“Atender, atender.
Vamo’ a contar la historia
que pasó una vez.
La historia de aquel hombre,
mitad rana, mitad pez
que un día en la laguna
se dio cuenta que…
Glu glu glu glu glu”.
Es una noche espeluznante. Espeluznante como pocas veces se vio en el mundo. El viento ruge como un león furioso, la lluvia y el granizo azotan puertas y ventanas, truenos y relámpagos dan al cielo un aspecto terrorífico.
Una noche realmente terrible, no apta para miedosos.
Pero Sol es una niña valiente y tiene su propia receta contra el miedo: comerse tres caramelos de frambuesa, darle un besote de buenas noches a su mamá Abi y dormirse escuchando su canción favorita.
Y esta noche no será la excepción.
A los pies de su cama, su fiel perra Celeste, con sus simpáticos ojo negro y ojo azul, bosteza y da vueltas sobre su alfombra, preparándose también para dormir.
La receta funciona a la perfección y, pese a la cruel tormenta que azota la casa, la mezcla de amor, caramelos y música produce el resultado deseado.
En pocos minutos, Sol y Celeste están profundamente dormidas.
—-
El sonido del rayo la despierta con un sobresalto. Sentada en su cama y totalmente despejada, Sol puede ver cómo los relámpagos iluminan la habitación, como si un fotógrafo travieso estuviera disparando su cámara a diestra y siniestra.
“¿Para qué querrá Dios tantas fotos?”, piensa.
El estrépito de otro rayo rasga el ya escaso silencio de la noche, y es entonces que la ve. Y, sobre todo, la escucha.
– ¡Sol! ¡Sol!
Se restriega los ojos con asombro, como si no pudiera creer lo que está viendo. Y se hurga las orejas para comprobar que está escuchando bien. ¡No! ¡No es posible! ¡No puede ser!
– ¡Sol! ¡Despertate, Sol!
Sobre su cama, a su lado, sentada sobre sus patitas, iluminada por aquel festival de luces, Celeste la llama con aire lleno de inquietud.
– Celeste…, ¡no puede ser! ¿Estoy soñando? ¿Vos me llamaste? ¿Vos hablás?
– ¡Sí! ¡Por supuesto que hablo! ¿Acaso no me estás oyendo? ¿Qué tiene de raro que hable? ¡Guau!
– ¡Pero si nunca en la vida dijiste una sola palabra! ¡Siempre estás “guau» para acá y “guau» para allá! ¿Cómo puede ser que ahora hables español?
– ¡No sé! ¡Debe ser por el miedo que tengo! ¡Mamita, qué tormenta! ¡A mí me dan mucho miedo las tormentas! ¡Guau, guau, guau!
Y, para confirmarlo, no deja de castañetear los dientes. Es que Celeste es una perra muy miedosa.
– ¡No tengas miedo, boba! ¡Sólo es una tormenta! ¿Querés que te dé un abrazo para que se te pase?
– ¡No! ¡Guau! ¡No tenemos tiempo! ¡Tenemos que irnos ahora mismo!
– ¿Cómo irnos? ¿Irnos adónde? ¡Estás loca! ¿A las dos de la mañana? ¿Y con esta tormenta? ¡Ni ahí! ¡Yo me voy a dormir!
-¡Sol, tenemos que irnos ya! ¡Guau! ¡El mundo necesita nuestra ayuda!
– ¡No! ¡Que se arregle solo el mundo! ¡Yo no voy a ningún lado! ¡Mañana viene papá a buscarme! Vamos a ir a Piriápolis. Me prometió llevarme a comer choclos con manteca a la playa y, después, a pasear en lancha.
– ¡Guau! ¡Pero esto es mucho más importante que comer choclos! ¡Tenemos que resolver un misterio!
– ¿Un misterio?
– ¡Sí! ¡El misterio de las esmeraldas del aire!
Sol abre unos ojos como el dos de oro, pero en color azabache. Aquello suena tan interesante, que la tormenta queda en segundo plano.
– ¿Y adónde tenemos que ir? Espero que no sea lejos porque papá me viene a buscar a las nueve.
– Tenemos que hacer un viaje muy largo. ¡Vamos a la tierra de Animalópolis!
– ¿¡Adónde!?
– ¡Animalópolis! Tenemos que ir hasta allá para resolver el misterio.
– ¡Ufaaaaa! ¿Y me podés decir qué son las esmeraldas del aire?
– ¡Guau! Dicen que son unas joyas muy, muy hermosas. Y muy, muy valiosas. ¡Pero desaparecieron! Parece que alguien las robó. ¡Tenemos que encontrarlas!
– ¡No, Celeste! ¡Que vaya otro! ¡Yo no quiero ir! ¡Yo quiero ver a mi papá!
– ¡No, Sol! ¡No puede ir otro! Para resolver este misterio se necesita una niña lista y valiente. ¡Y esa sos vos! ¡Así que vamos, que nos están esperando!
– ¡Pará! ¿Pero quién nos va a estar esperando ahí en… en…? Animaaa… Animapilis… Bueno, ¡eso que dijiste! ¡Si es reeee lejos!
– ¡Tengo un amigo que nos está esperando.
– ¿Pero vos tenés amigos en… en…? Aniiii… Anipolis… Bueno…, ¡ahí!
– ¡Claro que sí! ¡Yo soy una perra muy sociable! ¿Qué te pensaste? ¡Guau!
– ¿Y me querés decir cómo vamos a llegar ahí, eh? ¿En bicicleta? ¿Vos viste la tormenta que hay? Si salgo a la calle y me enfermo…, ¡mamá me va a matar!
Entre truenos y relámpagos, Celeste baja de la cama y, lentamente, camina hacia el enorme espejo que se encuentra junto a la ventana.
– Tenemos que cruzar por acá. ¡Guau!
– ¿¡Cómo!? ¿Cruzar el espejo? ¿Cómo Alicia?
– ¡Guau! ¿Qué Alicia? ¡No, esperá! Me lo explicás en el camino. ¡Vamos! Glu nos está esperando.
Sol no sabe muy bien por qué, pero al escuchar ese nombre sabe que tiene que ir. Porque ese nombre le resulta agradablemente familiar. Como el de un compañero de aventuras que no logra recordar. Pero que, seguro, está ahí. Dentro de su corazón.
—-
Allí están las dos.
Iluminadas por los relámpagos que se cuelan a través la ventana, de pie, muy juntas, frente al enorme espejo, juntando el valor para cruzar.
Sol, con sus rulos de petróleo revueltos cual nido de caranchos, su tez bronceada por su tocayo el sol, su metro veinte de estatura, su corto pijama verde y sus piececitos descalzos.
Celeste, con su pelaje negro y dorado, su ojo oscuro y su compañero azul, su porte marcial y, aún, castañeteando los dientes.
Un paso al frente. Se miran y ambas reprimen el deseo de volver a su cama a dormir.
Otro paso al frente. Vuelven a mirarse. Si sus amigos las necesitan tienen que ir.
Tercer paso. Atraviesan el espejo.
Tan fácil como cruzar una puerta. Una puerta al infinito. Y un poquito más allá.
Porque tras esa puerta las espera un mundo diferente.
Aquí ya no llueve. No hay truenos ni relámpagos. En el cielo no se ve ni una sola nube. Es un típico atardecer de verano, cálido y agradable.
Un jardín gigante las rodea. Un jardín con olor a chicle globo y a mandarina. Hay flores por todas partes: yemitas, violetas, rosas, girasoles, todas abiertas en su máximo esplendor.
A su lado el bosque profundo, lleno de sauces, pinos, abetos. ¡Y muchos tréboles!
Tal vez, más tarde, tengan tiempo para encontrar uno de cuatro hojas para llevarle a la tía Estela. ¡Se pondría tan contenta con un trébol de otro mundo!
A sus espaldas, una plácida laguna. Agua quieta, agua mansa.
El silencio reina sobre el lugar. No se oye ni el zumbido de una mosca. Y, sobre todo, no se alcanza a ver ni la sombra de un ser humano.
– ¡Menos mal que tu amigo nos estaba esperando! ¡Acá no hay nadie!
– ¡Qué raro! A lo mejor está trabajando.
– ¿Trabajando? ¡Pero si ya comenzó a bajar el sol!
– Esperemos un poco. ¡Ya debe estar por venir!
– ¿Y si es una broma? ¿Y si tu amigo no viene?
– Tranquila, Sol. ¡Guau! Va a venir. Y si no viene, nos volvemos a casa a dormir.
Sol pone los brazos en jarra, recorre con la mirada todo el apacible lugar y, con aire enfadado, espeta:
– ¿Volver a casa? ¿Y en qué? No veo ningún espejo que podamos cruzar. ¿Cómo vamos a volver?
– Tranquila. Glu va a venir. Confiá en mí.
De pronto, un suave murmullo se escucha a sus espaldas. Es en la laguna. Entonces ven flotando hacia ellas una gran galera roja. Se va acercando más. ¡Y más! ¡Y más!
Sol y Celeste se miran. Sol con preocupación. Celeste con entusiasmo.
– Celeste…, ¿tu amigo usa galera?
– Mmmm. Sí. Creo que sí.
– Pues me parece que se le perdió. ¡Vamos a atraparla para devolvérsela!
Y, dicho esto, se acerca con toda la buena intención de su corazón a la orilla de la laguna a fin de atrapar la galera que se acerca. Extiende su bracito haciendo un enorme esfuerzo. Pero cuando ya está por alcanzarla, la galera comienza a elevarse y bajo ella aparece una extraña cabeza.
Tan grande es el susto que Sol da un grito de sorpresa y, acto seguido, se cae de cabeza al agua.
– ¡Jajajajajaja! ¡Jajajajajaja!
– ¡Jajajajajaja! ¡Jajajajajaja!
Sol, con sus rulos y el pijama empapados, se pone de pie y procurando salir de la laguna, protesta enojada:
– ¡Celeste, pará de reírte! ¡No es gracioso!
-¡Jajajajajaja! ¡Jajajajajaja!
– ¡Jajajajajaja! ¡Jajajajajaja!
– ¡No te rías! ¡Mamá me va a matar si me ve así, toda mojada! ¡Brrrrrr! ¡Qué fríooooo!
-¡Jajajajajaja! ¡Jajajajajaja!
– ¡Jajajajajaja! ¡Jajajajajaja!
Es entonces cuando Sol se percata de que son dos los que se están burlando de su aspecto empapado.
Una, por supuesto, es Celeste. La muy sinvergüenza no para de reírse a carcajadas de ella. ¡Y eso que jamás se ha reído en su vida! Pues ahí está, desternillada de la risa y sin intención alguna de ayudarla.
Pero junto a su fiel y divertida mascota, hay alguien más. El dueño de aquella ridícula galera. Y él también ríe a mandíbula batiente.
Es un extraño ser de color plateado, mitad rana y mitad pez, y tiene piernas de hombre. Sobre su cabeza lleva aquella absurda galera roja.
– ¡Jajajajajaja! ¡Jajajajajaja!
– Vos…, ¿sos Glú?
– ¡Jajajajajaja! Sol…, ¡jajajajajaja! ¡Jajajajajaja! ¡Perdoname! Es que quedás tan chistosa con los rulos empapados y el pijama chorreando agua. ¡Jajajajajaja! Sí. Yo soy Glu.
Y, entonces, le guiña un ojo.
Por supuesto que aquel nombre le resulta agradablemente familiar. Aquel extraño ser, mitad rana y mitad pez, es el personaje de su canción favorita, esa canción que escucha cada noche antes de dormir, esa canción que sabe quitarle todos los miedos.
¿Cómo no recordarlo? Si es su compañero de juegos, su amigo imaginario. Sí noche sí y noche también, lo encuentra allí esperándola en el portal de los sueños.
Pero esto es distinto. ¿Qué está haciendo Glu en esta aventura?
– Bueno, Celeste, ya basta de risas. Sol, por favor, te quiero pedir mil disculpas. Te juro que no era mi intención asustarte. No creí que estuvieras tan cerca de la galera.
– ¡Jajajajajaja! ¡Guau! ¡Perdón!
– ¡Estoy empapada! ¿Y ahora qué voy a hacer?
– No te preocupes. Todo tiene solución.
Entonces Glu se quita su ridícula galera de sobre su extraña cabeza, saca unos polvos que tiene allí escondidos, y los sopla sobre Sol diciendo:
– ¡Patapúfete!
De inmediato, Celeste deja de reír. Sol está completamente seca.
¡Como por arte de magia!
—-
Mientras el sol se va ocultando lentamente tras el horizonte, y los grillos dan comienzo a su concierto nocturno, Sol, Celeste y Glu toman limonada fresca y comen manzanas, sentados sobre el tocón de un árbol.
A esa hora, distinta es la actividad del jardín. Las musarañas van de cacería, los últimos picaflores hacen su trabajo de recolección, y los mosquitos simplemente molestan. En tanto que pinos y flores los embriagan con su delicioso perfume, el más intenso del día.
Sin embargo, no tienen suerte con la búsqueda de tréboles. Tal vez más tarde, antes de volver a casa.
– Las esmeraldas del aire son muy especiales para nosotros.
– ¿Y por qué son tan especiales?
– Por su brillo. En Animalópolis hace años se nos apagó la luna, el fuego no funciona y la luz de las estrellas no basta para dar luz. Por eso, dependemos de las esmeraldas del aire para alumbrarnos. Dicen que quien posee una esmeralda del aire no le tiene miedo a nada.
– ¡Guau! ¡O sea que son como farolitos!
– ¿Y cómo fue que desaparecieron?
– No lo sabemos, Sol. Simplemente, una noche nos envolvió la oscuridad y ya no las volvimos a ver. Alguien se las llevó.
– ¿Y no hay ninguna pista? ¡Guau!
– Ninguna. Pero, aquí entre nosotros, sólo hay una persona capaz de hacer una cosa así.
– ¿Una persona? Creí que no había seres humanos en esta tierra.
– ¡Sí! ¡Tenemos uno! ¡Y es demasiado malvado!
– ¡Guau, guau, guau! ¡Ay! ¡Qué miedoooo!
Sol la mira con cariño y le da un gran abrazo. No le importa que sea una miedosa o que se haya reído de ella cuando se cayó al agua.
Celeste es su amiga, la quiere y siempre cuidará de ella.
– Tranquila, Celeste. No voy a dejar que te pase nada.
– ¡Guau, guau, guau!
Momentáneamente, y a causa del susto, la perra parece haberse olvidado de cómo hablar.
– Glu…, ¿y cómo se llama ese señor tan malvado?
– No es un simple señor. ¡Es un conde! El Conde de Coscorrón.
– ¿¡Quién!? ¡Jajajajaja!
– No te rías, Sol. El nombre puede sonar muy gracioso, pero te aseguro que es un hombre muyyyy malo.
– ¡Jajajaja! ¡Perdón! ¿Y dónde podemos encontrar a ese duque de Chicharrón?
– ¡No, Sol! ¡Jajajajaja! ¡Conde de Coscorrón!
– Bueno. ¡Eso!
– ¡Jajajaja! ¡Jajajaja! ¡Duque de Chicharrón! ¡Jajajaja! ¡Ups! ¡Guau! No hablo más.
– El conde de Chicharrón…, ¡ejem! ¡De Coscorrón!… vive en los confines de esta hermosa tierra. En el castillo de Queteimporta.
Sol y Celeste tienen que taparse la boca con manos y patas, para no empezar a reírse otra vez.
– Glu… , pero ese conde al final… ¿nos tiene que dar miedo o risa?
– ¡Jajajaja! Las dos cosas, Sol. Las dos cosas.
– Bueno. Está bien. ¡Entonces vayamos ya mismo al castillo de Queteimporta a rescatar esas esmeraldas!
– ¡Guau, guau, guau!
– ¡No, Sol! Pronto va a ser de noche y es muy peligroso andar por el bosque a oscuras. Ahora vamos a descansar y mañana, apenas salga el sol, salimos en su búsqueda.
La carita de Sol se llena de congoja:
– ¿Cómo mañana? ¡No! ¡No puedo esperar! ¡Mi papá! ¡Piriápolis! ¡Mis choclos!
– ¡Tranquila, Sol! Te prometo que mañana, cuando tu papá vaya a buscarte para ir a pasear, vos lo vas a estar esperando en la puerta.
– ¡Pero cómo! ¡Pero si yo…!
– ¡Sol! Soy tu amigo, ¿no? ¡Confiá en mí!
—-
Amanece sobre la tierra de Animalópolis, y Glu ya se encuentra en pie, preparando el desayuno y juntando las provisiones para llevar en su expedición, mientras Celeste se dedica a perseguir mariposas y a ladrar con alegría.
– ¡Vamos, Sol! ¡Arriba! Tenemos que partir hacia el castillo de Queteimporta a buscar las esmeraldas.
– ¡Ajum! ¡Un ratito más!
– ¡Vamos, dormilona! Hay scones de queso y una sorpresa para vos.
Sol se esconde debajo de la frazada. Quiere seguir durmiendo, pero sabe que el deber la llama. Asoma la cabeza tímidamente. Sus rizos siguen pareciendo un nido de caranchos y se olvidó el peine en su casa. Igual ese no es su problema mayor.
Sale de la carpa con ojos somnolientos. Estira sus bracitos y bosteza.
Sobre el césped hay un mantel muy bien dispuesto para el desayuno con scones de queso, y para ella, mate de té con jengibre.
¡Qué bueno es Glu! ¡Qué bien la conoce!
Lo prueba. Cierra los ojos. ¡Qué rico está!
Se sienta a comer allí bajo los árboles, mientras observa a Glu guardar las provisiones dentro de su galera, y a Celeste, que por un rato vuelve a ser un alma canina, y continúa persiguiendo mariposas, ladrando frenéticamente.
– ¡Basta, Celeste! ¡Pobres mariposas!
– ¡Guau, guau, guau!
Evidentemente, no le presta la menor atención.
– ¡Celeste! ¡Vení acá! ¡Ay! ¡Cuidado con ese panal!
– ¡Guau, guau, guau!
A unos metros, se puede apreciar un gran alpamisqui, una enorme colmena de tierra, la cual parece bullir de actividad. De ella, se ven salir y entrar muchas abejas laboriosas.
– ¡Basta, Celeste!
– ¡Celeste! ¡Cuidado con esas abejas!
¡Demasiado tarde! En su enloquecida caza de mariposas, Celeste se lleva por delante el panal y lo destroza.
Multitud de enfurecidas abejas salen zumbando en su persecución. A la pobre perra no le queda más remedio que tirarse de cabeza a la laguna para evitar que la acribillen a picotazos.
Sus aullidos se escuchan a kilómetros a la redonda.
– ¡Jajajajaja! ¡Jajajajaja!
– ¡Jajajajaja! ¡Jajajajaja!
Sol y Glu no pueden parar de reírse de la desgraciada Celeste, calada hasta los huesos. ¡Al menos le había salido barato y se había salvado de los picotones!
¡Hasta las mariposas, divertidas, los acompañan en sus risas!
– ¡Jajajajaja! ¡Jajajajaja!
– ¡Jajajajaja! ¡Jajajajaja!
– ¡Guau! ¡No tiene gracia!
– ¡Sí que la tiene! ¡Jajajajaja! ¡Jajajajaja!
– ¡Jajajajaja! ¡Jajajajaja!
Entre los dos, la sacan cariñosamente del agua y le dan unas palmaditas en el lomo, sin parar de reírse y mirando de reojo que las abejas no vuelvan.
– ¿Estuvo divertida la cacería? ¡Jajajajaja! ¡Jajajajaja!
– ¡Jajajajaja! ¡Jajajajaja! ¡Nosotros te avisamos!
– No le veo la gracia. ¡Guau!
– ¡Bueno, bueno! Ya nos divertimos bastante. Ahora tenemos que partir.
Sol, mirándose de arriba a abajo, niega con la cabeza.
– ¿Con esta facha? ¡Ni loca! No tengo zapatos para caminar. ¿Y no tenés un peine?
Glu busca dentro de su galera y saca un puñadito de polvo.
– ¡A ver esos pies! ¡Jajajajaja! ¡Qué pies tan chiquitos! ¡Perdón! ¡Patapúfete!
Sol se mira los pies esperando verlos calzados con unos hermosos zapatitos de diamantes, pero no. Sigue igual de descalza.
– Algo para aprender. Los animales no usamos zapatos. Son incómodos. Te impiden estar en contacto con la naturaleza y te dificultan andar con agilidad. Pero no te preocupes. El talco mágico es para protegerte los pies y que no te los lastimes, aunque estés descalza.
– ¿Y el peine?
– Pues no tenemos. Vas a tener que ir con ese nido de cuervos durante todo el camino. Tal vez el conde de Coscorrón te pueda prestar uno.
– ¡Guau, guau! ¡Jajajaja!
– ¡Bueno! ¡Partamos de inmediato al castillo de Queteimporta! Pero antes, debemos hacer una pequeña paradita en el palacio de Salchipapa para avisarle al rey Esculapio de nuestra misión.
Sol, Celeste y Glu alistan sus pertenencias y otean el horizonte, en dirección al lejano castillo del Conde de Coscorrón. Sin dudas, tienen un largo camino por delante.
– Pero antes… ¡el ritual!
– ¡Guau, guau! ¿El ritual?
– ¡Sí, Celeste! ¡El ritual!
– ¿Pero de qué hablas?
– ¿Cómo de qué hablo? ¡Amor, caramelos y música! Bueno…, tal vez no sea igual a como lo hacés en tu casa, pero podemos improvisar, ¿no?
– ¡La receta contra el miedo!
Se dan un largo abrazo entre los tres para infundirse valor, y, a continuación, cada uno se come tres caramelos de frambuesa que Glu guarda en la galera. Luego se ponen en marcha. Cantando.
“Respira bajo el agua.
Tiene una lengua larga.
Y así como lo ves, camina con los pies
De noche en la laguna
no hay ninguna duda.
Él sabe que no hay miedos
debajo de la luna
Glu glu glu glu glu…”
—-
El palacio de Salchipapa es muy grande, lleno de torres, torretas y torreones.
Su majestad, el rey Esculapio, es un viejo león muy bondadoso pero un poco maniático. Le gusta hacerse de rogar y, cuando, finalmente, concede una audiencia, para acercarse a su trono, sólo se pueden pisar las baldosas negras. Si, por accidente, alguien pisa una baldosa blanca, lo encierra en la mazmorra.
El rey Esculapio tiene, además, un taimado secretario, el gato Mequetrefe, el cual rara vez concede audiencias con su jefe, ya que, como Alteza magnífica, no debe ser molestado con tonterías.
Pese a esto, Sol, Celeste y Glu tienen que hablar con el buen rey inmediatamente.
Así que allí están los tres, frente a la enorme puerta de palacio.
– ¡Celeste, por favor! ¡Mucho cuidado cuando nos presentemos delante del rey! ¡Si pisamos una sola baldosa blanca, nos quedamos sin rescatar las esmeraldas y su viaje habrá sido en vano!
– ¡Ya oí, ya oí! ¡Guau! ¡Es que me pongo nerviosa!
– ¡Esto es un asunto de vida o muerte! ¡Sólo pisamos las baldosas negras! ¿Entendido?
– ¡Entendido!
– ¡Guau, guau!
Glu llama tres veces con la aldaba de la puerta, y espera con impaciencia. Dos minutos. Tres. Cinco. Siete minutos y medio después, la puerta se abre con un chirrido y aparece tras ella la cabeza del secretario Mequetrefe.
– Buenos días, caballera y caballeros. ¿Qué se les ofrece?
– ¡Buenos días, oh su excelentísimo señor Mequetrefe! Venimos a ver al rey.
– ¿Tienen cita?
– ¡No! Pero venimos a darle una importantísima noticia y a pedirle un favor.
– Lo lamento mucho. El rey se encuentra muy ocupado en este momento durmiendo su primera siesta del día.
– ¡Pero es muy importante! ¡Es urgente! ¡Un asunto de Estado!
– A mí eso no me interesa. ¡Retírense, por favor! El rey no debe ser molestado.
– ¡Guau, guau, guau!
Celeste, indudablemente, hoy no tiene el mejor de sus días. Primero persiguiendo mariposas y destruyendo colmenas, y ahora ladrándole a un pobre gato. ¡Aunque ese pobre gato fuera el secretario del rey!
– ¡Guau, guau, guau!
– ¡Llévense a ese saco de pulgas de aquí o llamo a la guardia real!
– ¡Basta, Celeste! ¡Nos van a meter al calabozo!
– ¡Chist, Celeste, chist!
– ¡Guau, guau, guau!
– ¡Perrito, perrito, nooo! ¡Quieto, perrito! ¿Por qué me mira así?
– Creo que quiere jugar, señor secretario. ¡Con usted!
– ¡Le vio cara de hueso! ¡Jajajaja!
– ¡No, perrito, no! ¡Ayyyyy! ¡Socorro!
– ¡Guau, guau, guau!
El señor secretario, claramente, tampoco las tiene todas consigo, y debe salir corriendo despavorido con Celeste ladrándole y pisándole los talones. Después de todo, sólo se trata de un perro persiguiendo a un gato. Nada del otro mundo. Ni de este.
– ¡Celeste, vení acá!
– ¡No, Sol! Es nuestra oportunidad. ¡Vamos!
– ¡Pero se va a comer a ese pobre gato!
– ¡Uno menos!
– Pero…
– ¡Vamos!
—-
Entran en el inmenso palacio. Glu lo conoce bien por dentro, y después de atravesar muchos laberintos y puertas, llegan a la sala del trono, con su piso de ajedrez de baldosas blancas y baldosas negras.
En ese momento, tras abrir la puerta, ven que, efectivamente, el buen rey está muy ocupado haciendo su primera siesta del día.
– ¡Shhhh! ¡Cuidado con las baldosas!
Y en puntitas de pie, con mucho cuidado de sólo pisar las baldosas negras, ambos se acercan al trono.
– ¡Ejem! ¡Su majestad! ¡Su majestad! ¡Señor!
– ¡Oh, eh, uh! ¿Dónde estoy? ¿Quién me llama?
– Soy yo, Su Excelencia. ¡Su amigo Glu!
– ¡Ohhhhh, amigo Glu! ¿Cómo estás? Mequetrefe no me anunció tu llegada. ¡Maldito secretario distraído!
– Eeeeeh…, me parece que el señor secretario, en este momento, está atendiendo un serio asunto de Estado.
– ¡Ohhhhh, bueno! Cosas que pasan. Estás muy elegante con esa galera roja. ¿Y esta linda señorita toda greñuda?
– Yo soy Sol, señor Escapulario. ¡Ups! Quiero decir…, su adorada magnificencia rey Esculapio. ¿Usted no tendrá un peine que me preste?
– ¡Sí, Sol! Tengo mi bello peine de granates, que uso para peinarme la melena. ¡Mequetrefe, mi peine! ¡Mequetrefeeeeee!
– ¡No lo moleste, Su Alteza! El señor secretario está en el jardín haciendo estrategia militar. No se preocupe. Otro día me peino, con mucho gusto.
– Rey Esculapio, vinimos a anunciarle que nos vamos al castillo de Queteimporta a rescatar las esmeraldas del aire.
– ¡Las esmeraldas del aire! ¿Pero de verdad están allí?
– Con toda seguridad, señor.
– ¡Vamos a hacer tortilla a ese duque de Chicharrón!
– Conde de Coscorrón, Sol. ¡Conde de Coscorrón!
– ¡Eso! ¿No tiene un ejército que nos preste, don Escapulario?
– ¡Sol!
– ¿Qué? ¿No se llama Escapulario? ¡Ay, no! ¡El rey Escupido! ¡No, no, no! ¡Ay, perdón! ¡Se me olvidó! Es que tienen unos nombres muy raros en este lugar.
– Soy el rey Esculapio. Y, lamentablemente, no tengo un ejército para prestarles. En Animalópolis no nos gustan las guerras.
– ¿Y ahora qué hacemos?
– Querida amiga Luna…
– Soy Sol, don.
– ¡No interrumpas al rey! Decía, mi querida amiga Luna…, hacele caso a este león viejo: más vale maña que fuerza. Estoy seguro de que con ingenio y valentía tendrán éxito. ¡Y ahora vayan! Tienen mi bendición para transitar libremente por el reino. Devuelvan las esmeraldas a casa.
– ¡Gracias, Su Majestad! Así lo haremos.
– ¿Gracias de qué? ¡Si este gatito no nos ayudó en nada!
– ¡Jajajaja! ¡Ay, Excelencia! ¡Esta Luna es tan divertida! ¡No deja de hacer chistes! ¡Jajajaja! Mejor nos vamos…, ¡antes de que nos encierren en la torre y nos cocinen en escabeche! ¡Un gusto saludarlo, rey Escapulario!
– ¡Esculapio, Glu! ¡Esculapio! ¡Le agradecemos su bendición, don rey!
– No hay de qué. Esperamos sus novedades. ¡Muchos éxitos! ¡Por nuestro reino!
– ¡Por nuestro reino!
– ¡Por este lugar tan pero tan raro!
Y, caminando de puntitas, con respiración contenida y sin pisar ni una sola baldosa blanca, abandonan la presencia del rey. ¡Uy! ¡Qué papelón!
– ¡Celeste, nos vamos!
– ¿Dónde se metió ahora?
– ¡Guau, guau, guau!
– ¡Guardias! ¡Sálvenme! ¡Auxilio!
El pobre secretario está abrazado a la rama más alta de un pino, con todo el pelo erizado y maullando a toda voz, mientras Celeste le ladra desde el suelo y trata de alcanzarlo.
– ¡Celeste, dejá a ese gato!
– ¡Celeste, nos vamos!
– ¡Guau, guau, guau!
– Que tenga buen día, secretario.
– Chau, don Mequetrefe.
– ¡Gatito lindo! ¡Guau!
– ¡Me las van a pagar!
A carcajada limpia, los tres emprenden la marcha hacia el castillo de Queteimporta.
Es en ese momento, que una graciosa libélula comienza a revolotear a su alrededor, procurando captar su atención. Glu la reconoce.
– ¿Zafiro, que hacés acá? ¿Pasó algo en el bosque?
– ¿Aún están buscando un ejército? ¡Entonces vengan conmigo!
—-
Un coronel irascible arenga a una muy especial y simpática tropa.
– Señoras y señores… ¡somos la única esperanza de la tierra de Animalópolis! ¡Somos los únicos que podemos rescatar esas esmeraldas de las garras de ese malvado conde de Coscorrón!
Aplausos y vítores a troche y moche.
– ¡Sólo nosotros podemos hacerle frente a ese viejo zoquete y a su malvado ejército! ¿Quién está conmigo? ¡Diga “yooooooo”!
– ¡Yoooooo!
– ¡Yoooooo!
– ¡Yooooooooooo!
– ¡Ramón, no te exaltes! ¡Te hace mal al corazón!
– ¡Ja! ¿Pero qué otra cosa se puede esperar de usted con ese nombre? ¡Clavelito!
Ramón y Clavelito, Clavelito y Ramón.
Ramón, un escarabajo rinoceronte de esos que ya no hay, todo negro, grande, fuerte, con unos cuernos enormes en la cabeza y un carácter de mil demonios. Sarcástico e irreverente. Y muy valiente. Coronel y mandamás de la tierra de Animalópolis. Después del rey Esculapio, claro está.
Clavelito, una frágil y delicada vaquita de San Antonio, roja con pintitas negras. Pequeña, amable, dulce y con una paciencia de oro. Pero también muy valiente. No en vano es la secretaria del coronel insoportable.
A su alrededor, una olla de grillos compuesta por abejas, hormigas, mosquitos, libélulas, mariposas, sapos, ranas. Y grillos. Todos reunidos en asamblea, decididos a recuperar las esmeraldas.
Un desconcierto de risas, cantos, aplausos, vítores. Sin ton ni son alguno.
– ¡Tenemos que partir esta misma noche!
– Ramón…, sabés que es muy peligroso andar de noche. ¡Además somos muy chiquitos! ¿Cómo vamos a hacer? Necesitamos un plan.
– ¡Vos serás chiquita! ¡Yo soy grande y me lo puedo al conde ése! ¡Uno, dos, tres! ¡Gancho al hígado! ¡Golpe a la mandíbula! ¡Y uno! ¡Y dos!
La horda de insectos vibra y corea el nombre de su coronel. ¡Ramón, Ramón, Ramón!
– ¡Ramón…, Clavelito tiene razón! Nos hace falta un plan. ¡Y refuerzos! Y acá traigo los refuerzos. ¡Damas y caballeros! Les quiero presentar a Sol y Celeste. Vienen del otro lado del espejo para ayudarnos. A Glu ya lo conocemos todos.
– ¿¡Qué!? Zafiro…, ¿te volviste loca? ¿Una humana toda greñuda nos va a ayudar?
– Disculpe, señor cascarudo…
– ¡Tu abuelita será cascarudo! ¡Yo soy el coronel Ramón!
– ¡Con la abuela Mary no se meta, don Ramón! Yo sólo le quería preguntar si no tiene un peine que me preste.
– ¡Qué peine ni peine! ¡Acá estamos tratando asuntos importantes! ¿Qué te creés, mocosa impertinente?
– ¡Ay, coronel! ¡Ese perro! ¡Es el que nos estuvo persiguiendo toda la mañana!
– ¡Sí, Samanta! ¡Es verdad! ¡Y es el mismo perro que nos destrozó la colmena! ¡Zzzz, zzzz!
Glu decide intervenir antes de que la asamblea haga picadillo de Celeste.
– Señor Papamoscas, le ruego encarecidamente que nos disculpe. Celeste estaba jugando y tuvo un infortunado accidente. No era su intención destruir la colmena.
– ¡Zzzz, zzzz! ¿¡Pero usted sabe lo que nos va a costar volverla a levantar!?
– ¡Hagamos algo! Primero recuperemos las esmeraldas y luego los ayudamos a reconstruir la colmena.
– Disculpen, señores, que interrumpa tan amena negociación. Pero…, ¿es que, acaso, yo estoy pintado?
– Coronel…, no se enoje. Los traje porque pueden ayudarnos a trazar un plan y encontrar las esmeraldas. ¿Además, qué mejor para enfrentar a un ser humano que otro ser humano?
El coronel Ramón mira a Sol de arriba a abajo. Más de abajo que de arriba, porque abajo le queda más cerquita. Es consciente de que, si quiere, esa niña puede levantar el pie y aplastarlo como a una cucaracha. ¡Esa idea lo enoja aún más!
– ¿Esta mocosita de piel tostada es la que nos va a ayudar? ¿Pero cuantos años tenés vos, nenita?
– ¡Siete!
– ¿Y cuánto medís?
– Un metro veinte.
– ¡Ajá! ¿Y en cuántas batallas estuviste?
– En ninguna.
– ¿Cómo que en ninguna? ¿Ven lo que les digo? ¡Esta nena no nos puede ayudar! ¡Es una cómplice del conde de Coscorrón!
– ¡Usted será el cómplice ése, don cascarudo!
– ¡Basta de discutir! ¡Hay que trazar un plan! Pero primero tenemos que estar seguros de que las esmeraldas están realmente en el castillo de Queteimporta.
– ¿Y eso cómo lo vamos a hacer, Pimpollito?
– ¡Me llamo Clavelito, coronel!
La eficiente mariquita mira con afecto a aquella giganta de un metro veinte y le pregunta:
– Sol…, ¿sabés volar?
– Eeeeeh…, no.
– No te preocupes. Es muy fácil y, además, Barrilete es muy bueno y no te va a dejar caer. ¡Sólo tenés que agarrarte bien fuerte!
Al mirar a Barrilete, ve que se trata de un inmenso ave Fénix, de esos que su querido papá Seba le contó que eran una mico…, una milo…, ¡una milotogía! ¡O algo así! ¡Ufaaaaa! ¡Qué difícil ésta aventura! ¡Demasiadas palabras largas!
Se le hace un nudo en la garganta al recordar a su papá y el paseo en lancha que le había prometido. Pero, pensándolo bien, iba a ser mucho más divertido pasear en fénix que pasear en lancha.
– El fénix te va a dejar en la torre más alta del castillo. Tu misión es recorrerlo palmo a palmo, y ver si las esmeraldas están ahí. ¡Solamente! ¡A rescatarlas vamos todos! ¡Sino el coronel Ramón nos mata! ¿Te sentís capaz de hacerlo?
Los mira a todos con una sonrisa. Están expectantes de lo que ella decida, hasta el irascible coronel cascarudo. Vuelve a sonreír.
Se come tres caramelos de frambuesa y se monta sobre Barrilete.
– Si esa mocosa logra encontrar las esmeraldas y traerlas de regreso, ¡yo cuelgo el uniforme y me hago su sirviente!
—-
¡Yuppie! ¡Pero qué lindo es volar! ¡Yuppie!
Abrazada bien fuerte al enorme pájaro, vuelan raudamente hacia el castillo de Queteimporta, entre picadas y volteretas. ¡Ahora cabeza abajo, ahora cabeza arriba! ¡Vuelta, vuelta, vuelta!
La risa fácil, sus brillantes rulos desparramados y ese viento frío azotando su carita, brazos y piernas.
¡El perfume del valor y la libertad! ¡Casi lo más cercano a la felicidad!
Finalmente, aterrizan en la torre más alta del castillo de Queteimporta, tal como le dijo Clavelito. Parece desierto y en penumbras, como si la luz hubiera huido de él.
Ahora está sola. Sus amigos se quedaron con el coronel cascarudo y los demás. Todo depende de ella.
Glu tenía razón. Es mucho más fácil saltar y correr sin zapatos, además no hace nada de ruido.
Baja escaleras, atraviesa laberintos, busca hasta en los calabozos. ¡Ni rastro de las esmeraldas! ¡Pero seguro las robó el conde! ¿Dónde podrán estar?
– ¡Así es, Baltazar! ¡Soy absolutamente brillante!
– Sí, señor. ¡Absolutamente!
– ¡Gracias por reconocer mi genio! ¡Y ahora sírveme la cena! ¡Ñam, ñam! ¡Milanesas con papas fritas!
A Sol se le hace agua la boca. ¡Pagaría por comer una papa frita! ¡Pero no! Detrás de esa puerta se encuentra el malvado duque de Chicharrón y tiene que averiguar dónde escondió las esmeraldas el muy bribón.
El conde es un hombre joven, alto y elegante. Lleva el pelo engominado, un traje gris de pantalón y chaleco, camisa blanca, zapatos bien lustrados, un reloj con cadena de oro y un monóculo en el ojo.
Pero cuando, a través del ojo de la cerradura, ve al sirviente que le sirve la comida… ¡No! ¡No puede ser! ¡Un extraño ser de color plateado, mitad rana y mitad pez, con piernas de hombre! ¿Pero cómo es posible?
No hay tiempo para preguntas. Tiene que apresurarse antes de que vean al fénix sobrevolando el castillo. ¿Pero dónde pueden estar esas esmeraldas?
– Sí, Baltazar. Escuché que unos recién llegados andan con Glu buscando las esmeraldas. Dicen que uno de ellos es una niña con pelo de oveja y que nunca se peina.
– Señor, nos informaron que el coronel Ramón está formando un ejército para venir aquí.
– ¡El “coronel» Ramón! ¡Ese viejo cascarudo!
– ¿Alguna orden, señor?
– Ninguna, Baltazar. Pueden venir cuando quieran. No hay de qué preocuparse. Jamás se les ocurriría buscar las esmeraldas detrás del espejo del vestidor. ¡Jajajaja! ¡Jamás!
—-
Sol llega al cuartel general como un torbellino.
– ¡Gluuuuuu! ¡Celestee! ¿Dónde están todos?
– ¿Qué pasó?
– ¿Las encontraste?
– ¡Sí! ¡Las tiene el duque de Chicharrón!
– ¿Dónde?
– ¡En el vestidor! ¡Atrás del espejo! ¡Y está informado de que las estamos buscando!
– ¡Yo sabía! ¡Atención, tropa! ¡Tenemos que ir ahora mismo!
– ¡No, Ramón! Ya arriesgamos a Sol sobrevolando el castillo de noche. ¡Es muy peligroso! ¡No tenemos luz que nos alumbre!
– ¡A ver, Capullito…!
– ¡Me llamo Clavelito!
– ¡Basta de discutir! Don Cascarudo tiene razón. Si vamos ahora seguro encontramos las esmeraldas y, en un ratito, tendremos luz como antes. Pero si no, corremos el riesgo de que las cambie de escondite y no volvamos a verlas nunca más. ¡Tenemos que ir ya!
El coronel Ramón mira con nuevo respeto a la niña. Es rápida y muy inteligente. Y valiente. ¡Aunque lo siga llamando Cascarudo!
– Glu…, ¿tenemos suficientes caramelos de frambuesa para el valor?
– ¡Sí, mi capitana!
Tras aquella respuesta, todos observan con temor al coronel esperando su reacción, pero no parece particularmente ofendido.
– ¡Atención, tropa! ¡Estamos todos listos para el ataque! ¡El escuadrón mosquito, el escuadrón langosta, el escuadrón libélula! ¡Todos debemos partir ya mismo! ¡Sol, Glu y Celeste pueden ir en Barrilete!
– ¡Guau, guau, guau! ¿Yo en ese pájaro? ¡Ni loca! ¡Me dan miedo las alturas! ¡Ni hablar! ¡Yo no voy!
– ¡No te va a pasar nada, Celeste! ¡Nosotros te cuidamos!
– ¡Coronel, tenemos un problema! ¡El escuadrón hormiga no puede volar ni nadar! ¿Cómo van a llegar a tiempo a la batalla?
– ¡Pero pueden venir con nosotros, sobre el lomo de Celeste!
– ¿¡Qué!? ¡Guau, guau, guau! ¿Y que me piquen? ¡Faltaría más! ¡Que viajen en esos rulitos despeinados!
– ¡Bueno, bueno! ¡Está bien! Vuelo con la cabeza llena de hormigas. ¡Pero tienen que agarrarse fuerte! ¡Y no me vayan a picar!
– ¡Soldados, listos para partir!
– ¡Espere! Tenemos otro problema, don Cascarudo.
– ¡Me llamo Ramón!
– ¡Uy, sí! ¡Perdón!
Sol se acerca a Glu con aire de preocupación.
– Glu…, el ejército del conde… ¡Son idénticos a vos!
– Lo sé, Sol. Soy el único de mi especie que no obedece sus órdenes.
– Pero…, ¿y cómo te vamos a distinguir? ¡Si son igualitos!
– ¡Por la galera! Soy el único que la lleva.
– ¿Y si se te cae? ¿Si la llegás a perder?
– Tranquila, Sol. Ya sabés que es una galera mágica. Siempre me sigue.
– ¡Ni tan mágica! ¡Ni un peine tenés ahí! ¡Mirá mis pelos!
En ese momento, un ejército de libélulas y mariposas se acercan a Sol, muy divertidas, y con cariño le desenredan el pelo y se lo peinan. Luego traen una diadema de perlas y se la ponen en la cabeza.
– Este es un recuerdo que nos dejó una buena amiga de este reino. Podés quedarte con ella. Te la merecés por ser tan buena y valiente, y por ayudarnos.
– ¡Gracias, Clavelito!
– Hay que dar buen ejemplo e ir presentable a la batalla.
– ¿Terminó la sesión de belleza? Tenemos que partir.
– ¿Ya todos comieron sus caramelos para el valor?
Todo el ejército responde afirmativamente.
– Sol, guardá este chicle en tus bolsillos.
– ¡Chicle de banana! ¡Gracias, Glu!
– ¡No, tonta! ¡No te lo vayas a comer! Es para el conde.
– ¿Y para qué le voy a dar mi chicle de banana al duque ése?
– ¡Vos dáselo! ¡Y tratá de que haga un globo! Si todo sale bien, después te doy otro.
—-
Una ráfaga alada cruza el cielo, y sobre ella, Celeste temblando como una hoja y agarrándose como puede para no caerse, Sol abrazándola con fuerza y con la cabeza llena de hormigas, Ramón y Clavelito repasando los detalles de su plan, y Glu cantando y cubriendo, muy divertido, la retaguardia.
– ¡Guau, guau! ¿Falta mucho para llegar?
– ¡Ay, que me caigo!
– ¡Jajajajaja!
– ¡Agárrense fuerte!
– ¡Las hormigas, conmigo, a la batalla! ¡Glu, Celeste y Clavelina se bajan en la torre y se ponen a buscar las esmeraldas! ¡Sol…, vos en la entrada y distraés al conde! ¡Y no te vayas a comer ese chicle! ¡Nos encontramos todos en el vestidor!
– ¡Que me llamo Clavelito!
– ¡Y a mí qué me importa!
– ¡Bueno, basta! ¡Abracito grupal y a entonar nuestra canción!
– ¡Nada de abrazos! ¡Yo no tengo miedo! ¿Qué se han creído? ¡Soy un coronel!
– Don Cascarudo, ¿sabe qué? ¡Lo quiero mucho!
Ramón se queda mudo. Él es un viejo cascarudo malhumorado y nunca nadie le había dicho eso. A veces, todo lo que hace falta para dejar de rezongar es un poquito de cariño. Y Sol lo sabe.
– Y yo a usted…, capitana mocosa.
—-
“Sabe que no es verdad
toda la mentira
que llaman realidad,
y es suya la alegría
de saber mirar,
a través de las burbujas,
la felicidad
Glu glu glu glu glu”.
– ¡Señor, señor! ¡Mire lo que encontramos!
Sol se retuerce furiosa para soltarse de las manos del híbrido. Afuera se libra una batalla encarnizada entre su ejército de insectos y las fuerzas oscuras del duque de Chicharrón. Ella también quiere formar parte de aquel fragor pero tiene que desempeñar su poco distinguido papel de cebo. ¡Cómo le gustaría comerse ese chicle de banana!
– ¡Vaya, vaya! Un ser humano después de tanto tiempo. ¿Cómo estás? No me parece muy elegante presentarse en un hogar a esta hora, sin invitación, de pijama y sin zapatos. ¡Al menos estás peinada!
– ¡Soltame! ¡Te voy a hacer tortilla!
– ¡Tortilla! ¡Qué rico! ¿Podrías prepararme otra cena, Baltazar? Sé que es tarde pero es que la señorita…
– ¡Sol!
– … la señorita Sol me dio antojo. ¿Podrías, Baltazar? ¿Cuándo hayamos terminado con esto?
– ¡Señor, mire lo que tenía en sus bolsillos!
Deposita sobre la mesa seis caramelos de frambuesa y el chicle de banana.
– ¡Mmmmm! ¡Qué rico! ¡Caramelos de frambuesa! ¡Pero que niña bien educada, no viene de visita con las manos vacías!
Y, acto seguido, pela uno y se lo come. ¡Un caramelo contra el miedo!
– Baltazar, puedes retirarte a la batalla. Yo me encargo de la visita. Y…, Sol…, ¿a qué debo el honor de tu visita?
– ¿Dónde están las esmeraldas del aire?
– ¿Las esmeraldas del aire? No sé de qué me hablás.
– ¡Vos te las robaste!
– ¡Ay, pero cuánto enojo! ¡Jajajaja! ¡Sí, me las robé! ¿Y qué?
– ¿Por qué?
– Porque son hermosas y valen mucho dinero. Y, porque sin ellas, las noches de Animalópolis no tienen luz. Y sin luz, yo puedo hacer lo que quiera. ¡Hasta puedo dominar al mundo! ¡Y destruírlo!
– ¿Y para qué querés dominar al mundo? Si compartir es mucho más lindo.
– ¡No, no quiero compartir! ¡Sin luz los voy a destruir a todos! ¡Y después voy a vender las esmeraldas y voy a ser muy rico!
– Pero vas a estar muy solo. Acá no hay personas como vos y yo.
– ¡Pero hay otros mundos que saquear y destruir!
– ¡No vas a poder! ¡Nosotros te vamos a ganar!
– ¡Jajajaja! Pobre Sol…, sos tan boba que, aunque me ganes, nunca vas a encontrar las esmeraldas.
– ¡Claro que sí! ¡Ya sé que están escondidas atrás del espejo del vestidor!
Tras escuchar esas palabras, el conde de Coscorrón, amo y señor del castillo de Queteimporta, comienza a desternillarse de la risa. Es una carcajada vibrante, sonora, matizada con todas las vocales que conoce.
Ríe y ríe hasta ponerse colorado, después morado y, por último, azulado. Se ríe tanto que pierde el equilibrio y cae al suelo, y allí sigue rodando de la risa. ¡No puede parar de reír!
– ¡No te rías! ¡Yo te escuché!
El conde no puede contestarle a causa de la risa. Cuando, por fin, logra detenerse, se pone de pie, avanza hacia la mesa, y se come el chicle de banana. ¡Son tan ricos!
– ¡Yo te escuché! Y sos tan tonto que no te diste cuenta.
– Y vos sos tan boba que, aún sabiendo eso, jamás encontrarías las esmeraldas.
– ¡Y vos sos tan feo que hasta tu mayordomo te ganaría en un concurso de belleza!
– ¡Y vos sos tan pobre que viniste a Animalópolis de pijama!
– ¡Y vos sos tan torpe que le ponés cadena al reloj para que no se te pierda!
– ¡Y vos sos tan miedosa que comés caramelos de frambuesa!
– ¡Y vos sos tan burro que no sabés hacer globitos con el chicle!
– ¿A que sí?
– ¿A que no?
Y el conde de Coscorrón comienza a soplar. Y a soplar. Y a soplar. Y hace un globo grande. Muy grande. ¡Y más grande! ¡Gigantesco! Y es tan grande el globo que hace con el chicle de banana, que empieza a elevarse, a elevarse cada vez más y más rápido, hasta que rompe el techo y sale volando por la noche oscura.
¡Jamás lo volvieron a ver!
—-
Sol y Ramón encuentran el vestidor al mismo tiempo.
– ¿Cómo les fue?
– ¡Tenemos un ejército fantástico! ¡Los dejamos fuera de combate y, los pocos que quedaban, cuando vieron pasar al conde volando en chicle, se fueron tras él! ¡Dudo mucho que volvamos a verlos alguna vez!
– ¡Jajajaja! ¡Bien, don Cascarudo! ¡Menos mal que no me comí ese chicle!
– ¡Guau, guau, guau!
– ¿Y acá cómo van?
Glu, Celeste y Clavelito se miran con consternación.
– ¡No están!
– ¿¡Qué!?
– ¿Cómo que no están?
– ¡No están! El conde las debe haber cambiado de lugar.
– ¡No puede ser!
Sol observa la habitación con desolación. Busca alrededor del espejo. ¡Lo descuelga! ¡Mira tras él! ¡No están! Está a punto de llorar.
– Sol, ¿vos llegaste a ver las esmeraldas?
– No.
– ¿Cómo que no? ¡Pero si nos dijiste…!
– ¡Él se lo dijo a su mayordomo! ¡Yo lo escuché! ¡Atrás del espejo del vestidor!
– ¡No puedo creerlo! ¡Esta nena nos puso en riesgo a todos y nunca vio los diamantes!
– ¿Habrás escuchado mal, Sol?
– ¡No, Glu! ¡Lo escuché bien! ¡Tienen que estar acá!
Recuerda, casi con lágrimas en los ojos, que el malvado duque de Chicharrón casi se desmayó de la risa cuando le repitió sus palabras. Pero ella había escuchado bien. ¡Tenían que estar ahí!
– ¡Guau, guau, guau! ¡Miren!
– Al menos nos deshicimos del conde.
– ¡Pero tienen que estar!
– ¡Guau, guau!
– No te pongas mal, Sol. Tal vez las puso en otro lado.
– ¿Tan rápido?
– ¡Guau, guau, guau!
– ¡Basta, Celeste!
– ¡Callen a esa perra latosal!
– ¿Qué pasa, Celeste? Parece que quisiera decirnos algo.
Celeste se revuelve inquieta frente al espejo, se acerca, se aleja, lo apunta con la patita. Ladra, llora y gime.
– ¿El espejo? ¿Qué tiene el espejo?
¡Qué raro!
– ¡Guau, guau, guau! ¡El cristal! ¿No ven el cristal?
Y, entonces Sol, Glu, Clavelito y Ramón también lo ven. El cristal tiene un pálido resplandor y se agita ligeramente, como si fuera líquido, como si fuera una laguna, pero en vertical.
Sol, de pie, observa fijamente el espejo. Es un espejo vivo. Como el de su casa. Como el espejo que las trajo a esta tierra.
Extiende el brazo. Sabe lo que va a suceder. Cierra los ojos y su mano atraviesa el cristal. Después, pasa la cabeza.
Y, así, con cabeza y manos en un mundo y pies en el otro, encuentra ahí, a su alcance, una enorme caja transparente. Y dentro, miles de lucecitas verdes.
Las que iluminan la noche. Quien posea una de esas joyas entonces no le tendrá miedo a nada nunca.
¡Esmeraldas del aire!
¡Luciérnagas!
—-
– Y en nombre de esta hermosa tierra de Animalópolis, yo, el magnífico y excelso rey Esculapio, te nombro caballera defensora de este reino y protectora universal de nuestro mundo.
La ceremonia es un desborde de alegría, y un desbarajuste de aplausos, canciones, gritos, serpentinas, fanfarrias y más aplausos. Desde el más grande hasta el más pequeño del reino, todos se encuentran allí en honor a Sol y Celeste, sus pequeñas salvadoras.
Ahora la tierra está en paz y segura, la luz ha vuelto a iluminar las noches, y se puede jugar, viajar y soñar sin peligro alguno.
– Y ahora, querida amiga Sol, antes de que vuelvan a casa, queremos darte nuestros recuerdos, para que no te olvides de nosotros. La diadema que tenés puesta ya es tuya. Pero también me gustaría que te lleves esto.
– ¡No, Glu! ¡Tu galera mágica! ¡No puedo aceptarla!
– ¡Sí, podés! Es un recuerdo mío para mi gran amiga.
– ¡No sé qué decir! ¡Gracias!
– Y también quiero darte esto.
¡Un ramillete de tréboles de cuatro hojas! Finalmente, habían encontrado muchos en el castillo de Queteimporta y ahora Sol los cuidará.
Sol mira a todos con una sonrisa. ¡Cuánto los quiere! ¡Y cuánto la quieren a ella! ¡Y a Celeste! A propósito, que simpática está con esa mariposa azul en el hocico.
– ¡Gracias por todo, Sol y Celeste!
– ¡Gracias a vos, Clavelito! ¡Y gracias a usted, general Ramón! ¡Acuérdese de que lo quiero, cascarudo rezongón!
– ¡Firme, mi capitana!
Algunas cosas nunca cambiarán.
– ¡Muchas gracias a todos, mis amigos de la tierra de Animalópolis! Fue un placer conocerlos y los llevamos a todos en nuestro corazón. ¡Y muchas gracias a vos, mi querido amigo Glu, por estar siempre conmigo! ¡Te quiero mucho! ¡Nunca te voy a olvidar!
– ¡Viaje bueno, Sol y Celeste! Las acompaño una parte del camino.
Y, arrojándose a la laguna, nadan los tres hasta desaparecer de la vista.
—-
“Atender, atender.
Vamo` a contar la historia
que pasó una vez.
La historia de aquel hombre
mitad rana, mitad pez,
que un día en la laguna
se dio cuenta que…
Glu glu glu glu glu.”
¡Ufa! ¡Hora de levantarse para ir a la escuela! ¡Ojalá pudiera dormir un ratito más! ¡Está tan cansada después de tan linda aventura! Pero ni modo. ¡Arriba!
Al menos parece que pasó la tormenta.
Se levanta, se viste y se pone la túnica sin hacer ruido. Celeste, en su alfombra, duerme con placidez. La mira con cariño. Va a extrañar mucho que le hable y se ría de ella.
A Glu también va a extrañarlo. ¡Muchísimo! Ahora sólo les queda su canción. Su canción contra el miedo. Y contra la nostalgia.
Baja a desayunar. Mamá está en la cocina tomando mate con galletitas. Le da un beso y le roba una. ¡Tiene mucha hambre!
– ¡Hola, mami! ¡No sabés lo que me pasó!
– Sol…, ¿qué hacés despierta a esta hora? ¿Y de túnica? Si hoy es sábado. ¿Te acordás que hoy viene tu papá a buscarte?
– ¿Pero hoy no es lunes?
– ¡No, mi amor! Andá a sacarte esa túnica, mientras te preparo la leche.
Sol vuelve lentamente a su cuarto. ¿Había sido un sueño? ¡Pero si todo parecía tan real!
Entonces los ve.
La diadema de perlas, la galera roja, el ramillete de tréboles, una bolsita de chicles de banana y una cajita con dos esmeraldas del aire sobre su escritorio. Y sobre su almohada, peleándose como de costumbre, el general Cascarudo y su secretaria Clavelito y, durmiendo angelicalmente, el secretario Mequetrefe.
La diadema de perlas para mamá.
Una de las luciérnagas para papá.
Los tréboles para la tía Estela.
Los chicles de banana para su primo Juan Manuel. ¡Menos uno o dos que se va a comer! ¡O quizás tres o cuatro! ¡Seguro ni cuenta se da!
¿Y a la abuela Mary le gustará el gato?
Cuando, a las nueve de la mañana, suena el timbre de su casa, Sol ya está lista. Lleva a Ramón y a Clavelito en la cabeza, la galera en una mano y un frasco con la luciérnaga para papá en la otra.
¡Es hora de emprender el viaje!
Cuenta la leyenda que quién posee una esmeralda del aire no le tiene miedo a nada.
Pero quién posee afectos tan maravillosos como los suyos será feliz para siempre.
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