¡Fantástico!

¡No se le pudo ocurrir idea mejor que ponerse a preparar esa bendita torta de coco, la preferida de su marido, para el postre de esta noche! ¡Como si tuviera pocas cosas que hacer con su vida! ¡Como si el tiempo y la paciencia le sobraran!

Casi le dan ganas de comprarse un desierto e irse a barrerlo. Pero ni para eso tiene.

– ¿Qué estás haciendo, mamá?

– ¡Ay, Rocío, Rocío! ¡Qué preguntita tan preguntonta! ¿Es que no tenés ojos o hay que ponerle aumento a esos lentes?

– ¡Callate, nena! ¡Aldana me está peleando, mami!

– Ildini mi istí piliindi.

La jaqueca cotidiana comienza a asomar, sin piedad alguna, y esa vena insidiosa en medio de su frente va cobrando su habitual vida propia.

– No empiecen, por favor, que estoy muy ocupada como para, encima, tener que andar limpiando los regueros de sangre que van quedando luego de sus batallitas. ¿Es que ninguna tiene nada qué hacer?

Se levanta cada día a las seis de la mañana. Se ducha. Prepara el desayuno para Sebas y las nenas. Acto seguido, comienza su lucha diaria para que se levanten y coman algo de lo que les preparó. Se despide de su esposo, y lleva a la chica a la escuela y a la grande a la práctica de voley. Vuelve rauda a casa a preparar el almuerzo.

– Rocío…, ¡bajate de ese banco que te vas a caer!

Si tiene suerte, se prepara un café. Sólo si tiene suerte. Casi nunca la tiene.

Vuelve en busca de sus retoños y, ya en casa, se enreda en otra ardua batalla contra los “esto no me gusta” y los “no tengo hambre” de las pequeñas, hasta que termina revoleando un repasador con cara de loca. ¡Hasta a ella se le quita el hambre!

En el pleno de sus peleas, suele saborear la derrota. O una victoria agonizante. Al menos, eso cree ella.

– Aldana…, ¡semejante grandulota! ¡Dejá de molestar a tu hermana!

A continuación, lleva a la grande al liceo y, hasta la hora de pasar a recogerla, hace los mandados, se sienta con Rocío a hacer los deberes procurando no perder su ya escasa paciencia y, si le queda tiempo, adelanta parte de la cena.

– ¿Ordenaste tu pocilga?

Cuando se sienta a la mesa por la noche, está tan cansada que poco le falta para que su cara se estampe contra el plato.

– ¡Bajá esa música que no puedo escuchar a tu abuelo!

Así es cada día de su vida.

Hay veces en que le encantaría contratar una asistente para que la ayude, pero no puede darse ese lujo. Sebastián se mata a trabajar y, aunque ella intenta ayudar con sus pequeños proyectos, el dinero nunca alcanza para completar el mes.

Algunas mañanas se despierta y lucha contra el deseo de escapar de su vida, aunque sea por un tiempo, tomarse unas vacaciones como mamá y ser, como en el pasado, una chica más.

Pero su familia la necesita.

Porque, sin mayor paga que un montón de expectativas frustradas, Sol Magallanes debe hacerles de madre, ama de casa, curandera, enfermera, juez, detective y quién sabe cuántas cosas más.

No puede ni quiere defraudarlos. No puede darse el lujo de no estar.

Aunque, a menudo, le gustaría. ¡Más que nada en el mundo!

Solana ama a su familia y no podría vivir sin ella. Simplemente, está demasiado agotada como para ver el vaso medio lleno.

– ¡Te pedí que te bajaras, Rocío! – el tono de la bruja mala del Oeste empieza a aflorar.

– ¡Quiero ver!

– ¿Qué querés ver? ¡Sos una fastidiosa! ¡Salí, nena!

– Vos tampoco es que tocás mal las rancheras, ¿eh?

– ¡Máaaa!

– ¿Pueden salir un poquito de mi cocina? Si llegan a tirar esta torta, con el trabajo que me está dando terminarla…, ¡van a cobrar hasta el día del juicio final!

Hasta el pobre santo de Wind anda encimándose sobre ellas, por si puede pescar alguna migaja.

– Me parece que les hablé, ¿no? ¿O tengo que decirles las cosas en japonés?

– ¡Ay! ¿Qué te molesta? No te estamos haciendo nada. – Aldana pasa el dedo por la cobertura y lo chupa con fruición.

– ¡Dejá de molestar, Dana! – la más pequeña le levanta la mano con decisión.

– Callate, Ro. – la grande le da un breve empujón.

– ¡No me callo nada! – le da otro.

Un empujón da lugar a otro empujón y, entonces, la batalla se vuelve violenta. Y, evidentemente, es el gato quien sale beneficiado cuando la torta sale volando, como por arte de magia. ¿O como por arte de manotazos entre hermanas?

¡Porque ese sí que es un arte! Perfeccionado hasta el cansancio, a fuerza de tanto repetirlo.

Solana se queda lívida. Aldana y Rocío no saben dónde esconderse. ¡Buena la han hecho!

– ¿Viste lo que hiciste?

– ¡Por culpa tuya!

– ¡Quiero… que… salgan… yaaaaa… de… mi… vista! ¡Yaaaaa!

– Mami…

– Pero má…

– ¿Será posible que ni así entiendan? Me estoy conteniendo para no llenarles el trasero de alpargatazos. ¡Estoy harta de que se pasen la vida peleando! ¡Harta de que no colaboren nunca en nada! ¡Estoy harta de ser su sirvienta y que no valoren nada! Estuve todo el día corriendo atrás de ustedes y, para una vez que me hago un tiempo de prepararle algo especial a su padre…, ¡me hacen esto!

– Te ayudamos a limpiar, si querés.

– ¡No, Aldana! ¡No quiero! Me hubieran ayudado antes. Ahora…, ¡se van a su cuarto inmediatamente y se ponen a hacer los deberes…, o a estudiar sus lecciones…, o a lo que sea! No les quiero ver la cara hasta que yo misma las llame.

– Pero yo tengo hambre.

– Yo también.

– Pues se esperan a que llegue su padre.

– Pero…

– … mami.

– ¿De verdad no entienden el español? Se van a su cuarto ya mismo o, si lo prefieren, lo discutimos con el cinturón del abuelo. ¡Ustedes eligen!

Las niñas se van medio llorosas, y para nada culpables, a seguirse peleando en su habitación. ¡Mamá está re loca y por todo las regaña!

Sebas, cansado luego de una larga jornada de trabajo, encuentra a Sol llorando desconsolada, tratando de quitar los pegotes de torta de la alfombra. ¡Otra batalla perdida!

– Vení. – le extiende los brazos – No te hagas mala sangre. Ahora lo limpio yo.

– ¡No, amor! Venís llegando…, ¡y mirá cómo encontrás todo! No es justo que llegues de trabajar luego de un largo día y te estrelles contra semejante espectáculo.

– Pero si yo sé que vos también estuviste todo el día a las corridas. Y esta no sería mi casa, si no llego y me encuentro con algún problemita doméstico, de vez en cuando. – la abraza – Es sólo una torta. No te preocupes.

– No es sólo una torta. ¡Era para vos! En ella invertí tiempo, dinero, ilusiones… ¡Todo tirado a la basura porque estas dos mocosas se viven peleando! ¡Estoy harta, Sebastián!

– Lo sé.

– ¿Por qué nos tiene que pasar siempre a nosotros? Somos buena gente, nos matamos a trabajar todo el día y no hay una que nos salga bien.

– Pero vos y yo sí que estamos bien. ¿O no? – le pellizca la mejilla.

– No tiene gracia. Aunque te juro que no sé qué haría sin vos.

– Sol…, sólo es una mala racha. Te prometo que todo va a mejorar y, pronto, podremos dejar a las chicas con su abuela y tomarnos unas merecidas vacaciones de todo. Sólo nosotros dos. Vos y yo. ¿Qué te parece?

– ¿Y cuándo va a ser eso? ¡No puedo más!

– Pronto, mi bella. Sé que pronto el universo va a conspirar a nuestro favor.

Como si el universo se hubiera sentido invocado con tan sentidas palabras, se oye llamar al timbre de la entrada.

Solana está a punto de no abrir la puerta. El comedor es un asco y estas no son horas para visitas impertinentes.

Sin embargo, sus pies se mueven solos, como si una magia desconocida los convocara..

– ¿Me llamaron?

– Albano…, ¿y vos qué hacés acá?

LEER SIGUIENTE CAPÍTULO.

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Una respuesta a «LOLA, BAR DEL FIN DEL MUNDO – Sol.»

  1. Avatar de patycastaldi

    La triste realidad de muchas mujeres; y la de muchos hombres también.

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