Cuando mamá duerme, el viejo Arequita se vuelve amoroso guardián y vigilante. Cuando mamá duerme, el cerro se convierte en mágico centinela y amuleto poderoso. Nada puede sucederles mientras, durante el sueño de mamá, permanezcan acampados bajo sus alas.
A la luz del fogón, Bran contempla el Arequita con interés, como buscando inspiración. Y dibuja. Dibuja furiosamente. Dibuja como si el tiempo se le acabara o la vida le fuera en ello. A sus pies, el fiel Lucky dormita completamente ajeno al tiempo que apremia.
En la carpa grande, papá Cristian y mamá Camila duermen plácidamente.
Pero él no.
Ya sería hora de irse a dormir a la suya, la carpa más pequeña, su más reciente conquista de independencia. Una independencia no muy independiente que digamos, ya que Lucky ha decidido que el mero acto de compartir es algo absolutamente innegociable y, por eso, duerme junto a su amito cada noche.
Pero, con o sin independencia, dormir deberá esperar a otro momento más oportuno.
A las tres de la mañana, Bran dibuja entre luces y sombras de un fuego danzante, como si tal cosa. Como si se tratara de un adulto en miniatura, en compañía de un amigo fiel. De su amigo de la vida. De su cómplice en la travesura.
No.
Travesura no.
De su aventura.
Porque de eso se trata.
De una aventura para mamá. De una aventura para que mami Cami sea feliz.
Desde algún lugar de entre sus ropas, surge una pequeña caja negra. La pequeña caja negra en la que la abuela Lore guardó dos pequeños tesoros para este día.
La destapa.
Lucky, curioso, se acerca a olisquear su contenido. Sabe que se trata de algo bueno. Y pone tal entusiasmo en su investigación, que decide arrebatar un poquito de esa magia.
Bran intenta tapar la caja con los brazos.
– Lucky…, ¡no!
El perro bandido asume que este es un momento excelente para jugar, y comienza a ladrar y gimotear como un loco, mientras procura meter su hociquito en toda la caja, en tanto que su cola se agita como un plumero.
Con el forcejeo, la caja vuela por los aires y los dibujos se desparraman por todo el suelo. El niño se embarca en frenético rescate.
– ¡Basta, Lucky! ¡Dejá eso!
Lucky no cede. Sabe que allí hay un tesoro valioso y va a apropiarse de él a como dé lugar. Bran lucha, entre risas, para no perder sus valiosos regalos para mamá.
– ¡Basta, Lucky! ¡Jajajaja! ¡Vas a despertar a todos!
– ¡Guau, guau, guau!
– ¡Que no, Lucky! ¡Soltá! Esto no es para vos. ¡Basta! ¡Jajajaja!
Niño y perro se arrastran juguetones por el suelo, pugnando por quedarse con la caja misteriosa.
Las sierras se sobresaltan ante las risas y ladridos alegres que interrumpen el habitual silencio nocturno.
Entonces, en medio de la trifulca y las risotadas generalizadas, una voz se impone, no se sabe si risueña, enojada o ambas cosas, pero seguro cargada de sueño.
– ¿Se puede saber qué escándalo es este?
Cristian, de pie a la entrada de la carpa grande y con los brazos en jarras, no logra dar crédito a lo que ve. En simpática montonera se encuentran un niño feliz, un perro ansioso, una caja negra y papeles por todas partes.
– ¡Ah! ¡Hola, papi!
– Brandon…, ¡son las tres de la mañana! ¿Se puede saber qué hacés levantado a esta hora?
– Estaba…
– ¡Nada! ¡Ya mismo te vas a tu carpa!
– No puedo.
– ¿Cómo que “no puedo»?
Bran, aún en lucha con Lucky para que no se coma el misterioso contenido de la caja, se incorpora como puede y le tiende un papel a su padre.
– Tengo que terminar esto.
– ¿Y no lo podés terminar cuando te levantes?
– ¡No!
– ¿Por qué no?
– Pá…, ¿pero vos te acordás qué día es hoy?
– Domingo.
– Ya sé. Pero…, ¿qué domingo?
Cristian, dándose cuenta del magno acontecimiento, se agarra la cabeza con ambas manos. ¿Cómo pudo olvidarlo? ¡Segundo domingo de mayo! Y ninguno, al llegar la medianoche, fue capaz de expresar su tierno cariño a la excelente mujer que duerme tranquilamente en la carpa, sin una queja, sin un reproche.
Mira a su hijo con desconcierto. ¿Ambos se olvidaron? ¿O sólo él?
– Mi amor… – susurra con cariño, disponiéndose a despertar a su esposa con un beso y reparar, de esta manera, parte de su error.
Bran le tapa la boca con ambas manos.
-Papá …, ¿qué hacés?
– ¿Ir a saludar a tu madre?
– ¡Ahora no! Son las tres de la mañana, ¿te acordás?
– ¡Día de la madre! ¡No lo puedo creer! ¡Y no le compramos ni un regalo!
– ¿Me acuesto, pá?
– ¡No!
– Ya me parecía.
– ¿Y esto qué es? – pregunta Cris, sujetando el papel – ¿Un dibujo?
– Un plano.
– ¿Cómo que “un plano”? ¿Un plano para qué?
– Para buscar un tesoro.
– ¡No entiendo nada, Brandon! ¿Qué tesoro?
– El que tenemos en esta caja. – le alcanza la caja negra.
Lucky da un pequeño aullido, como suspirando por su botín perdido.
A Cris le brillan los ojos por un momento. Al menos tienen regalos. Los observa y se rasca la barbilla.
– Pero…, son tan poquitos… Y pequeñitos. Tu madre se merece mucho más.
– La abuela dice que lo que hace grande a un regalo es el amor con que se da.
– Si es por eso, amor es lo que nos sobra. Entonces…, ¿cuál es tu plan? Porque…, tenés un plan, ¿no?
– Tenemos un plan.
– Contame.
– Vamos a esconder estos regalos en algún escondite y le vamos a dar a mamá este plano con pistas para que los encuentre.
– ¿Como una búsqueda del tesoro? ¡Me encanta!
– Además, el otro día encontré una cosa en el cerro que le va a encantar. Lo señalé acá en el plano para que lo busque también, ¿ves?
– Veo.
– Va a ser muy divertido, ¿verdad, pá?
– ¡Ya lo creo! Pero, antes de embarcarnos en esta historia, quiero que me prometas una cosa.
– ¿Qué?
– Para el día del padre…, ¡yo también quiero buscar un tesoro!
– ¡No! ¡Vos ya lo encontraste!
– ¿A mamá?
– ¡Sí!
– ¡Ufa! Eso no se vale. ¿O acaso yo no soy un tesoro para ella también?
– Eeeeeeeehhh…
– Está bien. Lo discutimos otro dia. ¿En qué estábamos?
– En la búsqueda del tesoro para mami. ¿Querés que te muestre los escondites que se me ocurrieron?
– Me gustaría, sí.
– ¡Vení, vamos!
Padre, hijo y perro se alejan en busca de esos rincones del cerro que tendrán el privilegio de ocultar sus pequeños grandes regalos.
Les queda poco tiempo.
Tal parece que esta será su primer trasnochada juntos. Y, aunque el sueño los invite a enredarse entre sus redes, el amor puede más.
¡Ojalá todas las vigilias valieran tanto la pena como esta!
—-
Cami, aún con los ojos llenos de sueño y la sonrisa perezosa, saluda cortésmente al sol y respira profundamente el aire serrano. Siente como, cariñosamente, le despeja el corazón y la mente, y la llena de vital energía.
¡Oh, sí!
El Arequita, la laguna de los Cuervos, la Gruta de Colón. Su marido, su hijo, su mascota. Aire puro, naturaleza vibrante. ¿Qué más puede pedir?
Camila se despereza y piensa.
Siempre se puede pedir un poco más.
Dirige una mirada cariñosa en dirección a la laguna, donde Cristian y Brandon están tomando mate y pescando. Como un domingo de vacaciones cualquiera.
Pero…, ¡este no es un domingo cualquiera! ¡Es su domingo! ¡Y ellos se olvidaron!
El cariño familiar se le apaga un poquito. Y, también, la alegría.
¡No! ¡Un momento!
El día de la madre son todos. Y los hombres de su vida le demuestran cuánto la quieren los trescientos sesenta y cinco días del año.
Pero…, pero…
– ¡Buen día, mamita! – la saluda Bran, cuando se les aproxima.
– ¡Hola, amor! – lo secunda Cris, haciéndose el disimulado.
– ¡Buenos días! – les responde ella, sentándose a su lado – ¿Cómo amanecieron, mis dos soles? ¿Me parece a mí o pegó fuerte el insomnio anoche?
– ¡No, má! ¿Qué decís?
– Escuché al perro ladrar.
– ¡Aaah…, este…! ¿Cómo es? Eeeeehhh… Ya te va a contar papi.
– ¿Yoooo? – Bran le da un codazo – ¡Aaahhh, sí! Es que Lucky encontró una mulita que andaba merodeando cerca de las carpas y se puso a corretearla.
– ¿A esa hora?
– Es que…, que…, ¡se escapó!
– ¿Quién se escapó?
– ¡La mulita!
– ¡Papá! – Bran le da otro codazo.
– ¡Ayyy! ¡El perro!
– Era grande se ve.
– ¿Quién? ¿El perro?
– ¡La mulita, papá! ¿Quién va a ser? Che, má…, y decime…, ¿pudiste descansar bien a pesar del ruido? Papá…, ¡no me des codazos!
– ¡Vos empezaste!
– Pero…, ¿qué les pasa a ustedes dos que están tan nerviosos? Pude sí. Dormí tan bien que me desperté pensando, ¿no? Hoy es un día… no sé…, como medio raro, ¿no les parece?
Bran y Cris intercambian una mirada.
– ¿Raro? – pregunta Cristian con cara de yo no fui.
– Sí…, no sé. ¿Un día especial?
– ¿Especial?
– ¿Especial? Bueno…, tal vez… ¡Creo que ya nos descubrió, papi! Mejor le decimos.
– ¿Qué descubrí? – a Cami se le ilumina la mirada.
– ¡Fe..!
– ¡No, pá! – lo pisa con tanta sutileza como un elefante entrando en un local de antigüedades – Eso no. ¡Lo otro
– ¡Ouch! ¿Qué?
– ¿Cómo “qué? La súper búsqueda del tesoro que organizamos para después del almuerzo.
– ¡Aaaah! ¡Jajajaja! ¡Eso! Sí, mi amor. A Bran se le ocurrió que podíamos jugar a algo esta tarde. Me pareció divertido.
– ¿Una búsqueda del tesoro? ¿Justo hoy?
– ¿Y qué tiene de raro?
– ¿Qué pasa hoy, amor?
– Eeeeh…, nada…, digo…, es nuestro último día en Arequita, y lo vamos a pasar dando vueltas, buscando piedras y yuyos toda la tarde. – la decepción es evidente.
– ¡Animate, mamá! ¡Vas a ver qué divertido!
– ¡Piedras y yuyos! ¡Jajajaja! Lo que hay que oír. ¿Querés un mate?
– Dale. ¿Pican?
– Algo pican. Creo que vamos a tener un buen almuerzo.
Mientras toma el mate, Camila piensa que está un poco más amargo que de costumbre. O quizás no se trate del mate.
– Hablando de eso,…, ¿hoy pueden ocuparse ustedes? Es que me acabo de acordar de que tengo que prepararme para agarrarme una insolación buscando hormigas en el cerro esta tarde.
– ¡Má! ¿Estás enojada?
– Pero, cielo…, ¿adónde vas?
– ¡A dormir la siesta! Cuando esté pronta la mulita, ¡me llaman!
—-
Cami, con esos pequeños estallidos o sin ellos, es una mamá muy guapa, amorosa y valiente. Su principal virtud es siempre convertir un día malo en un día bueno, y un día bueno en uno mejor.
Por eso, tras acabar un suculento almuerzo a base de pescado a las brasas y ensalada, ya se olvidó del “terrible» pecado familiar.
Prefiere encarar con alegría la simpática búsqueda del tesoro propuesta por su hijo Bran y pasar su último día de vacaciones compartiendo un momento diferente entre sus amadas sierras.
De todos modos, una vez observa el mapa, no deja de percibir que el plan conlleva algunas dificultades.
– ¿Cómo que “ciento cincuenta pasos al este”? – pregunta, tentada de la risa.
-¡ Eso, amor!
– Sí, má. Ciento cincuenta pasos. ¡Una cuadra!
– ¿Y por qué no pusieron “una cuadra” y ya?
– ¡Porque son ciento cincuenta pasos!
– ¡No entendés nada, Camila! – Cris se golpea la frente.
– ¿Es en serio? ¿Me están diciendo que tengo que ponerme a contar ciento cincuenta estúpidos pasos?
– ¡Al este!
– ¡Sí, má! Y luego cuarenta pasos al sur.
-Ustedes quieren que me dé un chapuzón en el rio. ¡Ja!
– ¡No! Ya los contamos. No te va a pasar nada. Está todo fríamente calculado.
– ¿Y cuando llegue ahí qué tengo que hacer?
– Tenés que buscar unas piedras así como ves en el dibujo. Ahí hay un tesoro escondido para vos.
– ¿Para mí? O sea…, ¿me lo puedo quedar?
– ¡Sí, amor! Todo lo que encontremos va a ser para vos. ¿Vamos?
– ¡Sí!
Y así da comienzo la gran cacería.
– Uno…, dos…, tres… – Cami está medio ahogada de la risa – No puedo creer que esté haciendo esto.
– Cuarenta y cinco, ochenta y ocho – se burla Cris.
– ¡Shhhhh! Me vas a hacer perder.
– Ese es el chiste.
– Bran…, ¡decile a tu padre que se controle!
– ¡Dale, pá! ¡En serio! Mareala más.
– ¡Muy chistosito! ¿En serio me van a hacer contar hasta ciento cincuenta?
– ¡Sí! – responden padre e hijo a carcajadas – ¡Y eso no es nada!
– ¡Cuánta crueldad!
Luego de mucho contar y caminar, los cuatro llegan al lugar señalado.
Camila busca emocionada el montón de piedras que oculta el primer tesoro, pero entonces…
Bran lanza un grito ahogado y sale en frenética persecución de una silueta demasiado familiar.
– Lucky…, ¡vení para acá!
Cristian, comprendiendo las intenciones del perro, ni corto ni perezoso se suma a la enloquecida procesión. A la cabeza, huye el pícaro chucho con un papel dorado en el hocico.
Cami, entre azorada y divertida, no puede parar de reírse.
– ¿Eso es un alfajor?
– ¡Sí! ¡Puff, puff! – responde Bran sin aliento – ¡Lucky se acaba de robar el tesoro!
Padre e hijo corren y corren, poniendo todo su esfuerzo en recuperar el alfajor robado. Camila se sienta junto al río a desternillarse de risa.
¡Nunca una golosina provocó un conflicto tal!
– ¡Déjenlo! ¡Déjenlo que sea feliz! ¡Pobre Lucky!
– ¡Es tu tesoro! – el sufrido padre de familia está rojo como un tomate, a causa del esfuerzo – ¡Lucky! ¡Parate ahí!
– ¡Pará, papi! ¡Ya fue!
Cristian, encarnizado, corre y corre tras el perro, quien, a toda prisa, se dirige con su botín rumbo a la laguna de los Cuervos.
– ¡Papá! ¡No!
– Cris…, ¡pará!
Ya falta muy poco para darle alcance. Unos pocos metros y ya está. Pero… cuando está a un paso de atraparlo, es tan grande el impulso que lleva, que sigue de largo hasta caer en medio de la laguna.
En la orilla, las carcajadas son estrepitosas. Ninguno es capaz de correr a ayudarlo. Y no es que importe mucho porque, pasada la sorpresa inicial, el empapado señor del hogar tampoco puede contener la risa.
Como si no fuera culpa suya, y a salvo de manos indiscretas, Lucky procede a zamparse el alfajor de un solo bocado. Luego, emite dos agudos ladridos como pidiendo disculpas por su travesura, y se echa sobre la arena a dormir una plácida siestecita.
¡Y después dicen que el crimen no paga!
—-
Media hora después, con un Cristian más o menos seco, la familia se encuentra en condiciones de retomar la marcha.
Lucky lo recibe entre saltitos y ladridos de manifiesta alegría.
– ¡Vos ni me hables!
– ¡Pobre Lucky, papá!
– ¡Ay, amor! – ríe Camila – El pobre se suma al juego y vos te enojás porque ganó.
– ¡Grrrrrr! ¡Perro sinvergüenza! ¡Te voy a desheredar!
– ¡Guau!
Los tres se agachan y le hacen carantoñas a su fiel mascota. El perro comprende que, pese al indeseado baño de su dueño, ha sido perdonado por su osado atrevimiento.
– Pero…, ¡la próxima vez…!
Bueno…, ¡más o menos!
– ¿Y ahora qué sigue? Ya no tenemos alfajor.
– ¡Ahhhh! ¡Sorpresa, mami!
– Al menos, ya no hay nada de comer. ¿Verdad, tramposito?
Lucky ladra satisfecho a modo de respuesta.
– Ya me parecía a mí.
Cami, Bran y Cristian entonces fijan su atención en el mapa para saber qué sigue a continuación.
– ¡No, no, no y no! ¡No puede ser en serio!
Cris pone los ojos en blanco. Bran le da un nuevo codazo. Lucky corretea feliz alrededor de los tres.
– ¿Y ahora qué pasa?
– ¡Jajajaja! ¡”Qué pasa”, pregunta! A ver…, leamos en este magnífico mapa lo que sigue a continuación. ¡Ejem! Aquí dice que, desde aquí, debemos caminar cuatrocientos cincuenta pasos hacia el este y, después, mil quinientos pasos al norte.
– ¡Sí, má! – Pero…, ¿cómo voy a contar todos esos pasos sin perder la cuenta?
– No te preocupes, mi amor.
– ¡Me preocupo sí!
Bran saca unas monedas doradas de su bolsillo y se las muestra.
– ¿Qué te parece? Cada ciento cincuenta pasos ponemos una moneda en el suelo.
– ¡Claro! Y si nos perdemos al contar, sólo tenemos que volver hasta la última moneda y empezar nuevamente ese tramo. Qué hijo tan inteligente tenemos, ¿no?
– ¡Por cierto! Salió a su mamá. ¿Qué esperabas?
– Vaya…, ¡gracias!
Camila le da un abrazo cariñoso a su marido y se dispone a iniciar la marcha. Serán las trece cuadras más alocadas de su vida.
Y así es.
Los primeros cuatrocientos cincuenta pasos son bastante sencillos. Durante el trayecto, van disfrutando del paisaje, y encontrando sitios y cosas en las que no habian reparado antes.
– ¡Miren ese roquedal!
– Este tramo del Santa Lucía es mucho más lindo. ¡Tiene más sombra!
– La próxima vez podríamos poner la carpa de este lado.
– ¡Guau, guau! – Lucky también quiere realizar sus comentarios.
Los restantes mil quinientos pasos son mucho más delirantes. Entre bromas y risas, se pierden constantemente al contar y deben regresar, una y otra vez, a la última moneda.
– ¡Jajajaja! ¡Así no se puede! – exclama Cami al séptimo intento.
– Pero te estás riendo.
– ¡Ya lo sé!
– ¡Sí, má! ¿Verdad que es divertido?
– Eso lo dicen porque ustedes ya conocen el camino.
– ¡Ufa, má!
– Vos al menos lo estás haciendo a la luz del día.
– ¿Y vos no?
– Esteeeeeem…
Cami no da crédito a sus oídos.
Este último rato, no ha dejado de pensar en lo especial que está resultando este día. Es cierto que ninguno la ha saludado aún, quizá con la única excepción del perro, pero también es cierto que esta cacería la organizaron especialmente para ella. Ella es la única que, realmente, está buscando el tesoro. Su familia tan sólo la acompaña y le da ánimos.
Sólo de pensar que se tomaron tantas molestias, incluso en plena noche para dejar todo listo, hace que los quiera aún más.
Su familia es maravillosa.
Cami mira al cielo y agradece a la vida, a Dios, a quién sea, ser digna de tanto amor.
Entre juegos, bromas y tropiezos, Cami logra caminar los mil novecientos cincuenta pasos hasta el lugar señalado por el mapa.
– Ya estamos aquí. ¿Y ahora qué hacemos?
– A ver…
– Dice que hay que buscar una gruta. Bran…, ¿esto es una cascada?
– Sí, papi. Es como una pequeña entrada con un saltito de agua.
– Pero acá hay muchos lugares así.
-Entonces aguzá el oído, amor.
Camila lo intenta. Al principio, sólo logra escuchar el susurro de los ombúes mecidos por la brisa serrana, y el trinar de horneritos y churrinches. Pero, de a poco, consigue escuchar algo más.
Como un chorro que cae.
¡Agua!
– Pero…, ¡si la Gruta de Colón está más lejos!
– No, mami. Tan sólo es un salto de agua chiquito. Lo encontré hace unos días, por casualidad.
– Me gusta este lugar para nuestra próxima acampada. ¿Qué te parece, cielo?
– Lo que vos digas, mi vida.
– ¡Vamos, vamos! Un tesoro nos espera. El amor puede esperar.
– ¿Dónde está Lucky?
– ¡Guau!
Cami se agacha y lo acaricia cariñosamente.
– Ni se te ocurra robarte otro de mis tesoros, ¿entendido?
Y, tras pronunciar estas palabras, aguza el oído buscando de dónde proviene el ligero sonido de cascada. Al fin, parece decidirse.
– ¿Es para allá?
– ¡Ahhhh! No sabemos.
– Es tu tesoro. Tenés que buscarlo vos, mamá.
– ¡Tramposos! Al final se hacen los distraídos, pero…, ¿vieron como hoy era un día especial?
– Vos lo hacés especial.
Cami siente que se ruboriza. ¿O será el sol?
– ¡Vamos! Es por allá.
– ¿Segura? – preguntan al unísono sus dos caballeros andantes, en son de burla.
– Eeeeehhhh… ¡Sí! Dejen de molestarme y…, ¡vamos!
Su oído no la engaña. Porque, a muy pocos metros, divisan algo muy parecido a una pequeña gruta de piedras rojizas, por cuyas paredes cae un diminuto chorro de agua.
En el centro, algo le llama la atención. ¿Es una visión eso que ve? ¡No, no puede ser!
– Pero…, pero…, ¿qué milagro es este?
– ¿Te gusta, má?
Má se aproxima, boquiabierta y emocionada. No le importa mojarse un poco con tal de contemplar semejante maravilla. La acaricia suavemente, con infinita dulzura.
– ¿Sabés qué? Me dijo Brandon que hace días lo vio ahí y pensó en vos.
– Pensé que, luego de tres días, ya no iba a estar. Pero…, ¡mirá! Esperó sin marchitarse hasta que lo encontraras.
– ¡Es hermoso! ¿Y es para mí?
En el centro de la escena, un perfumado pimpollo de jazmín refleja los rayos del sol como un pequeño milagro.
Cami lo contempla extasiada, como si fuera la primera vez que ve uno. Y, de hecho, es la primera vez. Es la primera vez que ve algo tan hermoso, como un regalo de las sierras.
– Gracias. ¡Gracias, gracias! – abraza, emocionada, a su familia.
– Vamos a cortarlo para que te lo lleves.
– ¡No!
– ¡Mami!
– ¿Cómo que no?
– ¡No! Es muy hermoso. Pero no puedo aceptarlo.
– ¿Qué?
– Pero…, pero…, ¡si estuvo todos estos días esperando tu llegada!
– No me malinterpreten. Me encanta esta sorpresa. ¡Me encanta, me encanta, me encanta!
– ¿Enton…?
– ¿…ces?
– Es que…, ¡miren! Un único jazmín en un lugar como este. ¿No les parece magia? ¿Cómo podría romperla llevándome esta flor a casa? Debemos dejarla aquí.
– ¡Guau!
– ¿Ven? Lucky me entiende.
– Mami…, pero yo quería que la llevaras contigo.
– Pero…, ¡claro que la voy a llevar conmigo! ¡En el corazón!
– Pero, má…
– Tu madre tiene razón, Bran. Este jazmín hace que este lugar se vuelva mágico. Es parte del entorno. Si lo llevamos a casa, seguro se marchitará. Aquí tal vez no suceda.
– Pero yo quería…
Papá y mamá lo abrazan con tierno amor. Tienen un hijo que vale oro.
– Primero, el perro se come el alfajor y, ahora, vos no querés llevarte la flor. ¡Así no te puedo regalar nada!
– Me regalás algo muy importante.
– ¿Qué?
– Momentos, recuerdos.
– Pero…
– “Pero», nada. Ahora yo me paro ahí y vos me sacás una foto. Y, así, cada vez que la mire es como si me la volvieras a regalar. ¿Qué te parece?
– ¿Papi?
– Voto sí a esa idea.
Y, entonces, mamá se inmortaliza al pie del Arequita, con una cascada desconocida a un lado y la más hermosa flor que el mundo haya creado frente a sí.
– ¡Linda mamá!
– ¡Lindos ustedes! Gracias por convencerme de participar en esta locura.
– ¡Sonreí, amor!
¡Clic!
—-
Mil quinientos pasos al sur, cuatrocientos cincuenta al oeste, cuarenta pasos al norte, otros ciento cincuenta pasos al oeste.
– Es un chiste, ¿no?
– ¡No!
– ¿O sí?
– ¿Por qué volvimos a nuestro camping? ¿No nos queda un tesoro más?
– Sí. Está escondido por acá nomás.
– ¿Y no podíamos empezar por acá?
– No, Cami.
– Cada tesoro tiene su momento y su importancia. No se encuentran de cualquier manera, mamá.
– ¡Ay, perdón! ¿Y ahora qué tengo que hacer?
– ¿Qué dice el plano?
– Dice que el próximo tesoro está atado a la rama de un árbol de este lugar.
– ¿Entonces?
– ¡A buscar!
– Pero…, ¡si esto está lleno de árboles!
– ¡Ay, qué pena!
– Cris…, ¡no te burles! Tampoco me voy a poner a buscar árbol por árbol.
– No creo que sea necesario, má. Usá tu corazón.
Bran y Cris se alejan en dirección a sus carpas. Ya es hora de una buena siesta.
– ¿Y ustedes adónde van?
– ¡A dormir!
– ¿Cómo?
– Acordate, mami. Usá tu corazón.
Y ambos desaparecen.
Camila, enfurruñada, se cruza de brazos y contempla los árboles. “Usá tu corazón”. Como si fuera tan fácil.
Se acerca a dos frondosos eucaliptos. Los rodea. Los examina. Allí no hay más que dos ardillas juguetonas. Por el momento, las ignora.
Camina hacia un grupo de pinos. Se detiene, aspira profundamente su olor. Por alguna razón, se da cuenta de que el tesoro tampoco se encuentra allí.
Usar el corazón, usar el corazón.
¿Dónde podrían haberlo escondido? ¿Tal vez en su árbol favorito? Como si supieran cuál es. ¿Sabrán?
Nada se pierde con intentar.
Da un paso, dos, tres. Todo en esta aventura han sido pasos. Catorce, quince, dieciséis. Se dirige al lugar más alejado del predio, dónde se encuentra su árbol favorito.
Usa su corazón.
Y, al llegar allí, junto a su sauce preferido, los ve.
Una hamaca de madera y, atado a ella con una cinta violeta, un sobre perfumado.
Lo desata sin paciencia, se sienta sobre las tablas y se mece con una sonrisa.
– Sé que están ahí, falsos dormilones. ¡Salgan!
Desde atrás de un ceibo, asoma la tímida cabecita de Bran, mientras Cris la saluda desde el tronco de un quebracho.
– ¡No!
– Primero tenés que abrir el sobre.
– ¡No se vale!
Cami abre el sobre con el corazón encogido. ¿Y qué surge desde sus entrañas?
Es una foto.
Una foto de los tres abrazados, de espaldas a la cámara, con la laguna de los Cuervos a sus pies y el imponente Arequita frente a ellos como un padre protector.
No pregunta de dónde salió la foto. Porque es una foto perfecta y las fotos perfectas no necesitan preguntas.
Sus personas favoritas, su lugar en el mundo.
Con los ojos anegados en lágrimas, da vuelta la foto y lee la leyenda que, con tanta ilusión, esperó durante todo el día:
“PARA LA MEJOR MAMÁ DEL MUNDO: no te olvides de usar tu corazón. ¡FELIZ DÍA! Con mucho amor. Bran, Cris y Lucky.”
—-
Son sus últimas horas en el Arequita y, alrededor del fuego crepitante, las carcajadas se suceden recordando todas las anécdotas vividas durante estas vacaciones, incluida su disparatada y emocionante búsqueda del tesoro.
– Yo creo que para concluir este viaje, amerita leer un cuento.
– ¡Buena idea!
– ¡Sí, mami! Pero, esta vez, voy a leer yo.
– ¡Ufa! No se vale.
– Sí que se vale, mi vida. Hoy es tu día y somos nosotros quienes debemos agasajarte.
– Está bien. Pero antes…, ¡gracias por este día! ¿Les dije que los quiero?
– No.
– ¡Sí! Pero es bueno que nos lo recuerdes.
Camila se pone en pie y da un abrazo inmenso a cada uno. Lucky se despierta y comienza a ladrar reclamando atención.
– Sí, para vos también tengo mimos. ¡Aunque te hayas comido mi alfajor!
Luego de otra catarata de risas, mamá vuelve a su sitio y tomando una papa asada del fuego, se dispone a prestar atención a la historia de su hijo.
Que dice así.
“M e mira con ojos llenos de luz.
A braza creando un dulce hogar donde vivir.
M ece tiernamente cuando me siento triste.
A rrulla con su angelical voz.
C rea un millón de mundos para mí.
A livia siempre cada pesar.
M agia eterna es tu delicado cantar.
I mposible eres de olvidar.
L uchadora valiente que siempre me protege.
A morosa, leal y fiel confidente.
T enaz en cada una de sus batallas.
E speranza das siempre con confianza.
Q ue nunca me faltes, mamita bella.
U na y mil veces te regalaría las estrellas.
I nolvidable eres como una obra de arte.
E xcelente siempre en tus sabios andares.
R espeto cada día tus amables consejos.
O bservo siempre todos tus mandamientos.
M amita querida: esta carta te regalo.
U n día especial hoy hemos disfrutado.
C lara y diáfana luz eres en mi vida.
H eme aquí con mis tesoros alocados.
O ye mi tributo al corazón más amado.
Pd: te hacemos entrega de esta cartita junto a nuestros dulces corazones. Si te fijás bien, tiene un pequeño tesoro para ti.. Si querés encontrarlo no tendrás que dar ciento cincuenta pasos ni mil quinientos, sino tan sólo uno.
Ya sabés lo que tenés que usar.
¡Sé valiente!
Te amamos para siempre.
Bran.
Cris.
Lucky.
Cerro Arequita».
Deja un comentario