21. DECIR ADIóS

Valerie le sonrió, por primera vez Roman sintió su gesto frío y forzado. Nunca había visto espontaneidad en ella. ¿Por qué empezaron a salir? Tal vez solo fue un error. Cuando lo atendieron por su problema de salud en espalda llegó a ese hospital privado y allí la vio. El médico que la atendía le comentó que era un famoso luchador y la mujer tan sólo levantó las cejas y lo recorrió. Era evidente que en su vida había visto un espectáculo de ese tipo. Hasta cierto punto era entendible, pues como médica no le sobraba mucho tiempo.

—¿Qué ocurre? —preguntó la doctora notando su expresión pensativa y lejana.

Roman seguía de pie en la puerta del consultorio, cuando lo trajo de regreso a ese momento. entró cerrando con cuidado y se quedó apoyado en la puerta.

—Hace tiempo te confesé que había una mujer en mi vida —empezó a decir sin acercarse a ella para saludarla con un beso en la mejilla como solía hacer.

Valerie se volvió a sentar en su silla y se hizo para atrás en el asiento para escucharlo hablar como si de un paciente se tratara.

—Me hablaste de una amante pasajera y te dije que no me importaba.

Roman aspiró profundo. Echó la cabeza hacia atrás, luego la miró unos segundos antes de hablar.

—¡Qué hermosa eres! —musitó dibujándole una sonrisa llena de autosatisfacción —. Tan hermosa como fría —dejó de sonreír lentamente al darse cuenta de que algo serio estaba a punto de pasar —. Ahora me pregunto qué tanto me quieres en verdad.

—¿Tienes dudas?

—Sí, todas.

—Sabes que no soy expresiva.

—El amor no necesita decirse. Se ve en los ojos del otro, se siente en la piel.

Valerie se rió despectiva y se meció en la silla.

—Roman, somos adultos no necesitamos de esas cursilerías.

Yo te quiero.

—Tal vez me quieres, pero no el modo perfecto para mí, Valerie.

—¿Lo dices por la falta de sexo?

—Nunca te lo pedí y no pienso hacerlo ahora.

—Estabas lastimado de la espalda —le recordó —. Me contó tu médico que aún no te recuperas del todo y que aun así volviste a la arena. Y eso es espantoso. Por lo demás, te agradezco que no me lo hayas pedido. Además, tu tampoco eres muy efusivo.

Roman sonrió.

—En ese punto tampoco coincidimos. Contigo me cohíbo, con ella no —soltó la frase sin pensar y su rostro se llenó de luz al pensar en Miranda.

Valerie se dió cuenta de la transformación de su rostro al hablar de la otra mujer.

—Roman —empezó a sentirse más que incómoda, molesta.

—Ya no quiero engañarte.

—Roman, si aún estás con tu aventura…

—¡No es una aventura! —aseguró con firmeza —. Lo que tengo con ella es perfecto, estoy enamorado. Amo a…

—¡No la menciones! —exclamó Valerie aparentemente controlada.

—Perdón, no lo haré. Sólo quiero que sepas que ya no quiero engañarte, que deseo estar con ella, que la amo —trató de impedir que una sonrisa apareciera en sus labios, pero fue imposible.

—¡Lárgate de aquí! —Valerie interrumpió su entusiasmo, al ponerse de pie, dando un golpe en el escritorio.

—Lo siento, Valerie —dijo Roman, enderezándose.

Salió del consultorio sin mirarla. Luego escucho una maldición en su contra. Al menos sentía que había liberado su conciencia de un gran peso.

¿Qué puedo hacer? se preguntaba Miranda ignorando el mundo alrededor.  Lo amo, no quisiera que se fuera, pero sé que al final ambos saldremos heridos. Roman no es diferente de cualquier hombre. En el fondo su deseo por ser padre será más grande y… Fingió acomodarse el cabello para esconder el llanto que ansiaba soltar.

¿Qué iba a hacer sin él? Se preguntó. Jamás había sentido tanto temor. Había llegado a quererlo con tanta fuerza y con tal velocidad como se dió la intimidad entre ellos y sabía que no era puramente el glorioso sexo que tenían. Era amor. Lo miraba y compartían magia, una sensación de calma y confianza que no creyó que pudiera sentir con nadie

El motivo era claro. Con Roman se mostraba tal como era, sin poses, sin deseos de impresionarlo. Nada de ella lo asustaba, sino todo lo contrario. Con Gustav jamás pudo siquiera estar sin maquillaje porque se lo hacía notar. Roman tan solo la consideraba infantil y se reía mucho. Incluso le prometió unirse en el verano para ser parte de esos juegos absurdos. Especialmente el de lucha de lodo.

—Dios mío, Roman —musitó extrañándolo.

—Miranda —dijo Gustav de pronto y ella lo miró aún perdida.

—¿Qué? ¿Ya me toca?

—No —dijo el productor sentándose a su lado—, es que te noto preocupada.

—¿A mí? ¿Y por qué habría de estarlo?

—Tus ojos brillan como si quisieras llorar.

Miranda intentó sonreír, pero sólo una mueca apareció en sus labios.

—Me siento bien. Es solo molestia por el clima en esta ciudad, ya ves cómo es… tan cambiante: frío, calor, viento…

—¿Segura?

—Totalmente.

Su respuesta no lo dejó satisfecho. Días atrás, la había visto radiante, hablando como nunca, como cuando la conoció y luego apareció esa sombra de tristeza que tenía días acompañándola.

Gustav sospechaba que la razón era una sola: Miranda se había enamorado y su nuevo amor la había dejado, tal como hizo él.

Mientras más días pasaban más débil se sentía, pero aun así estaba decidida a dar el paso más doloroso de su vida: dejar a un hombre maravilloso. Una noche en que no podía dormir, se cansó de mirar por la ventana, esa casa que él habitaría algún día, tal vez con otra familia, otra mujer que sí podría brindarle la dicha de ver su nombre y apellido replicado.

Salió de la casa y tomó las llaves del auto. Condujo hasta el desierto, rumbo a donde vivían sus padres. Se detuvo casi al amanecer y bajo del coche.

—¿Por qué me tiene que pasar esto, Dios? —empezó a decir—. No soy mala, siempre me porté bien. Fui una buena hija, buena hermana y sabes que he sido la mejor tía del mundo… Fui una buena esposa —se le quebró la voz—. ¿Y que recibí como premio antes de casarme? ¡Un maldito diagnóstico de infertilidad! Casi imposible de embarazarme; casi, porque solo un milagro podría conseguirlo. Ni siquiera in vitro, ni siquiera cogiendo como loca con un semental como Roman. Porque ese hombre produce y en serio ¿sabes? —después de ese chiste nervioso sintió que algo se quebró—. ¡Maldita vida, hija de puta! ¡Eres una maldita perra asquerosa y sucia!! ¡¡Te odio, te odio y quiero que te mueras!, ¿oíste?

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