La fué soltando lentamente, hasta que los pies de la chica tocaron el suelo.
Miranda se apartó con las piernas temblorosas para ajustarse la falda. Roman la llevó a tomar asiento. Sentía su interior inflamado, distendido, por la posesión tan deliciosamente ruda. Se sonrieron. Ella lo miró cerrarse el pantalón y reacomodar su ropa, para luego sentarse a su lado, otra vez.
Roman acarició su cabello, al mirarla recobrar la compostura y actuar como si nada ocurriera. Pero esos labios inflamados y esas mejillas sonrojadas eran la prueba de que había sido suya nuevamente y de qué manera.
—Qué mujer tan increíble eres Miranda.
—Ssshh no digas nada.
—Me vuelves loco —se inclinó para besarla.
En ese momento, se escucharon las voces de la pareja acercándose. Miranda le dió un beso rápido.
Roman quedó asombrado ¿qué fué éso?
—Aquí está la copia —dijo Ted entregándole una carpeta.
—Y ya nos vamos —agregó Olivia con una amplia sonrisa.
—Yo también debo irme —dijo Roman tomando los planos.
—¿Y Samuel?
—Aún duerme —respondió Olivia— y no despertará hasta dentro de dos horas.
—Qué bueno —suspiró Miranda—. De pronto me dió sueño —se incorporó.
—Espero que no lo hayas dicho porque te aburrí —dijo Roman levantando las cejas.
—¿Cómo crees? —sonrió caminando hacia él que estaba al lado de su cuñado.
Ted y Olivia se adelantaron y Miranda los siguió, con su fabuloso amante al lado.
Se quejó sutilmente, viéndolo de reojo, luego tropezó de pronto. Roman la sostuvo.
—¿Qué pasó? —inquirió divertido.
—Nada… creo que se me dobló el tacón.
Roman la miró con complicidad.
—Mejor ve a descansar —murmuró soltándola.
—Sí, parece que corrí un maratón.
—¿Y no lo fué? —inquirió Roman confundiendo con su comentario los esposos, quienes voltearon a verlos, luego de darse cuenta de que entre ellos había química.
—Cierto —musitó deseando tocarlo.
De nuevo desapareció otra semana, pero supo que fué por trabajo. Días después, encontró en su buzón una invitación a una función especial de lucha libre que es como lo admiraba más por ser tan rudo. Había varios pases.
Llevó a sus sobrinos con ella. Mientras esperaban a que la lucha empezara, un hombre vestido de negro se les acercó.
—Disculpe ¿es usted Miranda Cross?
—Sí.
—Entonces, esto es para usted —le entregó un recado.
—Gracias —dijo y lo leyó de inmediato. Adentro decía: Te espero en el camerino después de mí pelea. El Rey.
—¿Qué es tía? ¿Algún admirador? —preguntó Selena.
—No, yo soy la admiradora —dijo emocionada.
—¿Quién es? —gritó Cameron cuando los alaridos del público se elevaron.
—¡Voy a ver al Rey! —gritó dichosa.
Inició el combate después de las diez de la noche y con ello Miranda, revivió su afición, forzosamente apagada, tras el matrimonio con Gustav quién consideraba el espectáculo artístico como una vulgaridad.
—¡Señoras y señores… con ustedes… El Rey! —declaró el anunciador, provocando que el corazón de la chica, y cientos de gentes, se desbordaran de emoción.
Miranda se quedó asombrada al verlo dentro de la jaula de artes marciales. Lucía aún más alto y majestuoso que cuando paseaba entre la gente como un mortal cualquiera.
Sonrió nerviosa y fascinada al verlo ser el centro de atención de miles de ojos. Notó su actitud fría y soberbia. De repente sonreía, en extremo seguro de sí mismo. Había quienes no lo aprobaban, pero hasta los abucheos los disfrutaba como si fueran alabanzas y ella se sentía orgullosa por ser la favorita del rey.
Después de varias llaves y espectaculares movimientos en los que la chica admiró su elasticidad, su agilidad y la limpieza de su técnica, la lucha llegó a su fin.
El Rey venció y ella nunca lo dudó.
—¡Te amo Rey! —gritó desde la tercera fila, agitando un suéter con la mano, aunque sabía que no podría escucharla.
Sin embargo, él la buscó con la mirada y le dedicó una sonrisa cálida que lo desconectó por segundos del personaje. Cuando le guiñó un ojo Miranda cayó sobre su asiento sintiendo una emoción parecida a la taquicardia por la felicidad.
—Ay tía deberías ver tu cara, no parece que seas la misma loca que conoció aquel día. Mejor ve a verlo ya —sugirió Selena emocionada.
—Sí, sí, éso haré. De verdad ¿no quieren venir conmigo?
—No —sonrió Cameron —, esas cosas no son para menores.
—¡Oye! —replicó Miranda lanzándole el suéter en la cara.
—¡Ve por él tía! —dijo Josh, viéndola a punto de caerse al enredarse con las piernas de ellos al pasar entre las butacas —. ¡Y asegúrate de atraparlo, ya queremos un tío famoso!
Miranda se rió por la idea. Pero no fue fácil alcanzar al Rey. Mucho menos cuando quiso entrar por el pasillo que él uso para entrar a su camerino, pues unos hombres de seguridad de dos metros, la detuvieron.
—No puede pasar, señorita.
—Vengo a ver al Rey.
—Lo sentimos mucho, son las reglas.
—Él me pidió que lo buscara —aseguró poniéndose una mano en la cintura.
—Lo mismo dicen todas las fans. Aunque con usted haría una excepción.
—No se atreva a faltarme al respeto —le advirtió deteniendo su intención de coquetearle.
—Eso no pasará —dijo el que parecía más serio.
—Tengo una nota que él me dió — dijo Miranda, sacándola del bolsillo de su pantalón.
Uno de ellos la miró de lejos, pues la chica no la soltó, tan sólo la extendió ante sus ojos.
—Uy qué romántico me salió Roman.
—¿Por qué no le llamas a su manager?
—Roman se está tomando unas fotos con unos fans, niños de la fundación, ya sabes.
—Entonces, vaya y dígale —insistió Miranda poniéndose impaciente —, si no, voy a empezar a gritar y créame… usted no sabe lo que es Miranda Cross gritando.
El guardia se rió y decidió ir.
—Tan bonita y tan enojona — musitó el que se quedó con ella.
—Rey —dijo el guardia acercándose al hombre que estaba en el pasillo—. Hay una belleza de mal carácter que quiere verte.
Al oír eso, Roman supo de quien se trataba.
—La muy ingenua nos amenazó con ponerse a gritar si no la dejamos pasar.
Se rió.
—¿Se atrevió a tanto? —inquirió burlón.
—¿De verdad la conoces?
—Es mi novia y realmente puede hacerte mucho daño si grita.
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