El sonido es atronador, como en cualquier fiesta electrónica que se precie de tal. Es prácticamente imposible charlar con nadie, pero Teri igualmente es capaz de escuchar las felicitaciones, los vítores y los aplausos, como si tuviera oído biónico.

Sin dudas, esta es su gran noche. Lástima no esté Javier allí para disfrutarlo con ella. ¡Como si eso fuese posible!

Se retira de la cabina rodeada de una nube de flashes y micrófonos que reclaman su sonrisa y su voz.

Ha desbancado a todos sus colegas con su sonido hipnótico y contundente. Y no hay más. Tampoco menos. Es lo que la gente vino a buscar.

Se abre paso entre la muchedumbre con una sonrisa gigante en la cara y un «destornillador» en la mano. Se lo merece después de su increíble logro de llenar la inmensa pista y poner a bailar a toda esa masa de almas.

Se siente orgullosa. Finalmente, ha logrado imponer su propio estilo, a pesar de que muchos procuraron disuadirla. “Eso acá no funciona”, “no estamos acostumbrados a un electro de tanto voltaje”, “a nadie le gusta el hardstyle ni el acid”, fueron los principales argumentos.

Camina mansamente entre la multitud que se deshace en hurras y palmadas en la espalda cuando, de repente, los divisa.

Vienen tomados de la mano, caminando directamente hacia ella. Por sus caras no es que vengan, precisamente, a felicitarla.

Finge ignorarlos y continúa su marcha. Se quedaría un rato más a disfrutar de su éxito, pero en casa su hombre la aguarda y no quiere hacerlo esperar más.

– Teri…

No lo escucha. No le va a dar ese gusto.

Para el mundo normal su nombre es Caterina Scalabrini. Para sus amigos, Teri. Pero en ese ambiente, donde se ha ganado su propio lugar a puro pulmón, enfrentando toda clase de prejuicios, se la conoce con un nombre diferente. Y no va a conformarse con menos.

– Teri…

Es su forma de humillarla, de demostrarle su disconformidad, de decirle que se salió del canon y no merece ser considerada una DJ respetable. Ya no le importa su opinión aunque, en algún momento de su vida, sí le importaba. Ahora no le hace falta. Ya tiene el respeto de quien más le importa.

La gente.

– Teri…

– ¡Ahí va! Te venís a hacer la “yo no fui” y mirá el lío que armaste. ¡Esteban ni siquiera es capaz de bajar tus malditos bpms! ¿Por qué no te hacés un poquito de cargo?

– Natalia…, yo me ocupo. ¿Me traés un refresco, por favor?

– ¡Como si fuera tu sirvienta…!

Axel pone los ojos en blanco. Juntar a una ex y a una actual en un evento como este es, más o menos, como montar un polvorín. Pero no hay forma de evitarlo. Natalia se aleja taconeando furiosa.

– Teri…

Sabe que lo está ignorando adrede. Que su status y ego recién estrenados superan absolutamente todo lo demás. Hasta el amor que, alguna vez, se tuvieron. Se resigna. No puede dejar que se vaya. No de esa manera. No sin decirle.

– Skala…

– ¡Al fin! – se voltea para mirarlo con sonrisa impertinente – Creía que iba a tener que caminar como veinte kilómetros antes de que pronunciaras la contraseña correcta.

– ¿Se puede saber qué fue lo que hiciste?

– ¿Desbancarte?

– No es lo que habíamos acordado.

– ¿Desbancarte? ¡Jamás se me ocurriría, gran jefe! Sería como exponerse a toda la furia de los elementos. Y a la de tu novia…, ¡dios me libre! Quedaría reducida a cenizas. Por cierto…, ¿desde cuándo sabe lo que es un bpm?

– ¡Habíamos dejado claro que se trataba de un toque parejo y sin estridencias! Y el hardstyle no queda cubierto dentro de esa definición.

– ¡Ay…, se ve que me pasó una nube! ¡Perdón! Yo no recuerdo nada. Y, a la gente, no es que la note muy molesta, te diré.

– Teri…

– Te recuerdo que, para vos, mi nombre es Skala. Me costó muchísimo labrármelo, así que te voy a pedir un mínimo de respeto, al menos delante del público. Y…, ¿sabés qué? ¡Sí! Claro que pasé por alto tu prohibición. ¿Cómo no iba a hacerlo si todo este tiempo estuviste tratando de opacarme? Y, como podrás apreciar…, ¡a mí me funcionó y a vos te salió mal! Te diría que me besaras el trasero…, pero seguro a «alguien» no le haría ninguna gracia.

– Por si se te está olvidando, quien consigue los contratos para tocar soy yo. Y, por tanto y al igual que vos, exijo un mínimo de respeto.

– En ningún momento, te lo falté y siento que lo creas así. – su tono burlón no demuestra que lo sienta en absoluto – Sólo te robé un poquito de protagonismo y salí de las sombras en las que pretendías mantenerme. No veo por qué te molesta tanto. Hay espacio para todos.

– Me molesta porque pusiste en peligro toda mi trayectoria y toda la organización de esta fiesta.

– O sea que, como siempre, el mundo gira en torno a vos y a tu sacrosanta «trayectoria». – la última palabra suena como un escupitajo – ¿Por qué no llamamos a las cosas por su nombre?

– ¿Y cual sería, según vos?

– Lo que te molesta es que puse en evidencia tu cada vez menor amor por la música. El tuyo y el de toda esa gente que te aplaude hasta en tus peores toques y menea el rabo, cual perro amaestrado, cada vez que vos se los señalás. Por favor…, ¡si todos tocan lo mismo! No se les cae una idea. No investigan el mercado ni son capaces de producir nada que salga de su corazón. No llenan ni un cuarto de pista. No tocan la fibra de nadie. ¡Vos lo sabés! ¡Lo viste! No hagas un escándalo por esto. Después de todo, todos salimos ganando, ¿no? Vos el que más…, es tu productora, ¿no?

– Voy a tener que pedirte que te vayas.

– Ni falta hace que me lo pidas. Ya me iba. Javier me está esperando para festejar juntos este gran día. Así que agradezco tus cálidas «felicitaciones» y adiosito. ¡Un «placer», como siempre, charlar contigo!

– Para siempre.

Teri lo contempla anonadada, intentando procesar las dos palabras que acaba de escuchar.

– No sé si te diste cuenta…, pero aquí hay mucho ruido y creo que no te escuché muy bien. ¿Qué dijiste?

– Que ya no hay lugar para vos en este grupo.

– ¿En serio? – cruza las manos sobre el pecho, amenazante – ¿No hay lugar para mí? ¿Por casualidad, vos viste bailar a la gente o te quedaste dormido detrás de la consola? ¿Te diste cuenta de que fue mi música la que hizo detonar la pista? ¿Qué necesitás? ¿Un croquis o te convido de mi «destornillador», a ver si despertás la única neurona que te queda?

– No sabés adaptarte a lo que se te indica y hacés peligrar el trabajo de todo el mundo. Todo para tu propio lucimiento.

– No. Ese no es el problema. Tu problema es que al gran Nexus nadie puede osar opacarlo. Es eso, ¿no? Me estás echando porque no podés soportar que alguien te dé la contra y, encima, tenga razón.

– Lo siento. Esto se acabó.

– Sólo te faltaba esto. Arruinarme la vida un poco más, ¿no?

– Skala…

– Nunca voy a estar a tu altura, ¿verdad? Pero igual me vale. Jamás voy a estar a la altura de un “enano” como vos.

– Aunque creas lo contrario, y estás en todo tu derecho de creerlo, yo nunca he dejado de amarte.

– ¿Amarme? Pero si vos no amás a nadie que no seas vos mismo. ¿Me querés echar? No me importa. Me voy muy feliz. Con la frente en alto, el aplauso de la gente y la certeza de que a un mediocre como vos le queda poco tiempo en este ruedo. Así que…, ¡bye!

– Skala…

– Saludos a Natalia. Me encanta que tengas, exactamente, a la mujer que te merecés.

Y con la frente en alto y los ojos llenos de lágrimas, se retira entre más aplausos.

– ¡Llevá, gil a cuadros!

¿Quién le iba a decir que, al final de la meta, sólo iba a encontrar una patada?

– ¡Skala!

– Albano…, ¡viniste!

– No me lo habría perdido por nada del mundo. ¡Qué buen toque! Estoy erizado…, ¡mirá! – le extiende el brazo.

– ¿Por qué no vas y se lo mostrás a Axel?

– No me digas…

– Te digo.

– Pero…, ¡este tipo está mal de la cabeza! Tres toques como este y vuelve a pasar al frente.

– Pues decidió quedarse en el fondo. ¡Que lo disfrute!

– Lo siento mucho.

– Yo más.

– ¿Ya te vas?

– Sí. Javier me está esperando y…

– ¿Por qué no lo hacemos esperar un poco más y desayunamos en algún lado? Tengo una propuesta, o más bien una apuesta, que hacerte.

– Estoy libre. – le da el brazo – ¡Soy toda tuya!

LEER SIGUIENTE CAPÍTULO.

Loading


Deja un comentario

error: Contenido protegido
%d