Narra Carolina.
Stefan me había invitado a la fiesta de Damián «uno de sus mejores amigos» y la verdad era que yo no lo entendía. Un día me dijo que no quería que fuera, y al otro me pidió que fuéramos juntos. Quería mandarlo al infierno, pero a la vez pensé en que una distracción como esa, me ayudaría a olvidar todo lo que había pasado desde que había llegado a ese país. Así que acepté.
—Carolina, tu prometido está abajo esperándote —mi madre me avisó desde el umbral.
Yo detestaba que lo llamara como tal. ¿Qué no podía solo llamarlo por su nombre?
—Ya casi estoy lista. —Respondí cortante.
Me acerqué al tocador para pintar mis labios, siempre me gustaba llevarlos con un color en tono fuerte y para ese momento, decidí usar un rojo carmín, para que hiciera juego con mi vestido. Lo que más amaba de mí, eran mis labios… a Leo también le gustaban.
Me quedé un momento ida, pensando en todos los momentos bonitos que había vivido con él, hasta que mis ojos se comenzaron a llenar de lágrimas y volví a la realidad, puesto que me había hecho un bonito maquillaje como para echarlo a perder de esa manera. Terminé por rosearme perfume, tomé mi bolso y bajé a la sala de estar, en donde, efectivamente, ya estaba «mi prometido», esperando por mí.
—Luces encantadora, mi amor —me halagó Stefan, solo porque mis padres estaban presentes, así que decidí seguirle el juego.
—Y tú luces guapísimo y apetecible, cariño.
Mi padre carraspeó su garganta.
—Oh, siguen aquí —los miré con desdén.
—¿A qué hora llegarán? —se le veía bastante incómodo al preguntar y yo solo estaba conteniéndome las ganas de no reírme. Era absurdo que de verdad pensaran que eso era en serio.
—No lo sé —respondí antes de que Stefan lo hiciera—. Es mejor que se duerman, porque nosotros no sabemos si al final de la fiesta, iremos o no a practicar nuestra luna de miel a un hotel.
Desearía haber capturado la cara de Stefan, seguramente que no sabía ni en dónde meterla. Por otra parte, mis padres ya estaban acostumbrados a mi forma sarcástica de decir las cosas, pero amaba tener que ponerlos en una situación que para ellos era vergonzosa. Al final, nos despedimos de ellos y en cuanto crucé la puerta, solté una carcajada. Stefan lo que soltó fue demasiado aire que, de seguro, estaba reprimiendo.
—¿De verdad era necesario hacer todo eso para que se creyeran nuestro falso amorío? —Stefan me vio con desaprobación.
—Ellos conocen mi sarcasmo, es obvio que no se creyeron ni una sola palabra mencionada.
—¿Y entonces por qué lo hiciste?
—Quería divertirme un poco —volví a reír.
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El ambiente se veía genial en la fiesta, pero, aun así, no sentía que era mi tipo de ambiente. Había asistido a muchas fiestas de universitarios en México, pero tampoco eran de mi gran diversión. Por desgracia, yo prefería las fiestas que por donde pasaras, se sintiera el olor a peligro.
—¿Quieres bailar? —me preguntó Stefan, al verme tan aburrida.
Negué como respuesta. La verdad era que ya me había arrepentido de haber aceptado su invitación, pues quizá si la hubiese rechazado, yo estaría más divertida encerrada en mi habitación y Stefan se la estaría pasando genial. No amargándose por mí.
—¡Stefan, sí viniste! —escuché la voz irritable de Kenia, pero ni siquiera me inmuté en querer voltear a ver cómo estaba coqueteando con él—. ¿Por qué no vienes a ver cómo juego? Ya casi es mi turno…
No podía estar en el mismo lugar que ella, no soportaba su voz ni su presencia, ni mucho menos ver o escuchar cómo le coqueteaba al que, dentro de casi nada, sería mi esposo. Me acerqué a la mesa de bebidas, y sin saber qué rayos me iba a tomar, dejé caer todo el líquido dentro de mi boca.
—Con eso terminarás ebria muy rápido —dijo Stefan detrás de mí.
—Soy mexicana, cariño. Nosotros le atoramos a todo.
—De ser el caso… —la voz de Kenia se interpuso, ni siquiera sabía que ella seguía junto a Stefan—. ¿Por qué no juegas conmigo?
—Pierdes tu tiempo conmigo —le respondí.
—Ja, y yo que creí que de verdad los mexicanos le atoraban a todo.
Odiaba los retos. Odiaba que las personas se creyeran superiores a mí. Y odiaba a Kenia, por hacerme parte de un centro de atracción.
—Ni se te ocurra hacerlo, Carolina —Stefan me tomó del brazo—. Nadie le ha ganado en los retos.
—Y a mí nadie me gana en los tragos —le hice saber, y enseguida me zafé de su agarre.
Seguí a Kenia hasta las mesas en donde ya tenían los tragos. El juego era fácil, o hacías un reto o te tomabas un trago. Si no cumplías el reto, perdías, y si vomitabas o te emborrachabas, pues también.
—Todavía te puedes arrepentir —le advertí antes de comenzar.
Sin embargo, ella solo soltó una carcajada, así que yo solo me encogí de hombros. En mí ya no quedaba.
El juego comenzó, y Kenia fue muy bajo al ponerme el primer reto; debía quedarme en ropa interior. Por supuesto que no lo haría, así que, sin pensarlo, me tomé un trago.
—Venga, tía, que solo era un poco de ropa menos —Kenia se burló.
—No eres tú la que decide en frente de quién me quiero quitar las prendas.
Era mi turno de ponerle un reto, pero no caería en los mismo estúpidos juegos que ella. Lo mío sí era estrategia, así que, la reté a tomarse un shot de tequila de un solo trago. Ella pudo haber bebido de lo más ligerito, pero como dijo Stefan, no había quien le ganara en los retos y por eso prefería cumplirlos.
El segundo reto que me puso, fue bañarme con una cerveza y por supuesto que no iba a terminar oliendo a esa cosa, así que me tomé otro vaso. Así continuaron los retos, pero yo tenía que hacer que Kenia de alguna u otra manera, terminara bebiendo alcohol, puesto que no dejaría de cumplirlos. Tanta era su ambición por ganarme, que nunca se puso a pensar que lo que yo estaba haciendo, era cruzarla con un montón de bebidas diferentes.
Kenia no solo terminó ebria, sino que también terminó vomitando. Y no me sentí mal, porque yo todavía de buena persona, se lo advertí.
—Vaya, qué buena estrategia creaste. ¿Te sientes mejor al verla vomitar? —preguntó Stefan, aparentemente molesto.
—No. Y tampoco me siento mal. Yo no quería jugar. Pero sí quiero que me dejen en paz, que me saquen de su boca, porque yo no pedí comprometerme contigo.
Me alejé de él y volví a la mesa de las bebidas, solo que esa vez, me tomé un shot de tequila. Me encantaba que me quemara la garganta.
—Basta ya, que vas a ponerte ebria, ¿o qué quieres? ¿Vomitar como ella?
—El tequila no me hace nada, pero veo que a ti sí te afecta verla en ese estado y prefieres venir a culparme a mí. Anda, ve con ella, por mí no te detengas.
—Ha sido suficiente, nos vamos ya. —Me quitó el vaso de las manos y enseguida me agarró de mi muñeca.
Él no había bebido absolutamente nada desde que llegamos a la fiesta, así que podía manejar con mucha precaución. En todo el camino de regreso, ambos íbamos en sumo silencio, hasta que aparcó fuera de mi casa y yo decidí romper el silencio.
—Ya está. Ya te puedes regresar a la fiesta e ir detrás de ella —abrí la puerta y me bajé.
—No regresaré —él también salió de su auto y caminó hacia mí—. No sé cuál es tu problema conmigo, pero yo tampoco tengo la culpa de esto que nos están haciendo a ambos.
—Solo quiero que acabe… —susurré.
Stefan se acercó lo suficientemente a mi cuerpo, que mi espalda terminó chocando con la puerta de la entrada.
—Apenas está comenzando. —Susurró, su aliento se mezclaba con el mío.
—Has que termine —pedí.
—¿Por qué…?
—Quiero volver a mi país.
—¿Tenías novio? ¿Dejaste a alguien importante allá? ¿A quién le pertenece tu corazón, Carolina?
—Yo… Debo entrar.
Hicimos contacto visual, pero por alguna extraña razón, nuestras miradas se perdían en nuestros labios.
—Cuando te dije que lucías encantadora, no mentía —confesó—. En verdad me lo pareces.
—Oh, gracias… ¿Quieres… pasar?
—¿Tus padres…?
—No se darán cuenta.
Ni siquiera sabía por qué lo estaba invitando a pasar, solamente que cuando se trataba de él, mi cerebro se quedaba en blanco y no encontraba más palabras para decirle. Le invité un café, solo que cuando llegamos a la cocina, esta estaba oscura y yo no podía acordarme en dónde estaba el maldito interruptor.
Ambos comenzamos a buscarlo, sin embargo, nuestros cuerpos terminaron chocando en el intento.
—Carolina…
—Stefan…
Y no supe cómo fue que sucedió, pero nuestra conversación fue interrumpida por el beso que nos dimos. Porque se nos hizo difícil encontrar un interruptor, pero no nuestros labios. Y tampoco supe en qué momento llegué a sentarme en uno de los bancos de la isla, pero Stefan estaba entremedio de mis piernas y una de sus manos acariciaba mi muslo.
—Stefan… —volví a susurrar su nombre—. ¿Sabes por qué no quise quitarme el vestido?
—¿Por qué? —gruñó mientras besaba mi cuello.
—Porque no llevo bragas —confesé y lo quité de mi cuello solo para volver a besar sus labios.
—Joder, joder, joder —maldecía entre el beso, hasta que lo rompió—. No. Tú estás ebria, seguro mañana no vas a acordarte de esto y no está bien.
—No estoy ebria —susurré extasiada.
—Lo siento —terminó por decir, antes de abandonar la cocina.
Entonces el calor se fue y el frío me hizo frente. ¿Qué demonios iba a hacer?
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