Leyendas de Silverlight – Capítulo 1. Advertencia desastrosa de un final atroz

Que lo primero que veas al despertar sea un ave chocando contra tu ventana, debería ser un indicio de que el día podría no ser tan bueno como quisieras. Aunque, si lo piensa bien ¿existe un día ideal?

Sin perder más tiempo, el chico sale de la cama con pesadez, por un momento realmente considero la idea de culpar al pájaro por no levantarse ese día aunque ya puede escuchar los reclamos de su padre por intentar dejarle plantado por algo tan tonto.

Arrastrando un poco los pies por el piso alfombrado, se dirige al montón de ropa apilada en una silla a la que se empeña en llamar guardarropas y toma lo primero que encuentra; ignorando los reclamos en su mente por no buscar algo más especial para la ocasión, se viste rápidamente y sale de la habitación peleando por mantener el equilibrio mientras intenta colocarse los zapatos.

Un ladrido a sus espaldas le asusta, logrando que tropiece y caiga al suelo.

—Ahora no, —reclama molesto al perro, que no deja de mirarle—¿qué ocurre? ¿ya tienes hambre?

Asta se sienta y mira más tranquilo a su mascota frente a él. Para ser un canis, realmente actúa más como un perro que como un demonio, si no fuera por el fuego que alcanza a verse a través de su piel negruzca y el humo con olor a azufre que emana, el chico estaría convencido de que Belial intentó engañarle al darle ese perro.

—Esta bien, —dice tranquilo Asta poniéndose de pie —seguro encontramos con que alimentarte.

Sin voltear a ver si el can le sigue, el chico se dirige al gran comedor donde su padre debe estar esperándole. Se detiene un momento frente a las enormes puertas de madera, apoyando su frente contra la fría superficie, ¿de verdad debían ir hoy?

—Ya sé que estás ahí, —se escucha una voz gruesa y demandante al interior —si no entras tendré que obligarte.

El chico suspira, empujando la puerta con el hombro derecho y entrando en la habitación sin dejar de arrastrar los pies. Su mirada pasea por un instante por la larga mesa vacía, decorada únicamente por las macetas sencillas con plantas de lycoris en ellas, hasta llegar a la orilla más apartada de la puerta.

—Comenzaba a pensar que tendría que sacarte de la cama de nuevo. —comenta con sarcasmo el adulto sentado a la cabecera de la mesa

—No gracias, —responde irritado el chico —pasó una vez, no quiero que vuelva ocurrir.

El chico camina hasta la silla junto a su padre, quien le mira con una gran sonrisa en el rostro; en su mente solo pasa la idea de la cantidad de personas que dejarían de temerle si solo vieran al gran gobernante del Submundo aun en pijama y con pantunflas afelpadas. Jala un poco la silla y toma asiento, apartando la mirada del otro solo para ver al can tomar su lugar entre las patas de su asiento, a la espera de la comida.

—¿Qué? Pensé que te encantaban mis métodos. —dice Lucifer volviendo su atención a la comida frente a él

—No cuando implica que me provoques un infarto.

La mirada apenada del demonio solo hace que el niño suelte una corta risa, a la que Lucifer acaba uniéndose. El resto de la mañana pasa entre conversaciones tranquilas y risas, ambos sabiendo que en algún momento deberían hablar de lo que ocurrirá pero ambos se niegan a arruinar el momento que han creado.

La tranquilidad del momento logra que Asta olvide la pesadez de la mañana, una parte de él espera que puedan quedarse el resto del día ahí, en una habitación sin ruido, solo con la compañía del hombre que se ha hecho cargo de él desde hace más de cinco años y el perro que ha terminado de alimentarse.

La puerta se abre de golpe, ambos voltean a ver al recién llegado: en la entrada se encuentra un agitado demonio Oni, un ser de piel rojiza, largos colmillos y ojos amarillentos, el cual luce realmente agitado.

—¡¿Qué significa esto, Daigo?! —grita Lucifer con molestia

Inconscientemente, Asta se encoje un poco ante el grito pero de inmediato vuelve su atención a Daigo, la mirada asustada del demonio en la puerta es suficiente para que el niño sepa que debe ser algo importante lo que tiene que decir. Lucifer suspira, pasando su mano por su cabello oscuro y cierra un poco los ojos, impaciente por una respuesta.

—Lo lamento, señor. —dice Daigo con voz agitada —Encontraron otro en el borde.

Sus palabras son suficientes para que, en un instante, el rey demonio se ponga de pie y tome el saco que había estado en el respaldo de su asiento. Asta permanece quieto, sin moverse, esperando que por el apuro su padre olvide su presencia.

Lucifer avanza con prisa hacía el demonio Oni, quien no para de temblar. Sin perder más tiempo le indica que vaya adelante y vuelve su vista a su hijo.

—¡Astaroth! —dice con firmeza —¡Apresúrate! Es hora.

El chico solo asiente con la cabeza, maldiciendo el momento en que ignoró al ave en la mañana, y se levanta. Va corriendo, intentando alcanzar al par de demonios adultos que ya van a paso veloz hacía el exterior del castillo.

“Podrías dejarlos, nadie lo notaría” Asta sacude la cabeza ante la voz en su cabeza, ya acostumbrado a ello.

Corre un poco antes de transformarse en un ave de grandes alas negras y ojos azules brillantes; le resulta mucho más sencillo ponerse al día de esta forma, además de calmar sus ideas y acallar sus pensamientos. No hay nada más que pueda arreglar un día malo que sentir el viento bajo sus alas, viendo los hermosos paisajes bajo su mirada mientras el resto del mundo sigue su curso.

Acelera un poco el vuelo, batiendo con fuerza sus alas, buscando con la mirada lo que sea que aterró a Daigo. No tarda mucho en encontrarlo: la multitud se agrupa en un enorme árbol sin hojas, el borde entre el Submundo y la Superficie.

Comienza a descender, dando vueltas, esperando a que su padre y el demonio aparezcan. Algunas miradas se dirigen hacía él, tal vez esperando que con su llegada finalmente haya una respuesta a lo que ha estado ocurriendo durante las últimas semanas en el Submundo.

Tras años de paz, el repentino asesinato de un hada fue suficiente para encender las alarmas del rey demonio pero, cuando a lo largo de todo el Submundo empezaron a aparecer cadáveres de diferentes criaturas y los niños comenzaron a desaparecer, fue el momento en que el problema no se pudo ocultar más.

—¡Apártense! —el grito agudo de Daigo se escucha por encima de los murmullos —¡El rey necesita ver esto!

Asta desciende un poco apartado del gentío, transformándose poco antes de tocar el suelo; rápidamente corre hacía donde se encuentra su padre, pasando entre demonios, trolls y hadas, para llegar al centro. Daigo empuja a algunos pocos que entorpecen el avance, pero todos parecen dispuestos a obedecer sin dudar.

No pasan más de unos minutos cuando ya están frente al enorme árbol sin hojas. Asta nunca había estado tan cerca, algo en esa visión resulta atemorizante, como si aquel pedazo de madera fuese a aplastarle en cualquier momento.

—¿Qué mierda es esto? — maldice el rey

Todas las miradas están fijas en el cuerpo acuoso e hinchado que cuelga boca abajo, con varias piedras negras atravesándole, la expresión de terror y dolor grabada en su rostro, pero Asta no puede apartar la vista de los ojos sin vida del Vodnik: los demonios de agua suelen tener grandes ojos de anfibio, llenos de brillo y una expresión bromista, pero estos ojos que parecen mirarle fijamente están apagados y con venas negras carcomiéndolos.

“Sabes a que te recuerda” la voz se burla en su oído, pero la mirada de Asta no abandona la del ser de agua, como si esperara que en cualquier momento empezará a moverse.

—Bájenlo de ahí. —ordena Lucifer, nervioso —¿Quién lo encontró?

Daigo observa entre los demonios de la multitud, buscando a alguien, finalmente encuentra a una mujer anciana.

—Esta lamia fue la primera en encontrarle. —dice el Oni con voz tensa

—Adelante, —dice Lucifer con fuerza —¡hable ya!

Asta pone una mano sobre su brazo, esperando que eso fuera suficiente para tranquilizar el temperamento del rey, el momento no es el adecuado para explotar contra nadie. Lucifer se relaja un poco, aunque su expresión continúa tensa y su mirada demuestra la poca paciencia que tiene el regente del Submundo.

—Vine a buscar unas hierbas que crecen alrededor del árbol, siempre vengo a esta hora para no molestar a nadie con mi labor. —el hada oscura habla con nerviosismo pero sin titubear ni una sola vez —Cuando llegue estaba ahí…

La anciana hace una pausa, señalando con su largo dedo el cuerpo en el árbol, siempre evitando mirarle. Lucifer comienza a mirar el cadáver que ahora yace en el suelo, las manchas de tierra y polvo se mezclan con el líquido de la criatura, pero algo en ese cuerpo le resulta imposible de ignorar.

—Colgaba de cabeza y gritaba pidiendo ayuda, pero cuando intente ayudarle…—su voz se quiebra, asustada de continuar —¡esa magia no es normal, señor! Solo la magia de sangre es capaz de hacer eso, solo basto un toque para que lo matará.

Incluso sin voltear, Asta puede sentir como algunas miradas indiscretas se clavan en él, la forma en que los cadáveres han sido encontrados no han dejado que su mente intranquila borre el recuerdo de Valley.

—Todos vuelvan a sus hogares, —dice en voz alta Lucifer —aléjense de aquí, ninguno puede ir solo hasta no saber lo que está causando estas muertes.

Las quejas no tardan en escucharse, pero el demonio pasa entre ellos con firmeza, su expresión llena de molestia es suficiente para que la mayoría de las criaturas imprudentes se aparten de su camino. Asta corre tras él, encogiéndose un poco ante las miradas y las palabras de los habitantes del Submundo.

Daigo va tras ellos, esperando cualquier tipo de respuesta, pero Lucifer permanece en silencio. Caminan por largo rato, tanto Daigo como Asta comienzan a estar nerviosos por la espera, ¿realmente iban a algún lado?

—Papá, ¿a dónde vamos? —dice Asta en voz baja

—No lo entienden, no saben lo que está pasando. —responde ansioso el demonio —Esta pasando otra vez.

Lucifer se detiene frente al borde sur del Submundo, la entrada a la zona más alejada de la población: el Punto Muerto, un sitio donde solo los criminales y las criaturas indeseables van a parar.

—Lo sabía. —dice en un murmullo Lucifer, inclinándose y tomando algo del suelo —Esa lamia tiene razón, ese tipo de magia no es común en ninguna de las zonas de Silverlight.

Asta aparta la mirada, incomodo; Daigo le da un pequeño golpe con el codo, en un intento de animarle. Lucifer no parece darse cuenta de lo que ocurre a sus espaldas, su mente solo tiene espacio para una cosa en estos momentos.

—Aparte de ti, solo una persona más conocía ese tipo de magia. —continúa hablando más para sí mismo

—No se refiere a…—comienza a hablar Daigo con curiosidad

—Si, Alister. —la voz de Lucifer se atenúa, como si fuese doloroso pronunciar ese nombre —La marca en el cuerpo de ese Vodnik era la misma que había el día en que el anterior rey murió.

Permanecen en silencio un momento, cada uno sumido en sus pensamientos. La mente de Asta no se aparta de la imagen de su hermano, su mente inquieta le recrimina y se burla con malicia.

Lucifer se pone de pie y coloca una mano en el hombro de su hijo.

—Vámonos, —dice tranquilo, con apenas un hilo de voz, Lucifer —aún tenemos algo que celebrar, ¿no?

—¿Qué? —pregunta Asta, inseguro de haber entendido bien

—No tienes que involucrarte en esto, hijo. —dice con suavidad —Por ahora, disfrutaremos de una agradable cena y mañana te llevaré al instituto en el centro de Silverlight.

Después de todo, si debió hacerle caso a la advertencia del ave en la ventana.

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