— ¡Con cuidado, Tommy! ¡Debes bracear en sincronía y con tranquilidad! ¡Si lo haces apresuradamente y sin seguir un ritmo, lo único que conseguirás será agotarte y no lograrás avanzar! —gritaba Lillian con reloj en mano, yendo y viniendo de un lado a otro por la orilla de la alberca donde solía instruir a sus alumnos.
Sí, continuaba enseñando en la escuela de nado y buceo de la profesora Solange, pese a contar con aptitudes superiores con las que si ella se lo hubiese propuesto, habría alcanzado cosas inimaginables.
Era una experta en buceo.
Tenía talento innato.
Incluso llegó a participar en competencias en las que hubo obtenido excelentes marcas, entre ellas el campeonato nacional de “buceo libre, buceo a pulmón o apnea”.
Esta disciplina es considerada como deporte extremo. Consiste en suspender voluntariamente la respiración dentro del mar y descender grandes profundidades sin los equipos tradicionales. No hay snórquel ni tanque de oxígeno, solamente la salud y fuerza de los pulmones. Sin embargo, Lillian se olvidó de ello como de muchos otros sueños.
De no ser por las decenas de fotografías que alguna vez Jackson y su madre le tomaran una competición tras otra y que decoraban el pasillo que debían recorrer los estudiantes para arribar al área de las piscinas, no hubiese existido rastro alguno de sus proezas.
¿Por qué lo dejó?
Eso lo sabremos más adelante.
Su discípulo preferido acató las instrucciones y acompasó el braceo, abarcando una longitud y velocidad mayores que las que conquistaba haciéndolo a su modo.
Apretó el botón del cronómetro cuando el muchacho de escasos doce años, toco el borde y se arrancó los goggles que le ocultaban los ojazos grises. Las pecas sobre el puente de la nariz, le brillaban bajo la humedad.
— ¿Cómo lo hice, Lillian?
Su semblante, serio al principio, se fue transfigurando en una mueca de satisfacción pura.
—Muchísimo mejor que la clase anterior. Sigue así y te prometo que las próximas competencias, formarás parte de las interescolares —Exclamó entusiasta, corriendo hasta él para ayudarle en la labor de salir del agua.
Le entregó una toalla azul y Tommy, algo desanimado, musitó: —No lo creo. Sinceramente, hay chicos muy buenos.
La castaña suspiró.
—No lo dudo. No obstante, con constancia y dedicación, todo se puede.
Tommy la admiraba y cualquier cosa que ella dijera, siempre le servía de inspiración.
—Cuando tenía tu edad, deseaba con todo mi corazón algún día llegar tan profundo en el océano, como mi apneista preferida.
— ¿Audrey Mestre? —cuestionó emocionado, sacudiéndose la melena cobriza y empapándole la cara a la ojiazul, que soltó una risotada ante la divertida travesura.
—Exacto. Como Audrey Mestre.
El entrecejo del chico, se arrugó.
—Pero ella murió en el dos mil dos. ¿Acaso a ti también te hubiese gustado…?
— ¡Hey, Lilly! —La llamaron desde el pasillo, acortando la consulta y obligándolos a ambos a seguir la resonancia.
Era Julia, saludando con un movimiento de manos.
—Esa es otra historia —concluyó la chica Buttler preparándose para recibir a su amiga, a quien se la pasara sacándole la vuelta toda la semana. Por lo visto, su plan de ignorarla hasta que la dichosa fiesta de bienvenida pasara, ya no estaba marchando de acuerdo a lo planeado —. Ve a las regaderas. Conversaremos de eso en la próxima práctica. ¿Está bien?
—Como tú digas Lillian —acordó, retirándose.
La aludida suspiró.
—Hola, Tommy. ¿Ya hiciste la tarea? —saludó la recién llegada, como la buena profesora de secundaria que era.
Él entornó los ojos, pasándole por el costado.
— ¿Cómo está, maestra Julia?
—Déjalo en paz. Es fin de semana —abogó Lilly, al tiempo que Jules seguía al pelirrojo visualmente, anonadada por la falta de atención.
La enfocó, con sus enormes ojos ambarinos.
— ¿Ya vas a retirarme tu desdén?
—No. Sigo tan molesta como el primer día —sentenció, descolgándose el silbato del cuello e introduciéndolo junto al reloj en el bolsillo trasero de sus shorts azules, los que vestía sobre un traje de baño rosa neón.
Julia resopló.
—Sí. Lo sé. Pero, ¿no crees que ya es hora de fumar la pipa de la paz?
— ¿Has aprendido la lección?
—Ya no te comprometeré sin antes preguntar. Prometo que después de ésta…
— ¡¿Después de ésta, Jules?! ¡¿Es en serio?! —vociferó Lilly, dejándola plantada y yendo hacia la oficina de Solange, quien esa mañana no se presentara en el centro y que dejara a la novia de su hijo como encargada.
Julia corrió tras ella. Iba demasiado rápido para ir caminando.
—No tienes nada de qué preocuparte. Solamente me apoyarás con el recibimiento y se acabó para ti. Ya me he encargado yo solita de los preparativos: el salón, los adornos, arreglos florales, músicos…
Si el pequeño cuarto que servía de oficina no hubiese tenido fondo, Lilly nunca habría parado. Hubiese ido hasta México de ser posible, más una pared le sirvió de contención.
Se giró, arrostrándola.
— ¡Ni siquiera tengo que ponerme!
¿Había dado su brazo a torcer?
Obviamente.
—Eso no es problema. Ya he comprado los vestidos.
Hastiada, la castaña inhaló y exhaló, apelando por un poco más de paciencia. Empero, con una amiga así, a veces le era muy difícil.
Meneó la cabeza en una negativa silenciosa.
—Esta mañana te lo iba a decir, pero saliste tan temprano como todos los días, que no pude despertarme antes de que te levantaras de la cama pese haber programado una alarma. Hasta dejaste tu celular olvidado en la mesita de noche —le avisó, deshaciéndose de la mochila que llevaba en la espalda y asiéndose del artilugio de pantalla táctil.
Se lo entregó.
Mostraba un par de llamadas perdidas del agente inmobiliario, a cargo de la venta de la casa donde vivió con sus padres.
—Dominic Walton llamó. Quizás ya tenga comprador para tu casa.
Se mordió el labio inferior, depositando el aparato en la cubierta del escritorio y acomodándose después en la silla ejecutiva.
Julia la imitó, dejándose caer en las sillas para los visitantes, aliviada.
—Puede ser. Lo llamaré luego. Y volviendo al tema… —pausa reflexiva — Pobre de ti que el vestido sea una bolsa de papas, porque entonces te puedes ir olvidando de que reciba al doctor ese con gusto.
Ambas rieron a carcajadas.
—Por favor, Lilly. Tú, con ese rostro y ese cuerpo, hasta dentro de un costal de papas te verás bien.
Y era verdad.
Aunque Julia Kaplan tampoco se le quedaba atrás.
A diferencia de Lillian, que media un metro setenta, ella poseía una estatura de un poco más de un metro sesenta sin que eso significara un enorme defecto. Y si la de ojos azules podía presumir de curvas estéticas y piernas largas, la de cabellera caoba lucía los vaqueros ajustados como nadie.
— ¡Ya, exagerada! Tú también eres muy guapa. Ahora dime, ¿a qué hora hay que estar?
—Son las cuatro de la tarde —replicó, comprobando el reloj de pulso en su muñeca —, a esta hora el invitado de honor ya debe estar durmiendo la mona en su nueva casa… —El ardor con el que le hacía participe de las nuevas se fue apagando de a poco conforme llegaba a la parte que durante el trayecto del apartamento que compartían, hasta la escuela de nado y buceo, se hubo debatido entre decírsela o no.
— ¿Te pasa algo? ¿Te has acordado de que dejaste una olla en la estufa?
En otra ocasión se hubiese reído hasta que el estómago le doliera, pero contrario a eso, decidió hablar porque, ¿qué caso tenía ocultarlo si podía enterarse a través de cualquiera en Rainbows Bay?
La gente comunicativa abundaba en la Bahía.
—Escucha, Lilly…
—Te escucho, Jules.
Sonreía, contenta. Sin embargo, al notar la seriedad bañando la faz de su mejor amiga, la sonrisa se desvaneció.
—Habla, mujer. Me estás espantando.
La de iris ámbar se armó de valor.
—Sé cuánto has luchado contra el pasado y cuánto te ha costado retomar las riendas de tu vida…
Y la poca paciencia que a Lillian le quedaba, se volatizó, como el humo al soplido del viento.
— ¿Puedes ir al grano, por piedad?
Y dicho esto, enunció: —Bárbara Toker se ha encargado de alquilarle al nuevo doctor, la casa que hasta hace diez años, habitaban los Moore.
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