Miranda lo observó disfrutar y se llenó de ánimo para continuar. Lo lamió fascinada por ese gran tamaño que prometía ponerla a ver estrellas cuando lo tuviera adentro.
Gimió presa de los pensamientos lujuriosos. Roman sintió el aumento de sus caricias y apretó su cabello para que lo mirara. Se incorporó y ella continuó con el ir y venir de su boca en su miembro duro.
Jadeó llevado al borde de su resistencia y la detuvo.
—Suficiente —susurró con un gruñido.
Los labios hinchados de Miranda fueron atacados por un beso y su sexo por unos dedos ansiosos. Quiso apartarse, la retuvo jalando su cabello. Pero ¿qué demonios le pasaba con ese salvaje? Todo de él la ponía cada vez más caliente.
Roman la tiró sobre la cama y buscó un nuevo preservativo. Se veía agitado, excitado.
Abrió el látex y se lo puso. Los ojos de Miranda contemplaron su debilidad hecha hombre recostarse sobre ella, buscando separar sus muslos con una rodilla para llegar a su vagina y palpar su disposición.
—¿Estás lista mi pequeña ruda?
Miranda se sobresaltó al sentirse invadida. Metió rápido una mano entre sus cuerpos. Era tan solo la punta.
—Roman…
—Lo sé… iremos acoplandonos… Pero temo que una vez adentro de ti, no podré contenerme —confesó el pesado hombre moviéndose más adentro, obligándola abrirse.
—Dios mío, eres grande —se quejó entre susto y gusto.
—Y tu estás muy estrecha —dijo empujando, ayudado por su humedad—. Se siente tan bien —confesó inclinándose sobre su hombro—. Miranda…
Miranda cerró los ojos. Gimió con cada avance.
—Oh Román —suspiró sintiendo como sus músculos se apretaban en ese venoso invasor y a la vez le causaba un deleite masoquista.
Pegó la frente contra su pecho y le clavó las uñas en las caderas
—Debo detenerme…
—¡No, por favor sigue!
—Pero…
—Haz conmigo lo que quieras, muero por ti.
Su declaración iluminó el rostro masculino.
—¿Entonces…?
—Olvídate de mi debilidad, de todo y hazme tuya aún más… como tú sabes.
—Me vas a volver loco.
—Eso quiero —murmuró acomodándose en su vientre donde una danza íntima dió comienzo.
Con su frágil cuerpo bajo el suyo, Roman comenzó a moverse rítmicamente contra ella, hasta asegurarse de que su cuerpo lo aceptaba por entero.
Miranda era maravillosa, se ofrecía a él aún con los estragos de su tamaño expandiendo su volcánico interior, lo cual no impediría que llegaran los primeros espasmos.
Los jadeos sin aliento de ambos aparecieron y no paró de meterse en sus entrañas hasta después de oírla gritar con libertad pues el ruido en el exterior se lo permitía.
Miranda se sacudió tan violentamente que no fué consciente de la intensidad de su reacción hasta que el excitado Roman continuó su ataque y con ello le arrebató un segundo orgasmo que lo apretó en su interior, llevándolo a una liberación jamás sentida.
Se dejó caer rendido sobre el tembloroso cuerpo de la joven que lo abrazó con fuerza y no lo soltó.
Miranda lo sentía muy agitado, así como ella que poco a poco perdía fuerza. Cuando Roman se echó a un lado, el cansancio llegó de súbito. Le sonrió sin poder articular palabra y se dejó cubrir por una manta.
Roman se vistió en la oscuridad, a disgusto; observándola, preguntándose ¿por qué no pudo contenerse y evitar el primer beso?
Si no hubiera rozado sus labios Miranda habría entrado a la casa y él ahora estaría en la fiesta, reprochándose no haberla hecho suya, pero sólo eso. Con el tiempo su deseo por ella habría disminuido.
Se puso el saco para finalizar, se acercó a la cama para recorrer una vez más su hermoso cuerpo cubierto.
Era una pena que ésa hubiera sido la primera y última vez. Acarició su largo cabello y rozó sus delicadas mejillas. Se inclinó a besar sus labios y saboreó la caricia
—Adiós, Miranda.
La fiesta terminó muy de madrugada con Roman acosado por su hermano, quién quería saber por qué se tardó tanto.
—Deja de molestar quiero ir a dormir
—¿Vas a regresar con la bella durmiente que vive al lado?
—Mitch, estoy cansado.
—Y despeinado.
Roman se tocó la espalda y su hermano lo notó con preocupación.
—Realmente necesito un descanso.
—No debiste moverte demasiado, Roman. Tu lesión en la espalda fué seria y próximamente tendrás un evento. Así será imposible cumplir.
—Mañana veré al médico. Tal vez sea la falta de costumbre. Hazte cargo, por favor.
—Claro, yo también me sentiría agotado si me tomo una hora haciéndolo y más si volví a ser virgen —se burló viéndolo retirarse.
Roman le levantó el dedo medio como despedida.
Un par de días después, muy de mañana, Miranda despertó sobresaltada al oír voces. Se levantó presurosa, corrió a la ventana para descubrir, no sólo un grupo de trabajadores de la construcción, sino máquinas y más máquinas. Se preguntó si Román andaría entre ellos. Buscó los binoculares y se los puso para localizarlo sin obtener buenos noticias. No debía ilusionarse. Lo que pasó esa noche sólo fué una aventura. Era de tontas esperar que por un rato de pasión, él querría pasar el resto de su vida con ella.
¿Qué me pasa? Se reclamó. ¡No estoy desesperada por tener un hombre a mi lado!. He vivido muy tranquila todo un año, y después de lo que Gustav me hizo, debo ser cuidadosa.Regresó a la cama y se cubrió hasta la cabeza, recordando la infidelidad de su ex marido.
La acusó de no ser suficiente mujer para satisfacerlo. Pero ahora, después de probar el sexo con Roman, se dió cuenta, por primera vez, de que en una pareja la pasión debía ser inmensa arrolladora y no lo que creyó que tenía con aquel hombre.
Roman era fuerte poderoso, dominante, mas nunca buscó su propia satisfacción.Con ese desconocido se entregó como nunca, nunca con Gustav, a quien amó hasta que lo descubrió besando a otra mujer.
—No estoy satisfecho contigo —replicó cuando Miranda le reprochó su engaño—, no eres una mujer completa.
Y con esas palabras la hirió profundamente.
—Tú sabías que yo nunca podría darte un hijo —le recordó la chica llorando.
—Lo sabía, pero ahora no te quiero. Con ella si podré tener lo que tanto deseo: ser padre.
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