no tiene un horario fijo. Tiene que descansar.

—Claro, es una mujer muy ocupada. Sin horario para ver al hijo que tuvo contigo, pero sí para verse con su noviecito.

—Valerie no tiene novio.

—Si lo tiene.

—¡Te digo que no, porque nosotros…! —pausó dándose cuenta de que con explicarle no iba a conseguir que volviera a su lado.

—Se siguen viendo ¿verdad? —lo miro inquisitiva.

—Es algo pasajero, puro sexo.

—¿Desde que se separaron?

—Pues… sí.

Miranda sonrío. Así que la doctora tuvo un amante mientras fue novia de Roman.

—¡Qué asco me dan tú y ellos! —respondió caminando lentamente a la salida—. Lo que me obliga a tener que ir de nuevo con el doctor. Tengo que hacerme unos estudios.

—¿Estudios de qué? ¿Para qué?

—Para ver si no tengo alguna infección mortífera o algo que me marcará de por vida.

—¿Otra vez te harás una prueba de ETS? Yo no me he acostado contigo.

—Tu adorada Valerie conoce a Roman y a ese hombre no le gusta ponerse condón.

—¿Y qué tiene que ver conmigo?

—Si te acuestas con la doctora zorra, todo.

—¡Miranda! —la siguió de prisa.

—Gustav, pregúntale a tu novia que hace con su culo cuando no está contigo —dijo una grosería que lo dejó sin palabras —. Tal vez tenga el valor de confesarte que estaba comprometida con Roman.

—¿Qué?

—Y tú también hazte una prueba.

Sus sobrinos la visitaron ese fin de semana y ya no pensó más en la prueba médica. Temía hacérsela y resultar contagiada. Sabía que debía enfrentar su temor, pero de momento prefería disfrutar de los chicos y de Samuel.

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