Claudia estaba tirada en la jardinera del patio de su facultad. No dejaba de mirar al cielo sin dejar de pensar en Regina, la ex de Alberto. Aquella mujer se le había revuelto la mente al saber que esa mujer fue novia del chico de la parada.
En medio de las plantas se dio cuenta de que lo más conveniente para ella era no volver a saber de él al respecto. Quizá sería así, después de todo había pasado casi una semana desde que el chico le habló. Por eso sabía que de esa manera podía volver a sus asuntos de siempre.
—¿Qué haces en medio de las plantas? —preguntó una voz conocida.
Giró un poco la mirada hacía al lado dónde Alberto. El chico le sonreía amable al verla. La chica abrió mucho los ojos al verle, después se sentó en medio de la tierra para hablar.
—Oh, Alberto. Hola.
—¿Estás bien? —preguntó Alberto sentándose al lado de la chica—. Estás llena de tierra, ven.
El joven comenzó a acercarse a ella con cuidado para sacudir su espalda. Y a pesar de que varios estudiantes vieron con curiosidad la escena en la jardinera, pronto volvieron a lo suyo. Alberto después de sacudir la ropa de Claudia se sentó a su lado.
—¿Cómo has estado? —preguntó el chico sonriendo.
—Bien, ¿qué haces aquí?
—Bueno, no estoy seguro. He estado pensando mucho al respecto acerca de lo que me dijiste. Pero a pesar de que tienes razón, intentaré esto una última vez.
Claudia asintió cuando le dijo eso. La chica sabía que no quería meterse más con el joven, pero por alguna razón el chico decidió estar con ella. El joven se levantó, después le estiró la mano a su compañera quién correspondió. Ambos levantados empezaron a caminar lado al lado de la facultad de psicología por cada uno de los pasillos.
—Yo siempre he creído que Eros no se equivoca —mencionó Alberto seguro.
A Claudia por otro lado le causó mucha curiosidad lo que el hombre dijo.
—Cupido no falla, es una interesante teoría.
—Solo piénsalo, el ágapi se considera el más puro del amor porque es desinteresado. Pero yo digo que no saber manejarlo es difícil. Por otro lado, el amor de Eros es el único capaz de volverse pleno en el romance.
Claudia asintió escuchando, jamás había escuchado una persona tan interesada en las definiciones de amor. Por ello mismo recordó uno de los libros de psicología que estaba leyendo.
—¿Y qué opinas de Robert Sternberg? —Alberto miró confundido—. La teoría del amor triangular.
—No la conozco, pero me encantaría seguir hablando contigo del tema. Así como también busco que… Me sigas ayudando.
—No entiendo, ¿por qué quieres mis consejos?
—Porque no planeo rendirme así de fácil. Me gusta cómo hablas y ¿Crees que podamos hablar más del tema?
Claudia dudó varios momentos, incluso rió en su mente de que todo fuera de mal en peor a partir de que ella se metiera. Pensó que lo que había pasado con Torres, pero al final eso fue lo que la motivó más.
—Bien —contestó en seco Claudia.
—¡Genial! —contestó él—. Pásame tu dirección e iré a tu casa esta tarde, es que no puedo ir otro día porque tengo unos trabajos que terminar para algunas clases.
La chica miró sorprendida al joven al afirmar que quería ir con ella a su casa a pesar de las nulas interacciones. Ella amaba ser considerada extraña e insufrible para que nadie se le acercara de ninguna manera íntima o para que diera a entender que estaba tan dañada que hablar con ella sería un suicidio. Pero el chico ni siquiera pareció notarlo en algún momento, a pesar de que la había encontrado en medio de una jardinera llena de tierra. Lo peor era que la joven no quería ser grosera porque él en ningún momento la había tratado mal o hizo hincapié a su extraña actitud hecha apropósito. Ahora le daba pena que pensara que solo estaba loca y ya.
—A menos que no puedas hoy —volvió a hablar el joven al notar silencio en Claudia.
—Eh, no. Sí, sí puedo, solo le diré a mi mamá, eh… —tartamudeó—. Mándame un mensaje en unos minutos para que guarde tu numero y te envío la dirección.
—Perfecto, nos vemos en un rato —terminó de hablar despidiéndose de un beso en la mejilla.
Claudia pensó por un momento el por qué aquel sujeto quería ir a su casa. Después de aquella despedida el joven fue hacía la parada del autobús interno de la Ciudad Universitaria que te llevaba a cualquier lado de la universidad. La chica solo observó cómo se fue. Ella ya no tenía más clases ese día así que podía irse a casa, sin embargo, tenía que buscar a alguien antes de eso.
Comenzó a buscar entre los pasillos de la facultad la clase de psicoanálisis del profesor Vaquera. Uno de sus profesores preferidos, su clase se encontraba en la planta más alta. Fue entonces cuando al entrar a aquella clase se acercó al profesor a saludarle con una sonrisa. El señor todavía no empezaba su clase, así que le dio permiso de pasar a hablar con una de sus compañeras.
Claudia empezó a avanzar entre los asientos del aula hasta que llegó al fondo donde se aventó a sentarse de la nada al lado de una mujer de cabellos chinos y teñido de rojo.
—¿Qué onda tocaya de cabello? ¿Tienes tiempo? —preguntó la chica a la joven quién al verla sonrió.
—Clau, hola. ¿Cómo estás? —preguntó Arlet—. ¿Me permiten?
Arlet miró a las dos compañeras con las que estaba hablando pidiendo con la mirada hablar a solas con su compañera. Ambas aceptaron después de lanzarle una mirada juzgadora a Claudia quién la recibió con una sonrisa falsa. Cuando las chicas se fueron, Arlet sujetó con fuerza las manos de la chica y hablaron.
—Me encanta tu cabello, ¿acabas de retocar el tinte?
—Bueno, no vengo a hablar de eso aunque me encantaría. ¿Quién es Alberto? —preguntó Claudia.
—¿Habló contigo?
—Hace una semana y hoy quiere ir a mi casa.
Arlet sonrió pícara y Claudia la miro a la defensiva, pero esto no le quitó la sonrisa a la china.
—Es amigo mío, nos conocemos desde hace años. Le dije que hablar contigo le haría bien.
—Su ex novia es Regina Torres, ¿acaso querías burlarte de mí?
—Sabes que nunca haría eso —contestó Arlet pacífica—. Él ha estado mucho tiempo con esa tipa y no quiere dejarla. Pensé que hablar contigo lo animaría a entender el tipo de persona que es.
—Regina no es tan mala —dijo Claudia echándose por completo en la silla.
—¡Te robó tu collar cuando todo acabó!
—Solo era el collar de mi abuela. No es la gran cosa.
Arlet miró fijamente a Claudia quién pronto entendió que tenía razón.
—Alberto quiere que le ayude a recuperar a la morrita esa. Esto es raro, ¿qué le digo?
—Alberto es una persona muy agradable, por eso pensé que ustedes dos se llevarían muy bien. No tengas miedo, solo sigue hablando con él.
—¿Acaso esto es un plan tuyo o algo así, Arlet? —preguntó Claudia echada por completo en la silla.
Arlet solo rió y sacó sus cosas para su clase. Claudia suspiró profundo y aceptó con derrota que ahora estaba involucrada en algo que no quería. Además de que posiblemente tenía que arreglar su casa.
Deja un comentario