Había una vez un jueves como cualquier otro jueves.
Un anochecer de jueves tibio, agradable, dulzón, de esos que presagian magia y aventuras.
Avril mira con una enorme sonrisa a su bis, su par, la amiga que lleva el mismo nombre que ella. El hall del Auditorio está repleto de gente. De gente que ama y vibra con la buena música. Como ellas.
Y, aunque se encuentran muy nerviosas, cuando las luces se apaguen y comience el ensayo, saben que van a cantar con toda su alma y con todo su corazón. Porque es lo que aman y lo que quieren hacer para toda la vida.
Allí está su pequeño club de fans: mamá Stephany, la insoportable de su hermana Renata, la abuela Magdala. ¡Hasta Lucía, su mejor amiga de todo el mundo mundial, vino a verla!
La ansiedad y los nervios la matan. ¡Ya quiere empezar a cantar!
¡De repente, silencio! Piano, violoncelo y marimbas están dispuestos. Y Víctor, el querido director del coro, se encuentra de pie, frente a todos ellos, listo para dar comienzo al ensayo.
¡Uno, dos, tres!
La elegante pianista comienza a tocar los primeros acordes de la Canción del Jardinero…, ¡pero no se escucha nada! Vuelve a intentarlo, pero el piano no emite ningún tipo de sonido.
En las escaleras del auditorio, donde se encuentra ubicado el público, el silencio es sepulcral, y el director, un poco incómodo, vuelve a marcar la entrada.
La pianista vuelve a tocar, pero ningún acorde se escucha.
Avril y sus compañeros comienzan a reírse tímidamente y a darse codazos. ¿Pero qué le pasa a esa mujer? ¿Por qué no empieza a tocar de una vez?
Mientras tanto, en la escalinata también se escuchan algunos murmullos y risitas.
– Carmen, ¿qué pasa?
– No sé, Víctor. Parece que se descompuso.
– ¿El piano? ¡Pero cómo se va a descomponer, si hace un rato lo toqué yo y sonaba como los dioses!
– Pues ahora no funciona.
– ¡No lo puedo creer! Señoras y señores, sepan ustedes disculpar. En unos minutos damos inicio al ensayo. ¡Un momento, por favor!
Víctor, muy nervioso, se acerca al piano y pulsa algunas teclas. El piano, porfiado, permanece mudo.
– ¡No puede ser! ¡Pero justo el día del ensayo general! ¡Lucrecia…, por favor, sustituíla vos con el violoncelo!
La chelista intenta tocar los mismos acordes de la canción de apertura, pero…, ¡horror de los horrores! ¡De su instrumento tampoco sale sonido alguno!
El director palidece, y las risas y los codazos de los chicos comienzan a crecer. También los murmullos en las escaleras.
– ¡Perdón, Víctor! ¡No entiendo qué está pasando!
– Yo tampoco entiendo. ¡Esto es un papelón! ¡Un auténtico papelón!
Intentando ocultar su enojo, se dirige al percusionista.
– ¡Vamos, Jorge, no me falles vos!
El venezolano, con alegría, se dispone a tocar la marimba. Pero…, ¡oh oh! ¡Ésta también permanece muda, como si se hubiera olvidado de cómo sonar!
Víctor, mitad nervioso, mitad furioso, se dirige al público expectante con una simpatía y un aplomo que está muy lejos de sentir.
– ¡Señoras y señores, como podrán apreciar tenemos un problema técnico que, en el día de hoy, nos estaría impidiendo usar los instrumentos! Así que nuestro ensayo va a ser a capela, sólo con las hermosas voces de nuestros pequeños artistas.
Y, tras pronunciar estas palabras, sin entender nada de nada, el pobre director vuelve a su puesto, mira con cariño a sus niños, y les da la señal de apertura para que comiencen a cantar.
¡Un aterrador silencio recorre la sala! ¡No! ¡Esta es una broma del todo inaceptable! Los niños mueven los labios, pero ningún sonido sale de ellos.
– Pero, ¿qué pasa ahora?
– No podemos, profe.
– No nos sale la voz.
– La garganta se niega a cantar.
– ¡Pero si están hablando! ¡Sí, un poco bajo, pero están hablando! ¿Cómo no van a poder cantar? ¡Vamos, de nuevo!
Es en vano. Por mucho que lo intentan no hay manera. Los instrumentos se niegan a sonar y las voces de los niños no quieren cantar.
Es como si instrumentos y voces hubieran olvidado las notas musicales y la música se hubiera esfumado en el aire. ¡Como por ensalmo!
Las Avriles se miran con preocupación. Ya no sonríen.
¡El concierto es mañana! ¿Y ahora qué van a hacer?
Entonces, la ven. Junto a ellas, una hermosa pluma negra y brillante, flota suavemente en el aire.
Flota sin ninguna prisa, sin ninguna pausa.
Hasta tocar el suelo.
—-
– ¿Y eso?
– ¡Una pluma, Avril! ¡No sé! Será de alguna paloma. ¡Mirá en lo que te venís a fijar, justo en este momento!
– ¡Pero no te enojes, Víctor! No sé qué nos pasó.
– Cierto, profe. Nosotros queremos cantar, pero no nos sale la voz. ¡Escuchá!
Avril, su tocaya amiga, Iván y Joaquín comienzan a entonar una canción cualquiera, pero la melodía muere en sus gargantas.
– ¿Ves?
– ¡Pero, por favor! ¡Tiene que ser una broma! Si pueden hablar, ¿cómo no van a poder cantar?
– Probá.
– ¿¡Cómo!?
– Que hagas la prueba, profe. A ver si vos podés.
– ¡Esto seguro que es una broma de ustedes! ¡Y yo la voy a descubrir! ¡Y el castigo va a ser ejemplar! ¡Justo el día del ensayo general! ¡No se puede creer!
– ¡No es una broma!
– ¡Ya tocaste el piano y viste lo que pasó! ¡Ahora probá si podés cantar! ¡Tenés que creernos, Víctor!
– Avril, ¿se suspendió el ensayo? ¿Pero qué pasó? ¡Pará un poco, Renata! ¡Ya nos vamos!
– Nada, mamá. El coro no puede cantar y Víctor no nos quiere creer.
– ¿Cómo que no pueden cantar?
– ¡Hasta hace un rato cantaban perfectamente! ¡Pero háganme el favor
– ¡Por favor, probá, Víctor!
El buen director, muy enojado, se dirige nuevamente al piano a paso rápido, se sienta en la butaca, y con dedos ágiles da un sol. ¡Mudo! Prueba con un re. ¡Mudo! ¿Un fa? ¡Mudo, mudo, mudo!
El piano se niega a emitir melodías. Como si estuviera embrujado.
– ¡Esto no puede ser! ¿Pero qué le hicieron al piano?
Sin esperar respuesta, se apresta a cantar. ¡Un, dos, tres! Sus labios se mueven, pero la voz no quiere brotar.
– ¿Pero qué es esto?
– ¿Ves? ¡Lu, probá vos!
– ¡Obvio! Yo sí que puedo. Seguro me contratan y vos vas a parar al cuarto de las escobas, nena.
Lucía intenta cantar “Cradles» de los Sub Urban, pero sus cuerdas vocales la traicionan. No se escucha ni media nota.
– ¡Ay, mi voz! ¡No puedo!
– ¿Mamá?
Stephany prueba con un tema de Queen y otro de Pink Floyd, pero no hay manera. ¡Como si se hubiera olvidado de cantar!
– Pero…, ¿qué está pasando?
Unos tacones altos se aproximan. Corriendo a toda velocidad. ¡Corren tan rápido que, en cualquier momento, tacones y dueña salen volando por las escaleras!
– ¡Víctor, Víctor!
– ¿Qué pasa, Élida?
– Llamaron de la sala Zitarrosa y del teatro Solís. ¡Ningún instrumento emite sonido! ¡Los artistas no pueden cantar! ¡Nos quedamos sin música!
– Profe…, ¡mirá esto! En internet están apareciendo noticias de todo el mundo. ¡Los instrumentos musicales no suenan! ¡Y nadie puede entonar ninguna canción! ¡En ninguna parte!
Es cierto. Todos los portales de noticias informan lo mismo. Oficialmente…, ¡la música ha dejado de existir! ¿Pero sin música cómo van a sobrevivir?
– ¡Avril, Avril! ¡Vengan todos!
– ¿Qué pasa, Lu?
– ¡Miren!
En el suelo, negra y desafiante, flota otra pluma. Una pluma que no es de paloma. ¡Una pluma muy llamativa! ¡Muy extraña!
¡Y más allá hay otra! ¡Y unos pasos más allá, otra más! ¡Un camino de plumas negras que se dirige a la sala principal!
Avril, Stephany, Renata, Víctor, Lucía, los chicos…, ¡todos corren apresurados a lo largo del extraño sendero!
– ¡Miren! ¡Hay más plumas en el foso!
– ¡No! Ahí no se puede pasar. Están los técnicos trabajando y es muy peligroso bajar ahora.
– ¡Pero Víctor…!
– ¡Está bien, Avril! ¡Vamos! ¡Pero sólo vos y yo! El resto espera acá, ¿estamos?
Ambos descienden al foso y, con simpatía, saludan a los operarios que se encuentran trabajando allí. Víctor recoge otra pluma. Es negra, iridiscente, con reflejos azules, verdosos y rojizos. ¡Jamás había visto una pluma igual! ¿Por qué ahora su teatro está lleno de ellas?
– ¡Profe, vení un segundo!
– ¿Encontraste algo?
– ¡Sí, esto! ¿La conocés?
– ¡No! ¡Jamás la había visto en mi vida!
A sus pies, otra pluma. Idéntica a las anteriores. A su lado una estrecha y siniestra puerta oscura.
¡Una puerta que no habían visto jamás!
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– ¡Hay una escalera! ¡Debe haber algún sótano que no conocemos! ¡Tenemos que bajar a investigar!
– ¡De ninguna manera!
– ¡No, Avril!
– ¡Mamá! ¡Víctor! ¿No entienden? ¡Alguien se robó la música! ¡Hay que encontrarla! Tiene que estar ahí abajo.
– ¡Vos sos muy chica y es muy peligroso que bajes ahí sola!
– ¡Pero mirá la puerta! ¡No cabés! ¡Ningún adulto cabe! ¡Tenemos que ir nosotros!
– ¡Avril, tiene razón tu mamá! No sabemos qué hay al final de esa escalera. ¡Es muy peligroso!
– ¡Yo no tengo miedo! ¿Vamos, bis? ¿Lucía?
– ¡No, yo no!
– ¡Noooo! Debe estar lleno de arañas y cosas feas ahí. ¡Ni loca voy!
– ¿¡Qué!?
– Avril, no podés bajar sola. No sabemos qué hay ahí.
– Además, ¿quién dice que nuestra música bajó por esa escalera?
– Si no investigamos no lo vamos a saber nunca. Las cosas están así: nunca habíamos visto estas plumas en el teatro, Ni esta puerta. Unas nos trajeron hacia la otra. ¡No son plumas de paloma! ¡Y es una puerta diminuta! Ustedes no pueden pasar y los chicos tienen miedo de ir. ¿Ustedes se pusieron a pensar qué pasaría si la música no vuelve más?
Cada ser que se encuentra en ese momento en esa sala, cada niño, cada adulto, intenta responderse esa pregunta, imaginar por un sólo instante un mundo sin sonidos, sin canciones, sin melodías. ¡El sólo hecho de pensarlo es aterrador! ¿Pero quién podría ser tan malvado como para sumir al mundo entero en el silencio?
Sus pensamientos se ven interrumpidos por un dúo de gritos que se acercan al escenario.
– ¡Víctooooooor! ¡Víctoooooor!
– ¿Pero qué pasa ahora?
Carmen y Lucrecia le plantan sus partituras en la cara. ¡O lo que eran sus partituras! Ahora sólo se ve un pentagrama vacío. Sin blancas ni negras. ¡Ni una redonda a la vista!
– ¿Ven? ¡Tenemos que hacer algo! Chicos, ¿alguien viene conmigo?
Silencio generalizado.
– ¡Mamá, Víctor! ¡Por favor, entiendan! ¡Tengo que ir!
– ¡Pero…!
– Mamá…, bajo la escalera y, si no hay nada, vuelvo enseguida. ¡Dale, en un rato estoy! Me pueden esperar todos acá.
– ¡Uff! ¡Pero llevate mi celular! Si ves algo raro llamás a Víctor y volvés enseguida. ¿Entendiste? ¡Enseguida!
– ¡Sí, má! ¡Deséenme suerte!
– ¡Suerteeeeee, Avril!
– ¡Cuidate, amiga!
– ¡Ojo con las ratas!
¡Lucía siempre tan ocurrente! ¡Si no tuviera tanto miedo, le daría un buen tortazo!
Avril camina un paso, dos, tres, diez. Con miedo, pero con decisión.
Y desaparece tras la misteriosa puerta.
—-
Una escalera de hierro. Oscura, empinada, eterna.
Avril, muy lentamente, baja peldaño a peldaño, conteniendo la respiración. Un escalón, dos, tres, mil. A pesar de la penumbra, puede ver telarañas por todas partes. Y alguna que otra pluma caída.
El descenso se vuelve interminable. El silencio es espeso y abrumador, sólo interrumpido por el sonido de sus propios pasos y algún que otro chirrido.
De repente, se detiene. Le parece escuchar un aleteo lejano. Se aferra con fuerzas al pasamanos y piensa que, tal vez, sea mejor volver.
¡No! ¡Tiene que regresar con la música perdida! ¡El mundo depende de ello! Tiene que ser valiente y continuar.
Nuevamente oye ese aleteo, pero mucho más cercano. Mira hacia todas partes y, entonces, una voz desagradable y estremecedora, la llama. Es una voz rasposa y femenina.
– ¡Avril! ¡Avril!
– ¡No pasa nada! ¡No tengo miedo, no tengo miedo!
– ¡Avriiiiiiiiil!
Asustada, gira sobre sus pasos y decide llamar a Víctor desde su celular. ¡Pero cuando va a hacerlo, unas alas gigantes se agitan sobre su cabeza! ¡Un enorme murciélago la está atacando!
El celular cae al suelo.
– ¡Avriiiiiiiiil! ¡Vete de aquí!
Avril lucha con todas sus fuerzas para defenderse, pero el horrible animal no la deja avanzar ni retroceder.
– ¡No desciendas más! ¡O será tu fin!
– ¿Dónde está la música? ¡Ladrona!
– ¡Jajajaja! ¿Música? ¡Nunca más vas a volver a cantar! ¡Ni vos ni nadie! ¡Nunca! ¡Jajajaja!
– ¡No! ¡Yo la voy a encontrar!
– ¡Vete! ¡No vuelvas por aquí y no te haremos daño! ¡O a lo mejor sí! ¡Jajajaja!
Y, cayendo en picado sobre ella, la hace resbalar por la interminable escalera.
¡Y, entonces, el silencio lo cubre todo!
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Despierta al pie de la larga escalera, con algo peludo enredado sobre su pelo oscuro y la cara llena de baba. Alguien se encuentra sentado a su lado. Llora, ladra y gime asustado.
Avril abre los ojos con cautela para ver quién es. Está dolorida por la caída. Parece que hubieran pasado horas. ¡Para colmo ya no tiene el celular! ¡Ahora no podrá avisarle a nadie!
– ¡Guau, guau! ¡Avril, Avril!
¿Y ahora qué? ¡Mientras no sea otro murciélago…! Casi no puede ver nada. Todo está en penumbras. ¡Qué horrible lugar!
– ¡Guau, guau! ¡Avril, Avril! ¿Estás bien?
– ¿Quién es? ¡Ay, mamá, cinco minutitos más!
Entonces, la ve a través de la bruma. Una bola de pelos regordeta, blanca, de patitas cortas, ojillos simpáticos y lengua rosa. ¡Un perro! ¿Pero qué hace un maltés blanco como la nieve en un sepulcro negro como aquel?
– ¿Y vos quién sos? ¿Qué hacés acá? ¿Y por qué estoy toda babeada? ¡Yuk!
– ¡Guau, guau! Me llamo Garabato. ¡Y estoy perdido!
– ¿Podés hablar?
– ¡En este lugar todos podemos hablar! ¡Guau, guau! ¡No sabía cómo despertarte y te lamí la cara! ¡Muchas veces! ¡Perdón!
– ¿Y vos también estás buscando la música como yo?
– ¡No! Me perdí persiguiendo una ardilla y no sé cómo volver a mi casa.
– ¡Pobre! ¿Y sabés qué es este lugar?
– Por lo que sé estamos en el mundo de Tenebris, el reino de las malvadas brujas Endora y Bellatrix. Ese murciélago que te atacó era Bellatrix. ¡Hay que tener mucho cuidado con ellas, porque se pueden convertir en lo que quieran para engañarte!
– Garabato…, ¿y no viste pasar por acá las notas musicales?
– No, no vi nada. ¡Guau, guau! Pero…, sí. Hace un rato escuché una melodía muy bonita. Me parece que iba encerrada en la caja mágica.
– ¿Caja mágica?
– ¡Sí, la caja de música de las brujas! Es tan poderosa que la única forma de abrirla es con una turmalina de color violeta. ¡Eso no sólo abre la caja! ¡También mata a las brujas!
– ¡Yo tengo una! Pero está en mi casa. ¡No puedo volver a buscarla! Y el concierto es mañana.
– ¡No te pongas triste, Avril! ¡Guau! Seguro que algo se nos va a ocurrir.
Avril le acaricia la cabeza con cariño. Pero en su mirada hay preocupación. ¿Cómo puede una niña de once años rescatar la música de las garras de tan poderosas brujas, en un mundo completamente en tinieblas?
– ¡Vamos, Garabato! ¡Hoy hay cacería!
—-
– ¡Ese maldito perro!
– ¡Tendríamos que haber acabado con él!
– ¡Ya lo creo que sí! ¡Pero, como siempre, hacés todo mal!
– ¿Que yo hago todo mal, Endora? ¡Ay, por favor…, lo que es la envidia!
– ¿Envidia de qué? ¡Si dejaste un reguero de plumas para que esa mocosa nos siguiera! ¡Vos la trajiste hasta acá!
– Es que estamos en época de muda.
– ¿Y no te podías convertir en otra cosa? ¿Un gatito, un perrito?
– ¡Bueno…, basta! Vos sabés muy bien que a mí me encanta volar.
– ¡Pues te hubieras convertido en mariposa, en vez de ir soltando plumas por todas partes! ¡Ni que fuéramos Hansel y Gretel! ¡Sólo nos falta la casita de caramelo!
– ¡Oia…, qué buena idea!
– ¡Bellatrix! ¡Un poco de seriedad!
– Es sólo una idea. ¡Si se acerca mucho a la caja vamos a tener que detenerla de alguna manera!
– ¡Por ahora no hay peligro! Para recuperar la música necesita una turmalina violeta, pero no tiene ninguna. ¡Son rivales muy fáciles, hermanita! ¡Como todos los demás! ¡Sólo son una niña y un perro!
Las dos brujas hermanas se miran con sonrisas llenas de maldad. En un mundo lleno de silencio, ellas serán sus amas y señoras. ¡Nadie podrá detenerlas!
Miran su caja mágica. Esta resplandece con un fulgor rojizo, un fulgor palpitante que se enciende y se apaga. El fulgor del alma. La música es el alma de este mundo y ahora les pertenece.
Y este mundo sin su alma desaparecerá. ¡Para siempre!
– ¡Es taaaan lindo, hermana! Los humanos están tan tristes… ¡Desconcertados! ¡Pobres, no pueden cantar!
– ¡Muajaja! Ni siquiera los pájaros pueden cantar. ¡Nadie puede! ¡Ya no hay música en el mundo! ¡Sólo tristeza!
– Y será tanta la tristeza, que ya pronto nadie hablará con nadie. ¡El mundo quedará completamente en silencio! ¡Envuelto en tinieblas!
Endora y Bellatrix, con sus vestidos negros, sus sombreros de pico, su pelo gris y sus verrugas en la nariz, miran en su bola de cristal. En ella contemplan a Avril y a Garabato avanzando por el tenebroso sendero.
Saben que pronto llegarán a una peligrosa encrucijada y, allí, deberán elegir entre el camino de la derecha o el de la izquierda.
El camino de la izquierda los llevará a su hogar, el tenebroso castillo de Magicae.
El de la derecha los conducirá al peligroso y oscuro bosque de Timeret. ¡Nunca nadie ha salido con vida de ese lugar!
¡Y ese es el camino que esa niña y ese perro van a seguir! ¡Como por arte de brujas! ¡Jajajaja!
– ¡Vade retro, yo te digo: por la derecha es el camino!
– ¡Vade retro, así será: nunca acabará tu oscuridad!
¡Hechizo pronunciado! ¡Jamás revocado!
—-
La penumbra los envuelve y, a cada paso, cada sonido los estremece. Desde el ulular del viento hasta el sonido de las ratas que corren. ¡Todo en ese mundo es tenebroso y da mucho miedo!
Pero Avril y Garabato tienen una misión que cumplir y deben avanzar por el camino con valor.
Tras mucho caminar, llegan al tocón de un árbol viejo y podrido, donde el sendero se bifurca en dos direcciones. No hay ningún cartel que los guíe, así que deben seguir su propia intuición.
De repente, escuchan un aleteo sordo, muy semejante a un trueno lejano.
Avril se prepara para un nuevo enfrentamiento con el murciélago, pero no se trata de él. Un siniestro cuervo se posa sobre el tocón y los observa con sumo interés.
– ¡Guau, guau! Tengo miedo.
– Tranquilo, Garabato. Sólo es un cuervo.
– ¡Pero nos mira con cara de pocos amigos!
– No nos va a hacer nada.
Y espera que así sea porque su única defensa, en ese momento, es recurrir a las pedradas. ¡No tienen ninguna otra arma para protegerse!
– ¡Garabato, atención!
– ¡Guau, guau!
– Tenemos que elegir el camino que nos conduzca a Magicae.
– ¡Derecha! ¡Guau, hay que seguir por el de la derecha!
– ¿Estás seguro?
– ¡Sí, segurísimo!
– ¡Perros…, siempre metiendo la pata!
– ¡Guau, guau, guau!
Frente a ellos, un simpático gato negro los contempla y sonríe con cinismo.
– Avril, está muy claro. ¡Este chucho no sabe nada! ¡Hay que ir por la izquierda!
– ¡No, Avril! No le hagas caso. ¡Seguro es Endora tratando de engañarnos! ¡Guau, guau, guau!
– ¡Jajajaja! ¡No puedo creer que esta tonta bola blanca piense que me puede dar miedo! ¡A mí!
– ¿A quién le dijiste “bola blanca”?
– No veo a ninguna otra aparte de ti.
– ¡Guau, guau! ¡Atrás, Avril! Vamos por la derecha. Yo me ocupo de este gatito lindo.
– ¡Miau! ¡Pero qué perro más estúpido! ¡Por la derecha se va al bosque de Timeret! Hay que seguir por el camino de la izquierda.
– ¡No le creas nada! ¡Voy a hacer chicharrón a esta bruja! ¡Guau, guau, guau!
– Si yo fuera Endora a este pichicho no le quedaría ni el rabo para sacudir. Avril…, ¿pero no me reconocés? ¡Soy Agatha!
-¿Agatha? ¡No, no puede ser!
– ¡Claro que puede ser!
– ¿Quién es Agatha?
– Agatha es mi gatita. ¡Pero no puede ser! Ella tiene que estar en mi casa. ¡Durmiendo sobre el fogón de la cocina, como siempre! ¡Gata vaga! ¡Se la pasa durmiendo!
– Avril…, ¡soy yo! El mundo enmudeció y unos gatos amigos me contaron que habías bajado al reino de Tenebris. Tuve que descender por una alcantarilla asquerosa y llena de ratas. ¡No te imaginás el desratadero que hice! ¡Casi no te alcanzo! ¡Pero fue taaaan divertido! Bueno…, a lo que iba. ¡Vine a traerte una cosa!
– ¡Guau, guau! Si vos sos la gata de Avril vas a tener que probarlo.
– ¿Alguien puede callar a este perro zoquete? ¡Vamos, Avril! ¡Agarrala! ¡Te va a hacer falta!
– ¿Qué agarre qué?
– ¡Avril, sé más lista! ¡En el cuello!
¡Y así era!
Sobre el cuello negro de Agatha, brillaba resplandeciente una piedra.
¡Una clave de sol! ¡Su turmalina violeta!
—-
– ¡Ay, no puede ser! ¡No puede ser! ¡Bellatriiiiiiix!
La bruja, convertida en alado y brillante cuervo, le responde a través de la bola de cristal.
– ¿Sí, hermana?
– ¿Sí, hirmini? ¿Vos me estás tomando el pelo o qué?
– ¡Ay, Endora! ¡Mamá siempre dijo que tenías un carácter insoportable y qué razón tenía!
– Si vos no fueras una bruja torpe y distraída, mi carácter sería maravilloso. ¿Pero no te das cuenta de lo que pasa?
– ¿Qué pasa?
– ¡La mocosa! ¡El gato! ¡La turmalina! ¡Eso pasa!
– ¡Ay, Endora, calmate! ¡Te va a subir el azufre!
– ¿Dónde estás?
– Acá en la bifurcación del sendero. Está tan lindo acá junto al tocón que me quedé tomando el fresquito.
– ¡Ah, qué bien! ¡Tomando el fresquito! ¿Y no viste lo qué pasó?
– Sí. ¡No soy tan tonta, para que sepas! Mientras la niña y el perro elegían por cuál camino seguir, llegó un gato negro. ¡Muy simpático! ¡Me hizo acordar tanto a Seth! ¡Ay, hermana…, cómo lo extraño! Lo podríamos adoptar a este, ¿no? ¡Es tan lindo!
– ¡Bellatrix!
– Es que dos brujas malvadas como nosotras tendrían que tener una horrorosa mascota como esa.
– ¡Lo discutumos en otro momento! Volviendo al tema…, ¿te fijaste por qué camino se fueron?
– ¡Emmmmm! ¿Por el de la derecha?
– ¡No, estúpida! ¡Se fueron por el de la izquierda!
– ¡No, Endora! ¡Jajajaja! ¡No seas bromista! Se fueron por la derecha.
– ¡Se fueron por la izquierda, te digo!
– ¡No puede ser! Nosotras pronunciamos el hechizo y vos sabés que, a menos que nosotras lo revoquemos, no se puede cambiar. Yo no lo hice. Endora…, ¿no me digas que vos…?
– ¡Nooooo! ¡Yo tampoco lo revoqué! ¡Ay, diablo! ¿Por qué tengo una hermana tan torpe? ¿No viste lo que traía en el cuello tu simpático gatito negro?
– ¡Ay, sí! Un collar precioso con una piedrita violeta.
– ¡Una turmalina!
– ¿¡Qué!?
– ¡Lo único que revoca nuestros hechizos es la turmalina violeta! ¡Volvé inmediatamente a Magicae! ¡Tenemos que trazar ya mismo un plan!
– ¿Un plan?
– ¡Sí! ¿Vos no querías una casa de caramelo? ¡Vamos a fabricarles una!
– ¡Ay, qué rico! ¿Y nos podemos comer un pedazo de pared de waffle?
– ¡Noooo! ¡No va a tener waffles! ¡Volvé ya mismo! ¡Y no pierdas más plumas por el camino! ¡Bruja ridícula!
—-
Rumbo al reino de Magicae, a paso veloz, se dirigen los tres.
Garabato abre la marcha, con su ladrido estridente y moviendo la cola como un plumero. Detrás suyo van Avril y Agatha, contándose las novedades y poniéndose al día.
– Yo dormía, como de costumbre, en el fogón de la cocina…, ¡y fue muy raro! ¡Todo se apagó de repente! El canto de los pájaros, la radio del vecino, la tele de la mamá de Lucía. ¡Un silencio de muerte! Así que me subí al tejado y, por otros gatos y el perro de doña Juana que es un metiche, me enteré de lo que estaba pasando.
– ¿Y cómo me encontraste?
– ¡Magia! Tuve un mal presentimiento y tuve que venir. ¡Era obvio que tenía que ser obra de esas dos! ¿Quién sino?
– ¿Cómo? ¿Vos conocés este lugar?
– ¡Soy un gato negro! ¡Todos los gatos negros venimos del reino de Tenebris!
– ¿Guau, guau, guau!
– ¡A callar, cachorrito impertinente! Avril…, ¿en serio te lo vas a llevar a casa?
– ¡Sí! Miralo…, ¿no es lindo?
– ¡Tiene cara de bobo!
– ¡Agatha!
– ¡Pero es verdad! Si no llego a tiempo, ya se los hubiera tragado el pantano de Timeret. ¡Nadie sale vivo de ese lugar, Avril! ¡Nadie! ¡Seguro las brujas les hicieron algún hechizo para que tomaran el camino equivocado!
– ¿Un hechizo?
– ¡Sí! Pero no hay que tener miedo. La turmalina violeta te protege.
– ¡Guau, guau! ¡Tengo hambre!
– Garobito…, hace años que estás perdido en Tenebris. ¿Aún no aprendiste cómo alimentarte?
– ¡Guau! ¡Me llamo Garabato! Y, desde que me perdí, sólo como plantas.
– ¡Jajajaja! ¡Un perro vegetariano! ¡Jajajaja!
– ¡No te rías! ¡Pobre Garabato!
– ¡Jajajaja! ¡Jajajaja!
– ¡Guau, guau, guau!
– ¡Basta, Agatha! ¡Gata peleadora!
– Cuando estás arriba sos mucho más simpática, ¿sabías?
– Yo también tengo hambre. ¿La turmalina no nos puede conseguir comida?
– ¡No! La turmalina violeta sólo nos protege, pero no hace magia. Si queremos comer, tenemos que buscar.
– ¡Ahí hay un manzano! ¡Guau, guau!
– Eso está bien para una niña como Avril y para caniches vegetarianos como vos. ¡Yo ni loca! Tengo un status que mantener.
– ¡Soy un maltés, no un caniche!
– ¡Sí, sí! Caniche, maltés…, ¡lo mismo da! ¡Manzanitas a mí!
Avril se trepa ágilmente al manzano y, desde allí arriba, observa el camino. ¡Falta mucho para llegar al castillo de Magicae!
De repente la ve, pese a la niebla.
– ¡Agatha, Garabato! ¡Miren!
En el suelo, a unos metros de donde están, entre la bruma se ve una semifusa caída. Y, unos metros más ella, una corchea.
– ¡Guau, guau!
– ¡La música! Está por acá cerca.
– ¿Más caminos raros? ¡Pero qué brujas tan poco originales!
– ¡Vamos!
– Esperá, Avril. Hay que ser precavido. ¡Podría ser una trampa!
– ¡Pero son las notas! ¡La caja tiene que estar cerca!
– No si están en el castillo de Magicae. Eso está muy lejos. ¡Vamos a seguir este sendero de notas! Pero Avril…, ¡por nada del mundo sueltes la turmalina! ¡Y el perro va delante de nosotros!
– ¡También puedo cubrir la retaguardia!
– ¡No me hagas reír! Seguro te encontrás una lagartija y te volvés a perder. ¡Adelante, por donde pueda verte! Avril…, ¿en serio lo vamos a llevar a casa?
– ¡Agatha!
– ¡Está bien, está bien! ¡Perros! Lo bien que estaríamos sin ellos. ¡Vamos tropa, andando!
—-
Un paso, dos pasos, tres, cien. Cada tanto encuentran alguna nota musical caída, pero por más que caminan y caminan, parece que no llegan a ningún lugar.
En el reino de Tenebris la penumbra y la niebla son permanentes. No existen los relojes y no hay forma de saber si es de noche o de día. Y, como en el ataque del murciélago perdió su celular, Avril no tiene idea de qué hora es ni de cuánto tiempo le queda para salvar el concierto.
De repente, se da cuenta de que así como es terrorífico un mundo sin música, es igualmente espantoso un mundo sin luz ni tiempo. ¿Qué pasaría si ambos mundos se superponen?
– Agatha…, ¿Endora y Bellatrix podrían hacer que esta oscuridad suba a nuestro mundo?
– ¡Guau, guau!
– Podrían.
– ¿¡Qué!?
– Avril…, creo que ya es hora de que te hable del rito.
– ¡Guau, guau! ¡Miren! ¡Una casa!
– La música es el alma de nuestro mundo. Más que la literatura, más que la pintura, más que todo. Ellas se robaron nuestra alma y la tienen encerrada en una caja. Pero existe un conjuro que les permite absorber las notas en sus propios corazones. Si lo hacen, serán invencibles.
– ¡Pero la turmalina…!
– ¡No, Avril! La turmalina no les haría nada. Y, sí, pueden y harán que la oscuridad y la eternidad suban a nuestro mundo. ¡Sin luz, sin tiempo y sin música será nuestro fin!
– ¡Una casa! ¡Miren! ¡Ahí hay una casa!
Garabato no para de ladrar loco contento y de mover la cola como un metrónomo alocado, completamente ajeno a lo que podría sucederle a su mundo.
– ¡Vengan! ¡Vamos!
Es una casita como la de las abuelitas de los cuentos. Es una bonita casa con techo de agua, coquetas ventanas y un lindo porche con jardín. Brilla como una perla en medio de la oscuridad.
Pero, además de bonita, tiene algo muy especial. ¡Es una casita de chocolate! Chocolate blanco para las paredes, chocolate amargo para las puertas, chocolate con leche para las ventanas y Rocklets rojos para las tejas del techo.
– ¡Avril!
¡La debilidad de Avril es el chocolate!
– ¡Guau! Parece que no hay nadie. ¡Vamos a entrar! Tal vez haya comida.
– ¡Miau! ¡Un momento! ¡Que a nadie se le vaya a ocurrir comerse la casa!
– ¡Un pedacito de ventana, Agatha! ¡Sólo un pedacito!
– ¡Ni hablar! Garaboto…, ¡sacá esa lengua de la pared! ¡Perro cochino!
– ¡Guau! ¡Me llamo Garabato!
– Lo mismo es. ¡Entremos! Avril…, ¡ni se te vaya a ocurrir comerte el pomo de la puerta!
Por dentro, la casa es tan acogedora como por fuera. Al parecer no hay nadie dentro, pero la estufa está encendida.
– ¡Qué extraño! Con el calor que hace acá adentro y la casa no se derrite.
– ¡Qué rico! ¡Una casa de chocolate!
– ¡Avril…, no existen las casas de chocolate! Ni en nuestro mundo ni tampoco en Tenebris.
– ¡Tal vez sí existen y vos no lo sabés!
– De tanto juntarte con el perro ya se te encogió el cerebro. Girabota…, ¿y a vos qué te pasa?
– Me pica la lengua.
El travieso Garabato tiene toda la boca embadurnada de chocolate.
– ¡Te dije que no te comieras las paredes!
– ¡Ah, no! ¡Si él le puede dar una probadita a la casa, yo también!
– ¡Basta, Avril! ¿Querés saber por qué no te podés comer ni una teja? Por la misma razón por la que la casa no se derrite con el calor de la estufa. ¡El chocolate está envenenado!
Garabato se desmaya del susto.
– ¡Garabato!
– No te preocupes. A el sólo le puede dar una pequeña alergia. ¡El problema es lo que te haría a vos!
– ¡Te lo estás inventando!
– ¿Ah, sí? ¡Mirá! ¡Tráeme un pedazo de ventana.
Avril lo arranca y lo trae hasta la mesa. ¡Huele tan rico! ¡Qué ganas de comérselo!
– ¡Ahora tocalo con la turmalina!
Avril titubea. Sabe lo que va a suceder a continuación y tiene miedo. Toca el chocolate con la turmalina y, de inmediato, comienza a chisporrotear hasta que desaparece entre pequeñas nubes de humo negro.
¡Mejor dejar la casa tal y como está!
– ¡No te asustes! Estoy acá para cuidarte. A vos y a ese perro botarate. ¡Vení, vamos a sentarnos! Bellatrix es una bruja malvada, pero demasiado torpe. La verdadera mala, la que es capaz de cualquier cosa es Endora. ¡Seguro esto fue idea suya!
– ¿Pero qué vamos a hacer?
– Descansar un ratito mientras hacemos un plan. Comer algo que no nos haga daño. ¡Y partir de inmediato!
– Agatha…, ¿y ese ritual que me dijiste?
– Para que surta efecto el ritual del alma se debe realizar la noche más clara del año.
– ¿Y cuándo es la noche más clara del año?
– Hoy.
– ¿¡Qué!?
– ¡Sí, Avril! ¡Es hoy! Tenemos que llegar a Magicae, encontrar la caja y regresar a casa con la música antes de que la luna se oculte.
– ¿La luna? ¡Pero si este lugar es más oscuro que un cementerio!
– Una vez al año, la luna de sangre cruza el cielo de Tenebris. Si recuperamos la caja y liberamos las notas antes de que se oculte, habremos salvado al mundo.
– ¿Y sino?
– Silencio, oscuridad y eternidad.
– Agatha…, ¿y cuánto tiempo dura la luna de sangre?
– ¡Una hora!
– ¿¡Qué!?
– ¿Se te rayó el disco o qué? Desde que sale hasta que se oculta, una hora.
– ¡Tenemos que irnos ya!
– ¡Correcto, querida humana! ¡Vamos, Copo de Nieve! Tenemos que irnos ya.
– ¡No puedo ir a ningún lado! ¡Estoy desmayado!
– ¡Vamos, Garabato!
– ¿Me perdí de algo? ¡Guau!
Abandonan la casa de chocolate, haciéndose una única pregunta. ¿Cómo llegar al castillo de Magicae antes de que salga la luna?
—-
No tienen demasiado tiempo para pensar. Porque frente a ellos, se alza un enorme dragón, negro e incendiario, que les corta el paso.
– Agatha…, ¿un dragón? ¡Pero si los dragones no existen!
– ¿Y las casas de chocolate sí?
– ¡Guau, guau, guau!
La casa de chocolate queda consumida por el fuego. ¡Qué lástima! ¡Y tan rica que se veía! ¡A pesar del veneno!
– ¡Hola, gatito bonito! ¿Cómo estás?
– ¡Perdón! ¿Es a mí?
– ¡Sí, gatito lindo! ¡A vos!
– Señor dragón, creo que usted me confunde. Toda la vida he sido hembrita y no voy a cambiar ahora.
– ¡Jajajaja! ¡Qué divertida! Le ruego me dispense, milady. Yo también soy una bella dama.
– ¡Guau, guau, guau! ¡Es Bellatrix!
– ¡Agatha!
– Tranquila, no voy a hacerte daño. Vine a hacerte una proposición.
– ¡La respuesta es no!
– ¡Ay! ¿Por qué no? Si me recordás tanto a nuestro gatito Seth. ¿Vos sabés lo importante que es ser la mascota de dos brujas como nosotras? ¡La mejor carne, la mejor leche y la mejor cesta para dormir! ¡Pensalo! ¡Serías una reina!
– ¡No tengo nada que pensar! ¡Yo ya soy una reina! ¡Y, además, ya tengo dueña!
– ¿Esa nena? ¡Vamos! Sabemos que tenés un status que mantener.
– ¡Basta! ¡Ya te dijo que no!
La horripilante dragona mira a Avril con indisimulado desprecio. ¿Cómo se atreve?
– ¡Qué lástima! No se imaginan la tristeza que siento. ¡A veces me siento tan sola! ¡Lo que daría por volver a tener una mascota! Pero, bueno…, una trata de ser educada y pedir las cosas de buena manera. ¿Y saben lo que sucede cuando me dicen que no?
La bestia apunta hacia Garabato y una riada de fuego se dirige hacia él. Avril se lanza sobre el perro para salvarlo. Ambos terminan en el suelo, cubiertos de tierra…, pero a salvo.
– ¡Avril!
Cuando se voltea a mirar, la inmensa dragona emprende el vuelo con Agatha entre sus patas.
– ¡Agatha!
– ¡Si no me dan lo que quiero, me lo robo! ¡Jajajaja!
– ¡Nooooo!
¡Están secuestrando a Agatha!
Avril corre con todas sus fuerzas para detener al monstruo antes de que remonte el vuelo. ¡Entonces se le ocurre! ¡Es su boleto gratis al castillo de Magicae!
Sujeta bajo el brazo a Garabato, que no para de ladrar asustado, salta y con la mano libre se aferra a la cola del dragón.
– ¡Avril! ¡Nooo!
– ¡Guau, guau! ¡Me caigo!
– ¡Mocosa del demonio! ¿Adónde crees que vas?
La dragona remonta el vuelo y, furiosa, hace fintas y piruetas para deshacerse de su carga. Pero Avril es obstinada y lucha con todas sus fuerzas para no caerse ni soltar a Garabato.
A toda velocidad se dirigen al castillo de Magicae.
Y, entonces la ven asomando por el horizonte. ¡La luna de sangre!
¡Tienen exactamente una hora para salvar al mundo!
—-
A través de la bola de cristal, Endora ve a su hermana volar hacia allí con su carga inesperada y desesperada.
– ¡Bruja estúpida! Los estás trayendo hasta aquí. ¡Inútil! ¡Siempre lo estás arruinando todo!
– ¡Es que quería tanto una mascota! ¡Perdón, Endora!
No le responde. Se dirige hacia la caja mágica y la abre. Allí, latiendo con su fulgor rojizo se encuentra el alma del mundo mortal. Respira hondo. ¡Bellatrix no merece compartir esa gloria con ella! ¡El mundo será solamente suyo!
¡Es la hora!
– ¡Rufus eclipsis, yo invoco tu sempiterno poder! ¡Sanguin lunae, ven a mí! ¡Que el alma del mundo mortal y tangible me pertenezca! ¡Para siempre!
—-
Aterrizan violentamente en el patio del castillo. Garabato se baja de la dragona inmediatamente y Agatha lucha por soltarse de entre sus garras. Avril procura trepar hacia su cabeza.
– Pero…, ¿qué estás haciendo? ¡Bajate de encima de mí!
Bellatrix escupe un torrente de fuego y se sacude con fuerza para desembarazarse de Avril, pero esta se le aferra como una garrapata.
– ¡Bajate!
– ¡Soltá a mi gata!
– ¡Avril, no!
– ¡Guau, guau, guau!
– ¡Basta, Avril! ¡Bajate!
– ¡No!
Y, haciendo un esfuerzo sobrehumano, Avril se encarama sobre la cabeza de Bellatrix, se quita la turmalina del cuello y la golpea entre los ojos. El aullido es tan ensordecedor como aterrador. Entre gritos, estertores y humo, la bruja desaparece de la faz de Tenebris.
Avril cae al vacío con la turmalina en la mano.
– ¡Guau, guau, guau!
– ¿Avril, estás bien?
– ¡Ay! ¿Alguien le tomó la matrícula a ese dragón?
Avril está agotada y dolorida. Tiene el oscuro pelo revuelto, pero sus ojos reflejan decisión. ¡Y valor! Querría tener, al menos, cinco minutos para poder quejarse a gusto, pero sabe que ya no queda mucho tiempo.
¡Tiene que salvar la música! ¡El alma del mundo! ¡Y su vida entera!
– ¡Vamos! ¡Tenemos que detener a Endora!
Recorren las galerías del castillo a toda velocidad. ¡No hay tiempo! ¡No hay tiempo! ¿Y cuál es el plan para rescatar las notas? ¡Sólo es una niña frente a una malvada bruja milenaria!
De repente, escuchan voces. ¡Voces pidiendo ayuda! ¡Sí! ¡Son otros niños que, como ella, descendieron a Tenebris en misión de rescate! Y fueron capturados por las hermanas por no tener una turmalina que los protegiera. ¿Cuántos otros habrán perecido en el bosque de Timeret?
¡No! No va a ponerse triste ahora. ¡Tiene una bruja que cazar!
– ¡Agatha, Garabato! ¡Liberen a esos chicos! ¡Yo voy por Endora!
– ¿Yo con este perro miedoso? ¡Pero ni loca! ¿De verdad verdadera que lo vamos a llevar a casa?
– ¡Agatha!
Se agacha, los mira con cariño y los abraza. ¡Son sus verdaderos amigos! Los que se atrevieron a acompañarla y protegerla, pasara lo que pasara.
– No sé cuál va a ser el final de esta historia. Pero si ganamos, Garabato será un miembro más de nuestra familia. ¡Vos ya lo sos! ¡El más querido de todos! ¡Aunque te hagas la interesante!
– ¡Miau! Eso que acabás de decir me llegó al corazón. Pero voy a fingir que no lo tengo. Sino nos ponemos a llorar a moco tendido y se nos escapa la bruja. ¡Vamos, mascotita! Tenemos trabajo que hacer.
– ¡Guau! Avril…, ¡te quiero!
– Avril…, ¡hacé picadillo a esa bruja!
—-
Corre como el viento. No sabe cómo, pero sus pies la llevan directamente a encontrarse con Endora. ¿Es la turmalina? ¿O es la música que la llama?
“Agua para todas las flores. ¡Jardinero, ven, ven!”.
Aunque no logra que la canción surja de sus labios, la lleva en la memoria. Y en el corazón. ¡La música está frente a ella! ¡La puede sentir!
Sus pasos la llevan a una pesada puerta dorada. Sabe que del otro lado se encuentran amiga y enemiga. Y no sabe aún cómo les hará frente. ¡A ninguna de las dos!
La empuja con valor. ¡Y queda horrorizada al ver bruja y caja frente a frente, y las notas entrando en su corazón! ¡Volviéndola una mujer joven y hermosa! ¡Bajo el influjo de la luna roja!
– ¡Hola, Avril! La música nos embellece, ¿no es verdad?
– ¡Dejá esas notas!
– No puedo. Ellas vienen hacia mí. No puedo rechazarlas. ¿Así que destruiste a Bellatrix? Lo bien que hiciste. ¡Era una bruja tan tonta!
– ¡Soltá esa caja, Endora!
– ¿Por qué? ¿No me digas que querés cantar? ¡Pobrecita! ¡Nunca más vas a cantar!
Avril se le acerca con decisión, casi con rabia. ¡Tiene que quitarle la caja! La luna ya está comenzando a descender. ¡Si no lo hace será el fin!
– ¡Soltá esa caja!
La toma de sus manos con valor y tira de ella. ¡Miles de blancas, fusas y redondas salen volando por todas partes!
Avril cree estar ganando la batalla, pero entonces sale despedida contra la pared, y cae de espaldas con los labios ensangrentados. Cuando abre los ojos, ve a aquella bruja horrible, con su pelo casi blanco, la cara picada de viruela y sus dientes podridos parada frente a ella. Puede sentir su aliento fétido con toda claridad.
– ¡No tengo miedo, no tengo miedo!
– ¿Qué pasa, Avril? ¿Perdiste tu turmalina?
Se lleva instintivamente la mano al cuello. ¡La turmalina! ¡No está! ¡La busca con la mirada por todas partes! ¡Ahí! ¡En el suelo, junto a la puerta dorada!
– ¡Jajajaja! ¿Qué se siente cuando estás a punto de morir?
Se acurruca. ¡No puede ni mirarla! ¡Tan espantosa es! El labio le sangra. ¡Está a punto de llorar! No porque se termina para ella. Sino porque se termina para todos.
Ve cómo miles de notas musicales se arrastran hasta ella. Se le trepan. Buscan un hueco junto a su corazón. ¡Y, entonces, quiere cantar! Y ya nada importa. ¡Va a cantar para esa horripilante bruja, aunque sea lo último que haga!
– Una vez estudié en un librito de yuyo, cosas que sólo yo sé y que nunca olvidaré. Aprendí que una nuez es arrugada y viejita, pero que puede ofrecer mucha, mucha, mucha miel. Del jardín soy duende fiel, cuando una flor está triste la pintó con un pincel y le toco el cascabel.
Canta con alegría, canta con toda su voz y con todo su corazón. Si tiene que morir, lo hará cantando.
– ¡Basta! ¡Callate, mocosa!
Endora tiene los ojos rojos de furia. ¡La luna se está ocultando y ella está a punto de perder su oportunidad de ser la dueña del mundo! ¡Pero esa mocosa…! ¡Lo va a pagar muy caro!
– ¡Spiritus morte, ven a mí! ¡Yo te invoco para…!
¡No logra terminar la frase!
Frente a Avril surge una exhalación blanca y, a continuación, un aullido sorprendido, un grito aterrador y luego…, ¡la nada misma!
La bruja se evapora entre nubes violetas.
– Pero…, ¿será posible este perro?
– ¡Guau, guau, guau! ¡Me tropecé!
– ¿No tendrás ganas de perderte otra vez? Debe haber alguna ardilla en alguna parte. ¿Y si te consigo un conejo?
– ¡Agatha! Pero…, ¿qué pasó?
¡Se abrazan!
Había sido la intención de Garabato atrapar la turmalina entre sus dientes y llevársela corriendo a Avril para salvarla del hechizo. Pero, en el apuro y de puro torpe, se había tropezado con una clave de sol que estaba tirada en el suelo y, estrellándose de lleno contra Endora, le había enterrado la piedra en el corazón.
¡Así había liberado las notas atrapadas y hecho desaparecer a la espantosa bruja!
¡También a la turmalina! ¡Nunca la encontraron!
—-
“Mírenme, soy feliz
entre las hojas que cantan,
cuando atraviesa el jardín
el viento en monopatín.
Cuando voy a dormir
cierro los ojos y sueño
con el olor de un país
florecido para mí.
Yo no soy un bailarín,
porque me gusta quedarme
quieto en la tierra y sentir
que mis pies tienen raíz.”
¡Es viernes de concierto y las voces se elevan con alegría y emoción! ¡La música es reina y el mundo despliega su alma otra vez!
Hoy están todos: mamá, papá, Renata, Santiago, la abuela, Lucía. ¡Todos! También vino el presidente, los ministros, la radio, la televisión, la prensa. Hoy vinieron todos a rendirle homenaje a ella: la música, el corazón del mundo. ¡La que estuvieron a punto de perder!
Y, por eso, Avril canta fuerte. Canta con todo su corazón. ¡Y no para de sonreír! Abraza a la música y la música la abraza a ella.
Porque cuando la música te envuelve en su abrazo, no hay nada en el mundo que pueda hacerte daño.
Mira a su bis amiga y sonríe. Mira a todos sus compañeros y sonríe. El auditorio explota de gente, y Víctor se siente muy orgulloso de sus chicos.
Pero su sonrisa se hace aún más ancha al abrazar a su perro Garabato, que sacude la cola y ladra como loco, feliz de estar entre tantos niños, y ver a sus pies a la negra Agatha, como siempre haciéndose la interesante, pero muy ufana de ser el centro de atención, como corresponde a un ser de su status.
¡Música y amigos, el centro de su alma, el centro de su corazón!
¡Avril ha vuelto a casa!
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